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NOELLE
Que Driet haya sido llamado Jerry debió ser un golpe para Stephano. Quiero creer que se trata de una extraña y desagradable coincidencia, pero algo en mi interior me dice que desea averiguar la razón casi tanto como yo. Después de todo, Dietrich demostró estar un poco loco.
Stephano, en completo silencio, con la mandíbula apretada y las manos hechas puños, fija su mirada en Driet. Pero este último parece estar completamente enfocado en llevar a cabo la absurda carrera. Su atención no se aparta ni un segundo, y con una sonrisa que se amplía peligrosamente, me toma de la cintura con sus brazos tatuados. Luego susurra:
—Espero que estés lista para la mejor carrera de tu vida.
—¿Eres imbécil? —Su rostro se descompone brevemente por mis palabras, y esa pequeña victoria me da el impulso para apartarme un paso de él. No sé de dónde saco el valor; después de todo, ya estoy consciente de que le faltan algunos tornillos.— No estoy interesada en ser parte de tu equipo.
Driet no tarda en recortar la distancia que acabo de ganar. Me toma del brazo antes de que pueda siquiera pensar en huir. Intento zafarme, tironeando con fuerza, pero su agarre es firme, casi doloroso. Mi corazón late desbocado mientras Stephano, al darse cuenta, avanza hacia nosotros con pasos decididos, sus ojos ardiendo con una determinación que nunca le había visto antes. Sin embargo, Seige se adelanta y le bloquea el paso.
—Suéltame —exijo, mientras lucho contra su fuerza. Pero él inclina su rostro hacia mí, reduciendo la distancia entre nosotros.
—Creo que no lo has entendido. No te estoy pidiendo permiso —me susurra al oído. Su aliento roza mi piel, enviándome una oleada de escalofríos que no puedo controlar. El malestar en mi estómago crece; la tensión es casi insoportable.
Stephano, sin importar el obstáculo que Seige representa, da un paso hacia adelante, claramente dispuesto a pelear si es necesario. Su mirada se encuentra con la mía, y aunque intento mantener la compostura, estoy segura de que mi rostro refleja el pánico que siento. Justo cuando parece que Stephano podría lograr alcanzarme, uno de los amigos de Driet, alto y corpulento, se interpone entre él y nosotros.
Driet aprovecha mi distracción y tira de mi brazo, obligándome a seguirlo hacia su motocicleta. Sigo luchando, empujándolo con todas mis fuerzas, pero él apenas reacciona, como si mi resistencia no fuera más que una molestia menor.
Una vez junto a la motocicleta, me ofrece su mano para ayudarme a subir. Cuando lo ignoro deliberadamente, su paciencia se agota. Aparta un mechón de cabello de mi rostro y, sin previo aviso, me levanta entre sus brazos como si no pesara nada, acomodándome en el asiento. Luego sube él también, con una facilidad que me resulta irritante.
Mientras tanto, Stephano intenta avanzar una vez más, pero Claude aparece de la nada, empujándolo hacia atrás. Le dice algo que no alcanzo a escuchar, pero sea lo que sea, parece surtir efecto. Stephano se detiene en seco, su expresión se congela, y sus ojos vuelven a buscar los míos. Esta vez, su mirada está cargada de algo que no había visto antes: una preocupación genuina que me hace temblar.
—No te asustes, cariño. —Driet me arranca de mis pensamientos con su tono despreocupado—. Si te agarras fuerte, no te vas a caer.
Hace rugir el motor de la motocicleta, y las vibraciones recorren todo mi cuerpo como una corriente implacable. Intento mantener la calma, pero mi mente no para de repetir una y otra vez que estoy atrapada con alguien que no tiene reparos en causar accidentes fatales. En silencio, empiezo a implorar que esta pesadilla termine lo más pronto posible.
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STEPHANO
Verlo tomarla de esa manera, con esa sonrisa que parece reflejar un millar de pensamientos retorcidos, hace que mis puños se aprieten con tanta fuerza que las uñas se entierran en mis palmas. La rabia me consume, y no puedo apartar los ojos de Noelle. Si algo malo le pasa, nunca me lo perdonaré. En este momento, nada importa más.
Ella voltea hacia mí, su mirada cargada de dolor y espanto. Mi corazón se contrae al ver su expresión. Decido avanzar hacia ellos otra vez, pero Claude me bloquea el paso de nuevo. La frustración hierve en mi interior, y estoy tan alterado que estoy dispuesto a apartarlo, incluso si tengo que golpearlo.
—Tiene una pistola —me dice, y un sentimiento destructivo se arremolina dentro de mí.
¿Driet está dispuesto a llegar tan lejos por una carrera?
—Su padre hipotecó la granja por el alcohol y las apuestas, pero su madre drogadicta tampoco ayuda mucho —interviene Seige, respondiendo a mis pensamientos como si pudiera leerlos—. Están hasta el cuello con deudas. Y es él quien enfrenta a los prestamistas.
Recuerdo los rumores que escuché hace años cuando comencé a correr. Driet y su historia con los usureros que lo acosaban. Su madre, atrapada en un ciclo de sustancias, apenas salía de la vieja granja, y su padre solo aparecía para exigir dinero. En aquel entonces, no le di mucha importancia, pensando que podía ser solo un invento. Pero ahora, viendo su desesperación, todo encaja.
—¿En qué piensas? —pregunta Claude, interrumpiendo mi reflexión.
—Si quiere correr, eso es lo que haremos.
—¿Estás seguro? —La inquietud en Seige es evidente, pero no tengo tiempo para discutir.
No puedo quedarme de brazos cruzados. Tengo que sacar a Noelle de esto. Puede que ellos estén preocupados por el arma, pero yo sólo pienso en lo que Driet podría hacerle. Su obsesión con esta carrera parece nublar cualquier rastro de razón.
Empujo mi motocicleta hasta la línea de salida, con Claude y Seige siguiéndome de cerca. La multitud está enloquecida, alimentando la tensión con sus gritos de ánimo. Para ellos, esto no es más que un espectáculo: un duelo entre los mejores corredores. Pero para mí, es una cuestión de proteger a Noelle.
Antes de subir a mi motocicleta, Seige me detiene con rapidez.
—No tienes que hacer esto. —Su actitud me irrita. Me pregunto si alguna vez me habré visto de la misma manera ante los ojos de Noelle: vulnerable, temeroso.
—¿No eras tú quien quería que volviera a correr? ¿No viniste al colegio para convencerme aquella vez?
—Sí, pero...
—Hazme un favor y deshazte de las cámaras, ¿quieres?
—Pero necesitarás de una compañera.
Me cuesta aceptar que tiene razón, pero confío en ella más que en nadie de los presentes.
—Claude —lo llamo y él abre la boca para replicar, pero se detiene. Finalmente asiente y se aleja. El motor de mi motocicleta ruge, y la multitud estalla en un clamor de entusiasmo. La adrenalina fluye por mis venas, pero esta vez no es por la competencia. Es por Noelle. Debo asegurarme de que salga ilesa de esto.
Desde mi lugar, veo a Driet obligarla a abrazarlo después de montarla en su motocicleta. Mi sangre hierve, pero me contengo. Debo mantener la calma; no puedo permitirme perder la cabeza. Noelle ya ha sufrido demasiado por mis errores. No puedo fallarle otra vez.
Seige sube a mis espaldas, envolviendo sus brazos alrededor de mi cintura.
—¿Estás seguro de que puedes manejarlo? —pregunta, su voz cargada de duda.
—No tienes que hacer esto —replico, irritado.
—Sólo concéntrate en conducir y no dejes que nos saque de pista —responde, firme. Su presencia podría ser útil; a Driet le encanta atacar cuando menos lo esperas.
Respiro hondo mientras llevo la motocicleta hacia la línea de partida. Los espectadores nos rodean, gritando y animando. Driet, con su sonrisa cínica, ajusta el manillar de su motocicleta como si tuviera todo bajo control. Noelle, detrás de él, parece una mezcla de rabia y terror, sus ojos buscando los míos por un instante fugaz.
Claude levanta el brazo, señal de que la carrera está por comenzar. Los motores rugen al unísono, una cacofonía ensordecedora que hace vibrar el aire. Mi corazón late con fuerza, sincronizándose con el ritmo del rugido mecánico. Todo parece detenerse por un segundo cuando Claude baja el brazo, y en ese instante, todo estalla.
El acelerador en mi mano gira al máximo y la motocicleta responde con un bramido. El asfalto debajo de mí parece desvanecerse mientras avanzamos. La línea de salida se convierte en un borrón, y el viento golpea mi rostro con fuerza. Driet se adelanta rápidamente, su motocicleta zigzagueando con una fluidez aterradora. Detrás de él, el cabello color fuego de Noelle se agita con violencia, un faro llamativo en medio de la velocidad y el caos.
