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Capítulo 12

Hacía mucho que no experimentaba esa necesidad de ver la hora cada quince minutos para luego sentir un retortijón a causa de la ansiedad que lo embargaba. Hacía mucho que no sentía paz y emoción al saber que vería a alguien dentro de unas horas. Y definitivamente, jamás había sentido el corazón acelerado y el recuerdo palpable en su mano al recordar un agarre.

Era un cúmulo de sentimientos que iban de la añoranza al pánico pasando por el temor y la felicidad.

Porque sí, pensar en ella y en ese pequeño momento lo llenaba de felicidad. Pero solo debía mirar su foto de perfil para recordarse que estaba fuera de su alcance. Solo debía observar a su hija para rememorar que las cosas podían ser efímeras o una ilusión disfrazada de felicidad. Entonces se decaía, se concentraba en su trabajo y su mente comenzaba a divagar de nuevo para volver a experimentar lo ya mencionado.

Bufó frustrado y miró hacia arriba. Tenía que acabar el nuevo logo de la empresa de energía y estaba tan distraído que no podía.

A su espalda podía escuchar a Sayuri jugando con unos bloques que le regaló Thiago; la pequeña balbuceaba como dándose instrucciones y chocaba los juguetes. Volteó para mirar a su hija y sonrió al imaginarse qué tal vez también a ella le gustaría la construcción. Una familia de arquitectos, eso sería bastante irónico.

Suspiró y bajó la mirada mientras sacudía la cabeza. Últimamente no dejaba de pensar que la chica de ojos verdes permanecería en su vida para siempre.

Cómo niñera o amiga... Sí, claro.

Enredó una mano en su cabello y frunció el ceño, ahí iba de nuevo a experimentar todo lo que llevaba sintiendo desde que despertó.

—¿Quieres ir a caminar? —le preguntó a su hija.

Sayuri lo miró y sonrió dejando expuestos sus pequeños dientes. Dejó los bloques de lado y gateó hasta el borde del corral para impulsarse y ponerse de pie.

Izan rio y asintió.

—Tomaré eso como un sí —le dijo levantándose de su silla y estirando los brazos para relajar la espalda.

Necesitaba distraerse y dejar de mirar el bendito reloj.

Sorine odiaba las matemáticas. Eran su talón de Aquiles y era ridículo que se sintiera así cuando al momento de calcular ángulos y espacios para sus planos, lo disfrutaba.

Pero si algo le ganaba a su desprecio por la mencionada materia, era tener que comportarse profesional ante un montón de hombres egocéntricos llenos de dinero. La materia de "expresión verbal en el ámbito profesional" le costaba más de lo que los demás creían y era la más fácil de su carrera.

Anhelaba que el semestre acabara.

Escuchaba al profesor hablar sobre términos y sus distintos significados mientras dibujaba en la esquina de su cuaderno un cono de helado. Le pintó chocolate encima, chispas de chocolate y una cereza. Le estaba quedando tan perfecto que ya hasta se le había antojado.

Abrieron la puerta y al levantar la cabeza, notó al director de su carrera entrar seguido de sus dos becados más cercanos.

—Atención, tenemos un anuncio —exclamó su maestro dándole paso al director.

—Como bien saben dentro de unos días se tenía planeado el concurso de la materia proyectos tres —inició el hombre de avanzada edad que era un tanto regordete.

Todos comenzaron a murmurar al asimilar la frase "se tenía planeada", Sorine incluso frunció el ceño extrañada.

—Sin embargo, tenemos una propuesta; el equipo de inversionistas se ha extendido de manera importante y quieren hablar con los participantes. —El comentario causó más revuelo en la clase, todos susurraban.

Algunos se quejaban pues ya tenían los proyectos terminados, mientras que otros hablaban excitados al tener la oportunidad de llegar más lejos.

Sorine se mantuvo callada, su proyecto estaba prácticamente terminado, pero le vendría bien más tiempo para ajustar el sistema de agua pluvial.

—En la tarde los nuevos inversionistas asistirán al salón de proyección uno, esperamos verlos a todos para escuchar qué traen entre manos —siguió el director—. La reunión será a las tres de la tarde.

Tras concluir el aviso, el hombre le dijo algo a su maestro y Sorine mordió el interior de su mejilla.

