Capítulo 5: Diez mil veces idiota
Hola, pequeñas ratas de alcantarilla, aquí Hater. Dicen por ahí, que nuestro querido bajista, Marcus, está teniendo unos pequeños problemas con sus compañeros de banda y que eso no tiene de buen humor a nuestra dulce estrella, el caliente guitarrista y vocalista del momento, Reign Miller. ¿Será que alguno de nuestros miembros de Softcore se siente opacado?
Pobres... Lo averiguaremos pronto.
Mara
La gente hablaba mucha mierda a mis espaldas.
Normalmente, no solía hacer elecciones tontas con respecto a mi vida. Le mostraba un rostro al resto del mundo que difería un poco con quien era en realidad, pero había momentos, donde mis propias decisiones me cegaban tanto que terminaba creyendo que en realidad si era la persona que me gustaba aparentar.
Alguien despreocupada y que no le importaba lo que dijese el resto.
Sobre mí, existían opiniones diversas.
La primera, que estaba loca, que solía tener arrebatos directos de ira que podían perjudicar la seguridad de las personas y la paz mundial.
La segunda, que era una perra mala y que si te cruzabas en mi camino, iba a aplastarte como a una fea y sucia cucaracha. La persona más propensa a meterse en problemas con una anciana en la calle; esa era yo.
¿La verdad? Muy poco de eso era cierto, ya que por lo regular, sentía que yo era ese insecto que estaba siendo aplastado por la vida, una y otra vez hasta el cansancio.
Eso no fue la excepción.
Me reí con amargura y esbocé mi mejor sonrisa, en el instante en el que la campana de la puerta sonó, indicándome así que el último cliente de mi turno acababa de entrar por la puerta de la floristería, donde por lo regular trabajaba. Eran pasadas las cuatro de la tarde y si no me apresuraba a terminar, no iba a poder llegar a tiempo a mi clase de ese día.
Para la mayoría, mi horario escolar era una locura, pero lo había planificado de tal modo en el que pudiera trabajar durante la mayor parte del día y asistir al resto de mis clases entrada la tarde o de forma nocturna para evitar interrupciones. De esa forma, podía ser una adulta responsable, sin morir en el intento.
Incluso en ese momento.
Un carraspeo me hizo sacudir mis pensamientos y alzar la vista de las rosas que estaba limpiando para mirar a la persona que recién acababa de llegar.
—Buenas tardes. ¿Se le ofrece algo? —Mi sonrisa se extendió y usé el truco que había aprendido para atrapar a mis clientes; utilizar un tono de voz ligero, volviéndose cada vez más chillón, a medida que la persona se acercó en mi dirección.
El hombre que estaba frente a mí me inspeccionó de arriba hacia abajo, helándome por completo la piel y de inmediato mi expresión feliz fue sustituida por una hastiada, al ver de quien se trató.
—¿Estás disponible para atenderme, dulce Mara? —inquirió este, estando parado a pocos metros de distancia del mostrador en donde me encontraba, en ningún momento dejó de barrerme con la mirada como si fuera la última cosa que necesitaba tener antes de morir.
—No realmente, voy de la salida en realidad —le contesté, forzando mi voz, al mismo tiempo que coloqué las rosas en un jarrón con agua—. Puedes pedirle a alguien más que reciba tu orden, por hoy.
Los labios del hombre se apretaron en una línea fina y pude notar una especie de tic en su mandíbula, pero tan rápido como vino aquella expresión, desapareció para ser sustituida por una sonrisa amplia y de dientes brillantes.
Sabía a qué me estaba enfrentando, por lo que me repetí en mi interior que guardara la calma, pero aunque me lo dijera una y otra vez en mi cabeza, no funcionó. Por ello, comencé a buscar con la mirada mi mochila para despedirme del lugar, antes de que fuera demasiado tarde.
—No me parece que estés muy ocupada —me indicó, acercándose más hacia donde yo caminé. Necesitaba un plan rápido de escape, ¿el problema? Que ninguna de mis compañeras en la floristería apareció en mi salvación—. ¿No te apetece hacerme un favor? Ya sabes, por los viejos tiempos.
Una de las chicas, la que estaba más cerca y había visto la escena se dirigió hacia nosotros; su mirada hablaba por sí sola y de alguna forma me estaba cuestionado si necesitaba intervenir, por lo que le preguntó a Richard si estaba buscando algo.
Este, en respuesta, solo le gruñó como un animal.
—Tengo prisa, Richard —murmuré con seguridad. Una rapidez sobrenatural se apoderó de mi cuerpo, así que sin preámbulos, tomé mis cosas y las apreté contra mi pecho como un escudo protector—. Te dije que puedes pedirle ayuda a otras de las chicas. Yo ya me voy.
Al terminar mis palabras, me hice a un lado y comencé a hacer mi camino en dirección a la puerta. Esperaba que este desistiera, que por primera vez me dejara en paz; estaba tan cansada de tal situación que no sabía si resignarme o seguir luchando contra ello, solo que contra todo pronóstico, Richard giró sus talones y me siguió sin cuidar su distancia detrás.
Al sentir su presencia cerca, las alarmas en la parte posterior de mi cabeza se encendieron, obligándome a acelerar mi paso por toda la calle, hasta llegar a la parada del autobús. Recuerdos desagradables brillaron en mi cabeza como flashes incandescentes, aunque no pude ir muy lejos, ya que un agarre violento me rodeó por el codo, obligándome a mantenerme quieta en mi lugar. Desde que se había separado de mi hermana mayor, las cosas habían parecido mejorar entre nosotras, podíamos comunicarnos de mejor forma y sentía que estábamos dispuestas a apoyarnos mutuamente.
El idiota no había vuelto a merodear a nuestro alrededor y su constante acoso había disminuido en demasía, pero claro, como la vida parecía odiarme, por supuesto que no iba a poder cantar victoria antes de tiempo.
—Nos llevábamos bien cuando era tu cuñado, ¿lo olvidas? ¿Por qué no envolvemos unas cuantas flores para mí? ¿No te gustaría que reconquistara a tu hermana? —El agarre de Richard se sintió como un grillete, manteniendo mis pies plantados al suelo. Intenté sacudirme un par de veces, nada lo detuvo; tampoco ayudó el tono jovial y cómplice que usó detrás de sus palabras, como si hubiera existido antes una especie de complicidad entre nosotros.
No la había.
Lo único que existía era un veneno crudo y poderoso por todo lo que le había hecho pasar a mi hermana.
—Puedes pedírselo a otra dependienta en esta ocasión, Richard, mi turno terminó y debo ir a mi clase. ¿La bebida ya te afectó las neuronas que no logras entenderlo?
—Eres una pequeña perra desagradecida, Mara.
—Me lo dicen mucho.
Se mantuvo erguido y me miró por encima del hombro, al mismo tiempo en el que lo empujé para dirigirme al lugar en el que una fila de personas esperaba para tomar el bus.
En otra situación, pudiese haber caminado hasta el campus de la universidad, ya que no estaba demasiado lejos.
Justo en ese instante, eso no era una opción, ya que temía a que el hombre continuara siguiéndome.
—¿No sabes lo que les hacen a las perras como tú? —lo escuché gritar por detrás, pero no me atreví a voltear para ver su rostro.
Tampoco me quedé para escuchar su respuesta, ya que terminé por correr para tomar el autobús que estaba detenido en la parada, lo más rápido que me permitieron mis pies, sin siquiera fijarme a qué ruta pertenecía o siquiera si podía dejarme cerca del lugar al que necesitaba ir.
El vehículo iba abarrotado de personas que volvían de sus trabajos, ninguna de estas se detuvo a verme o dedicarme una mirada, aún así, pude sentir los ojos de todos puestos sobre mi cabeza, preparándose para saltarme sobre el cuello y absorber mi sangre como una especie de malditos vampiros locos. Estaba intranquila y eso solo empeoró cuando aquel transporte se alejó y pude observar desde la ventana acristalada, como aquel degenerado con las manos en los bolsillos, extendía una sonrisa de oreja a oreja, burlona y mordaz.
Como si a pesar de mi disimulo, fuera consciente del pánico que infundía en mi sistema.
Mi estómago se contrajo, de tal forma que me llevé las manos sobre el vientre y me rodeé con los brazos de manera protectora. Conté hasta tres, luego hasta diez y así, hasta alcanzar una cifra de muchos dígitos para intentar guardar la calma, pero el corazón se me cargó de frenesí.