El rugido de los motores es como un grito de guerra que me retumba en el pecho, pero al cabo de unos minutos no tengo tiempo para pensar demasiado. Mi atención no está en la pista, sino en lo que ocurre frente a mí. Mi corazón late con fuerza descontrolada al verlos. Noelle lucha con Driet, sus movimientos son torpes, pero desesperados. Cada giro brusco de su cuerpo me envía una punzada de ansiedad. La motocicleta patina, se tambalea, y en el fugaz instante en que Driet lucha por enderezarla, puedo jurar que mi corazón se detiene.
—¿Qué ocurre? —pregunto, por si Seige tiene mejor visibilidad que yo.
—Mierda.
Algo brilla bajo la luz mortecina de los faros: un destello metálico. Noelle forcejea con él, sus manos aferrándose a lo que parece ser un objeto que intenta arrebatarle. Luego, sucede. La navaja cae al asfalto con un ruido seco, rebota una vez, y por un segundo interminable se desliza entre chispas antes de perderse detrás de nosotros.
El aire se vuelve más denso. La imagen de esa navaja cayendo no sale de mi cabeza.
—Ese maldito bastardo —murmura Seige detrás de mí, con un tono de voz que apenas puedo escuchar por encima del estruendo.
Pero no hay tiempo para indignarse. Acelero con fuerza, igualando la velocidad de Driet, y mi mirada se fija en Noelle una vez más.
Dudo que haya querido usar el arma contra ella. O más le vale que no.
—Basta, Driet. Se te está escapando de las manos. —Mi voz resuena por encima del rugido de los motores. Él me mira de reojo, pero en lugar de mostrar duda o culpa, tiene el descaro de esbozar una sonrisa retorcida.
—No hay reglas, ¿lo olvidas? —replica, su tono apenas audible entre el estruendo.
Mi mirada se cruza con la de Noelle, y la desesperación que veo en sus ojos me cala hasta los huesos.
—Detente. Deja que ella baje y empecemos de nuevo. —Mis palabras casi suenan como una súplica, pero no me importa.
Su sonrisa se ensancha, burlona.
—Eso jamás. —Con un movimiento brusco, gira el volante hacia mi dirección. Bajo la velocidad para evitar el choque, y él aprovecha para tomar la delantera.
—¡Por un demonio! —Seige gruñe detrás de mí, claramente frustrada—. No hay manera de pararlo. No me sorprendería si quiso usar la navaja para dejarnos fuera.
El recuerdo de Noelle luchando por arrebatarle esa arma me quema la mente. No puedo quedarme atrás. Acelero de nuevo, buscando una oportunidad de rebasarlos.
—Necesito que mires si acaso hace uso del arma —le pido a Seige, mientras ajusto la velocidad, manteniendo una distancia prudente.
—Driet tiene ambas manos en el volante —informa rápidamente, su tono mezcla de preocupación e incredulidad—. ¿Qué estás planeando? ¿Ganarás?
Las dudas en su voz no hacen más que encender mi determinación, pero incluso cuando estoy a un par de metros de la línea de llegada, una idea intrusiva y persistente me detiene. Con un suspiro cargado de frustración, reduzco la velocidad a propósito.
El rugido del motor de Driet cruza primero la meta, y el silencio del público cae como un peso sobre mí. Las miradas se clavan en mi figura como dagas. Es la primera vez en mucho tiempo que Stephano Seymour pierde. Y no me importa en lo más mínimo.
Salto de la motocicleta con tal rapidez que Seige tiene que sujetarla para evitar que caiga al suelo.
Driet no tarda en acercarse, bajándose de su motocicleta con una mezcla de locura y furia contenida. Me empuja con fuerza en el hombro, pero no reacciono. Mi mirada permanece fija en Noelle, quien aún está sentada en su motocicleta, pálida y temblorosa.
—¡Bajaste la velocidad! ¿Por qué hiciste eso? —me espeta.
—Jerry —murmuro, apenas audible, pero suficiente para que se congele por un segundo.
—¿De qué mierda hablas? —Vacila, lanzando una mirada nerviosa a su alrededor, como si temiera que alguien más hubiera escuchado.
—Fue así como te llamó tu amigo. —Mantengo la mirada fija en él, buscando algo en su reacción, y lo encuentro: un destello de pánico que intenta disimular con rabia.
—¿Intentas hacer un espectáculo para no pagar? Porque te desheredaron, ¿no es así? La gente no quiere a un príncipe engreído como tú. —Su voz se eleva para asegurarse de que todos escuchen, pero no puedo evitar notar cómo su máscara comienza a agrietarse.