De por sí ya se sentía presionada por los actuales inversionistas y presentía que los nuevos iban a aumentar la tensión, pues parecían tener gran importancia. La suficiente para que movieran el concurso a escasos cinco días de iniciar.

Suspiró cansada y sacó su celular. Probablemente ese día no podría ver a Sayuri e Izan.

Su hija quería correr en vez de caminar. Al verse en el parque la pequeña decidió que alejarse de su padre era divertido. Gateaba en el pasto mientras balbuceaba e Izan la seguía caminando y sonriendo. La bebé avanzaba bastante rápido y movía la cabeza de un lado a otro.

El chico sintió su celular vibrar y frunció el ceño sabiendo que quien quiera que fuera tendría que esperar, pues no pensaba quitarle la vista de encima a su niña.

Afortunadamente para quien quiera que estuviera del otro lado del teléfono, Sayuri gateó hasta una banca y trató de subirse a ella. Izan sonrió de nuevo y llegó hasta lla.

—¿Te vas a sentar? —le preguntó tomándola de las axilas para impulsarla.

Sayuri se sentó y le extendió los brazos a su papá mientras abría y cerraba las manitas. Una clara señal de que quería tomar su mamila.

Izan tomó asiento a su lado, no sin antes quitarse su mochila negra de la espalda para sacar un pequeña almohada y la mamila rosada. Su hija tomó esto último y cuando su papá puso la almohada en la banca, la pequeña se recostó y comenzó a beber su leche mientras lo observaba.

El chico sacudió la cabeza sin dejar de sonreír y finalmente sacó el celular. Al ver la notificación en la pantalla, arqueó un poco la ceja antes de abrir el mensaje y leer.

"Tenemos una junta con los jueces del concurso, creo que saldré tarde"

Suspiró sin realmente querer hacerlo y contestó con un escueto "Bien" antes de mirar a su hija que también lo veía. "Espero todo salga bien" mandó inmediatamente después para no leerse tan cortante.

"Gracias!" Recibió de regreso junto a un emoji de carita sonriente con mejillas sonrojadas y no pudo evitar sonreír y sentir como su corazón se aceleraba.

Escuchó un estornudo y bajó el celular con el ceño fruncido mientras observaba a su hija. La pequeña había alejado la mamila y cerró los ojos antes de estornudar de nuevo.

—¿Sayuri? —dijo en un susurro.

La bebé retomó su tarea y lo miró mientras parpadeaba con inocencia. Parecía estar bien, tal vez solo había sido el aire fresco o algo de polvo en el ambiente.

Pero incluso con ese pensamiento en mente, no pudo evitar sentir una punzada en el corazón. Su hija jamás se había enfermado y honestamente no tenía idea de cómo actuar ante un catarro.

Sorine tenía hora y media libre al medio día. Casualmente Macy también así que siempre aprovechaban para ir a almorzar.

Llevaba veinte minutos esperando a su amiga y su estómago gruñía sin parar. Sacó su celular para marcarle a la pelinegra, pero la vio entrar a la cafetería con un gesto de pocos amigos.

La castaña arqueó una ceja cuando la chica se dejó caer en la silla frente a ella con un fuerte bufido.

—Odio las etiquetas sociales, quien las inventó era un hipócrita que buscaba besarle los pies a los demás —espetó.

—Oook —masculló Sorine entendiendo que el huracán Dahl había sido desatado—. ¿Hablas de Taylor?

Macy hizo girar los ojos y cruzó sus brazos. El gesto en su rostro era bastante agresivo.

—¿Sabes que tengo que ayudarla a acomodarse? La niña no sabe andar en la ciudad y obviamente no tengo vida social así que debo hacerla de nana.

Sorine puso los brazos sobre la mesa y ladeó la cabeza.

—¿Y si empiezas desde el inicio?

Su amiga volvió a entornar los ojos con enojo.

—Madre tiene un nuevo socio que viene de Australia, un tipo que busca expandir sus horizontes —contó con ironía y la castaña asintió—. Para mi mala suerte, el hombre está casado.

—¿Por qué es guapo? —preguntó Sorine poniendo su celular sobre la mesa.

—Porque está casado con una niña caprichosa —refunfuñó.

Su amiga frunció el ceño y Macy bufó.

—Me la presentaron ayer, todo iba bien hasta que mi madre mencionó que estudio aquí, en la mejor universidad de la ciudad, la mocosa inmediatamente sacó su celular y no sé si investigó pero prácticamente le ordenó a su esposo inscribirla...

Sorine abrió la boca con sorpresa más no dijo nada.

—Literalmente dijo: quiero estudiar ahí, es lo mejor de lo mejor; y el hombre en media hora ya le había cumplido la petición.

—No me pareció una chica así —masculló la castaña entendiendo que la esposa era Lara.

Su amiga se encogió de hombros.

—No sabía qué estudiar así que escogió la carrera más absurda: comunicación; ya sabes, materias fáciles... Gracias a Dios no se unió a diseño —exclamó aliviada.

—¿Y te prestaste para ser su guía? —cuestionó Sorine sorprendida.

Macy negó e hizo con la boca en una firme línea.

—Mi madre me pidió el favor, el hombre se cree un macho pero aquella lo tiene bien dominado.

—Huh —musitó Sorine mirando a un lado.

Su amiga suspiró cansada.

—Supongo que Naím tendrá que llevarte con Sayuri.

Sorine negó y se encogió de hombros.

—No creo ir hoy, tenemos una junta porque van a cambiar la fecha del concurso —le contó.

La pelinegra arqueó una ceja.

—¿A cinco días de la fecha límite?

La castaña asintió y la otra chica posó las manos sobre la mesa.

—Debe ser por algo grande.

Sorine desbloqueó su celular mientras afirmaba con la cabeza.

—Supongo, ya les contaré en cuanto sepa.

Macy levantó la mano de pronto y Sorine supo que Naím había llegado.

—¿Entonces Lara no nos agrada? —preguntó la castaña.

Macy la vio con seriedad.

—Lara nos da mala espina —la corrigió—. Se ve a leguas que es una chica que solo busca un estatus.

Naím giró la silla antes de tomar asiento y apoyar los brazos sobre el respaldo de esta.

—¿Quién busca un estatus?

Macy hizo un ademán de desinterés y levantó la pequeña carta de comida para elegir qué ordenar. El chico miró a Sorine y ella negó varias veces con la cabeza.

—No le muevas —articuló.

—Ooh —exclamó él entendiendo que la pelinegra estaba de pésimo humor.

—Los estoy viendo —anunció la mencionada sin bajar la carta.

Sorine y Naím intercambiaron una mirada cómplice antes de levantar sus propios menús para ponerse a decidir qué comer.

Izan siempre trataba de no preocuparse por Paige. Y lo intentaba porque sabía que al final su prima era fuerte, mucho más de lo que el inútil de su prometido creía.

Pero cuando no tenía manera de comunicarse con ella, no podía evitar sentirse ansioso. No se le ocurrió preguntar por su celular, pero era más que obvio que lo dejó en Francia ya que Mao nunca dejaba de rastrearla. El hombre era un completo enfermo veinte años mayor que ellos.

Ni siquiera Thiago pudo salvar a su prima del destino que sus padres decidieron por ella. Prácticamente la habían vendido como si fuera una mercancía.

Suspiró y enredó una mano en su cabello terminando de escribirle a su mejor amigo. En su mensaje le rogaba que encontrara a su prima y que se asegurara de que estuviera bien.

Sabía que el chico se movería inmediatamente, pues hubo un tiempo en que amó a la pelinegra con todo lo que era: Antes de que sus padres murieran, de que él conociera a la mamá de Sayuri y de que Paige optara por no huir con el inglés para no perder acceso a la fortuna Moore. Y no, su prima jamás amó a su mejor amigo, pero con tal de huir de Mao había estado dispuesta a intentarlo.

Pero entonces él arruinó las vidas de todos al embarazar a su ex.

Observó a su hija y frunció el ceño con preocupación, desde que llegaron del parque, la pequeña tosió varias veces. En una casi se ahogó con su propia leche y él por primera vez experimentó el verdadero terror.

Estuvo a punto de correr a urgencias, pero se detuvo cuando Sayuri solo rio y balbuceó. Además, no quería abusar del seguro de su mejor amigo.

Se acomodó de tal manera que mientras trabajaba, pudiera ver a su hija. Abrió la copia del proyecto de Sorine y comenzó a modificar la zona de comida. Se imaginó el área llena de árboles y se puso a trabajar en ello.

Vio la pantalla de su celular encenderse y al abrir la notificación, encontró una fotografía de Thiago con Paige a su lado en un restaurante. Era obvio que la chica había tomado la selfie, pues su amigo se veía un tanto incómodo y un poco más atrás que ella.

Negó varias veces con la cabeza y descansó sabiendo que estaba en perfecto estado.

Escuchó como su hija tosió de nuevo y se giró a gran velocidad, sin embargo, Sayuri no despertó, seguía con los ojos cerrados. Su estómago se revolvió al grado de dolor y se levantó de la silla para acercarse a la bebé, se inclinó sobre el corral y tocó su frente. Frunció el ceño al notar que estaba un poco más caliente de lo normal, pero solo un poco.

Alejó la mano y se dirigió a su recámara en donde buscó una cobija un tanto más delgada. Una vez que la encontró regresó a la sala y le cambió las cobijas a su hija. Pasó una mano por el sedoso cabello de la bebé y rogó al cielo que no se enfermara.

No sabría qué hacer si algo le pasaba a su pequeña.

Sorine bostezó mientras esperaba que la presentación iniciara. Sus compañeros hablaban emocionados pero ella se mantuvo alejada.

Fue hasta ese momento que se enteró que el concurso no solo abarcaba a estudiantes, si no que se podían presentar desde alumnos de primer semestre hasta los que estaban por graduarse.

Trató de no estresarse ante la noticias, de hecho, disfrutó de las miradas preocupadas de sus compañeros, pues competir contra los de décimo semestre era todo un reto.

Al menos si la rechazaban, no sería la única.

Rio en voz baja ante esa idea; definitivamente la nueva información la había ayudado a dejar de presionarse para crear algo destacable.

Se escucharon voces sobre el escenario y el ruido a su alrededor fue menguando hasta que solo se escucharon murmullos. El director de la carrera entró seguido de varios hombres de traje. Al final de todos, notó a un caballero alto de lentes con un gesto bastante amable.

La persona destacaba al chocar con la seriedad que los demás emanaban, el hombre se veía gentil, le recordaba un poco a su padre.

—Como ya se estarán dando cuenta, el concurso tendrá una amplia competencia al involucrar no solo a estudiantes de cualquier carrera, sino también de todos los semestres —inició el director provocando un silencio sepulcral—. La experiencia nos ha enseñado que grandes ideas pueden salir incluso de las mentes menos preparadas y es por eso que la escuela se alianzó con varias empresas para auspiciar el concurso.

Murmullos se escucharon y Sorine apoyó la mejilla en la palma de su mano.

—Pero una empresa, que quiere permanecer en el anonimato hasta el día de la presentación, se unió de último momento y eso nos obliga a empujar el concurso a finales del próximo mes.

Esta declaración provocó reclamos y molestias. Sorine observó con desdén a sus compañeros mientras estos se quejaban de que ya habían acabado entre otras cosas. Pero el director se mantuvo impasible durante el momento dejando que sacaran la frustración ante el cambio de fechas.

Cuando las voces disminuyeron, el director retomó el micrófono.

—Entendemos el enojo, pues muchos se han esforzado y trabajado horas extras en sus proyectos —anunció mirando al grupo de Kenji y Sorine hizo girar los ojos; siempre buscaban que su compañero no fuera de llorón con su papi—. Es por eso que ésta última empresa ha ofrecido un cambio en el premio.

De nuevo el silencio invadió el lugar y la chica finalmente bajó la mano para mirar atenta al director.

—La empresa no ofrecerá una pasantía, esta empresa, que va a permanecer en secreto, está ofreciendo un contrato laboral.

Si alguien decidiera tirar un alfiler, el ruido se hubiera escuchado como un estruendo. Había tanto silencio que Sorine casi podía percibir la respiración de sus compañeros.

Un contrato laboral era otro nivel y si la famosa empresa quería permanecer en el anonimato hasta el concurso, era porque seguramente se trataba de una empresa muy importante.

Y de esa manera toda la paz que Sorine había recuperado, se desvaneció como acto de magia.

Izan se movió de un lado a otro mientras esperaba escuchar el nombre de su hija. Trató de ignorar su entorno para concentrarse únicamente en la respiración de Sayuri. En verdad lo estaba intentando.

Hasta ese momento entendió porqué Thiago había tratado de evitar que acudiera al hospital del condado. No sólo llevaba una hora esperando a que los llamaran; al estar en la sala de emergencias, estaba viendo cada cosa que le provocaba temblores y ansias.

Justo hace diez minutos ingresó una camilla en la que alcanzó a ver sangre en la sábana blanca. Trató de desviar la mirada, pero la imagen ya se le había quedado impregnada. Un accidente de auto. Dos vehículos involucrados, un sobreviviente.

Se estremeció y volvió a girar moviendo a Sayuri arriba y abajo ligeramente para tenerla tranquila.

—Sayuri Moore —exclamarón finalmente.

Izan caminó a gran velocidad hasta la puerta de pediatría donde lo recibió un hombre de bigote y lentes. El doctor entró y le exigió cerrar la puerta mientras se sentaba detrás de una máquina de escribir.

—Tome asiento —le ordenó.

Izan frunció el ceño, pero tras cerrar, se sentó en la silla de metal y miró disimuladamente el consultorio.

Era más chico que su baño, había dos escritorios con pesadas máquinas de escribir y un cheslong médico color crema a su izquierda. Casi no había lugar para moverse y lo único que hacía ver aquello como un consultorio pediátrico, era una jirafa pintada en la pared.

—¿Cuántos meses tiene? —preguntó el hombre con voz monótona.

El chico trató de controlar su genio, se notaba que el doctor amaba su trabajo.

—Diez meses —contestó.

El hombre tecleó en la máquina de escribir y el chico no pudo evitar cuestionarse si acaso no les alcanzaba para una computadora.

Tras más preguntas y respuestas de rutina, el doctor finalmente le pidió recostar a Sayuri sobre el cheslong y desvestirla hasta dejarla en pañal. Izan obedeció sin titubear y notó que una joven apareció detrás de la cortina que separaba el consultorio de un pasillo.

Parecía ser una enfermera con su traje rosa. Bromeó con el doctor sobre la comida y él empuñó las manos al sentir que habían olvidado que se encontraban ahí y que su hija estaba expuesta al frío clima.

Más comentarios, bromas y finalmente indicaciones de medicina para un paciente que había llegado con vómito.

—Que espere media hora y lo mandas a casa —indicó el hombre.

La enfermera asintió antes de desaparecer de nuevo tras la cortina color verde magenta.

—Bien, vamos a ver qué tiene esta nena —dijo el doctor acercándose a Sayuri.

La revisó de todo, y cuando trató de meterle un abatelenguas, su hija gritó tan fuerte y se movió tan desesperada que sintió una opresión en el pecho y sus ojos llenarse de lágrimas.

Pero trató de controlarse y solo sostuvo a su hija como el doctor le indicó.

—Vamos a tomarle la temperatura, sostenga la cabeza —dijo el hombre.

Izan asintió y su hija le dirigió una mirada llena de resentimiento. Afortunadamente, el termómetro sí era moderno y solo necesitó apoyarlo tres veces sobre la frente.

El hombre carraspeó.

—Trae un poco de fiebre y la garganta irritada —le informó—. Ya puede vestirla.

No perdió tiempo y le regresó el mameluco tan rápido como sus manos temblorosas se lo permitieron.

—Ya, tranquila, Sayuri —masculló cargando a su hija y apoyando la cabeza sobre su hombro mientras pasaba una mano a lo largo de su espalda. La bebé hipeaba por el llanto.

El doctor tecleó en la máquina de escribir durante lo que le pareció una eternidad hasta que finalmente sacó la hoja y comenzó a llenar otro papel a mano.

¿Era una broma? ¿Estaban en la época de las cavernas?

—Sayuri tiene bronquitis aguda —dijo de pronto el hombre mientras escribía—. No es grave, pero sí debe tener cuidados; le mandaré paracetamol o acetaminofén para la fiebre y el malestar general... ¿Sayuri es alérgica?

Izan sacudió la cabeza tratando de procesar lo que le estaba diciendo el doctor.

—Bien, también le vas a dar de este medicamento que es para la tos —prosiguió mientras escribía—. Y debes aumentar la ingesta de líquidos. Dale jugos naturales o agua.

El chico volvió a mover la cabeza de manera afirmativa.

—Si todo va bien, en ocho días estará recuperada —concluyó firmando la receta y sacando un pequeño papel de un lado donde anotó una clave—. Con esto vas a pagar a la caja y regresas por la receta —dijo entregándole el diminuto cuadro.

Izan parpadeó varias veces mientras tomaba lo entregado.

—¿Dónde se paga?

El hombre lo vio con un gesto de hartazgo.

—En el edificio a un lado.

El castaño asintió levantándose con Sayuri y tras mirar al doctor, salió del consultorio.

Una vez que cerró la puerta, le acomodó el gorro a su hija y suspiró cansado. El edificio mencionado estaba algo retirado. Se ajustó la mochila e ignoró la vibración de su celular mientras la bebé jugaba con el cierre de su chamarra.

—Necesito completar la carrera, no podemos pasar por esto de nuevo —masculló saliendo de la horrorosa sala de urgencias para dirigirse a pagar.

No quería imaginarse cuánto iba a ser ni el costo de los medicamentos... Y eso que se suponía que era un hospital comunitario.

Cuando Sorine salió de la reunión, se encaminó al estacionamiento mientras le escribía a Izan que pasaría un ratito. Pensó en pedir un taxi pues había rechazado la oferta de Naím de esperarla.

La junta se alargó dos horas entre una sesión de preguntas y respuestas que le dejaron en claro lo atrasada que iba en comparación a los de décimo semestre que ya hacían cosas extraordinarias.

—¡Hey! —Escuchó y levantó la cabeza con sorpresa mientras miraba a su alrededor tratando de averiguar si era a ella a quien le llamaban.

Entonces al voltear a su derecha, encontró al tormento de Macy acercándose con la misma sonrisa tímida que usó cuando la conoció.

—Sorine, ¿cierto? —dijo Lara cuando llegó.

La castaña asintió alejando la voz de su mejor amiga, prefería hacerse de una opinión propia.

—Así es, y tú eres Lara.

La chica asintió varias veces pareciendo emocionada.

—Estoy esperando a Macy pero creo que va a tardar, me dijo que tenía algo importante qué hacer —le contó la chica.

Sorine trató de no hacer girar los ojos, seguro su mejor amiga estaba buscando la manera de que la pobre se fuera sola.

—No creo que tarde —dijo acomodando su portaplanos de mejor manera.

Lara observó el cilindro negro con un gesto de sorpresa.

—¿Estudias arquitectura?

La castaña frunció un poco el ceño antes de asentir. La chica frente a ella había dejado de sonreír por un instante antes de retomar el gesto.

—Vaya, jamás lo hubiera imaginado —masculló—. Pero los arquitectos ganan bien, es una excelente carrera con grandes remuneraciones.

Sorine desvió la mirada; para ella la carrera era mucho más que eso.

—Supongo —musitó sintiéndose incómoda.

—Una vez tuve un novio que estudiaba eso, su vida eran planos y maquetas —contó la chica entornando los ojos—. Me aburría con sus eternas pláticas de ideas... Casi no tenía tiempo para mí, ¿sabes? Él decía que era una carrera demandante.

Sorine bajó la mirada pensando en Izan y sintiéndose algo triste.

—Lo es, las materias y proyectos absorben tiempo.

—Claro, supongo que es una carrera para solteros —exclamó la chica encogiéndose de hombros—. Sin ofender.

La castaña hizo un ademán de desdén aunque sí se había sentido algo atacada.

—Tienes razón, no te preocupes —le dijo forzando una sonrisa.

Lara le regresó el gesto.

—Y ésta escuela es excelente, me gustó mucho, me alegro de haber podido entrar.

Sorine bajó un poco la mirada y finalmente notó el exagerado anillo de matrimonio que la chica cargaba.

—¿Te fue bien en tu primer día? —indagó tratando de mantener la amabilidad.

La chica sonrió abiertamente.

—Más que bien, mis compañeras son muy agradables y mis maestros muy amables, me alegro de haber venido, tendré mucho que hacer. Pensaba que me aburriría mientras Saúl hacía sus cosas —le informó pasando un mechón de cabello detrás de su oreja.

La castaña asintió comenzando a entender por qué Macy la odiaba. La chica sí parecía ser un tanto superficial.

—Entonces solo vinieron a que él haga negocios —afirmó con un movimiento de cabeza.

Entonces Lara la miró de una manera extraña mientras media sonrisa se formó en su boca.

—No, también venimos a recuperar algo que me pertenece —le contó con un tono lleno de seriedad.

Y Sorine miró hacia el estacionamiento sintiendo esa frase como algo muy personal. Incluso casi como una amenaza.

—Oh, espero que todo salga bien.

Lara juntó las manos frente a ella y retomó la sonrisa.

—Lo hará, Saúl se asegurará de ello.

Y la castaña finalmente decidió que Lara era alguien con quien no deseaba interactuar.

Izan hacia cuentas en la cabeza mientras su hija roncaba vagamente en su cuello.

Había gastado en la consulta, medicinas y taxi de ida y vuelta. Y con eso había quedado en aprietos.

—Rayos —susurró subiendo las escaleras hacia su departamento.

Necesitaba con urgencia el seguro que la empresa de Thiago otorgaba a sus trabajadores. Deseaba con todo su corazón que su hija no se volviera a enfermar pero era consciente de que podía pasar.

Levantó la mirada y alzó ambas cejas con sorpresa al reconocer a la persona que se encontraba sentada en el suelo frente a la puerta de su hogar. La chica veía su celular con el ceño fruncido y volvió a sentir la vibración en su bolsillo.

Entonces la castaña levantó el rostro y al verlo bloqueó su teléfono.

—Estaba preocupada, no contestas mis llamadas —le dijo incorporándose mientras él se acercaba.

—Lo siento, no me llevé la carreola —murmuró.

Sorine vio la bolsa blanca en sus manos y sin pedir permiso la tomó. Izan aprovechó la libertad para sacar sus llaves que una vez más la chica agarró para abrir el departamento.

—¿Dónde estaban? —le preguntó Sorine dándole el paso.

Izan parpadeó varias veces sintiendo una opresión en el pecho. La chica ya actuaba con completa confianza.

—En el hospital —refutó.

La escuchó jadear y de pronto vio la mano de la castaña en la espalda de su hija y su rostro a un lado del de él. Parecía estar revisando a la bebé.

—¿Por qué? ¿Qué sucedió? ¿Qué te dijeron? —cuestionó acelerada.

El castaño se quitó con cuidado su mochila y se dirigió a la recámara con Sorine pisándole los talones. Una vez ahí, con mucho cuidado recostó a Sayuri en su colchón antireflujo y la tapó con una cobija delgada. Sorine lo observaba desde la puerta.

Pasó una mano por el cabello de su hija antes de levantarse y salir de la recámara pasando muy cerca de Sorine. Se dirigió a la cocina y se sirvió agua. Estaba agotado.

Orbes verdes lo miraban con irritación mientras bebía.

—Tiene bronquitis aguda —le informó cuando bajó el vaso.

Sorine abrió los ojos con sorpresa.

—¿Qué le mandaron? —preguntó caminando a la sala y abriendo la bolsa donde venían las medicinas.

—Algo para la tos, para la fiebre y muchos líquidos —le informó siguiéndola y poniéndose detrás de ella para sacar la receta de la bolsa antes de entregársela.

Ella la tomó y leyó en completo silencio mientras que el chico se dejó caer en el sillón.

—Sí están bien los medicamentos —susurró ella sabiendo que los mencionados eran aptos para la bebé.

—¿Eres doctora en tu tiempo libre? —bromeó Izan apoyando los codos sobre sus rodillas.

Sorine sonrió y negó.

—Trevor es pediatra, me enseñó mucho —le contó.

El chico no pudo evitar bajar la mirada y endurecer la mandíbula.

—Claro, tenía que ser malditamente perfecto —musitó sin pensar.

La chica lo vio extrañada no entendiendo nada. Pero antes de poder indagar, el castaño la volvió a mirar.

—¿Y cómo te fue?

Sorine dejó la receta y se sentó junto a él en el sillón, sus brazos se rozaron y causaron que el corazón de Izan quisiera salir de su interior.

—Movieron la fecha del concurso, tengo más tiempo pero más presión —le contó cansada—. Tal vez sea un esfuerzo en vano, estos nuevos inversionistas parecen ser más exigentes —masculló.

El chico bajó la mirada y le dio un pequeño empujón.

—Estoy seguro que los puedes sorprender —susurró.

Sorine sonrió e instintivamente apoyó la cabeza sobre el hombro del chico. No lo sintió tensarse e Izan agradeció que no pudiera escuchar su alborotado corazón.

—Tienes demasiada fe en mí —musitó ella.

Él suspiró y sin detenerse a pensarlo, también apoyó la cabeza sobre la de ella.

—Porque he visto lo maravillosa que eres —murmuró sintiendo su latido en la cabeza.

Y por primera vez, Sorine experimentó un brinco en su corazón. Pero aun así sonrió.


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