«¿Qué hice mal?» Me pregunté a mi misma, ¿qué mierda había hecho como para que un cerdo como Richard se apareciera de pronto en la vida de mi familia? Todo lo malo que estaba sobre nuestras cabezas tenían un nombre y apellido, Richard maldito Davis, la persona que había llegado a la vida de mi familia como un boleto de salvación, pero que en poco tiempo se había convertido en una condena.
Los retorcijones en mi estómago no desaparecieron, ni siquiera cuando los minutos transcurrieron y pude darme cuenta de que por suerte había tomado el autobús correcto y que en cualquier momento debía bajarme en la siguiente parada para llegar a tiempo a mi peor clase de la semana, la clase de estadística financiera.
Bien decían que detrás de una desgracia siempre llegaba una bendición.
Me bajé del autobús y me vi impedida por la avalancha incontrolable de estudiantes que entraban y salía de la puerta principal de mi facultad. Era como si esa tarde, cada humano viviendo alrededor del área limítrofe se hubiese puesto de acuerdo para aparecerse en el campus a caminar en la misma dirección a la que me dirigía yo con apremio.
Sentía las gotas de sudor correr por mi frente y el corazón latirme apresuradamente, a medida que los cuerpos de cada persona que pasaba a mi lado me rozaba la piel. Intenté guardar la calma, repitiéndome de nuevo que todo iba a estar bien, que pronto llegaría al aula de clases y estaría a salvo, solo que nada funciono.
El sándwich que había almorzado esa tarde amenazó con saltarme por la boca, así que con toda la fuerza de voluntad que me quedaba, comencé a correr hacia la parte más desolada del edificio, donde rara vez frecuentaban los estudiantes,
excepto para fumar o drogarse.
El camino se me hizo eterno e incluso ignoré por completo el sonar de la campana. Algunos nerds me miraron con desconcierto y yo me estremecí en el proceso, por lo que con cuidado, entré al primer baño que encontré a esperar los minutos que fueran necesarios para que la multitud de gente a mi alrededor desapareciera.
Mi estado no era normal, tampoco ayudó el hecho de que no pudiera sacar de mi cabeza las palabras de Richard, incluso todavía podía sentir el repulsivo tacto de sus dedos contra mi brazo. El agua fría del lavabo y el jabón no hicieron nada para quitar la sensación que me estaba carcomiendo por dentro, muchos menos cuando froté con desesperó mi piel, hasta hacer arder, poniéndola de un doloroso rojo brillante.
Después, me miré al espejo y el remordimiento y el sentimiento de culpa de me embargaron. Había sido testigo de toda la mierda en la que se había metido mi hermana al involucrarse con un bastardo como Richard, también en cómo su vida se había desmoronado poco hasta solo dejar un remanente de la mujer que fue en un tiempo no muy lejano.
No había hecho nada por Rebeca y eso me estaba matando por dentro. Era una persona horrible e iba a tener que vivir el resto de mis días cargando con el peso de mis acciones, sabiendo que iba lastimar a otro gracias a mis cagadas.
Mirando mi reflejo, me sacudí el rostro un par de veces con agua, viendo como mi aspecto anormalmente pálido contrataba con el tono oscuro de mi cabello, haciéndome parecer un fantasma teatral. Mis ojos se encontraban hinchados e inyectados en sangre, no mentían, solo lucía un poco más desafortunada de lo que realmente era.
Intenté mejorarlo, pero no podía hacer mucho en lo algo que desde un principio había estado mal.
Cuando comprendí que aquello se escapaba de mis manos, saqué mi teléfono celular del bolsillo de mis jeans y me dispuse a enviarle un mensaje de texto a mis compañeras del trabajo para avisarles que todo estaba bien. Mi clase de estadística financiera ya había comenzado unos diez minutos atrás, por lo que la única forma en la que el señor Michael me dejara entrar era disculpándome con él y rogarle que hiciera una excepción.
Por lo que me di una última mirada y me dispuse a dirigirme hacia la salida, solo que en el momento en el que mi mano se posó sobre la cerradura del reducido cubículo, me vi empujada hacia el suelo al abrirse abruptamente la puerta, haciéndome caer con un golpe seco contra las baldosas.
—Mierda, ¿estás bien? —Una voz grave se dirigió hacia mí, en el momento en el que mi rostro chocó con un par de zapatillas blancas y unos jeans rasgados.
Mi primera reacción fue llevarme las manos a la frente y hacer una mueca, al sentir el dolor punzante que latió contra mi sien. Tal vez no había agotado del todo mi buena suerte ese día, ya que por poco la puerta no me había atravesado el cerebro.
—¿Puedes ponerte de pie? —Alcé la cabeza, cuando de nuevo escuché al desconocido hablar.
Tal vez se trataba de mi imaginación y estaba alucinando con el golpe, pero no fue así, ya que de pronto, quien sea que fuese el causante de mis males se inclinara hacía a mí, para toparme después con la última persona que esperaba ver sobre la faz de la tierra.
Me quedé estática, parpadeando en repetidas ocasiones para esclarecer mi vista y captar que la imagen que estaba viendo era real, y no una mala pasada, ya que no era posible que mi vida estuviese tan jodida como para encontrarme con las dos personas que más detestaba en una misma ocasión.
Su cuerpo se agachó a mi altura y me miró con falsa preocupación, pero no solo fue eso, ya que sus manos también se dirigieron a mis hombros sin ninguna clase de rodeos, para comprobar si todo estaba orden
Yo me estremecí.
Me estremecí de tal modo que creí haber cortado mi respiración de forma inconsciente al entrar en un estado de shock.
—¿Me estás escuchando? —lo sentí a los lejos de nuevo hablar, mi mente se había dirigido a otro plano en el que por más que intentara luchar, solo iba a hundirme más en mi propia mente—. Mierda, ¿no puedes respirar?
Era como si los demonios oscuros en mi cabeza acabaran de tomar el control sobre mi sistema, las paredes parecieron cerrarse a mi alrededor y mis piernas se sintieron cada vez más débiles.
No sé en qué momento mis piernas colaboraron para colocarme de pie, o si fue mi peor pesadilla quien me arrastró con él, ya que de pronto me sentí asfixiada por el espacio. Intenté respirar, pero el efecto fue el contrario, ya que era como si mis pulmones estuvieran a punto de romper mi caja torácica.
—Respira, no estás sola, respira. —De algún modo, pude escuchar su voz compasiva, que me trajo de regreso a la realidad—. Vamos, ¿crees que puedes hacerlo?
Sus manos viajaron hacia ambos lados de mi mandíbula, para poder ver mi rostro, luché contra la guerra que se estaba desatando en mi interior, pero fue en vano, ya que era como si mis miembros superiores e inferiores no escuchasen las órdenes de mi cerebro, todavía así, hice lo posible por regular los latidos desenfrenados de mi incesante corazón y la vorágine de emociones que ocuparon el silencio del lugar.
Solo que no pude reaccionar, no hasta después de caer en cuenta que mis ojos estaban fijos, encontrándose con los suyos, y que no era el diablo quien estaba cara a cara frente a mí, mucho menos Lucifer, sino más bien que se trataba de alguien peor, del mismísimo Reign Miller en persona.
Sus manos dejaron ambos lados de mi cara, para luego moverse a mi brazo y tirar de mí hacia él. Su tacto se sintió tibio y quise reir, ya que cantante y guitarrista más famoso del momento estaba sobre mí y yo solo quería saltarle directo en la yugular por ello.
—Quítame las manos de encima. —Fueron los primeros pensamientos que salieron de mis labios.
Respiré hondo.
Las palabras se me congelaron en la lengua, en el momento en el que apartó las manos de mi cuerpo, haciéndome fijar en su imponente figura. Por un instante, mis piernas se sintieron como gelatina y perdí el equilibrio, de tal modo que Reign alzó una ceja con humor y torció sus labios en ironía.
—¿Te sientes bien? No pareces capaz de mantenerte en pie siquiera, ¿no quieres que llame a tus padres? —Este acortó la distancia que había creado entre nosotros, de modo tal que se quedó mirándome.
Era la primera vez que lo veía tan de cerca, por lo menos en la vida real y no por medio de la televisión, las fotos de instagram o los videos que me enseñaban mis amigos en sus teléfonos, a simple vista, parecía mucho más alto, alzándose sobre mí y sacándome con facilidad más de una cabeza, haciéndome sentir diminuta a su alrededor. No iba a costarle mucho esfuerzo hacerme daño, si es que lo intentaba.
—Sí, por supuesto, me sentiría mejor cuando te vayas a la mierda.
—¿Disculpa? —respondió con confusión.
—Lo que escuchaste —le señalé, sonando desdeñosa—. Quiero. Que. Te. Vayas. A. La. Mierda.
Reign se llevó las manos a su cabello, apartando así unos mechones salvajes que caían por su frente, mientras me estudió.
—Oye, no sé si te golpeaste la cabeza demasiado fuerte, pero ¿te estás escuchando? Estás reaccionando como una loca.
—¿Como una loca? Deberías tener cuidado con lo que dices —Mi tono no fue agradable, por su cara, pude decir que aquello no le gusto, por lo que al notarlo, Alcé más la voz—: Fuiste tú quien como un imbécil me golpeó con la puerta, ¿o lo olvídate? ¿O es que no te enseñó tu mamá como se abría una cerradura?
—¿Y a ti tu mamá no te dijo que no te pararas detrás de las puertas?—espetó de inmediato con frustración.
Su expresión se acentuó al mirarme.
Mis emociones se pusieron en conflicto, enfrentadas entre sí, por un lado, quería salir corriendo y meter mi cabeza en un agujero, enterrándome viva, pero por otro lado, estaba teniendo la oportunidad perfecta de descargar la ira acumulada por años que llevaba en mi sistema.
Sonreí.
—Deberías seguir hablando, tal vez con algo de práctica seguro que aprendes a decir algo inteligente, pero no tengo el tiempo para ello.
Su mandíbula cayó.
Lo hice a un lado y aproveché su distracción por salir del pequeño cubículo en el cual nos encontrábamos prisioneros, solo que contra todo pronóstico, Reign se precipitó tras de mí, su mano atrapó el hueco de mi codo, dándome la vuelta para mirarlo.
—¿Es esto un truco? No eres mi tipo —agregó con fuerza, mi mirada apenas capaz de tomar y registrar todo de su expresión dura.
—¿Qué?
Hubo silencio.
Un silencio que se sintió demasiado largo, en el que solo pude mirar su mandíbula apretada y tensa, como si rechinara los dientes.
—Lo que escuchaste. No estoy interesado, no eres mi tipo.
—¿Qué no soy tu tipo? Ni que te fuera a donar sangre, idiota.
Tal vez fue un milagro, que justo en ese preciso momento, tuve un brote de claridad, ya que las palmas de mis manos picaban por darle una bofetada o decirle algo que lo pudiera en su lugar, pero sabía que eso iba a meterme en un problema muy serio del cual no iba a salir bien librada, no solo porque la universidad en la que estábamos tenían una política de tolerancia cero contra la agresión y segundo, porque el imbécil de Reign tenía todas las de ganar.
—Yo... —pero no me quede para ver lo que tenía para decir, ya que sus palabras se vieron cortadas con la intervención de alguien más.
—¿Todo en orden, Reign? —Un tercero apareció en escena, un hombre del tamaño de un gorila, con una especie de auricular en su oreja y vestido como los mismísimos hombres de negro.
Eso me hizo salir huyendo, no sin antes extender mi mano al frente y mostrarle con mucha elegancia mi dedo medio, sí, solo eso, porque no quería hacer otra cosa que pudiera hacerme recibir por correo una denuncia por agresión o una demanda por daños y perjuicios.
Pero, por lo menos, su cara de sorpresa por mi gesto vulgar iba a quedar plasmada en la historia.
Porque claro, estaba tan jodida, que me sentía tan bien y tan ligera, luego de insultar al imbécil de Reign Miller que mi día pareció de inmediato mejorar.
Maldito idiota.
Diez mil veces idiota.
X
¿Cómo se encuentran?
¿Teorías? ¿opiniones? ¿Qué les pareció el cap?
¡Hola! Esta vez soy yo, no Hater. Ha pasado un tiempo. La verdad, durante muchos meses reescribir este capítulo, alrededor de unas nueve veces, si soy sincera; esta es la versión final. ¿Saben? Tengo una pequeña manía, no saco algo a la luz hasta que siento que es perfecto y esta vez fue esa ocasión. Ya como acabo de salir de mi bloqueo, podemos volver a las actualizaciones regulares. Algo que amo de esta historia es que, tiene demasiados momentos de tensión. Amo demasiado a estos personas.
Gracias por leer, votas y comentar. XOXO; Ashly.
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