—Eres Jerry. —Lo digo con más firmeza esta vez, y no tengo tiempo de reaccionar antes de que su puño se estrelle contra mi mandíbula.
El golpe me aturde, pero no retrocedo. Apenas me doy cuenta de que estoy tambaleándome cuando lo escucho gritar:
—¡No me llames de esa manera! Soy Dietrich, por un demonio. ¡Dietrich! Y vas a pagar, pero mientras tanto... me la quedaré como parte de pago.
Avanza hacia mi motocicleta como si ya le perteneciera, pero es su siguiente movimiento lo que me hiela la sangre.
—Escucha. —Trato de calmarlo. Mis palabras arrastrándose mientras masajeo mi mandíbula dolorida.
—¡No, tú escucha! —Desentierra un arma de entre sus ropas y me apunta sin dudarlo. Al instante, los murmullos del público se convierten en gritos ahogados. Levanto las manos lentamente mientras el resto retrocede.
—Tienes que pagar, principito, o de lo contrario... —El cañón de la pistola se desvía de mí y apunta directamente hacia Noelle. Todo lo demás desaparece.
Lo que más temía está a punto de ocurrir.
—Puedes llevártela, si es lo que quieres. —Me adelanto un paso, poniéndome entre él y su objetivo. Mi voz suena extrañamente tranquila—. Ganaste.
Driet sonríe, un gesto torpe y nervioso mientras monta mi motocicleta, sujeta el manillar con manos temblorosas.
—El dinero —demanda, sin quitarle los ojos de encima a Noelle.
—Claude lo tiene en la línea de salida —respondo con rapidez.
—Llámalo. Pero mientras tanto... —Su gesto hacia Noelle hace que mi estómago se hunda.
—Tendrás todo, pero a ella déjala fuera de esto.
Su sonrisa se borra, sustituida por una expresión sombría.
—Si hay algo que aprendí de correr, es que no debo confiar en nadie. —Sus palabras gotean veneno. Señala con el arma a Noelle una vez más—. La chica, ahora.
Con un asentimiento casi imperceptible, Noelle comienza a moverse hacia él. Su rostro está pálido, pero sus ojos me dicen que intenta mantenerse fuerte. Sin embargo, no puedo evitar notar el temblor en sus manos.
¿Por qué lo hace? ¿Acaso no ve que intento negociar por ella? La impotencia me consume mientras hago la llamada a Claude, rogando que llegue antes de que algo peor suceda. Para mi alivio, ya estaba en camino. Los minutos que tarda en llegar se sienten como una eternidad. Finalmente, la camioneta aparece, y él salta del balde con agilidad.
—Entrégale el dinero —le ordeno sin rodeos—. Ganó.
Claude frunce el ceño, mirándome con evidente confusión, pero no dice nada. Busca en los bolsillos de su pantalón, sacando un fajo de billetes. Percibo un ligero temblor en sus manos cuando se percata del arma.
—Las manos donde las vea. —Una voz desconocida interrumpe, cortante y autoritaria. Entre la multitud, un hombre que aparenta unos cuarenta años avanza con paso firme. Porta un arma que mantiene en alto, apuntando indistintamente a quienes están más cerca—. Policía encubierto. —Su anuncio resuena como un golpe seco. Mira a todos con dureza, la pistola en su mano no vacila—. Nadie se mueva si sabe lo que le conviene.
Pero el pánico se extiende como pólvora. Algunos del público empiezan a correr, empujándose unos a otros en su desesperación por alejarse. La orden del policía se pierde en el caos.
Y Driet no desaprovecha la oportunidad.
En medio de la confusión, se lanza hacia Noelle, agarrándola bruscamente del cabello. Ella suelta un grito de dolor, y antes de que pueda reaccionar, ya la ha obligado a montarse detrás de él.
—¡Quieto! —grita el policía, intentando abrirse paso entre la multitud. Pero las personas revolotean como gallinas sin cabeza, tropezándose y bloqueando cualquier intento de intervención.
Driet acelera, llevándose mi motocicleta y, peor aún, a Noelle como rehén.
—Aquí, Robert, necesito refuerzos. —El policía murmura a un micrófono escondido en su sudadera, su voz tensa pero profesional. Sin embargo, no puedo quedarme a esperar refuerzos. Cada segundo cuenta.
—¡Tú! ¡No te muevas! —Me señala, su tono cargado de autoridad. Es la primera vez que alguien se dirige a mí de esta forma, pero no tiene idea de con quién está tratando.
—¿Qué haces? —Seige intenta detenerme cuando me acerco a la motocicleta gris de Driet. Por suerte, en su prisa, él olvidó llevarse las llaves.
—Llévatela de aquí. —Mi voz es firme mientras miro a Claude. No espero su respuesta.
Montándome en la motocicleta, giro la llave y arranco con un rugido. El motor vibra bajo mis manos mientras acelero, mi única misión clara: alcanzarlos, cueste lo que cueste.
El viento golpea mi rostro con fuerza, pero no me importa. Mis ojos están fijos en la figura de Driet y Noelle, cada segundo que pasa sintiendo como si el tiempo mismo conspirara en mi contra.
El barrio por el que conduzco es aún más humilde que el de Noelle. Las casas, pequeñas y modestas, están rodeadas de pastizales y sembríos que apenas se aferran a la tierra. Por un segundo creo haberlos perdido de vista, pero no tardo en encontrar mi motocicleta aparcada frente a una casa de madera en ruinas. Su aspecto es tan lamentable que parece más bien un vestigio olvidado; las paredes, cubiertas de moho, se inclinan ligeramente como si estuvieran a punto de colapsar.
El jardín delantero está invadido por basura, maleza y restos de lo que alguna vez fueron sembríos. Reconozco algunas plantas de cebada, probablemente las mismas afectadas por la plaga que intentamos combatir los últimos días.
Aparco junto a mi motocicleta y observo las ventanas del segundo piso, cubiertas con cortinas gruesas y de un color ocre sucio. La casa parece sacada de una pesadilla, y un nudo incómodo se forma en mi garganta.
Un disparo rompe el silencio, reverberando desde el interior. Sin pensarlo, cruzo la puerta de entrada. No está asegurada, y se abre con un chirrido que hace eco en el lugar.
El interior es un caos absoluto. La oscuridad domina, apenas interrumpida por un tenue resplandor amarillento que proviene de la cocina. El olor a suciedad, polvo y alcohol rancio llena el aire, haciendo que mi estómago se revuelva. Botellas de cerveza y jeringas están esparcidas por el suelo y las esquinas. Mis pasos resuenan en el suelo de madera, haciéndolo crujir como si protestara ante mi avance.
Unos gemidos ahogados llegan a mis oídos, acelerando mi ritmo hacia la luz de la cocina. Mis nervios se disparan al entrar: la escena es devastadora.
Driet está allí, apuntando con un arma a un hombre que se retuerce de dolor, apoyado contra la mesa, con sangre manchando su costado. Más allá, una mujer tiembla, con los ojos desorbitados, mientras Noelle la sostiene por los hombros, intentando calmarla. Al verla, un breve alivio recorre mi pecho: Noelle parece estar bien. Pero la tensión no cede del todo.
—¿Eres amigo de Jerry? —pregunta la mujer al notar mi presencia. Sus ojos húmedos me observan confundidos, hasta que algo en mí le resulta familiar. Su expresión cambia y se frunce—. Príncipe Stephano —murmura con desdén.
Un escalofrío recorre mi columna. La voz de la mujer me arrastra al pasado, reviviendo memorias que preferiría dejar enterradas. Entonces, la verdad me golpea con la fuerza de un trueno: conozco a esta mujer. Es la madre del niño del parque, de Jerry... o, como ahora parece claro...
—¿Driet es mi medio hermano? —La pregunta apenas se forma en mi mente cuando él se vuelve hacia mí, su rostro contorsionado por la ira.
—¿Qué cojones haces aquí? —gruñe. Sus manos tiemblan, y su frente brilla con sudor.
El hombre herido ríe débilmente, a pesar de su estado. El sonido es perturbador, y no puedo evitar estremecerme.
—¿Qué te causa tanta gracia? —Driet le increpa, su voz cargada de odio.
—Hipotecaste el terreno —responde el hombre con una tos dolorosa—. Nos jodiste la vida.
Las palabras parecen encender una chispa en Driet, pero mi atención se desvía hacia la mujer. La mejilla inflamada y roja no deja lugar a dudas: alguien la golpeó recientemente, y no puedo evitar sospechar de su hijo. O quizá fuera el hombre...
—No soy el único al que le gusta apostar. —El hombre continúa, ignorando el arma que aún apunta en su dirección—. O me dirás que no vienes de una carrera ilegal.
—No lo hago por gusto —confiesa Driet, sorprendiéndome con su sinceridad.
—Todo es su culpa —interrumpe la mujer, dirigiendo su mirada hacia mí.
—¿De qué mierda hablas, mujer? —Driet la reprende, claramente ajeno a lo que está a punto de revelarse.
