Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 12: Rotundo consentimiento

Reign

Si algo me había quedado más que claro durante los primeros años de mi carrera, es que nunca iba a tener la última palabra con respecto a mis decisiones. Mi vida no era solo mía, sino que también estaba ligada a mi público y a mi disquera, pero por sobre todo, estaba ligada a Hilda, quien siempre solía cambiar las cosas sin importarle nuestra opinión.

—Iré a contactar a alguien del equipo de seguridad. ¿Te importa esperar aquí? Prometo volver enseguida. —Mara me miró de pronto, luciendo resignada. Pude sentir como sus ojos se clavaron en mi espalda, cuando me dirigí hacia la salida.

Tragué en seco, incómodo, debido a que me esperaba alguna clase de lucha por su parte, pero por otro lado, la posición de aceptación en la que estaba y el cansancio en su cuerpo, el cual no hizo mucho por disimular, fueron cosas que me tomaron por sorpresa. No lograba entender del todo que había mal con Mara en ese instante, además de su anormal conformidad con una situación que seguro no le había gustado para nada.

Esperaba a que me gritara y, como siempre, lanzara su sarta de insultos y palabras sarcásticas. En cambio, solo mencionó que su día había sido una mierda. Sabía que en parte, la responsabilidad era mía, ya que había olvidado a mencionarle a Fabiana, mi asistente, que no le ordenara a seguridad traerla hasta mi casa; por otro lado, todo había sucedido tan rápido que cuando menos lo esperé, Hilda había entrado a mi casa de la mano de montón de ejecutivos y empresarios, forrados de más billetes de los que seguro podrían reunir las personas de clase media de todo un continente.

Antes de ver a Mara entre el público, había asumido que simplemente se había negado a venir con mi guardaespaldas, así que no le di importancia. La sorpresa fue mayor cuando la detecté en una conversación evidentemente incómoda y forzada por un muy drogado Marcus.

Cosa que era un inconveniente para todos, no solo porque podía cometer una estupidez que dañara a Softcore, sino que, por lo que había visto y escuchado de su comportamiento, cuando estuvo con Mara, lo convertía en una amenaza potencial.

Algo que había aprendido de ella en el poco tiempo que llevábamos conociéndonos, era que no le gustaba el toque ajeno, pero por sobre todo, no le gustaba el toque ajeno cuando la tomaban por sorpresa.

Luego de eso, habían dos opciones, o se ponía agresiva o simplemente quedaba tan aterrorizada que solía disociar y perderse en su propia cabeza.

No consideraba que Mara fuese una mala persona, por el contrario a pesar de que era una persona difícil de tratar y que me exasperaba la mayoría del tiempo, algo me decía que eso solo era su método de defensa para no salir lastimada.

Por ello, no supe si se trató de un sentido de justicia recién descubierto o solo era el instinto en mí de cuidar a alguien indefenso, ya que en el segundo en el que vi que Marcus le había puesto las manos encima, sentí mi propia piel tirante en mis huesos e hice lo imposible por controlar la situación para no armar una escena que podía costarme millones de dólares.

Una vez había terminado de bajar las escaleras, me topé con Lucas, quien estaba fumando recostado a la baranda del último escalón. Le dio una fuerte calada a su cigarro y dejó escapar su calada, antes de aclararse la garganta y dirigirse en mi dirección.

—No debiste traer a esa chica aquí. —A diferencia de las otras personas, este lucía tan sobrio como yo, por lo que supe que estaba diciendo las cosas en serio y no en medio de un brote de borrachera.

—¿Se puede saber qué coño estás diciendo? —enuncié, leyendo entre sus palabras—. ¿Ahora tengo que pedir permiso para traer a alguien a mi casa?

—¿Vas a negar que es la chica de las fotos? Mi madre no está muy contenta con tu exhibición de la última vez con los paparazzis y no deberían volver a relacionar con ella.

—Hermano, tú madre no puede venir a ordenarme quién puede o no entrar a mi casa,

Él suspiró.

—Tan solo mira el desastre que pudo haber surgido entre Marcus y la chica, Reign. —Parecía ofuscado, por lo que guardó silencio, casi como si estuviera cuidando sus palabras—. ¿Cómo crees que reaccionará Hilda cuando se enteré?

—¿Tendría que importarme? —espeté—. ¿En serio estás más preocupado por la reacción de tu mamita que por la chica a la que Marcus asalta? Creo que en los tableros de Hater tampoco va a lucir muy bien el hecho de que este drogado hasta los cojones que casi de convierte en un puto depredador sexual.

—¿Olvidaste lo que pasó la última vez que uno de nosotros se relacionó con chicas del montón? Sé que no eres él, pero solo quiero darte una advertencia por el bien de todos —dijo y segundos después le dio otra calada a su cigarro con brusquedad.

—No necesito una advertencia, además No fui yo quien fue corriendo hacia Hilda para decirle que tenía una jodida canción.

Ni siquiera tenía que haberse enterado de que existía la canción, pero Hilda solía tratarnos más como empleados, cuando era ella quien cobraba un sueldo gigantesco por nosotros.

—¿Y por eso tuviste que traer a la desconocida? No eres de lo que traen las folladas a la casa. —Una sonrisa se posó en sus labios—. Cógetela, pero sí tienes algo con ella, hazle un favor de sacarla de tu sistema antes de que todo se complique más y termine hecha una mierda.

Sentí la presión en el cuello.

—Ya veo, entonces di que por la chica es que tu madre tiene una puta canción, deberían darle las gracias, tal vez de ese modo no sienta que fue una pérdida de unos cuantos centavos el borrar de la web unas fotos tomadas paparazzis.

Ignoré su ceño fruncido y continúe mi camino hacia la cocina, esperando encontrar en algún lugar a mi prima, para que diera las jodidas órdenes al equipo de seguridad.

Lucas estaba amargado, porque no podíamos terminar el jodido álbum que su madre nos había exigido grabar, luego de explotarnos durante meses en un gira de más de treinta países. La canción había surgido como un brote de adrenalina hace solo un par de días, ni siquiera estaba del todo terminada y seguro que era un desastre, pero era mi tabla de salvación a la que aferrarme desde que mi bloqueo se había intensificado el año pasado.

Una vez habíamos agotado mi reserva de canciones, la crisis y el declive creativo habían comenzado a notarse. Nuestro departamento de producción nos había sugerido subcontratar autores fantasma o compositores dispuestos a crear magia por una miserable cantidad de dinero.

No era mi estilo, no me iba bien eso de quedarme con el crédito del trabajo ajeno, además, Hilda lucía tan ansiosa, que los chicos lo empezaron a considerar la opción. Marcus no podía ni ponerse en pie antes de tomarse su dosis de pastillas de la felicidad, Lucas parecía haberse olvidado del significado de la palabra anterior y Daniel olvidaba sus deberes y en cualquier momento iba a contagiarse de una ETS si seguía en el paso de saltar de habitación en habitación de desconocidas sin condón.

Softcore no necesitaba su propia Billie Jean.

Cuando regresé a la fiesta, por suerte no me crucé con Marcus en ningún lado. Me ardía la sangre y si escuchaba alguna estupidez salir de su boca en una radio de cincuenta metros, iba a molerlo a golpes. Para mí gusto aún quedaban demasiados ejecutivos los cuales atender, algunos estaban borrachos y otros tantos, los que iban vestidos con trajes estirados, se paraban sosteniendo sus copas de champán alrededor de la piscina.

Fabiana tenía que estar en algún lugar, pero aún me quedaban personas las cuales no se iban a sentir muy contentas si no me detenía a saludar. No entendía porque habían hecho aquel circo en mi jodida casa y eso me ponía de un humor muy jodido. Teníamos a la disquera, además de nuestra propia agencia, dos edificios lo suficientemente grandes para albergar algo como aquello, pero de nuevo, según nuestro equipo de relaciones públicas, aquello servía para que los ejecutivos se sintieran en confianza y completa intimidad.

—¿Dónde estabas? —es lo primero que dijo Hilda, en el segundo en el que por error me crucé con ella en la sala de estar.

—¿No puedo usar el inodoro ahora? —le contesté con sorna, sin siquiera notar que había otra mujer de una edad cercana a la suya a su lado.

La expresión de Hilda se tensó, como cada vez que algo se salía del control de sus manos, pero intentó disimularlo, extendiendo una de sus sonrisas falsas.

—Por supuesto. —Su sonrisa fue tan grande como la de gato de Alicia—. Por supuesto, Reign. Solo que quiero dar la exclusiva de nuestra nueva canción a todos y quién mejor que tú para hacerlo, de igual forma, es tu arte.

—Será un éxito —agregó la mujer a su lado, notando que me había quedado en silencio de pronto.

Con rapidez, lo intente disimular y disfracé mi expresión que tenía escrita molestia en todos lados a una de suficiencia.

—Estoy demasiado cansado, podemos hacer la entrevista mañana.

O nunca.

—Pero...

—Me importa una mierda, Hilda —brameé, dejándola con la palabra extendida en la boca.

***

Cuando por fin pude dar con Fabiana, regresé a la habitación que usaba de vez en cuando como sala de grabación, siendo golpeado como un saco de boxeo por la sorpresa y la culpa, al darme cuenta de que la chica se había se había quedado dormida en una posición muy incómoda en el sofá en el que la había dejado sentada antes de regresar a la fiesta.

¿Cuánto tiempo había estado lejos? Pensaba que poco tiempo. Cuando comprobé la hora en mi teléfono, pude ser consciente de que había sido más de una hora.

Incliné mi cabeza para poder mirarla más de cerca. La espalda de Mara estaba encorvada, y su cuello tan torcido en un posición que seguro le dejaría un tirón en la nuca después.

La vi removerse en aquel estrecho sillón de un lado a otro, como si buscara insistentemente consuelo o algún tipo de comodidad que seguía sin tener y de forma silenciosa, me acerqué hasta ella y me incliné para verla de un mejor ángulo. No quería tocarla para que no se despertara sobresaltada, por lo que la llamé varias veces por su nombre, pero no hubo más respuesta que quejas y una especie de jadeos inentendibles.

Su ceño, incluso en sueños, estaba fruncido y a pesar de ello, no me pareció que estuviese teniendo alguna clase de pesadillas.

Volví a llamarla una vez más, pero siguió sin haber respuesta.

Mara había mencionado que trabajaba a diario, no sabía qué clase de trabajo hacía, pero debía de ser algo agotador como para caer rendida como un saco de papas en un incómodo sofá de piel, por lo que pensé que la mejor elección iba a ser dejarla dormir, por lo menos durante un rato, hasta que la fiesta acabase y que fuese prácticamente imposible que se cruzara en los pasillos con alguno de los chicos, o peor, con Hilda.

Con cuidado de no hacer ningún ruido, me erguí y después me dirigí hasta uno de los muebles de la sala de ensayo, donde guardaba algunas mantas para cuando estaba tan inmerso en lo mío, que no se me cruzaba por la cabeza volver a la habitación. Tomando la más gruesa, retomé mi curso hacia Mara, y se la coloqué encima. Ni siquiera eso la despertó, ya que simplemente se giró y colocó su cuerpo de lado, dándome la espalda.

En ese momento mi teléfono vibró en mi bolsillo, anunciando que una llamada estaba entrando. Miré el remitente y al ver que se trataba de Hilda, ignoré los mensajes de texto que estaban acumulados en mi bandeja, incluyendo a Odio y apague mi celular.

El estudio de grabación que yo mismo había instalado en mi casa era de los pocos lugares de mi casa de los que Hilda no tenía acceso. Para entrar en él, debía primero conocer el código de seguridad seguridad y eso era algo que ni siquiera había compartido con Daniel, que era prácticamente como un hermano.

Por lo que refugiarme con una muy dormida Mara el resto de la noche en una dura silla en la esquina, sonaba mejor que volver a la fiesta que nuestra agente había programado y que se sentía casi como un suplicio.

***

Una voz de fondo sonando preocupada, logró que mis párpados se despegaran en medio de un extraño sueño. A pesar de mi letargo, pude escuchar la angustia en su tono, justo cuando avanzaban una conversación de fondo con quien sea que Mara hablaba por teléfono.

Me quedé confundido en el fondo, esperando que mis ojos se adaptarán a la fuerte luz del lugar, siendo consciente de que el ambiente se encontraba cargado de una extraña clase de tensión.

—¿Puedes hacer algo por mí? —La voz de Mara sonó como un hilo desgarrado, tomando por sorpresa—. Prometo ayudarte o darte lo que sea.

Por un segundo me quedé confundido, debido a su tono preocupado y quise creer que se estaba dirigiendo a la persona con la que hablaba por teléfono, pero en el mismo momento en el que su mirada inyectada en sangre conectó con la mía confundida, pude asumir que la petición iba dirigida a mí.

Durante todo un minuto las palabras se repitieron en mi cabeza como una cinta en secuencia.

¿Un favor? ¿A mí? ¿Hablaba jodidamente en serio?

Me le quedé mirando, sin decir nada. Sus manos rodearon sus brazos de forma protectora e incluso la sentí a punto de repetir lo que me había dicho antes. Debía ser algo serio, ya que en realidad no estaba preocupada, sino más bien desesperada, tan desesperada que parecía a punto de querer entrar en pánico o salir corriendo, por una situación que tal vez ni siquiera era capaz de compartir.

Al ver que me quedé estático, su mirada se dirigió hacia mí con una expresión suplicante.

—¿Hablas en serio? —le contesté con desconcierto. Su expresión fue perpleja, antes de que finalmente emitiera—. ¿Así de grave fue lo que te dijeron en esa llamada para que me pidas un favor?

Las cejas de ella se hundieron y tomó una respiración profunda. Su expresión se encontró con la mía, por un momento y luego apartó la vista, para musitar con derrota:

—En realidad no quiero tu ayuda, pero no tengo otra opción.

—¿Entonces por qué me pides algo si no quieres? —No lo estaba diciendo en mal plan, simplemente que no terminaba de calzarme el por qué me había pedido ayuda a mí de entre todas las personas.

Y no, no se trataba de que fueran alrededor de las cuatro de la mañana y que se había quedado dormida en mi casa.

—¿Cuánto escuchaste de la conversación?

—Lo suficiente.

Ella soltó una maldición.

—Entonces creo que podrás entender que necesito volver a mi casa lo antes posible —empezó guardando la calma, pero poco a poco las palabras salieron de sus labios de forma más hambrienta—. Envíame con alguien o lo que sea, no puedo esperar hasta que amanezca y no tengo un puto duro en la cuenta, Reign. Haré lo que quieras, todos tus proyectos escolares si te da la gana. Solo necesito regresar a mi casa.

La verdad, era que Mara no tenía absolutamente nada que pudiese interesarme. Mucho menos siendo ella la persona insufrible que era, a pesar de eso, como el bastardo imbécil que era, me vi tentado a jugar un poco con su cordura y probar sus límites.

Solo por el placer que me provocaba el juego retorcido de jugar con estabilidad.

—Vale... entonces ¿cualquier cosa? —Las palabras se deslizaron en mi boca con oscuridad—. ¿Harás cualquier cosa que te pida, Mara?

—Lo que pidas. —No hubo ni siquiera un ápice de duda en su voz.

Pero iba a disfrutar jugar un poco con su cabeza.

—Recuerda que no podrás retractarte después.

No necesité ninguna señal para levantarme a pesar de sentir mi cuerpo entumecido, luego me dirigí hasta esta y la vi colocarse de pie también con una ligera sacudida. Sin darle tiempo a que protestara, la tomé de la mano y nos llevé a los dos hacia la salida y posteriormente a la escalera. La casa estaba en silencio, un indicativo de que la fiesta ya había terminado.

No podía ni quería darle espacio a las preguntas incómodas y los reproches del resto, tampoco hacer llamar a algún chófer o a Fabiana. Traer a un tercero nos restaría tiempo y si esta última aparecía, seguro que haría tantas preguntas incómodas que se iban a sentirse como un maldito interrogatorio policial.

Conduje a Mara por el camino que nos llevaría hasta mi garaje, notando como intentó soltar mi mano en repetidas ocasiones. Solo para sacarla un poco más de quicio y acentuar su disgusto, enredé más mis dedos con los suyos, percibiendo de vez en cuando como su palma se sentía frágil y de cierto modo friolenta contra la mía más grande y áspera.

Una vez en el lugar donde estaban aparcados todos mis vehículos, tomé las llaves de una de mis camionetas y solté a Mara para que pudiera subir en el asiento del copiloto. La vez anterior habíamos ido en mí motocicleta y por eso nos habían detectado con más facilidad, por lo que había aprendido la lección. Los paparazzis eran sanguijuelas que no descansaban ni siquiera en las peores situaciones climáticas, mucho menos lo harían de madrugada.

—Pudiste enviarme con tu asistente o algo así. —La voz de Mara, de pronto llenó el silencio de la camioneta. Su tono fue ligero, casi tímido.

Agradecía la comodidad y la oscuridad que nos proporcionaba la noche a medidas que nos saque hacia la carretera, ya que no pude reprimir mi risa burlona.

—Mi equipo de seguridad haría demasiadas preguntas, además, no es la primera vez que salgo sin ellos, ¿recuerdas?

—Porque lo recuerdo es que te lo pregunto —dijo con vehemencia.

—No deberías preocuparte tanto por mí —expresé con tono ligero—, pronto estarás disfrutando en tu cama.

—Ojalá.

Por su expresión, pude detectar que algo oscuro cruzó por sus pensamientos.

No quise pensar que hubiesen sido mis palabras, ya que no tenían ninguna doble intención y aunque recordaba lo que nos había sucedido la última vez, sabía cuidarme solo a la perfección. Estaba acostumbrado a lidiar con la mierda y un par de reporteros sedientos de amarillismo no iban a impedirlo.

Sintiendo la tensión asfixiante, fijé los ojos en la carretera sin despegarlos del tráfico. Al ser un sábado, justo a esa hora, la mayoría de personas salían de las discotecas, demasiado ebrios y sin control. Podía ir más rápido y me hubiese gustado hacerlo, pero prefería llegar vivo a su casa que chocar con algún bastardo borracho.

La inquietud era evidente en Mara, ya que sacudía sus piernas sin parar y en ningún momento despegó la vista de la pantalla de su teléfono, como si estuviera esperando la llegada de una noticia terrible en cualquier momento, así que quise cambiar el ambiente.

—¿Tienes hambre? —rompí el silencio.

Negó con la cabeza y yo solté un suspiro.

Tal vez estaba hambrienta y solo quería ocultarlo.

Había ido a mi casa después de clases, así que asumía que lo único que tenía en el estómago era la coca cola que le había ofrecido y que recién notaba que se había terminado con desespero.

—¿Por qué no me despertaste? —me respondió con simpleza, lanzando otra pregunta—. No debiste dejarme dormir tanto tiempo en tu casa, ni siquiera se porque me quedé dormida allí.

—Intenté hacerlo varias veces, pero lucías demasiado cansada como para recobrar la conciencia. —Aquello era la verdad—. Cuando volví ya estabas durmiendo, solo busqué una manta.

—No fue mi intención, en serio solo estaba esperando para buscar la forma en la que podía regresar a casa —musitó con una nota arrepentimiento.

El sentimiento de culpa me golpeó como una patada directo en las pelotas. Había escuchado la conversación que había tenido por teléfono, recordaba sus palabras y como se había mencionado un bebe el cual debía ser su responsabilidad. Sino, entonces no cabía la posibilidad de que la hubiesen llamado.

Yo había hecho que trajeran a Mara a mi casa, solo por el proyecto, sin recordar siquiera que Hilda había llegado a última hora para montar un show. Ahora por mi culpa un bebé que seguro dependía de ella estaba solo a mitad de la noche.

De alguna forma, la curiosidad comenzó a picarme. Ya que ella no parecía una madre; no tenía esa vena amorosa y paciente, tampoco me la imaginaba como una, así que no pude resistirme a la tentación de preguntarle.

—¿Es tu hijo?

Mis palabras la tomaron por sorpresa, ya que sus ojos se abrieron y giró la cabeza para mirarme hundiendo su ceño.

—Se nota que no perdiste detalles de mi llamada, ¿o me equivoco?

—Responde mi pregunta, ¿el bebe que está solo es tuyo? —agregué.

La vi mordiendo el labio con nerviosismo y esperé unos minutos en los que seguro me clavó miles de cuchillos profesionales en su retorcida mente. Pudo mandarme a la misma verga en un segundo, pero para mi sorpresa, dijo las cosas sin ningún rodeo.

—De mi hermana... pero es como si lo fuera.

—¿Tienes una hermana con un bebé? —No sé por qué eso me sorprendió.

—Por desgracia.

¿El bebé era su hermana?

No sé por qué asumí que si Mara se estaba encargando del niño solo significaba que su hermana estaba tres metros bajo tierra, a pesar de que en ningún momento se refirió a ella como en pasado, por otro lado, si seguía respirando, aquella tipa solo podía ser una perra irresponsable sin una célula de maternidad en su ser para abandonar a su hijo con su hermana que ni siquiera parecía paz de cuidarse por sí misma.

No era el hijo de Mara.

No lo era.

Y aquello de cierta forma me alivió y no comprendí por qué. No me importaba si Mara tuviese un hijo, pero había una minúscula parte que antes había estado curiosa de saber si estaba casada, tenía pareja o si había mantenido algún tipo de relación con alguien.

—¿Y no está su padre... o tus padres para cuidarlo? —pregunté con detenimiento—. Alguien que asuma esa responsabilidad.

—Ningún padre, padres, abuelo u otro familiar, ni por su lado ni por el nuestro —respondió con simpleza, al tiempo que se encogió de hombros, como si ese hecho fuese algo casual y sin importancia.

Parecía tan acostumbrada a decir algo como aquello, que de pronto tuve una especie de Deja Vu. Yo había escuchado, no, mejor dicho, yo había leído unas palabras muy similares unas semanas antes viniendo de otra persona.

—¿Entonces estás... sola?

Mara me otorgó una sonrisa presuntuosa y me repetí que aquello era solo una coincidencia y que la falta de sueño me estaba haciendo ver cosas donde no había ni puta mierda.

Girando a la izquierda en una avenida transitada, fui consciente de que faltaban pocos kilómetros para llegar al complejo de apartamentos donde había dejado a Mara la última vez con Daniel, pero antes de que fuera a mencionarle ese detalle, ella habló primero.

—¿Podrías seguir dos calles más abajo y luego cruzar a la izquierda? Solo será esta ocasión.

—¿No se supone que vives allí? —Le señalé con mi dedo el lugar que estaba justo al frente de donde estábamos, mi dedo tintineó contra el cristal del parabrisas. En el rostro de Mara se posó un ademán parecido al de la expresión de rendimiento, ni siquiera había confirmado su mentira cuando yo ya estaba respondiendo—: Ya veo... Pensaba que eras una mejor mentirosa, pero me equivoqué.

Ella sacudió la cabeza.

—No fue por mentirte, ¿por qué te tenía que haber dicho antes cual era mi casa? Es... seguridad básica.

—¿En serio escuchas lo ridículo que suena eso? No se que puedes creer que quiera hacer con esa información, ¿acostarte tal vez? No tengo el mínimo interés.

—Los tipos como tu viven deshaciéndose de las personas todo el tiempo y no es como si nos agradamos.

—¿Y eso me hace un acosador psicópata?

Ridículo.

Ella había estado en mi casa, no una, sino dos veces. No había punto de comparación, sí no hubiera un acuerdo de confidencialidad, podía venderle a los medios, o peor, a Hater, la ubicación de mi casa.

Iba a dejar la fiesta en paz, ya que pronto ella se iría a su casa y yo iba a poder regresar a mi vida con tranquilidad, así que simplemente continúe por donde me había dicho, dándome cuenta en seguida de la forma tan abrupta y radical en la que cambió el aspecto de las casas y los edificios que estaban en las siguientes zonas una vez dejamos atrás la avenida.

Los edificios a nuestro alrededor poseían paredes desnudas de color y grietas que hablaban de que el tiempo no pasaba en vano, denotando sus mejores días; las calles estaban sucias y las casas parecían medio abandonadas y destartaladas, como si sus dueños no hubiesen podido hacer más y se hubiesen resignado a dejarlas de ese modo.

Yo no había nacido en una familia rica, pero me había forrado rápidamente los bolsillos por mi esfuerzo y por el apoyo de mis abuelos y mi madre, quienes me habían proveído de una vida bastante cómoda, sin ninguna clase de necesidades ni restricción. Cuando habían descubierto que parecía un mocoso prodigio para la música, me habían inscrito en los mejores conservatorios y ahora estaba allí, sentado en mi Mercedes clase G, que me había comprado por hacer música con mi banda.

—¿Puedes detenerte en la casa de la esquina? —me pidió.

—¿Esta vez si es tu casa? No pienso dejarte en medio de la madrugada en un lugar como este.

Ella soltó una carcajada agria.

—No te preocupes por mí. Crecí exactamente en este lugar y en esa casa —señaló al fondo.

La casa que me estaba indicando no se veía en tan mal estado como otras de la cuadra, aún así lucía carente y descuidada. Quería decirlo algo, pero en ese momento no me ocurrió ningún comentario sucio o mordaz.

La chica no podía permitirse un taxi y algo me decía que lo único que tenía en su estómago era una puta coca cola zero.

Detuve la camioneta a un lado y ante de que sacara el seguro para que Mara pudiese bajarse, agregó:

—Quita esa mirada de tus ojos. He tenido días peores y no necesito tu compasión.

Otra vez, ese doble discurso me sacudió.

Las.

Mismas.

Jodidas.

Palabras.

Un sentimiento familiar me sacudió la caja torácica. Era el mismo subidón de adrenalina que había experimentado cuando había tenido aquella racha serotonina que me había llevado a componer una canción que de alguna forma tenía que ver con ella. La misma sensación que me hacía querer descargar todas las palabras que surgían a borbotones en mi cabeza las cuales me generaban la cruda necesidad de querer plasmarlas sobre un lápiz y papel.

Necesitaba comprobarlo.

Necesitaba saber si era mi nefasta psiquis que ahora necesitaba una musa para poder crear o simplemente era el efecto que Mara estaba ejerciendo, por absurdo que fuera, sobre mí.

No iba a preocuparme por las consecuencias ni por el remordimiento.

Entonces la miré y me acerqué.

—¿Me dejas probar algo?

Mi brazo rodeó el cabecero de su asiento e incliné mi rostro para verla más de cerca.

Quería decirme a mí mismo que era una chica normal, porque lo era, pero verla allí, respirando nerviosa y con los ojos abiertos y expectantes, sentía sentirme como si ella pudiese darme lo que necesitaba para volver a sentirme como yo.

—¿En qué estás pensando, Reign? —Pude sentir su aliento rebotando contra mis labios a medida de que habló. Su voz suave y nerviosa.

Tragué en seco, mi rostro solo a pocos centímetros de los de ella.

—En lo mucho en lo que me gustaría besarte, Mara.

Quería saborearla, tomarme mi tiempo.

Y pude haberlo hecho, ya que mi deseo estaba en una escala en la que casi no pude controlar, pero en el segundo en el que mi mano libre tocó su brazo, fue como si el cuerpo de Mara hubiese sido arrojada a una pila de cemento. Toda ella se pudo estática y sus ojos pude leer su expresión que me confirmó la hipótesis que días antes se había formulado en mi cabeza

—Reign. —Mi nombre saliendo de sus labios.

—Me muero por besarte, Mara, en serio lo hago, pero puedes tener la certeza de que no te pondré una mano encima a menos de que lo quieras. No sé qué te sucedió, pero me gustaría que supieras que por lo menos, yo sí entiendo el significado de la palabra consentimiento. Me gustan las mujeres dispuestas y cuando lo desees, lo sabré. Te sentaré en mi regazo y te besaré hasta dejarte sin aliento. Puedes ir tranquila, porque eso no será ahora y mucho menos hoy, pero sí será pronto.

Cuando guardé silencio, ella dejó escapar una lágrima, una única lágrima rodó por su mejilla y en ese segundo la dejé ir, para que saliera corriendo y entrara a su casa, sin mirar atrás.

Cuando estuve solo, dejé escapar un suspiro y me llevé las manos a la cara para restregar mis ojos. No entendía que acababa de suceder, pero pronto tomé una decisión, así que procedí a enviarle un mensaje de texto a Fabiana para aclarar mi cabeza.

Reign: ¿Podrías enviarme el número de teléfono de Mara García?

No me impresionó que a pesar  de ser la puta madrugada su respuesta vino con eficacia.

«¿Tienes un momento? Tal vez necesite hablar con alguien».

«Me dijiste la primera vez que eras mi amigo para desahogarme, creo que es uno de esos momentos».

«¿Estoy siendo demasiado intensa? Podré entenderlo si es así, no quiero ser pegajosa».

Mierda.

¿Cómo no lo había visto antes?

Era demasiado jodido que me cambiará a la clase de la chica que me odiaba para encontrarme allí también con otra chica que me odiaba.

Solo que... eran la misma persona.

Y yo era un imbécil que estaba jodido.

X

Dejen aquí sus teorías, dudas preguntas y opiniones.

Alguien acaba de abrir la caja de Pandora y no fui yo. Por favor, respiren, respiren que esto apenas comienza. Literalmente, la historia como tal, acaba de comenzar. Este es uno de mis capítulos favoritos por... muchas cosas y quiero dejar en claro el mensaje que tiene. Estoy contenta de que hayamos llegado a este punto.

Ante todo, sé que habrán visto algo por las redes de lo que está circulando, quiero decirles que, a pesar de que, psicológica y emocionalmente no estoy nada bien, intento llevar como puedo las cosas. Estoy desanimada, cansada y agotada, pero entre todo, muy agradecida con los mensajes de apoyo que ustedes me han dejado y que he ido respondiendo. Como dije en la actualización pasada de Psicosis, no tengan miedo de hablar cuando están siendo víctimas de acoso o hate, nadie merece eso y no debería ser normalizado ni mucho menos minimizado con una excusa banal como "tranqui, a todas las autoras les sucede" no es algo que pueda aceptar, y aunque es demasiado difícil, estoy evitando leer los mensajes que por ahora me llegan por aquí por wattpad porque no sé si serán de acoso o de mis lectores, en caso de que me escriban, háganlo por Instagram. Nos vemos prontito, ya que he estado trabajando arduamente en el final de Psicosis, para no dejar ningún cabo suelto.  

Gracias por leer, votar y comentar. Amo todas las ocurrencias que dejan en los comentarios de esta historia. XOXO; Ashly. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro