Capítulo 14
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STEPHANO
Noelle está sentada en el asiento trasero del auto, en silencio, mirando por la ventanilla. La preocupación en su rostro es evidente. Todavía no sabemos con certeza cuál es el estado de mi padre. La noticia de su hospitalización corrió rápido, probablemente divulgada por algún funcionario. No logro comprender por qué mis padres acudieron a un hospital público cuando contamos con un médico de cabecera que siempre nos atiende en el palacio. Lo único que se me ocurre es que fue una emergencia, una situación crítica que no dio lugar a otras opciones. Algo definitivamente inesperado.
La prensa fue la primera en anunciarlo: Pronóstico reservado: la batalla más difícil del rey. Las palabras resuenan en mi mente con un eco insoportable. La opresión en mi pecho comenzó en el instante en que leí esas líneas, y desde entonces no me deja en paz.
Intento calmarme mientras hablo con el policía que nos acompaña, Robert.
—Haré lo que sea necesario. Trabajo social, multas, lo que quieras. Pero mis padres no pueden enterarse todavía. Se los diré yo mismo cuando sea el momento adecuado, pero ahora... ahora no es el momento.
Robert me observa a través del retrovisor con escepticismo. No confía en mí, y no lo culpo. Todo lo que se habla de mí no es precisamente bueno.
—Te doy mi palabra —insisto, mirándolo directo a los ojos.
—Yo juzgaré eso —responde con frialdad, ajustándose el cinturón. Luego añade—: Mientras tanto, seré tu sombra.
El resto del viaje transcurre en un tenso silencio.
En el hospital, mi madre y Monty aguardan por nosotros en la sala de espera. Mamá parece a punto de derrumbarse, sus manos entrelazadas con tanta fuerza que sus nudillos están blancos. Al verme llegar, ambos se levantan. Sus miradas se detienen en Robert, pero no hacen preguntas.
—Nos ayudó a llegar —explico rápidamente, tratando de disipar cualquier duda. Monty me observa con cierta desconfianza, pero no dice nada, lo cual agradezco.
—¿Qué ocurrió? —pregunto con firmeza, volviendo mi atención a mamá.
Ella se remueve en su lugar, evitando mi mirada. Niega con la cabeza y sus labios tiemblan, como si las palabras se negaran a salir.
—Todavía le están haciendo exámenes.
El silencio que sigue resulta insoportable. Mientras esperamos al médico de cabecera, permanezco de pie, incapaz de quedarme quieto. Noelle está a mi lado, todavía en silencio. Aunque hay muchas sillas vacías, ha preferido quedarse cerca, algo que me reconforta más de lo que quisiera admitir.
—Realmente llegué a pensar que me odiabas —confieso en voz baja, incapaz de contener el pensamiento que ha estado rondando mi mente desde hace días. Ahora, después de ese beso y su confesión en la estación de policía, todo se siente irreal, como si estuviera atrapado en una confusión que no termina de esclarecerse.
—El odio es una palabra muy fuerte —responde, casi en un susurro, como si temiera que alguien más la escuchara—. Pero, Stephano, sueles comportarte como un imbécil. Eso no significa que seas una mala persona. Tus intenciones nunca han sido malvadas, ¿o sí?
Sus palabras, aunque cargadas de sinceridad, me golpean como un mazazo. Más cuando sus ojos buscan en los míos profundo por una respuesta sincera.
—¿No soy malo? —repito, casi con incredulidad.
—No lo eres —afirma, dándome un ligero toque en la pierna. Ese pequeño gesto me llena de una calidez inesperada.
Antes de que pueda responder, el doctor aparece. Me acerco rápidamente. Su mirada, mezcla de sorpresa y preocupación, me pone los nervios de punta.
—¿Cómo está? —pregunto con urgencia.
El doctor suspira y comienza a explicarnos.
—Durante los últimos años, el rey dejó de asistir a sus revisiones médicas regulares y, en su lugar, recurrió a la automedicación cada vez que experimentaba algún malestar. Este manejo inadecuado contribuyó a que una enfermedad renal progresara de manera silenciosa, agravándose hasta alcanzar un estado crítico esta mañana. Se le practicó una diálisis de emergencia, pero su condición requiere un trasplante de riñón con urgencia para garantizar su recuperación.
Mamá se lleva las manos al rostro, sofocando una exclamación que apenas logra contener.
Las palabras del médico son un balde de agua fría. Siento un nudo en el estómago y una mezcla de culpa y miedo me consume. ¿Cuántas preocupaciones le causé a mi padre? ¿Es posible que mis acciones lo hayan llevado a esto?
—¿Qué se necesita para el trasplante? —interviene Monty, rompiendo el silencio.
—El principal requisito es la compatibilidad —responde con firmeza—. La opción más viable es comenzar con familiares directos, ya que las probabilidades de éxito son mayores. De hecho, ya hemos iniciado los exámenes con Jerome, y estamos a la espera de los resultados.
Jerome. Nunca pensé que se ofrecería. Siempre lo vi como un rival, alguien que esperaba cualquier oportunidad para arrebatarme todo. Pero ahora... me pregunto por qué lo haría.
—También quiero someterme a las pruebas —digo, decidido.
—Yo también —interviene Noelle, para mi sorpresa. Su valentía me deja sin palabras.
El doctor asiente, y nos guía hacia el área de exámenes. Antes de entrar, Noelle se inclina hacia mí y susurra:
—Todo estará bien.
La miro, intentando encontrar en su rostro la confianza que me falta. Definitivamente, ella es mi ancla en medio de este caos.
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NOELLE
Los exámenes médicos resultaron más complicados de lo que esperaba. No poseo una historia clínica porque, por suerte, nunca antes necesité recurrir a atención médica. Sin embargo, esto significa que, si llego a ser compatible tras el examen de sangre, el proceso será más largo y exhaustivo para mí. Varias veces, al ver las agujas, luché contra el impulso de salir corriendo, pero saqué fuerzas para quedarme. Stephano, en cambio, enfrentó el procedimiento sin titubear, como si las inyecciones fueran algo cotidiano para él.
El doctor explicó que, si soy compatible, tendré que pasar por un riguroso proceso de pruebas para confirmar mi idoneidad. Entre ellas: exámenes físicos, ginecológicos, radiografías del tórax, electrocardiogramas, pruebas de detección de cáncer y análisis de orina. Todo esto se completará en un plazo de 24 horas para garantizar una función renal óptima. Stephano, por otro lado, cuenta con un historial médico completo, construido con años de revisiones hechas por este mismo doctor. Su caso será mucho más sencillo.
A pesar de todo, espero de corazón que el rey se recupere. Aunque Stephano intente disimularlo, está profundamente afectado por todo lo que ha pasado. Tener que enfrentar la enfermedad de un familiar tan cercano parece casi insoportable.
—Noelle.
La voz de la reina me saca de mis pensamientos. La encuentro frente a la puerta del baño, donde intentaba calmarme tras los exámenes. Aún siento un leve temblor en el cuerpo; el agua fría ayudó un poco, pero no fue suficiente para borrar la sensación de la aguja atravesando mi piel.
—¿Podemos hablar? —pregunta con serenidad.
Asiento, aunque mis nervios crecen con cada segundo. La reina me lleva a la habitación VIP. Me detengo frente a la puerta automática, dudando.
—¿Qué ocurre? —pregunta, notando mi vacilación.
—El rey está ahí —respondo, como si fuera necesario aclararlo.
—No te preocupes. Solo será una conversación entre nosotras.
Respiro hondo y la sigo. La visión dentro de la habitación es impactante. El rey yace en una cama, conectado a innumerables máquinas. Su piel tiene un tono amarillento, y me pregunto cómo es que nunca lo vi. El silencio de los monitores también parece opresivo. Frente a él, una televisión muestra las noticias con el volumen al mínimo. Más allá, una pequeña sala con sofás y una mesa de centro ofrece bocadillos y té intactos, probablemente ignorados por la gravedad del momento.
La reina me invita a sentarme. Toma una taza de té caliente entre las manos, y sus ojos cansados se posan en mí con intensidad. Me reacomodo, incómoda bajo su escrutinio.
—Bebe. Creo que lo necesitas —dice con voz suave.
Obedezco y tomo un sorbo. El té es reconfortante, cálido, y dulce en la medida justa. Sin embargo, no logra calmar la inquietud que crece en mi interior.
—¿Ya pensaste en tu deseo? —pregunta de repente.
Miro de reojo hacia la cama del rey. Este no parece ser el momento para hablar de algo tan trivial.
—No realmente —admito.
—Tú y Stephano... —Hace una pausa que me eriza la piel—. Llegaron en compañía de un policía.
—Nos ayudó a llegar más rápido. —Es en parte la verdad.
La reina asiente, pero su expresión no cambia.
—Eso fue lo que Robert dijo. Sin embargo, también mencionó algo curioso: afirmó que el príncipe y su novia solicitaron su ayuda. ¿Tienes algo que decir al respecto?
Siento que me falta el aire.
—Debe estar equivocado. Nosotros...
—Sí, pensé lo mismo. Tal vez al verlos juntos malinterpretó la situación. Aunque los vio besarse en la boca.
El silencio que sigue a sus palabras es ensordecedor. No hay nada que pueda decir para refutarlo. El policía tampoco tenía idea que habría sido mejor mantener lo que vio en secreto. Es muy tarde ahora.
—Felicity es una mujer increíble y trabajadora. Lo mismo pensaba de ti. Te confié a mi hijo, pero rompiste nuestro contrato.
—Yo no...
—No esperabas que esto pasara, ¿verdad? —me interrumpe, , con una mirada cargada de condescendencia—. Es lo que todas sus tutoras han dicho después de romper el contrato de la misma manera que tú. Stephano siempre se sale con la suya, después de todo. En menos de una semana; ha establecido su nuevo récord.
Sus palabras son como un golpe tras otro. ¿Es esto lo que ha hecho con todas sus tutoras? No sé cómo sentirme al respecto.
—No fue su culpa —logro decir, con un hilo de voz. Mis palabras carecen de toda fuerza, incluso para mí.
—Entonces, ¿lo sedujiste tú? —ironiza.
Sus palabras me hieren profundo, más que enfadarme. Quizá no debí besarlo. Me apresuré, probablemente debido a la situación.
—En realidad, no quiero saberlo. Lo que importa es que faltaste al contrato, y sabes lo que eso significa.
—Estoy dispuesta a asumir las consecuencias, pero respecto a mi madre y Stephano...
—No estás en posición de negociar, querida.
Cierro los ojos, buscando fuerzas.
—Pero aún tengo un deseo, ¿no es así?
La reina me observa con interés, intrigada.
—Te escucho.
—Mi familia y Stephano... No quiero que ninguno de ellos salga perjudicado por este error.
Incluí a Stephano en esa pequeña lista de personas importantes para mí. Pero es que él no lo hizo, fui yo quien tomó la iniciativa, aunque ahora me arrepienta. Su expresión cambia por un instante, pero pronto vuelve a su postura relajada.
—Me sorprendes. Pensé que tu deseo sería sobre los sembríos.
—También yo. —Habría sido lo mejor, si no me hubiera anticipado.
—No debiste preocuparte. No sería capaz de dañar a mi propio hijo. Pero te propongo algo mejor. Puedo asegurar el futuro de tu familia, financiar tus estudios en la mejor universidad de América y conservar el empleo de tu madre. A cambio, solo te pido una cosa: que te alejes de Stephano.
La propuesta me golpea como un huracán.
¿Obtendría todo tan fácil?
—¿Qué pasa si no acepto? —pregunto, esperando, aunque sea por un instante, atisbar algo de humildad en su rostro.
—Tal como lo acordamos, ambas serán despedidas de inmediato —responde, implacable y sin piedad—. Simplemente mantén tu distancia. Es un trato más que justo, ¿no crees?
Su oferta me deja en un dilema. ¿Es un chantaje? Todo en este momento parece tan irreal como cruel.
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STEPHANO
—Los resultados están listos —anuncia el doctor, con un rostro tan serio que me prepara para lo peor.
—¿No soy compatible? —pregunto, sintiendo cómo la incertidumbre se cierne sobre mí.
—Sí, lo eres. De todos los resultados obtenidos, eres el único compatible —responde, enfatizando lo inevitable de su conclusión.
—Entonces, ¿cuál es el problema? —insisto, confundido.
El doctor toma aire, como si lo que estuviera a punto de decir pesara más de lo que quisiera cargar.
—Puede que no lo recuerdes porque eras muy pequeño cuando ocurrió, pero en tu historial clínico consta que eres propenso a reacciones alérgicas graves a la anestesia. Nunca lo pudimos confirmar porque tu madre decidió no exponerte a riesgos innecesarios, pero ahora esa duda se convierte en un peligro real. Si llevamos a cabo la operación, podrías sufrir un shock anafiláctico y, en el peor de los casos, no volver a despertar.
Las palabras resuenan como un golpe seco, dejando en el aire un silencio denso e incómodo.
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Decisiones, decisiones...
¿Qué piensan que hará Noelle?
¿Qué pasará con el rey?
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