—La vida que él tiene, deberías haberla tenido tú, Jerry —insiste, con un tono que mezcla resentimiento y desesperación.
—¿Qué? —ironiza él—. ¿Qué mierda te inyectaste esta vez?
—Hablo con la verdad. Alfred y yo estábamos enamorados, y el fruto de nuestros sentimientos fuiste tú. Pero entonces llegó esa mujer con... él —suelta con evidente repugnancia, sin apartar su mirada de mí—. Alfred decidió quedarse con ellos. Nos echó a la calle, a su bastardo y a mí.
Mi cabeza da vueltas, pero no soy el único.
—¿Estás hablando de los reyes? ¿Alfred, mi padre? —Driet contiene una risa amarga, cargada de incredulidad—. Deja de decir tonterías.
—Que te lo diga él. Seguramente el rey le hizo prometer que mantuviera la boca cerrada. Y, claro, lo haría, porque sabe lo que le conviene. Es tan egoísta como lo son sus padres.
—¡Eso no es cierto! —interviene Noelle, apretando las manos con fuerza—. No tienen idea del infierno que vivió durante todos estos años.
—¿Y tú sí? —La mujer se aparta de su lado con brusquedad—. ¿Quién te crees para interferir?
Noelle parece afligida, como si la hubieran golpeado con esas palabras. Por primera vez, me siento incapaz de responder. No encuentro las palabras correctas para intervenir. Soy un caos total, mientras la verdad me oprime desde dentro.
—Todo este tiempo... —murmura el hombre, interrumpiendo el silencio. Su voz suena agitada, como si apenas pudiera articular—. Pudiste reclamar lo que te pertenece.
—¿El qué?
—El dinero, Jerry. —Sus ojos se iluminan al mirar a Driet—. Piensa en cuánto poseen en su poder. Piensa en el poder. Podrías reclamarlo... El trono. Prácticamente eres mayor que él por unos días.
La certeza en sus palabras se tambalea, pero incluso yo no estoy completamente seguro del tiempo exacto. En mis recuerdos, solo había un niño pequeño y delgado. Siempre creí que era menor, pero es posible que la vida terrible que llevó junto a su madre y este hombre le haya pasado factura, dejando su apariencia física deteriorada. Con el tiempo, cambió: se volvió fuerte, pero endemoniadamente frío. Jamás habría sospechado que en realidad era mi hermano.
—Tú solo piensas en las apuestas y el alcohol. —Las manos de Driet y el arma en ellas tiemblan sin cesar.
—Podríamos salir de todas las deudas. Podríamos tener una vida mejor. —El hombre se tambalea hacia adelante, peligrosamente cerca, con las manos manchadas de sangre. Parece haber olvidado que su vida está en peligro, pero por suerte, Driet no reacciona de manera impulsiva.
—No pintas nada aquí —gruñe, manteniéndose a la defensiva.
El hombre levanta las manos y se detiene a una distancia prudente.
—Yo soy tu padre, no de sangre, pero... te he cuidado desde siempre. —Su voz se torna suplicante, desesperada por convencerlo.
—¿A base de golpes? ¿Ya olvidaste lo que intentaste hace unos años? De no haber sido por ella... —Hace un gesto señalando a su madre.
—A veces se necesita mano dura, pero eso no significa que no te ame. Porque te amo, Jerry. —La desesperación en su voz es palpable, pero su intento de manipulación me resulta tan evidente como patético. Es probable que esté ebrio hasta los pies.
—Cierra la puta boca. ¡Soy Dietrich! No vuelvas a pronunciar ese puto nombre. —La forma en que repudia esa verdad me hace pensar que, en el fondo, siempre supo de dónde provenía. Entonces, ¿por qué nunca dijo nada?
—Pero me crees. Dime que me crees... —insiste el hombre, como si se aferrara a su última esperanza.
La duda dura apenas un instante antes de que el hombre se lance sobre él, y la pistola vuelva a dispararse. Me agacho rápidamente y hago un gesto a Noelle para que se acerque con cuidado mientras ellos luchan por controlar el arma. Sin rechistar, se mueve de cuclillas hasta mi lado.
—¿Estás bien? —le pregunto. Asiente con la cabeza, aunque sus ojos reflejan miedo.
—Ve a buscar ayuda.
—¿Y tú qué harás? —Su mirada se desliza por la cocina con nerviosismo, buscando una salida o quizás una solución.
—No puedo dejar que lo mate. —Miro a Driet; no hay manera de que no termine cargando con esta culpa.
—Stephano. —Noelle me toma del brazo antes de que pueda intervenir—. Ese hombre es un abusador. Le hizo cosas horribles a Driet...
—Me lo contarás después. Ahora ve y busca ayuda. —Asiente, y noto la duda en su mirada antes de que se marche.
Me pongo de pie con cautela, mi respiración contenida mientras fijo mis ojos en el arma. Los dos están enfrascados en una lucha desesperada, sus cuerpos chocando torpemente en un vaivén que amenaza con disparar el arma en cualquier momento. Los gruñidos y las maldiciones llenan el aire, pero mi mente está enfocada en un solo objetivo: aprovechar el momento.
Un tirón violento por parte de Driet desequilibra al hombre, haciendo que ambos se tambaleen. Es justo entonces cuando me acerco de puntillas, mi cuerpo tensa como una cuerda lista para romperse. La adrenalina recorre mis venas mientras alargo la mano, lenta pero decidida.
La pistola está a medio camino entre los dos, y cuando los dedos de uno aflojan por un segundo, mis manos se cierran alrededor del arma. Con un tirón rápido y certero, la arranco de su alcance.
Retrocedo de inmediato, apuntando hacia el suelo para evitar cualquier accidente. Mi pecho sube y baja aceleradamente mientras intento procesar lo que acaba de ocurrir. Pero mi alivio dura poco.
El hombre, furioso al darse cuenta de que está desarmado, se gira hacia mí con los ojos inyectados de rabia. Deja escapar un grito gutural y se lanza hacia adelante como un animal herido. Apenas tengo tiempo de levantar la vista antes de que su cuerpo se abalance sobre el mío, me toma por la camiseta, sin embargo, un puño atraviesa el aire y lo golpea en la barbilla con fuerza suficiente para derribarlo cual peso muerto, dejándolo inconsciente al instante.
—Ahora puedo defenderme, gran imbécil. —La voz de Driet es fría, cargada de un rencor acumulado durante años.
Lo miro, todavía absorto por la rapidez de su movimiento.
—No lo hice por ti —aclara, sin emoción. Ignora completamente las súplicas de su madre que se arrastra por el suelo, como si le resultara difícil encontrar la salida y, con pasos firmes, Driet avanza hacia la salida.
Me acerco al hombre tirado en el suelo, notando que respira con dificultad. Lo coloco de lado, y su respiración parece estabilizarse. Poco después, alguien entra seguido por Noelle, con la expresión aún más tensa que antes.
—Lo siento —dice ella con un hilo de voz—. Estaban cerca... —Sus ojos se fijan en algún lugar de mi cuerpo, lo que la hace cerrar la boca, y antes de entender qué provocó esa reacción, el policía de antes se adelanta con rapidez.
—Stephano Seymour, quedas detenido por participar en carreras ilegales, apostar grandes sumas de dinero y... —Su mirada recae en el hombre inconsciente en el suelo—. También tendrás que explicar lo que ha ocurrido aquí.
Las esposas se cierran alrededor de mis muñecas, y me llevan hacia la patrulla. A través de la oscuridad de la noche, mis ojos encuentran a Driet, ya sentado en la parte trasera del vehículo.
Al parecer, el destino ha decidido que compartiremos el mismo camino hacia prisión.
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NOELLE
—Por favor, tengo que verlo. —La desesperación en mi voz es palpable mientras me inclino sobre el mostrador, casi cruzando el límite que me separa del policía. Necesito convencerlo.
El lugar está desolado, apenas iluminado por un par de luces amarillentas que proyectan sombras en las paredes. El reloj marca más de las doce de la noche, y el silencio agrava la tensión del ambiente.
Llevo más de media hora rogándole, insistiendo con todas mis fuerzas para que me permita ver a Stephano. Mi propia persistencia comienza a desgastarme, pero no pienso rendirme. El agente, que interrumpió justo cuando Driet y Stephano estaban a punto de perder el control, sigue sentado frente a su monitor, fingiendo estar ocupado con papeleo y llamadas. Su indiferencia me irrita, pero no me detiene.
—Por favor... —repito una vez más, mi voz apenas un susurro.
—Cinco minutos —responde al fin, suspirando con fastidio—. Solo cinco minutos.
—Gracias. —Mi alivio es sincero.
Me guía por un estrecho pasillo que lleva hasta las celdas. La mayoría están vacías, excepto dos, una frente a la otra. Dentro de ellas están Driet y Stephano, ambos con los hombros tensos y las posturas rígidas.
Mis ojos se detienen en Driet, estudiándolo mientras el peso de la realidad me aplasta. Pienso en todo lo que ha vivido, en lo que ha soportado en silencio, y en lo que estará sintiendo ahora. Dejo de respirar por un instante, y una punzada de dolor me recorre el pecho. Aparto la mirada, fijándome en Stephano.
—Hola —digo, mi voz temblorosa.
Stephano se pone de pie al escucharme y se acerca a los barrotes. Su mirada es una mezcla de agotamiento y algo que no puedo identificar del todo, pero que me golpea como un puño. La tensión en su cuerpo parece desvanecerse al verme, como si mi presencia fuese un alivio momentáneo.
—¿Cómo estás? —pregunto, temiendo la respuesta.
—He estado mejor —murmura con una sonrisa suave que apenas logra ocultar la mezcla de emociones que estará sintiendo.
—¿Estás herido? Tenías sangre y...
—Era suya. Logró sujetarme. —Para confirmarlo, estira la camiseta frente a sí, mostrándome la marca que dejó un puño. Respiro aliviada, sintiendo cómo la presión se disipa de mi cuerpo.
—Estaba preocupada —admito, sin poder evitarlo.
—¿Por mí? —pregunta con incredulidad. Sus ojos se llenan de una tristeza tan profunda que me deja sin palabras.
—Sí, por ti. —Mi voz se quiebra un poco, pero logro mantenerme firme. No encuentro la fuerza para mentirle.
Stephano frunce el ceño y parpadea, procesando mis palabras como si no fueran reales.
—Eres un cabezota —continuo, intentando ocultar mi propio nerviosismo—. Pudiste salir herido. Dijiste que no harías nada más por mí, pero te pusiste en frente de un arma.
De reojo, contempla el lugar en el que Driet todavía permanece sentado, con la espalda apoyada en el muro. Todavía nos mira, así que baja la voz para decir lo siguiente.
—No puedo volver a perder a nadie sin al menos intentar algo. —Su tono es grave, casi roto, y no hace esfuerzo alguno por ocultarlo.
—Lo siento. Es mi culpa...
—No. —Stephano sacude la cabeza con resignación—. La policía nos habría encontrado de cualquier forma.
—Escucha. —Respiro hondo antes de continuar—. Durante todo este tiempo fui dura contigo y...
—Me lo merecía. —Su respuesta es tan inmediata como dolorosa, y me hace estremecer.
—Pero no te di la oportunidad de cambiar. Tú querías hacerlo, y al final fui yo quien te lo impidió.
—¿Entonces... me darás otra oportunidad? —Apoya la frente contra los barrotes, y por primera vez, veo algo de esperanza en sus ojos.
El lugar tiene una iluminación precaria, pero parece que la tenue luz lo favorece. Stephano no es una mala persona, tan solo alguien que necesita abrir los ojos. Lo ocurrido esta noche es un trago amargo de realidad, uno que quizás lo cambie para siempre.
Me acerco un poco más, ignorando las dudas que me gritan en el fondo de mi mente, y a través de los barrotes le doy un beso breve en los labios. Él se queda congelado, sorprendido, antes de reaccionar y aceptar el gesto. Cuando me aparto, su mirada permanece fija en mí, aturdido.
—Ya veremos qué hacer —digo, preguntándome en silencio qué acabo de hacer, o si acaso apresuré demasiado las cosas.
—¿Tuvimos que llegar hasta aquí para que me des una oportunidad? —pregunta con una sonrisa débil—. De haberlo sabido, me habría entregado a la policía hace tiempo.
—No hablas en serio.
—Quisiera besarte un poco más —admite con un destello de osadía.
—Tampoco dije que sería tan fácil.
Una tos seca nos interrumpe. El policía está de regreso, aclarando su garganta para anunciarse. Su expresión, sin embargo, me pone en alerta. Luce pálido, con las palabras atrapadas en su garganta.
—El rey... —murmura el hombre, su voz apenas audible.
—¿Qué ocurre? —pregunta Stephano, dando un paso adelante y agarrando los barrotes con fuerza—. ¿Qué pasa con mi padre? —exige Stephano, apretando los nudillos hasta que se tornan blancos.
—Acaban de internarlo en el hospital.
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Pero bueno, avanzamos un pasito y llega el poli con tremenda noticia 😒
¿Qué piensan de Driet con este capítulo?
Recibo bastantes preguntas sobre cuándo publicaré el siguiente capítulo y cosas así. Todo lo anuncio en Twitter ❤️
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