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Capítulo 13: Solo un poco rotos

Mara

Cuando pensaba que mi vida no podía ser peor, siempre sucedía algo que la hacía empeorar.

Y lo que iba a suceder en ese momento, no fue la excepción.

Caminé hacía la puerta de la casa, a medida que mis manos intentaron calmarse para poder introducir después las llaves en la cerradura, dándome cuenta que esta ya se encontraba abierta. El corazón me latió con frenesí y exhalé profundamente para intentar regular mi respiración y mis emociones desbocadas.

La casa estaba en silencio y las luces de la sala y la cocina, encendidas. A pesar de que la casa estaba desierta, había un par de colillas de cigarro en la mesa, y un persistente olor a nicotina en el ambiente que no era regular. No fumaba, y por lo que sabía, Rebeca tampoco. Sus últimos mensajes, había sido la respuesta que me había dado luego de que me negara a quedarme cuidando a Leo, por lo que lo más seguro es que hubiese salido no mucho después.

Eran casi las cinco de la mañana y eso significaba que lo había dejado solo por casi diez horas. Leo ni siquiera tenía dos años, no sabía hablar, no podía defenderse, era vulnerable y dependía de su madre, la persona que se supone debía amarlo, protegerlo y cuidarlo, pero que, sin embargo, era lo que menos hacía.

Corrí hasta la habitación del bebe, imaginándome todas las posibles y terribles situaciones con las que iba a encontrarme. La luz de la habitación estaba apagada, por lo que no podía ver nada, excepto la poca luz de la calle que se reflejaba a través de las cortinas. Busqué a tientas el interruptor en la pared que estaba justo al lado de la puerta y todo el espacio se iluminó, para revelar a Leo, hecho un ovillo, al tiempo en el que sus jadeos, en medio de lo que parecía un mal sueño, llenaban la habitación.

Sus sollozos me arrugaron el corazón, pero también llenaron mi estómago con algo que no podía ser otra cosa que cólera pura.

¿Cuánto tiempo no había estado en casa?

¿A dónde estaba ella?

Las preguntas no tuvieron respuesta en mi cabeza, por más que las formulé con desesperación. Con pasos silenciosos, me acerqué hasta la cuna y lo tomé en mis brazos, estrechando su cuerpo, el cual estaba demasiado frío, contra el mío. No pasó demasiado tiempo, para que este comenzara a removerse en sueños, de modo que sus grandes ojos me miraron, implorantes y llorosos.

Su naricita estaba roja, todo el contorno de sus párpados hinchados. Tal vez estaba lleno de miedo, preguntando dónde estábamos y eso me hizo sentir culpable. Culpable por no poder llegar antes y también por dejarme envolver en un lugar en el que en primer lugar, nunca debí haber pisado.

Comprobé el pañal de Leo, y note que este estaba manchado, también debía tener hambre. Una vez lo había aseado, alimentado y puesto a descansar de una forma más apropiada, le envié un mensaje a la señora Díaz, para agradecerle y avisarle que todo estaba en orden.

No supe cuánto tiempo transcurrió, hasta que el sol se asomó en el horizonte, y toda la ira se intensificó en mis venas. Fui hasta mi cuarto, pero este parecía como si un huracán hubiese pasado por el lugar. De ese modo, no me quedó más que otra que dirigirme a la sala, para tomar asiento en el sofá. Intenté guardar la calma, pero a medida que los minutos se siguieron convirtiendo en horas, se me fue imposible.

No era una persona tan paciente, pero no iba a darle una advertencia a mi hermana hasta que llegase, porque si lo hacía, iba a catalizar mi rabia.

Exactamente, a la ocho de la mañana, un clic, proveniente de la cerradura de la puerta principal, me advirtió de que Rebeca estaba cerca.

Me preparé para lo peor.

O lo mejor, dependiendo desde donde lo mirara.

Pocos segundos después, su figura caminando a rastras se reveló. Sus pasos eran descoordinados y su aspecto era aún peor. Desde su cabello enmarañado, sus ojos con maquillaje corrido y un vestido hecho jirones, que de hecho me pertenecía... o en algún momento de mi vida, lo había hecho.

Solté un suspiro demasiado sonoro y ni siquiera por eso, se dio cuenta de mi presencia. No era invisible, pero parecía serlo en muchas ocasiones.

—Necesitamos hablar. —Me aclaré la garganta, dirigiéndome en su dirección. Mi hermana ni siquiera se inmutó, por lo que aumente un poco más mi tono—. Ahora.

—Dios... es demasiado temprano para que comiences a molestar. —Esta se giró para verme con sus ojos inyectados en sangre. Apestaba alcohol barato, mezclado con perfume masculino y otras cosas que no podía identificar.

—¿Te parece que es demasiado temprano? —Me coloque de pie y me cruce de brazo—. ¿En serio te parece que es demasiado temprano?

—¿Podrías no hablar tan alto? Me duele la cabeza y necesito descansar.

Necesitaba descansar...

Aquello me descolocó y aunque intente ordenar una oración coherente en mi mente para refutar sus palabras, ninguna parecía lo suficientemente mordaz o apropiada. Incluso, aunque la conocía desde siempre, su descaro seguía dejándome en shock.

—Rebeca —enuncié.

—Está bien, hermana, ya que insistes hablar, puedes prepararme algo de café y así me convenzas.

Mi boca se abrió, pero esta me dejó con las palabras tendidas, ya que con una rapidez que no tenía cuando entró, se giró en sus talones y comenzó a dirigirse hacia su cuarto.

Me dije a mí misma que no entrara en pánico, podía lidiar con su mierda, lo había hecho toda la vida. Iba a darle café si lo quería, no era mayor trabajo. Al ser una persona madrugadora, siempre les había preparado café a primera hora a ella y a mis padres, a pesar de que incluso no me gustaba su olor.

Fui hasta la cocina y busqué los últimos granos del polvo instantáneo con agua que calenté rápidamente en una olla. A Rebeca le encantaban sus tazas de café, humeantes y gigantescas, sin nada de azúcar, así que eso hice. Una vez el café estaba preparado, me dirigí hacia su habitación, sin molestarme en tocar antes la puerta, para que tuviéramos por fin aquella conversación.

No me sorprendió encontrarla boca abajo en su cama, ya roncando y menos me sorprendió lo que hice.

Cuando deje caer todo el líquido sobre su espalda desnuda y su cabello. De inmediato un jadeo, acompañó a un grito con maldiciones inentendibles, las cuales me hicieron sentir demasiado bien y me dieron el empujón que finalmente necesitaba para hablar.

—Voy a denunciarte por maltrato y negligencia infantil.

Tras mis palabras, Rebeca, incluso olvidó por un momento que le había echado encima una taza de café hirviendo.

—¿Que... estás diciendo? —inquirió con un ligero tartamudeo.

—Lo que escuchaste —le confirmé—. Iré hoy mismo a denunciarte por maltrato y negligencia hacia un menor. Tu hijo, ¿lo recuerdas? Ese que dejaste solo.

—¿Tú? —Pude sentir la incredulidad en su voz, y por asombroso que fuera, ya no parecía tan borracha—. ¿Acaso te volviste loca?

Le dediqué una sonrisa condescendiente.

—No lo sé, dímelo tú, ¿O es que el café que querías te jodío el cerebro, hermana? Dijiste que querías una taza, aunque tal vez fue el alcohol o la mierda que de seguro te metiste, para que no entiendas lo que quiero decirte. .

Aquello pareció encender un interruptor en ella, ya que su rostro pálido por la resaca, se enrojeció, y no se trató para nada del café ya pegajoso sobre su piel.

—No te atreverías.

—De hecho, sí lo haría.

—¿Y dejar a Leo sin madre? —Intentó disfrazar su expresión rabiosa a una melancólica. Por supuesto, sabía que iba a jugar esa carta conmigo.

Durante horas, había meditado que era lo mejor para Leo. Lo amaba, pero merecía algo mejor que una madre irresponsable y una tía que no supiese priorizar.

—¿Ahora eres su madre? —Dejé escapar una risa amarga—. Una madre no abandona a su hijo por segunda vez en una semana, dejándolo solo y asustado. Una madre no le deja sus responsabilidades a otros e inventa excusas baratas para no asumir que hay una persona indefensa e inocente que depende de ella. No eres una madre, Rebeca, y ni siquiera intentas hacer el intento de ser una. Ni siquiera has preguntado por él cuando llegaste, solo existe una estúpida taza de café.

—¡¿Y crees que es muy fácil? —Su grito hizo vibrar las paredes y yo en cualquier segundo iba a perder la calma. Justo cuando pensaba que no podía aumentar más su tono de voz, volvió a bramar—. ¡¿Crees que es jodidamente fácil ser yo? Tú no tienes un hijo a los jodidos veintiún años, Mara. Solo te pedí un favor, un puto favor de que te quedaras esta noche con mi hijo, ¿y qué preferiste hacer? Irte a estudiar, porque estás acostumbrada a que todos cedamos nuestra vida por ti.

—¿Crees que no te ayudo lo suficiente? —No pude ocultar mi decepción—. ¿Te parece que cuidar a tu hijo a diario no es ayudarte? ¿Te parece que no te he apoyado lo suficiente? Soy tu hermana, sí, pero preferiste tirarme encima tus responsabilidades. ¿Qué crees que pudo haberle pasado en todas las horas que permaneció solo? Incluso tuvieron que llamarme los vecinos para evitar que viniera la puta policía Rebeca. ¿Crees que nuestra situación legal está como para esa mierda?

—Lo que pudo o no pudo haberle pasado a Leo mientras no estaba, es tu culpa —dijo, haciendo una mueca. Lucía tan irritada—. Siempre estás en casa temprano, sabía que ibas a llegar, no es mi culpa que te tardaras más de lo debido, así que no exageres.

—¿En serio te estás escuchando? —Negué con la cabeza, de forma inconsciente—. No estás actuando como una persona con sentido común.

—Lo estoy. Tengo derecho a vivir mi juventud, ¿sabes? Tal vez tú, malditamente, no quieras hacerlo, porque ¿quién en serio quería voltear a mirar a un fantasma como tú? Incluso, es difícil ver en lo que te has convertido, Mara. Ni siquiera luces como antes.

—¿Es por eso que te pones mi ropa vieja cada que te da la gana? —Reí.

Esta se encogió de hombros.

—Alguien debería sacarle provecho. —Hizo una pausa, en la que lució nerviosa y preocupada. Ni siquiera parecía preocupada por su hijo, pero sí por lo que sea que fuese a decir. Segundo después, soltó un suspiro y suspiro—: He estado viendo a alguien, soy joven y en serio quiero intentarlo con esa persona. Me lo merezco. Me merezco rehacer mi vida otra vez luego del fiasco anterior.

Después de eso, fue como si algo hubiese cambiado en la química de mi cerebro, ya que las piezas encajaron como un puzzle perfecto. A Rebeca no le importaba su hijo, menos le importaba yo o el sacrificio que habían hecho nuestros padres, para mantenernos a ambas en ese país cuando las cosas se habían complicado con ello.

Todo era una mierda, y ella no dejaba de ser una zorra narcisista y egoísta, que, como siempre, solo pensaba en ella.

—¿Y tu hijo qué? ¿Acaso él no es importante?

—Lo es, pero yo también lo soy. Tal vez nunca tengas la oportunidad de saber qué es lo que se siente ser deseada por alguien al estar tan defectuosa, y es la misma razón por la que necesito disfrutar de mi vida mientras pueda, y ni tú, ni ese niño va a impedirlo. Si tanto te preocupa, quédate con él cuando yo no pueda, ya que no corro con tu misma mala suerte de que nadie se fije en ti.

No iba a achacárselo al alcohol. Rebeca realmente había querido decir aquellas palabras.

Pero yo también sabía perfectamente dónde atacar.

—Tal vez, pero por lo menos, yo no soy quien siempre decepciona a nuestros padres siendo una perra tonta, fracasada y egoísta, Beca. Espero esta vez si te dure el romance, ya que tu supuesto esposo solo te uso.

Con eso, retrocedí, para salir de la habitación, sin molestarme en permanecer más tiempo allí para escuchar sus gritos y quejas. Tenía problemas más serios en mi vida que lidiar con Rebeca, y por jodido que fuera, la mayoría de mis desgracias solo ocurrían como el efecto mariposa de sus equivocaciones.

Fui hasta mi habitación y me puse el primer cambio de ropa que encontré y luego tomé mi teléfono y mi mochila para partir al trabajo. En ese segundo mi estómago me recordó que habían pasado más de veinticuatro horas de mi última comida y la coca cola que había tomado cuando había estado en casa de Reign, no me había aportado ninguna clase de nutrientes.

Estaba tan frustrada, porque solo había conseguido unos pocos billetes en los bolsillos de unos jeans, y milagrosamente toda la comida que había comprado para traer a casa, había desaparecido como por arte de magia. No importaba demasiado, podía comprar unas galletas en el camino y tener suficiente con eso hasta la cena.

Pero justo cuando me disponía a por fin salir, para ir a trabajar, mi puerta sonó.

Supuse al principio que era la señora Díaz, pero la sorpresa fue mayor cuando me topé con un repartidor de aspecto joven y una sonrisa incómoda, de pie, sosteniendo lo que parecía un paquete.

—¿Es usted Mara García? —Ni siquiera me dio tiempo a preguntar nada, cuando ya se encontraba hablando.

Asentí.

—No he ordenado nada.

—No poseo ninguna clase de información, señorita.

Sabía lo que era trabajar con público, por lo que no lo seguí cuestionando y al entregarme aquella bolsa de papel, lo dejé marchar.

Tampoco volví a entrar a la casa, sino que caminé a un parque cercano el cual a esa hora de la mañana se encontraba desierto. Mi primera impresión, era que, lo que estaba adentro tenía una temperatura caliente y un peso considerable.

Examiné la bolsa y noté una etiqueta con un logo desconocido para mí, pero al comenzar a revisar el contenido, noté que este no era otra cosa, sino una especie de desayuno muy completo.

Panqueques con sirope, huevos revueltos, fruta y jugo, todo en recipientes descartables, empacados de forma muy cuidada. Al principio dudé, pero cuando el olor tan increíble de aquella comida me golpeó, pude sentir el primer azote en mi estómago, recordándome que necesitaba alimento.

Aunque esa no fue la sorpresa fue mayor, lo más inverosímil vino después, cuando mi teléfono comenzó y un mensaje de un número desconocido se mostró en la parte superior de mi pantalla.

Desconocido: Es lo menos que te debo por el mal rato de anoche. No me odies tanto, R.

¿R?

Solo conocía a una persona por la R, el cual me había hecho pasar un mal rato anoche y obviamente no podía ser otro sino el jodido Reign Miller.

La sorpresa me golpeó como una gigantesca bola de demolición. Ni siquiera había tenido la oportunidad entre tantas cosas de pensar en lo que había sucedido con Reign.

Sin pensarlo demasiado, tecleé una respuesta.

Mara: ¿Cómo conseguiste mi número?

Reign: ¿Recuerdas a mi asistente?

No supe que contestarle, ya que seguía más o menos descolocada, porque escribí unas palabras, que luego borré, antes de enviar el texto.

Reign: Sin presiones, Mara. Ten buen provecho... o como quieras.

Miré fijamente la comida que había colocado a mi lado en la banca del parque y negué con la cabeza. Conocía esa sensación agridulce que estaba experimentado y no me gustaba. No me gustaba la lástima, menos quería que Reign comenzara a verme de esa forma.

No quería que sintiera lástima por mí.

No quería que sintiera ninguna cosa por mí, porque eso solo iba a complicar más las cosas y suficientes problemas ya tenía en mi vida como para sumar a un músico famoso, el cual no me agradaba, interesado en mis huesos.

Al mismo tiempo, sus palabras se produjeron en mi cabeza como un CD estropeado. No era posible, de hecho, era imposible que sus palabras fuesen verdad; no solo porque no era el prototipo de lo que alguien como él buscaba, sino que yo estaba rota, dañada.

Prefería creer que solo había dicho las cosas para burlarse de mí, jugar un horrible juego conmigo al ser él el bastardo que era, pero no lucía como un mentiroso. La forma en la que sus ojos me miraron, como pareció tan genuino, y decidido, me asustó.

No quería ser una traidora, pero tan solo el hecho de dirigirle la palabra, me convertía en una, en más de un sentido. Había hecho una promesa que debía cumplir, pero que se estaba escapando de mis manos porque el destino me había puesto a ese idiota en el camino.

No había posibilidad alguna de que Reign Miller quisiera acercarse a alguien como yo, alguien defectuoso.

Y esa era la única verdad.

Pude haber desechado la comida, pero me habían educado de una forma en la que, la comida no debía ser botada como basura. Era sagrada.

Así que con simpleza, le di una respuesta puntual.

Mara: Gracias... por todo, supongo.

Después no me quedé para mirar lo que estaba escribiendo, ya que tomé el tenedor que estaba en uno de los contenedores y comencé a comer aquellos panqueques que llenaron mis papilas gustativas con una explosión de sabor, como si fuese lo último que hiciera en la vida.

La comida no tenía la culpa de nada, pero por alguna razón, Reign no se estaba comportando como el monstruo que sabía que podía llegar a ser, y eso me abrumaba.

Me abrumaba tanto, porque no debía hacerme cambiar de opinión. Él era solo un chico, uno que no tenía por qué conocerme jamás. Se había dado cuenta de que había algo mal conmigo durante todo ese tiempo, y aún así, eso no parecía asustarlo. Tal vez, porque era un cazador que le gustaba atormentar y si era así, tal vez y solo tal vez, lo que estaba roto en mí, también estaba roto en él.

En ese instante, fui consciente de lo vulnerable que era, cuando note como las lágrimas habían empapado mis mejillas luego de tanto tiempo. Tal vez, la persona que había sido en algún momento de mí estaba dentro, dormida, en algún lugar, y solo tenía que sacarla de su constante encierro.

No estaba rota.

Mucho menos había tenido la culpa de lo que había pasado.

Y lo que ocurriese con mi vida, a partir de ese momento, solo iba a depender de mí, porque ¿qué tan probable era que el jodido Reign Miller se fijase sin ningún interés de por medio en una chica defectuosa como yo?

Reign no iba a ganar nada... y a mí tampoco me quedaba nada más que perder. 

X

¿Teorías? ¿Dudas? ¿Opiniones del cap?

Hola, aquí otra vez yo, con el Capítulo de esta semana. Hoy no tengo mucho que decir, excepto de que a partir del siguiente capítulo, comenzamos con la montaña rusa de emociones. Me da mucha risa leer sus teorías en comentarios, me hace muy feliz, también de vez en cuando las comparto por IG, eso me hace sentir muy especial. Amo mucho los personajes de esta historia, porque son muy reales y sus vivencias también los son.

Gracias, por leer votar y comentar. XOXO; Ashly.  

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