second
2033
She is not who she was
▩━━━━━━◈━━━━━━▩
Las hojas se movían lentamente, impulsadas por el viento de la tarde. La Madriguera, entre las imponentes montañas, resaltaba tan severa como siempre. Scorpius sonrió al observarla. Quizás habían pasado diez años, pero seguía exactamente igual, ni un solo cambio. ¿Cómo una casa podía llevarle tantos recuerdos? Siempre se había preguntado qué clase de magia surcaba por aquel ambiente para que eso fuera posible.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por una risa que sonó desde su lado izquierdo.
—Vaya, te veo emocionado —dijo Albus a su lado, y apoyó una mano en el hombro de su amigo.
El rubio enrojeció, un poco molesto y avergonzado.
—Calla —susurró entre dientes.
Siguieron caminando en silencio unos minutos. La respiración acelerada de Scorpius era lo único que se escuchaba. El chico podía sentir como su corazón latía cada vez más y más fuerte. Sus manos empezaban a sudar, y sus piernas temblaban. Estaba a punto de abrir la puerta definitiva que lo llevaría a su pasado, en un viaje en el tiempo. Una puerta materializada en una pelirroja de ojos marrones.
—¿Lo escuchas? —preguntó Albus de repente, señalando hacia la casa, que se encontraba a pocos metros—. Son los niños, a veces puedes ser un poco persistentes.
Aunque Scorpius en un principio no había oído nada a causa de los nervios, en ese momento sí que escuchaba pequeños gritos, todos de niños. Sonrió. ¡Cómo habían cambiado las cosas! Parecía ayer cuando eran ellos los que corrían por esos terrenos, jugando al quidditch o persiguiéndose. Y ahora, una nueva generación se levantaba delante de sus ojos. Se arrepintió más que nunca de no haber podido ver crecer a esos niños.
—¡Albus! —De repente, una voz se escuchó. Alguien, al fin, había notado su presencia alrededor de La Madriguera.
El rubio se giró hacia donde provenía esa dulce melodía, y, al ver de quién se trataba, no pudo contener la emoción. Era Lily Potter, con un vestido blanco, corriendo directamente hacia ellos, con los brazos abiertos. Así, de primeras, parecía un ángel. Los dos hermanos se fundieron en un abrazo, dejando a Scorpius un poco apartado de la escena que se desenvolvía delante de él.
—Lily, vengo con...
—¡El hurón! —exclamó ella, reconociéndolo de inmediato. Le ofreció un mano y Scorpius la estrechó con gusto—. Empezaba a pensar que nunca te íbamos a volver a ver.
El rubio soltó una carcajada.
—No os libraréis de mí tan fácilmente.
—Me alegro de verte, luces bien —respondió Lily, luego se giró, haciéndoles un gesto a los dos chicos para que la siguieran—. Vamos, todos estarán muy felices de volver a verte, Scorp.
Él asintió y se dejó guiar hasta el interior de la casa. Mientras el rubio observaba el cambio radical que había sufrido La Madriguera en el interior, la Potter le explicaba que la abuela Molly había muerto años atrás, y todos sus nietos habían decidido restaurar ese sitio en su honor. Pasaron por centenares de habitaciones diferentes, o al menos eso era lo que le pareció al rubio. Scorpius se alegró mucho de saber que, James, ese chico que tanto lo había molestado en su adolescencia por ser un Malfoy, había formado una hermosa familia y tenía dos hijos.
Los Potter lo abrazaron, los Weasley igual, volvió a ver caras que extrañaba, caras que le recordaban a su maravillosa adolescencia. Pero ninguna era ella.
—Scorpius, cariño —le dijo Ginny Weasley cuando ya llevaba unos minutos por ahí—, ¿podrías ir a buscar leña en el trastero?
El rubio asintió, un poco desilusionado de no haber podido ver a su pelirroja. "Seguramente no está aquí" supuso. Mientras observaba como Albus hablaba animadamente con sus hermanos, salió por la puerta principal. Todo allí le traía buenos recuerdos, lo cual era curioso. En Australia, cuando alguien le preguntaba cómo había sido su infancia, solo le explicaba los malos momentos con su abuelo, las burlas de sus compañeros y las peleas en Hogwarts. En ningún momento había hecho mención de La Madriguera ni de esos amigos que siempre estaban para él. Y le resultó extraño pensar que, los malos recuerdos se quedan en nuestra mente para siempre mientras que, los buenos, mayoritariamente predominantes, se esfuman como gotas de agua evaporadas por el viento.
