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Capítulo 18: Jugando con fuego

Amor y odio: dos caras de una misma moneda. Dicen por ahí que cierta persona sigue recordando lo que ocurrió hace unos ¿tres años? Nada dura para siempre, menos los secretos que huelen mal. Queridos miembros de Softcore, no se puede tener el corazón roto para siempre.

No me odien demasiado; Hater.

Mara

—¿Todo en orden, hermanita? ¿Qué ves tan temprano en el celular? —La voz amarga de Rebeca, hizo que despegara la cabeza de mi teléfono, para centrarme en su expresión aguda a primera hora de la mañana

—No lo sé, ¿hay algo por lo que debería de preocuparme? —Le contesté con simpleza, ignorando su comentario y regresando la atención a las hojuelas de maíz que flotaban en el gran tazón frente a mí, en vez de a mi teléfono, al que hice a un lado.

—¿Entonces por qué ocultas lo que sea que estás leyendo como si hubieses hecho algo malo? —Soltó una carcajada—. Pensaba que ya habías dejado de leer tus novelas cachondas.

—¿Que te dice que estoy leyendo algo? —Puse los ojos en blanco—. ¿O es que hacerlo es demasiado intelectual para ti?

A Rebeca le encantaba hincar sus dientes de un modo u otro para resaltar su falsa superioridad, algo que con los años, había dejado de afectarme, cosa que cada vez más le molestaba.

Pero nada iba a enfurecerla más que el que se enterara de que la había denunciado con el departamento de servicios sociales, el cual, para su buena suerte, aún no había decidido hacer su gran acto de presencia.

Podía adivinarlo, no solo porque seguía actuando con completa naturalidad y sintonía con su actitud irresponsable, sino también por el pequeño niño de casi dos años que jugaba con legos en nuestra sala de estar, como un pequeño ángel, inocente del hogar miserable en el que estaba.

—Esa es la única vida social que tienes, ¿no? —sonrió, llena de condescendencia.

De pronto, había perdido el hambre, la leche me supo agria y el cereal amargo.

—Y tal vez en algún momento tú no llegues a tener ninguna... vida social, digo. —No hubo malicia de por medio, por el contrario, deseaba que se ocupara en algún momento de las cosas que eran importantes para su hijo y para ella, pero Rebeca no lo veía de tal modo.

Lo único que le importaba eran sus conquistas de una noche y emborracharse hasta la inconsciencia.

En ese instante, escuché mi teléfono sonar, pero antes de que pudiera extender mi brazo para tomarlo, mi hermana se había movido, abalanzándose sobre mí y arrebatándolo de mi vista.

—¿Quién mierda es Farsante y por qué te llama preciosa? —Ni siquiera intentó ocultar el sarcasmo y la burla en su tono—. Es alguien que conociste en Tinder, ¿o qué?

Una pequeña acción.

Solo hace falta una pequeña y estúpida acción para poner tu mundo de cabeza.

Un catalizador para el desastre o una muerte anunciada, tomas una decisión y eso puede condenar tu existencia rápidamente a su fin.

Por eso, cuando me desperté ese día viernes, para irme al trabajo, supe que si no enfrentaba la realidad que había estado evitando el último par de días, esta terminaría consumiéndome, y el primer choque que tuve, no solo fue con mi hermana, sino con el chico que había estado ignorando, por el otro chico el cual ni siquiera le conocía el rostro.

Sin embargo, ¿por qué sentía tanta curiosidad por besar a alguien a quien ni siquiera conocía solo por comparar?

Me puse de pie y dándole un empujón que la hizo chocar contra la encimera de la cocina, la hice a un lado y le quité el teléfono para ocultarlo de su vista aprensiva y capciosa.

No me importó la expresión de dolor en su rostro, ni el sonido sordo de su cadera al chocar contra la cerámica; más bien, le sonreí con indiferencia y me moví hacia la sala, en donde encontré a Leo.

Al verlo y poderlo estrechar contra mis brazos, toda mi postura se suavizó.

Él merecía algo mejor, no una madre negligente y una tía jodida como la que tenía. Esperaba que cada uno de mis esfuerzos, valieran la pena por él, y solo por él.

Le dije al oído cuánto lo quería y le di unos cuantos besos en la cabeza, su respuesta no fue más que balbuceos, alzó su pequeña cara y sus grandes ojos me miraron con admiración. Su sonrisa fue tan grande, que me hizo sentir como si fuera la cosa más especial e importante para él, del mismo modo que él lo era para mí.

Lo llevé a la cocina y le di un par de galletas que había hecho la noche anterior y un vaso de leche fría.

No era la dieta más nutritiva y balanceada para un bebé, y me sentí miserable por no hacer nada más por él. Rebeca, quien estaba parada de espaldas a mi dirección, intentó esconder una lata de cerveza, tal vez vacía, de mi vista, pero terminó fallando en el intento, cuando escuchó la risa de Leo al jugar con la comida.

Ella solo se dio la vuelta y me miró, soltando un carraspeo.

—Ve y ponte algo de labial, ¿quieres? Vas por ahí con esa ropa y la cara lavada, no solo asustarás a mi hijo, sino que también van a pensar en calle que eres alguna clase de vagabundo.

—¿Tu hijo?

Una ligera punzada sacudió mi interior y me mordí la lengua para no arremeter contra ella delante de Leo.

—La antigua Mara le hubiese agradado más al bebe.

Solo era su hijo cuando quería marcar los puntos, pero de resto, en casi dos años, no había podido ser la madre que un ser inocente que la necesitaba.

La ignoré y le entregué una última galleta a este, luego me dispuse a empacar otras, para comenzar mi mañana un poco antes de lo normal. Me dirigí a mi habitación, tomé mi bolso e inconscientemente comprobé mi aspecto.

Todo parecía en orden, no había nada raro, llevaba unos jeans holgados y una camiseta del montón que había comprado de segunda mano. No quería llamar la atención, lo detestaba, incluso usando la prenda más horrible, siempre era víctima por una u otra cosa del acoso callejero

¿Era un blanco tan fácil? No lo sabía, pero tan solo la noche anterior, había sido acosada por un par de tipos antes de llegar a casa y aunque tal vez también se debía a la zona tan carente en la que vivía, en cualquier lugar del mundo, las mujeres teníamos que lidiar con esa clase de mierdas.

Para muchos, era encasillada como una perra gótica o una emo, y aunque me gustaba un poco lo primero, mi color favorito no era el negro y prefería volver a sentirme como una persona normal antes de cargar con más estigmas encima de los que ya me daban.

Por ello, aunque no quisiera, mi mirada se desvió al sencillo closet de madera que había tenido toda la vida, donde apartadas y sepultadas al fondo del armario, se encontraban las piezas de ropa que no me había atrevido a donar a la caridad y que por alguna extraña razón mi hermana no se había decidido a saquear como todo lo que dejaba por ahí.

Si había algo que, de algún modo, guardaba recuerdos, era la ropa. Los patrones, las texturas y los pliegues de las telas te daban un viaje gratuito por el baúl de los recuerdos; ese momento no fue la excepción, mucho menos cuando tomé al azar lo que pareció una camiseta negra de manga corta, un poco más ajustada de lo que estaba acostumbrada y una falda plisada del mismo color.

Sin pensarlo demasiado, me deshice de lo que llevaba puesto, cambiándolo por las otras prendas; luego fui hasta el tocador, en donde tirado en la última gaveta, se encontraba un par de labiales y algunos otros productos de maquillaje, que a lo mejor estabas caducados, por los años sin usar.

Por si a las dudas, solo me coloqué algo de brillo en los labios, mirándome al espejo.

«Te ves ridícula»...

Una risa amarga se escuchó en el fondo de mi cabeza y gracia a ello, me llevé el dorso de la mano hacia la boca, retirando cualquier clase de producto que hubiese colocado allí.

La voz de la inseguridad, había ganado en aquel momento, por lo que estuve tentada en hacer a un lado aquel atuendo y regresar a mi ropa usual, pero algo en mí, me dijo que no lucía tan mal. Seguía teniendo ambos brazos, ambas piernas y a simple vista, no había nada que me delatara, no parecía haber nada raro conmigo y tal vez, solo tal vez, no sería tan malo después todo.

***

Sentí la sangre correr por las yemas de mis dedos, seguido de un dolor agudo al que me había acostumbrado en el último par de años que había estado trabajando en la floristería.

La campana que indicaba que un nuevo cliente acababa de entrar no tardó en sonar, haciendo que una sonrisa practicada se extendiera en las comisuras de mis labios casi que en automático.

Una mujer con un ajustado vestido de leopardo, se deslizó por la entrada y seguido de esta, una serie de hombres trajeados que parecieron sacados de una reproducción a menor escala de la película de hombres de negro.

Mi jefa, quien irónicamente se llamaba Rosa, de inmediato salió de su escondite, para dirigirse a la mujer con una sonrisa aún más amplia y falsa que la mía.

—Mara, cariño, ¿podrías acabar más rápido? —Su voz en un tono sutil, se dirigió en mi dirección y como un robot programado, asentí con la cabeza.

Mi turno estaba a punto de terminar, pero a última hora nos había llegado un pedido de rosas demasiado grande para entregar. Normalmente, las órdenes a esa escala eran tomadas con días de anticipación, pero la falta de demanda y exceso de cuentas por pagar, habían hecho que todas estuviéramos corriendo como locas por terminar semejante entrega.

—En cinco minutos, señora —dije y esta me miró suplicante. Rogaba que fuera suficiente para colocar los papeles y cintas que faltaban alrededor.

La mujer de aspecto rico, cruzó hacia Liliana, la hija mayor de Rosa, la cual había estado trabajando conmigo codo a codo en envolver los arreglos. Miró con indiferencia el trabajo que estaba en las manos de mi compañera y cruzó el mostrador hasta donde me encontraba yo, terminando de fijar los últimos tallos de las flores.

—Tienes talento —enunció la desconocida, mirando con escepticismo las rosas rojo sangre que estaban siendo envueltas entre mis dedos.

—Gracias, lo aprecio —contesté, suavizando mi voz.

La mujer rió por lo bajo y continuó mirando lo que hacía, como si fuera una especie de rata de laboratorio originaria. Su perfume había impregnado toda la tienda; fuerte y especiado, pero de cierta forma, elegante.

Por un momento, su mirada se estrechó en mi dirección, haciendo creyera que estaba juzgado mi trabajo, pero cuando no se detuvo y me dio una barrida desde la raíz del cabello, hasta la punta de mis zapatos de plataforma, supe que no estaba midiendo la calidad de mi trabajo con aprensión, sino que se estaba fijando en mí o quizá en mi aspecto medio desaliñado.

—Casi listo, podemos ayudarla a llevar esto a su vehículo —dije, más para mi jefa que para la mujer. Esta última, sin ninguna clase de disimulo me arrebató el arreglo de flores, causando una nueva herida, gracias a un tallo que alguien no había terminado de limpiar.

—No entiendo qué te ve.

—¿Disculpe? —inquirí confundida, pensando que había escuchado mal.

La sangre rodó por mi mano, gracias al pinchazo y por la sorpresa no pude ocultar mi expresión de dolor.

Tal vez fue por eso que la mujer sonrió con condescendencia, mostrando una serie de carillas en sus dientes, blancas como faros.

¿Dónde la había visto antes? Por más que le di vueltas a mi mente, no di con la respuesta, pero algo me decía, de que su cara se me era familiar de algún lado.

—No entiendo qué le ven a las flores, son peligrosas. —Estaba segura de que no había dicho eso, pero como tampoco comprendí sus palabras, no las rebatí.

—Descuide, esperemos que vuelva pronto y que las disfrute —agregué de vuelta, cuando le lanzó el arreglo a uno de los dos hombres que supuse eran sus escoltas.

—Seguramente será así, solo ten más cuidado la próxima vez —musitó, chasqueando—. Aunque claro, los accidentes pasan.

***

Mierda.

Si había algo que odiaba, era llegar tarde y por desgracia, era uno de esos días en los que a pesar de me había esforzado lo suficiente para llegar a tiempo, el destino se empeñaba en ponerme trabas para que el señor Michael, me odiase un poco más de lo que ya lo hacía.

Todos estaban reunidos con su compañero, discutiendo los adelantos del proyecto. Intercambié miradas con Olivia, quien se encontraba sentada en la parte más alejada del salón de clases, charlando de forma tranquila con el tipo con el que estaba haciendo su trabajo.

Solté una exhalación y tomé un trago largo de mi botella de agua, cuando me dejé caer en mi asiento, diez minutos más tarde de la hora pautada por nuestro profesor.

A mi lado Reign me miró con curiosidad y enarcó una ceja, seguido de un carraspeo que brotó de su garganta.

—¿Estás bien? —preguntó.

Asentí con la cabeza y le di otro trago a mi botella. No había podido comer nada en todo el día y rogaba que los sonidos de mi estómago no me delatasen.

—Por supuesto. —Mis ojos fueron a parar directamente hacia sus manos, las cuales con seguridad sostenían la tableta que habíamos estado utilizando un par de días atrás, haciendo que mi rostro se calentara al instante por la vergüenza—. Si es que tú lo estás.

Las mejillas me ardieron. La imagen del del pequeño error que habíamos compartido se proyectó en mi cabeza y como por arte de magia él pareció notarlo, ya que deslizó su lengua por su labio inferior y una sonrisa de dientes perfectos y alineados que se posó en su cara.

—Ya me lo parece, Mara —agregó y rápidamente borró la expresión de comemierda, para pasar a una seria—. ¿Quieres revisar esto? No lo he enviado porque quisiera saber antes tu opinión.

Sin sutilezas extendió la tablet hacia mis manos y con algo de nerviosismo la tomé; en el segundo en el que sus dedos rozaron con los míos, sentí un escalofrío por mi piel que me hizo querer retirarlos de inmediato, por lo que sin haber tomado bien el aparato antes, lo dejé resbalar de entre mis dedos, causando que cayera por accidente al suelo.

Primero fue el ruido del cristal roto, seguido de las miradas apreciativas y curiosas que se dirigieron en mi dirección. Quise que la tierra me tragara, y solo como cada día de mi vida, me lamenté por mi existencia.

Esa cosa debía costar miles de dólares, que evidentemente no tenía, así que rogué a lo que sea que estaba en el cielo, que no hiciera lo que hacía siempre, que no me abandonará y no estuviera rota.

Sin darme tiempo a reaccionar, Reign se inclinó desde su silla y recogió la tableta. Un segundo, el cual se convirtió en un minuto, mi corazón se detuvo, observando como este continuó mirando aquella cosa, sin darle demasiada importancia. Una raya atravesaba una de las esquinas superiores, con la sensación de una astilla filosa.

—¡Mierda, lo siento! En verdad lo siento. Soy una idiota. —Fue lo primero que se me ocurrió para decir, mi tono un poco más avergonzado, agudo y alto de lo normal—. Te comparé otra.

—Los accidentes pasan, Mara —dijo con suavidad, para mi sorpresa; también sin ira y como si su pantalla agrietada fuera lo más común del mundo—. Además, seguro que aún funciona, porque si no, nos reprobaran el primer bloque de este trabajo y nos tendremos que ver otra vez el semestre que viene, y aunque no me molestaría seguro que no quieres eso, ¿cierto? —agregó después, en un tono de broma.

Solté una bocanada de aire, porque hubiese preferido mil veces enfrentarme a su ira que a la amabilidad y la lástima.

—No, eso no ha debido de pasar.

Por un momento, recordé las palabras de la mujer que había hecho ese pedido gigantesco en la floristería.

¿Acaso había sido solo un accidente? Siempre estaba alerta, en todo momento, ya que no creía que existiera algo como los accidentes.

—De verdad, lo siento. —Me volví a disculpar.

—Solo es una tablet, ¿sí? —Pude sentir la derrota flotando sobre él.

Me sentí culpable, porque odiaba la mayor parte del tiempo fallar. Era demasiado cuidadosa para cometer esa clase de errores, prefería pasar desapercibida en vez de llamar la atención de todo a mi alrededor. Estaba tan tensa que la piel comenzó a escocerme; todo debido a la atención repentina e innecesaria que estaba recibiendo de las otras personas, que no tenían nada mejor que hacer con su propósito de vida.

Reign le dio un par de golpecitos a la pantalla y para nuestro alivio, esta volvió a la vida, haciéndome caer en cuenta de que ni siquiera había pensado en la posibilidad de que todo nuestro avance para el proyecto de clase pudo haberse perdido y con ello, se hubiese puesto en riesgo mi estadía en la universidad.

Intentando tranquilizarme, escuché al señor Michael hablar, pero no presté nada de atención a lo que este decía.

Cuando terminó, Reign colocó frente mí una serie de gráficos sobre las ventas de los cantantes y grupos musicales que yo misma había sugerido y para mi sorpresa, el trabajo que estaba ante mis ojos, era casi perfecto, tanto que debía admitir que ni siquiera yo misma podría haber hecho algo mejor que él.

—Agregué tus anotaciones, creo que con ello la primera parte estará lista —dijo, como si estuviera esperando mi aprobación.

—Gracias, se ve genial —admití, incómoda, al tiempo que me aclaré la garganta.

Normalmente, era yo quien terminaba haciendo la mayoría de los trabajos grupales cuando estaba con Omar y Olivia, y eso me sorprendió.

Desde mi dirección, pude sentir sobre mí la mirada penetrante de mi amiga. Giré la cabeza y la vi, sentada en diagonal a nosotros, solo que no me estaba mirando a mí, sino a Reign.

Se mordía el labio con descaro y soltaba risitas agudas, mientras batía las pestañas, intentando llamar su atención. Conocía su movimiento de memoria, pero para mi confusión, la vi susurrándole algo al oído al hombre que estaba a su lado.

Todo era extraño, por lo menos para mí, sobre todo cuando soltó un suspiro, se removió en su asiento y su espalda se recostó contra el espaldar de la silla, una y otra vez, mientras el tipo que estaba a su lado, también rió.

Nadie pareció prestarles demasiada atención, pero un aura incómodo nos rodeó, cuando los ojos de Olivia se encontraron con los míos y no me miró suplicante, solo con complicidad y también con superioridad.

Creería que estaba intentando captar la atención de la persona que estaba a mi lado, pero él pareció más concentrado en añadir los números que estaban en mi libreta al programa de su Ipad, que a la morena que estaba haciéndole ojitos.

Una vez el profesor revisó los adelantos de cada uno, dio por terminada la clase; la señal que necesitaba para largarme a casa de una buena vez, no sin antes querer darle una pequeña probada a las galletas que estaban en un topper en mi bolso desde la mañana.

Reign recogió sus cosas y se puso de pie, sin mirarme. Nuestro trato, a pesar de que se había vuelto cordial, seguía siendo incómodo y ahora que le añadíamos el factor de que prácticamente nos habíamos comido la boca el uno al otro, las cosas podían ponerse peor.

Lucía concentrado en su teléfono, haciendo cosas que tal vez las personas famosas e inútiles hacían, por lo que no le di demasiadas vueltas al asunto y procedí a sacar el contenedor de mis galletas de mi mochila y luego de destaparlo, le di un mordisco a la primera y el sabor de la masa de mantequilla, mezclada con la mermelada de fresa casera que yo misma había hecho para cubrirlas, invadió mis papilas gustativas.

Un sonido agudo escapó de mis labios y Olivia, quien no había terminado de salir del aula, se giró sus talones y caminó en mi dirección, sin ocultar su sonrisa.

—¿Son para mí? Mierda, cariño, hace tiempo que no pruebo una de tus galletas —asumió, a medida que se acercó.

Mierda, era un adiós a mi única comida del día.

Parpadeé con desconcierto, y cuando está estuvo frente a mí, intentó tomar el recipiente, pero los reflejos de alguien más, fueron más rápidos, ya que un segundo después, Reign había apartado su atención del celular, para arrebatarle las galletas a Olivia.

—¿Te importaría no tocar sus cosas con las manos sucias?

Mis cejas se hundieron al escucharlo y ni comprendí a lo que se estaba refiriendo.

—¿Qué? —recitó mi amiga, estática.

—Lárgate, el olor de tus fluidos corporales es desagradable.

El rostro de mi amiga se sonrojó de la rabia y de pronto, me enfrentó. Ni me había perdido de algo, ni siquiera podía determinar que era.

—¿Le permitirás que me hable así?

—Mejor vete a tomar una ducha. —Reign no la dejó terminar de hablar—. Es asqueroso.

Tal vez me habían transportado a un mundo paralelo, ya que sí, Reign podía ser un bastando odioso, pero sabía cuidar su imagen muy bien.

Lo suficiente como para que su actitud de mierda se equilibrase con su cara bonita.

—No estoy entendiendo —les dije a ambos—. ¿Me perdí de algo?

Olivia llevaba días actuando de manera extraña, pero esa era su forma de ser, tenía épocas en las que odiaba a todo el mundo, por lo que había aprendido a vivir con ello en todo el tiempo que llevaba conociéndola.

—Omar tenía razón. —Me miró con decepción, como si de cierto modo hubiese violado el código de la amistad entre nosotras—. Mejor me largo.

Aparté los ojos de ella en el momento en el que la vi salir. Me replanteé incluso salir tras ella, pero no podía corregir algo cuando no sabía con certeza en que me había equivocado.

Sin importarle el momento y con demasiada confianza, Reign inspeccionó el topper, mirando con un gesto de curiosidad su interior. Me mordí la lengua para no ser grosera, ya que acababa de joder su Ipad que de seguro costaba más de lo que podía ganar en diez años.

—¿Qué acaba de suceder?

Tras eso su sonrisa fue ladeada, como con complicidad.

—En serio no te has dado cuenta de nada durante la pasada hora. —Negué con la cabeza, tal vez creyó que se trataba de una mentira, ya que sus ojos se estrecharon—. Dios, a veces en serio me preocupa que seas tan despistada.

—¿Puedes ir al grano?

—Preferiría ahorrarte el trauma.

—Y yo preferiría que te ahorrarás los rodeos, así que habla.

Una risa petulante escapó de su garganta y tuvo que aclararse la voz para sonar serio.

—A tu amiguita voyerista le estaban metiendo mano.

—¿Dis-culpa? —balbuceé, atragantándome con las palabras.

—Joder, Mara. Incluso creo que el anciano del profesor Michael, pudo darse cuenta de las caras raras que hacían ambos durante la clase. Estaban haciendo de todo, manos el proyecto.

No me di cuenta cuando me dejé caer contra la mesa del pupitre, así que me senté sobre la tabla para prestar mayor atención a las palabras de Reign.

—¿Qué significa eso de... meter mano? —inquirí con duda, rogando no sonar tonta o inocente.

La sonrisa en las comisuras de Reign se extendió, como si se hubiese ganado el premio gordo, luego, se llevó las manos a los ojos para frotarlos con frustración.

—¿Tú nunca...?

—Te dije que fueras al grano.

Se quedó pensativo, como si estuviera buscando con cuidado las palabras corrector en el fondo de su mente, cuando las consiguió, soltó la bomba sobre mi cabeza, sin ninguna clase de cuidado.

Su actitud comenzaba a irritarme, y joder, no quería terminar con una jaqueca al volver a casa.

—Mierda, Mara. No me mires así. Ya sabes, se estaban dando algo de amor propio, ella y el tipo a su lado, se... tocaban.

—¡¿Qué?! ¿Estás loco?

De repente solté una risa nerviosa. No podía estar hablando en serio, así que comencé a reír como si aquello fuese absurdo, porque lo era.

No quería sonar como una completa mojigata, por lo que no dije nada, simplemente me quedé sin palabras.

—Se hacian una paja ambos. ¿Satisfecha? —murmuró, a medida que se inclinó sobre mí tal vez de forma inconsciente.

Yo me eché hacia atrás en la mesa, haciendo que sin querer, la falda que llevaba se subiera unos cuantos centímetros por mis muslos. Instintivamente, quise bajarla, pero eso llamaría aún más su atención y era lo que menos quería.

—Demasiado. —Tragué en seco y este se acercó aún más—. Tanto que me gustaría que te alejaras.

Extendí la mano y tomé otra de las galletas, llevándomela a la boca, para disimular. Estábamos jugando con fuego y eso no me gustaba.

—¿Invado tu espacio personal? —Una mirada descarada pasó por mis piernas y no hizo nada por ocultarla, más bien la afianzó cuando sus ojos oscuros se detuvieron en mi boca y sin darme cuenta las yemas de sus dedos fueron a parar directo a la esquina de mis labios, en donde limpió la mancha de mermelada, para después llevarlos a la suya propia y probar el sabor de sus dedos con su lengua—. Eso no parecía molestarte cuando me besaste, dulce Mara. Además, supo delicioso, la galleta, debo decir.

El corazón me latió con un frenesí imparable y se me hizo inevitable ocultar mi respiración nerviosa.

Busqué en el fondo de mi memoria, la respuesta que la Mara del pasado podía darle; aquella que muchos habían clasificado como una jugadora retirada y otorgándole una sonrisa confianza, me metí en un papel el cual había olvidado varios años atrás.

—Tu querías besarme desesperadamente, y para que sepas, un beso no se le niega a nadie.

Eso fue suficiente, para que me pusiera de pie y tomará todas mis cosas excepto las galletas que tanto me había esmerado en hornear. De pronto había perdido todo el apetito. Reign se dio la vuelta y del pupitre de al lado, tomó lo único que no había guardado en su mochila, el jodido aparato que me había metido en reverendo problema.

Me sentí culpable. La cosa estaba rota por mi culpa y yo no tenía un duro para remediarlo y aun así dije:

—Sigue en pie eso de comprarte otra, ¿sabes?

—Mara. —Este se dio la vuelta y dijo mi nombre, inflexivo—. Mírame.

No le había gustado lo que le había dicho, pero yo realmente odiaba estar en deuda con la gente, sobre todo con él, la última persona con la que debería estarlo.

—Por lo menos déjame pagar por la reparación.

—¿Es en serio?

—Sí —agregué.

Lo escuché soltar una respiración pesada y sus hombros cayeron con cansancio.

—Puedes romper cien de esas y no va a importarme en lo más mínimo, mucho menos cuando no fue tu culpa. Es una estúpida tablet. No voy a gritarte, enojarme o irme contra ti si es lo que esperas, ¿sabes?

Fruncí el ceño.

—Te daré una nueva, lo prometo.

—¿Por qué eres tan jodidamente terca? —susurró con frustración.

—No puedo deberte nada, no a ti —confesé con algo de voz rota.

Ya me sentía lo suficientemente culpable por haber hecho cosas que no debía, por haber roto la confianza de alguien más al besarlo, y eso me estaba devorando por dentro.

Necesitaba hacer algo para pagarle el haber roto su Ipad, así que una idea absurda, pero al mismo tiempo brillante, surgió en mi cabeza de la nada.

Había una única cosa de valor que había traído conmigo esa tarde. Una cosa que no podía tener cualquiera, y que viniendo de mí, era un privilegio. Así que me aferré a mis pertenencias, me el contenedor de las galletas y se lo aventé al pecho.

Gracias a sus buenos reflejos, sin mucho esfuerzo, este atajó las galletas y la expresión de sorpresa en su rostro no tardó en llegar.

—Da como saldada nuestra deuda.

—¿Qué? —Se quedó perplejo.

—Lo que escuchaste —dije con arrogancia, haciéndolo a un lado para que me dejara caminar hacia la salida—. No te debo nada.

Podía contar con los dedos de una mano y me sobrarían las personas que habían llegado a probar las cosas que preparaba. Se suponía que debía pasar por una perra ruda y eso no iba bien de la mano con tener un pequeño hobby con respecto a hornear cosas.

Mayormente, lo hacía para escapar un rato de la realidad, sin mayor explicación.

—Mara. —Le sentí llamarme

Me dije a mí misma que no me diera la vuelta, pero como bien dicen, la curiosidad mató al gato, ya que en modo automático, me giré en mis talones para encontrarme con su mirada de cazador y su sonrisa brillante.

—¿Olvidé algo?

—Recuerda tus palabras la próxima vez, eso de que un beso no se le niega a nadie, podría volver a pasar.

Quería que volviese a pasar.

Incluso tenía a alguien en mente y ese alguien no era él.

X

¿Teorías? ¿Dudas? ¿Preguntas? ¿Opiniones?

Traigo malas noticias, el teclado de mi computadora está fallando y en este momento no está en mis posibilidades adquirir una nueva. Tiene más de diez años conmigo, así que pues, ustedes entienden. Escribir desde el celular no es una opción para mí, porque tengo problemas de vista. Algunas vocales y letras no se marcan, así que tuve que recurrir al teclado virtual, marcando una por una. Me tarde no sé cuántos días escribiendo esto y fue un calvario, por favor, disculpen si ven errores.

Espero las cosas mejoren pronto, actualizo como puedo y tristemente todo mi tiempo estos días se va en trabajar y en otras ocupaciones.

Gracias por leer votar y comenta. XOXO; Ashly.  

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