Finamente, llegó al trastero. Allí, como le había indicado Ginny Weasley, había montones de leña. El chico empezó a agarrar unos cuantos troncos, los suficientes para que el fuego creciera rápidamente
Pero, cuando estaba a punto de acabar su cometido, y contra todo pronostico, se escuchó el sonido de unos platos al caer al suelo y romperse. Él, asustado, se giró hacia donde provenía el ruido, solo para descubrir a una pelirroja mirándolo con los ojos desencajados.
—Scorpius...
A él también se le cayó la leña al suelo. Allí, delante de sus ojos, se encontraba Rose Granger, la chica de sus sueños. Llevaba el pelo recogido en una extraña trenza y lucía una camisa de cuadros que a Scorpius le recordó a las cortinas de la Masión Malfoy, pero estaba igualmente preciosa. Quizás las arrugas de toda una vida empezaban a hacer presencia en su frente, y sus ojos estaban más cansados, pero el rubio solo veía a esa adolescente que un día había sido.
Y antes de que pudiera reaccionar, o decir alguna cosa, la que fuera, la pelirroja ya estaba entre sus brazos, envolviéndolo con una fuerza casi imposible viniendo de ella. Y Scorpius le devolvió el abrazo, con el recuerdo de una promesa lejana, una promesa de amor eterno.
—Te fuiste, te fuiste —sollozó en un susurró, sin darle tiempo a su amigo a decir nada—. Te fuiste y me dejaste aquí. ¡Ni siquiera te despediste!
Scorpius sintió una extraña verguenza en sus entrañas, la verguenza de una acción hecha años atrás. Y, en aquel abrazo, deseó haberse despedido, haberle dicho un adiós digno, no un hasta luego que nunca se cumplió. Pero él era joven e inexperto, y no tuvo el suficiente valor como para hacerlo. Era un cobarde.
—Lo sé —respondió.
Al cabo de unos minutos que parecieron segundos, ambos se separaron con lágrimas en los ojos. Y es que ese vínculo que solían tener años atrás, era más fuerte que nunca. Los ojos de Rose brillaban como la Luna a media noche, pidiendo un último momento, como si en cualquier momento el rubio pudiera esfumarse, dejarla sola otra vez.
—Por Merlín, pensé que no te volvería a ver —dijo, intentando secarse las emotivas lágrimas que brotaban de sus ojos, cristalizados—. ¿En qué momento, Scorpius? ¿En qué momento decidiste que vivir aquí ya no valía la pena?
El rubio se encogió de hombros con una media sonrisa, aunque lo que de verdad quisiera fuera disculparse, besar los pies de su pelirroja y pedir otra oportunidad, otra oportunidad para vivir la vida que siempre quiso y nunca tuvo.
—Tal vez en el momento en que nuestros corazones se rompieron, en el momento en que tus ojos ya no me miraban como antes, en el momento en que te alejaste, dejándome con la última palabra en la boca —justificó, pasando una mano por el pelo de la chica—. Porque pensaba que, sin ti, nada sería lo mismo. No podía mirarte todos los días a los ojos y fingir que ya no me importabas, sería una pesadilla verte feliz mientras yo estaba destrozado.
—Yo estaba igual de destrozada.
Fue solo un susurro, pero a Scorpius lo rompió por dentro.
"Rose sollozaba en la oscuridad, sumida en una sueño de dolor. En una pesadilla que parecía ser eterna. Si tan solo le hubiera dado ese beso, si le hubiera dicho que lo amaba, que lo necesitaba a su lado. Tal vez él estaría a su lado, abrazándola, sonriendo de esa manera que la volvía loca.
—Te quiero, vuelve por favor —suplicó, aún consciente de que el rubio no podía escucharla, que estaba demasiado lejos.
Y lloró como una niña asustada de la soledad. Envuelta en sus mantas, pidió a Merlín que él volviera. Pidió piedad, empatía. Pidió un beso de amor. Rose sufría de mal de amores, y para eso, no había remedio. Su madre odiaba escucharla sollozar a altas horas de la noche, escuchar sus gritos, sus susurros forzados. Pero nada podía hacer ella. Su hija tenía el corazón roto, y ya nada podía repararlo."
—Ahora estoy aquí, Rose. —Fue lo único que pudo responder a causa de la verguenza—. Estoy aquí y he vuelto por ti.
Rose lo miró con los ojos entrecerrados. Negó lentamente con la cabeza, con una pequeña sonrisa en el rostro.
—Ya es demasiado tarde. Han pasado diez años, hemos crecido, vivido otras experiencias y conocido nueva gente. Ya no somos los mismos que un día se separaron, no somos esos mismos que lloraron por amor. Y ahora estoy casada, Scorpius.
Como si esas palabras fueran armas, Scorpius sintió miles de dagas clavarse en su espalda, en su abdomen, en su pecho, justo en su corazón. Sintió como se desangraba, como dejaba ir su último aliento. Sintió como moría en los brazos de su amada, esa misma que había dado la orden de muerte. Y, por un segundo, temió que todo fuera una pesadilla, y que ese viaje emocionante que había emprendido, fuera su desgracia.
—Dijiste que me esperarías —susurró, empujado por el diablo, que jugaba a cartas en su hombro.
—¡Y te esperé! ¡Te esperé durante años, me negaba a superarlo, a pasar página! No salía de mi habitación, cada día te escribía una carta, deseando que te llegara. Lloraba, no estaba bien emocionalmente. Hasta que comprendí que no ibas a volver, que no me querías lo suficiente.
El rubio se llevó las manos a la cabeza, sin saber qué más hacer.
—¡Te quería, y lo sigo haciendo!
—¡Pues demuéstralo!
Y en medio de esa acalorada discusión, Rose sintió como los labios de su rubio impactaban contra los suyos. No era un beso dulce, era furioso, vengativo. No se sintió como amor, se sintió como miedo y añoranza. La pelirroja intentó reconocer el sabor que recordaba en esos labios, la sensación de volar, de ser amada. Pero no pudo encontrar nada de eso. Parecían unos labios totalmente diferentes. Ese no era su Scorpius, ese era un desconocido que había vuelto en su lugar. Tenía su mismo nombre, su aspecto y su voz, pero no era Scorpius. El Scorpius que ella recordaba era dulce, carismático, cariñoso y adorable. Le susurraba cosas al oído, le decía que la quería, que sin ella no podía vivir. El Scorpius que ella recordaba la amaba con el corazón, y no con la atracción. Se sintió violada, intimidada, como si hubieran traspasado su capa más profunda, su alma. Se sintió desnuda.
—No —dijo Rose separándose de ese beso—. Han pasado demasiados años, no puedo volver a caer por ti.
El rubio, un poco decepcionado, le acarició la cara, una sensación que no gustó a la pelirroja.
—Rose, podemos volver a ser los de antes, esos adolescentes que no pensaban en el futuro, solo en el presente. Los que comían helado de fresa y vainilla, y se besaban bajo la Luna. Podemos construir un nuevo destino, cariño. Juntos podemos hacer ver al mundo que Scorpius Malfoy y Rose Granger están hechos el uno para el otro.
Rose suspiró, retrocediendo un paso. Sus ojos seguían brillantes, pero ya no lloraba. Y la determinación se podía ver en su rostro.
—Scorpius, éramos una par de niños. Hemos madurado, ya nada es como antes.
El rubio frunció el cejo. Rose, al ver que ya lo había dicho, y orgullosa de ella misma, se dirigió hacia la puerta, dispuesta a salir por ella. Pero, antes de que pudiera hacer cualquier movimiento, la voz ahogada de Scorpius susurró su último adiós.
—A él nunca lo querrás como me quisiste a mí. ¿O acaso ya no me quieres?
Rose sintió como el nudo que se había creado en su garganta aumentaba. ¿Qué podía decir? Scorpius Malfoy había sido su primer amor, el chico que le había enseñado qué era amar a alguien, y el primero que le había roto el corazón. Scorpius le había mostrado el amor y el dolor por igual parte. Las lágrimas habían callado los besos, y los gritos había ahogado los sentimientos. La pelirroja no quería volver a sentir aquella soledad, esas ganas de tirarse al mar, de dejar de respirar para así encontrar aquella paz que tanto ansaiaba. Estaba cansada de luchar por un amor que solo le traía problemas, estaba cansada de añorar, estaba cansada de sufrir. Porque, si algo tenía claro, era que Scorpius Malfoy era droga, y ella ya no deseaba volar.
—Ya no te quiero, Scorpius.
"—Te quiero, demasiado —susurró ella—. ¿Juras que estaremos siempre juntos?
Él sonrió.
—Te lo juro. Y, algún día, seré yo quien te lleve a un altar, te pondré un anillo entre los dedos y te declararé mi esposa."
Diez años después de esa primera vez, los dos corazones que habían protagonizado esa triste historia de amor, se rompieron por segunda vez. Unos corazones que siguieron dos caminos separados, muy lejos el uno del otro. Porque hay veces que, por mucho que se crucen en el destino, dos viejas alamas no pueden amar de la misma manera. Y Scorpius y Rose odiaban ser el claro ejemplo de ello.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro