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Capítulo 12


♔ ♕ ♔


NOELLE

Mientras guardo algunos libros en mi casillero, Stephano aparece sin previo aviso, como si tuviera un radar para encontrarme.

—Fue la mejor respuesta que jamás esperé —dice, apoyándose en el casillero de al lado con una sonrisa relajada que no logra disimular su orgullo.

Echo un vistazo rápido alrededor; el pasillo está vacío. Monty está cerca, pero esta vez parece mantener cierta distancia, observándonos.

—¿De qué hablas? —le pregunto sin mirarlo directamente, centrándome en cerrar mi casillero.

—Anoche. No fuiste directa al no.

—No te confundas, Stephano. No fue un tampoco —replico, intentando pasar a su lado, pero su brazo bloquea mi camino, y casi lo toco por error.

—A veces, lo que importa no es lo que dices, sino lo que no dices —responde, inclinándose un poco hacia mí, de modo que se me corta la respiración. Por un instante, parece que está a punto de repetir lo de las veces anteriores: besarme por sorpresa. Pero esta vez estoy más preparada y lo evito. Ahora ya sé qué esperar. Sin embargo, no es suficiente. Su aroma me envuelve, y un leve mareo me embarga, como si su presencia fuera una corriente que arrastra mis sentidos.

—Deja de hacer eso.

—¿Hacer qué? —Su voz se ha vuelto más gruesa de repente.

—Creer que puedes leerme como si me conocieras. —Trago saliva con dificultad—. No sabes nada de mí.

—Sé más de lo que crees, Noelle. Y anoche, por un momento, te olvidaste de odiarme.

—Sí, y fue un error —respondo con frialdad, dando un paso atrás que me lleva más lejos de él y su insufrible olor.

—¿De verdad? —pregunta, estudiando mi rostro con atención.

—No lo dudes. Y no volverá a pasar.

Él sonríe, pero hay algo en sus ojos que me pone nerviosa, una certeza que no puedo descifrar.

—Dices eso con tanta seguridad, pero tu voz tiembla.

—Es porque me irritas. Siempre lo has hecho. Y ahora no es diferente.

—No digas eso, Noelle. Podríamos intentarlo.

—¿Intentar qué? —exclamo, frustrada—. ¿Qué parte de esto no entiendes? No hay un "nosotros". Nunca lo hubo y nunca lo habrá.

—Porque no quieres que lo haya.

—Exacto.

Él suspira, pero no retrocede, sino todo lo contrario. Lo que no es justo, porque tenerlo tan cerca solo me vuelve más vulnerable.

—¿Por qué te resulta tan difícil aceptar que esto es real?

—¿El qué?

—Lo nuestro.

Casi me rio.

—Porque no creo en cuentos de hadas. Y tú no eres un príncipe encantador, Stephano.

—Tal vez no lo sea, pero tampoco soy el villano que imaginas.

—¿De verdad? Porque todo lo que recuerdo de ti son años de burlas y provocaciones. ¿Eso es lo que haces con las personas que te importan?

Por un momento, su rostro pierde la sonrisa, y en ese instante siento que hemos retrocedido al principio de todo. Regresamos a antes de que supiera el secreto de su hermano, incluso a cuando ni siquiera nos dirigíamos la palabra.

—Tal vez no supe cómo acercarme a ti. Pero eso no cambia lo que siento ahora.

—Lo que sea que sientas no cambia quién eres. Y yo no estoy dispuesta a caer.

Me doy la vuelta, dispuesta a irme, pero él me sigue, acortando la distancia entre nosotros.

—Noelle, mírame.

—No tengo tiempo para tus discursos, Stephano.

—Por favor. Estoy siendo real ahora.

Su tono cambia, y por un segundo, casi me detengo. Pero no puedo permitirlo. No puedo dejar de pensar que las personas no cambian tan fácilmente. No se vuelven mejores de la noche a la mañana, ni por amor, ni por alguien más. Eso no es real. Los cambios profundos llevan tiempo, esfuerzo y voluntad, algo que no se logra con simples promesas o gestos efímeros. Mamá tiene razón en eso.

—Déjalo ya, Stephano. Esto no tiene sentido. Tú y yo, somos un desastre esperando a ocurrir.

—¿Y eso te asusta? —pregunta, y me detengo finalmente.

—Sí. Me asusta perderme a mí misma. Porque contigo, todo siempre se trata de ti. Y yo no estoy dispuesta a ser una más en tu lista de conquistas.

Él parece sorprendido, como si no esperara esa respuesta.

—No eres como las demás, Noelle. Y eso es lo que me importa.

—Pues empieza a olvidarlo. Porque yo no pienso convertirme en otra de tus historias. Tú y yo, no funcionamos.

—¿Por qué? —inquiere, casi con desesperación—. ¿Qué es lo que realmente te asusta?

—Tú, Stephano. Tú me asustas. Porque no sé si todo esto es real o solo un juego más para ti.

Sus ojos se endurecen, como si mi duda lo hiriera más de lo que esperaba.

—¿Once años no te bastan para saber que esto nunca fue un juego? —Me atormenta cada vez que tomo algo de distancia y él la recupera—. ¿Cuántas veces debo admitir que fui un idiota para que me perdones?

—Siete años —enfatizo, dejando que el tiempo entre las palabras cale profundo—. Hace siete años, un granuja se sentó a mi lado en la cafetería y probó de mi comida sin pedir permiso. Fueron siete años en los que hiciste de mi vida un infierno —replico, intentando que mis palabras sean un escudo contra su cercanía.

—¿Qué hay de mí? Esos mismos años, y más, también fueron un tormento para mí. ¿Acaso no crees que he intentado dejar de quererte durante todo este tiempo?

—Pues es un hecho. —Hago una pausa, en la que lo veo apretar la mandíbula con fuerza, como si evitara decir o hacer cualquier cosa—. Deberías intentarlo con más ganas. —Me alejo sin mirar atrás, con el corazón latiendo con fuerza, no por él, sino por lo mucho que me cuesta mantenerme firme.

Más tarde, durante el almuerzo, me arriesgo a ir a la cafetería para comprar algo de comer. Creo que puedo sobrellevar las miradas del resto, pero lo peor ocurre cuando Holly y el grupito que nos molestó en el baño el otro día se acercan a mí como si fuéramos amigas de toda la vida. Me rodean, bloqueando mi paso justo cuando estoy a punto de salir para sentarme en el patio. Me había asegurado de que no estuvieran, no sé en qué momento o de dónde salieron.

—Deberías sentarte con nosotras —sugiere la pelinegra, su tono cargado de suficiencia.

Su sonrisa altiva me deja claro que no ha olvidado lo que pasó en el otro día. Está aquí para ajustar cuentas, y eso me pone en alerta.

—No, gracias —respondo, intentando esquivarla, pero otra voz me detiene.

—Creo que no tienes más remedio que hacer lo que dice —interviene una rubia que se cuelga del brazo de la líder como si fueran siamesas.

Holly se mantiene un poco más atrás, mirando al suelo, como si quisiera desaparecer. Su silencio duele más que cualquier palabra.

—Tenemos algo sobre ti —anuncia la pelinegra, sus ojos brillantes—. Lo más prudente sería que accedieras.

No me dan tiempo para procesar lo que dice. Me arrastran hasta una mesa medio llena, obligándome a sentarme con ellas. El perfume dulce y empalagoso que llevan me revuelve el estómago, y una punzada de envidia me atraviesa al notar lo impecables que lucen con su maquillaje. Yo nunca podría hacer algo así; ni siquiera soy capaz de delinearme una ceja sin parecer un payaso.

Alrededor, todos nos miran. Ellas, riendo y murmurando entre sí, son el centro de atención. Yo, la intrusa.

Intento concentrarme en Holly, pero sigue absorta en su bandeja, perdida en un mundo que no puedo alcanzar. Quiero que me mire, que me dé alguna señal, pero ni siquiera eso consigo.

—¿Cuál es el punto de tenerme aquí? —pregunto al fin, incapaz de contener la curiosidad y el temor que me asfixian.

La líder arquea una ceja y, con un gesto, indica a Holly que haga algo. Mi prima saca su teléfono, busca algo en él y lo desliza hacia mí. Por primera vez, nuestras miradas se cruzan, pero su expresión es un muro impenetrable.

Cuando bajo la mirada al teléfono, siento cómo el mundo se desmorona bajo mis pies. Una foto de la mañana en que Stephano me abrazó en el estacionamiento aparece en pantalla. Aunque llevo el gorro, mi rostro es inconfundible. Recuerdo que no había nadie cerca, excepto...

—Soy Candy, y Seige es mi hermana —revela la pelinegra con una sonrisa venenosa.

El nombre resuena en mi mente, trayendo consigo recuerdos de la chica del walkie-talkie y el extraño vínculo que parecía tener con Stephano. Ahora todo encaja.

Si esta nueva fotografía llega a salir a la luz, y considerando lo mucho que disfrutan retorcer cada publicación sobre mí en esa maldita página, no tengo dudas de que no solo mamá perderá la cabeza. Cada instante que pasa, la página adquiere mayor visibilidad, puede que incluso llegue a manos de la prensa. De ser el caso, todo estará arruinado.

—¿Qué es lo que tu hermana quiere? —murmuro, sintiendo cómo el miedo se apodera de mi voz.

—¿Ella? No la metas en esto. No sabe que tengo la foto —responde con suficiencia—. Es lo que nosotras queremos.

El terror se transforma en incredulidad.

—¿Y qué es eso?

—Ir a la carrera de esta noche —anuncia, su tono cargado de triunfo—. Y tú vas a conseguirnos un lugar.

Mi corazón se hunde. ¿Todo por Stephano? Ni siquiera puedo enfrentarlo, no después de todo lo que pasó en la mañana.

—No soy un mapa, y tampoco necesitan mi permiso para asistir.

—No seas tontita —dice, riendo con sus amigas, mientras Holly, para mi sorpresa, esboza una pequeña sonrisa.

Cada burla y mirada me atraviesa, pero es esa sonrisa la que más me duele.

—Como el lugar cambia constantemente, no todos saben dónde será esta vez. Solo un círculo muy cerrado lo conoce, y necesitamos que nos lo digas.

Me quedo en silencio, sintiendo cómo la situación se me escapa de las manos. Ni si quiera yo sé eso.

—Escucha —susurra, inclinándose hacia mí con el rostro endurecido—: Por alguna razón, Stephano ha evitado las últimas carreras, y ya que aparentemente son bastante cercanos, tú lo llevarás a esta. Convéncelo.

Un nudo se forma en mi garganta, y me odio por no poder decir que no, por no tener la fuerza para enfrentarla. Al final, hace un gesto para que me levante, y eso hago, con las piernas temblando y el peso de su amenaza aplastándome.

Salgo de la cafetería con el corazón latiendo a mil por hora, el eco de las palabras de Candy aún resonando en mi mente. Mis manos están heladas, y el miedo que creía haber superado ahora se aferra a mi pecho como una garra invisible.

No puedo permitir que sigan usando esa página para humillarme, pero tampoco puedo ignorar la amenaza de lo que podrían hacer si no las complazco. La opción lógica sería buscar ayuda, hablar con alguien que pudiera detener esto antes de que escale. Pero... ¿con quién?

Duele reconocer que estoy sola en esto.

Por la tarde, al llegar al palacio, la reina me intercepta en la entrada. Va acompañada del rey, y ambos parecen estar de salida con evidente urgencia. Ella luce alterada, mientras que él no muestra su acostumbrada seriedad. Está pálido, tosiendo de forma seca y constante, como si intentara calmar su garganta. Sin embargo, su mandíbula apretada delata algo más: miedo. Por un momento, parece a punto de vomitar. Una posibilidad inquietante cruza mi mente: ¿y si algo le pasó a Stephano?

Estoy por preguntar si todo está bien, pero el rey se adelanta hacia el automóvil que aguarda al pie de la entrada. La reina, con demasiada prisa, me agradece por haber cumplido la primera misión, aunque su tono suena urgente. A decir verdad, no hice mucho para convencer a Stephano de volver a comer con ellos; lo hizo por sus propios méritos.

Se lo hago saber, pero la reina me silencia con un gesto firme. Me promete que cumplirá cualquier pedido mío en otro momento, una promesa que no alcanzo a procesar porque ni siquiera he pensado en ello aún. Entonces, con la misma urgencia, me encarga otra tarea imposible: lograr que Stephano y su primo convivan como una verdadera familia. Sin darme tiempo para responder, sube al auto y desaparecen.

Mientras el vehículo se pierde de vista, observo cómo toda la guardia parece haberse concentrado en escoltar la salida de los reyes. Su comportamiento es extraño. Siempre he visto a los monarcas mantener la calma ante cualquier circunstancia, pero esta vez, la reina parecía estar fingiendo normalidad. O tal vez me equivoco, porque aún no los conozco lo suficiente.

Cinco minutos después, Stephano aparece bajando la escalera a trote. Tiene el ceño fruncido y no parece notar mi presencia. Sin detenerse, avanza hacia la cocina, y para mi sorpresa, Monty no lo acompaña. No sé cómo funcionan los turnos de su guardaespaldas, pero algo me dice que este comportamiento no está en los planes habituales.

—¿Qué haces? —le pregunto al alcanzarlo. Mientras busco a Olive con la mirada, noto que la cocina está vacía. ¿En dónde están todos?

—Salir —responde sin mirarme, mientras entra en lo que parece ser la bodega de alimentos.

—¿A hurtadillas? —Logro colarme antes de que la pesada puerta se cierre frente a mí—. ¿A dónde irás?

Se detiene y me mira con una mezcla de furia y cansancio. Su mirada es un abismo que me deja helada.

—Pensé que me querías lejos —dice, y en su voz hay un dolor que me atraviesa. Me siento culpable, aunque sé que no debería—. ¿Por qué me sigues?

—Todavía tienes que aprender español —murmuro, sin convicción. Ni siquiera logro convencerme a mí misma. ¿Qué diablos hago en un lugar tan pequeño con su compañía? Los recuerdos de la última vez que estuvimos así me golpean, y debo aclararme la garganta y fingir que no estoy pensando en eso.

Stephano chasquea la lengua y se vuelve hacia la salida. Lo alcanzo justo antes de que cruce la puerta, pero él tira de mí con brusquedad, acorralándome entre un mueble lleno de alimentos y su cuerpo.

Luce frenético, casi desesperado. Mis ojos recorren su rostro, buscando algún indicio de lo que piensa, pero no hay nada claro. Mi corazón se acelera cuando su mirada se fija en la mía. Me asusta, no porque crea que me hará daño, sino por la determinación que veo en él.

—¿Por qué haces esto? —Su voz es profunda mientras contempla mis labios. Sus cejas se fruncen, como si un pensamiento desagradable acabara de surgir en su mente.

—¿De qué hablas? —Logro responder, aunque sin aliento.

—¿Por qué sigues viniendo? —insiste, con mayor intensidad. Su tono me obliga a enfrentar la certeza de que está ocultando algo importante.

—Tengo trabajo que hacer —respondo, intentando sonar indiferente. Pero en el fondo, algo me preocupa: la frialdad con la que de pronto me mira.

—Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ti. —Su mirada se vuelve distante, y baja la vista al suelo—. Antes, habría sido capaz de lo que fuera. Pero ahora...

El nudo en mi garganta es incómodo.

—¿Qué quieres decir? —pregunto con un hilo de voz.

—Tenías razón, y debemos terminar con todo esto. Cortarlo de raíz. —Se aparta de mí, y sus palabras, inesperadamente, caen como un balde de agua fría—. Si te quedas aquí, puedes decirles a los reyes que soy un caso perdido. Así te librarás de estar atada a mí.

—No puedo —contesto de inmediato—. Es decir, ahora trabajas con mi papá, y...

—Puedo simplemente no ir. No me esperará para siempre.

Doy un paso hacia un lado, buscando poner distancia entre nosotros. Su actitud me frustra, pero no debería importarme tanto como lo hace.

—Estás siendo tan... —Me llevo una mano a la cabeza, intentando procesar mi enojo.

Stephano se ríe con amargura. Jamás lo había visto así. Parece una persona completamente distinta.

—Eso ya no importa —dice—. Nada importa, y nunca importó. Puedes hacer lo que quieras. Dejaré de involucrarme en tu vida.

Se marcha, dejándome en la penumbra de la bodega. Todo lo que ocurrió a lo largo del día empieza a encajar. Creo saber adónde se dirige: la carrera de esta tarde.

No puedo dejarlo ir así. Persigo su camino y lo encuentro frente a la puerta del estacionamiento. Se detiene a observar un muro y eleva la mirada hacia una cámara de seguridad situada en lo alto, fuera de su alcance.

Con movimientos rápidos, saca un pequeño láser de bolsillo del interior de su chaqueta y lo enciende, apuntándolo directamente hacia la lente de la cámara. La luz roja del láser parpadea en círculos hasta encontrar el punto exacto, bloqueando la visión de la cámara al crear un reflejo deslumbrante.

Me quedo inmóvil por un segundo, impresionada por su improvisación. Él ni siquiera se voltea, como si supiera que lo estoy siguiendo, y de prisa se desliza cerca del muro, rodeando el palacio.

Los pasos que se aproximan al lugar donde me encuentro me impulsan a seguirlo. Acaba de crear una distracción para los guardias, y mientras ellos se desorientan, en busca de lo que sea que causó la interferencia en la cámara, él se adentra rápidamente en un gigantesco parqueadero.

Mientras empuja su motocicleta fuera, lo alcanzo.

—Iré contigo —le digo con firmeza.

Stephano me mira de reojo, con esa expresión que me hace sentir como si hubiera hecho algo malo, y sonríe de medio lado.

—Eres libre de hacer lo que quieras —me dice y comprueba a través del espejo retrovisor que nadie nos sigue. Luego, gira hacia una pequeña puerta metálica trasera, una que ni siquiera sabía que existía. No tiene una llave para el candado que la mantiene sellada, pero, como era de esperar, se las ingenia para abrirla con un gancho—. Espero que sepas dónde será la carrera.

Mientras lo sigo por una calle angosta, una inquietud se apodera de mí. ¿Hay alguna forma de detenerlo antes de que sea demasiado tarde? Sus palabras se mezclan con el rugido del motor, y, de pronto, una pregunta cruza mi mente como un rayo:

—¿Dónde será la carrera?

Mientras enciende la motocicleta, murmura el nombre de una calle antes de acelerar sin mirar atrás. En cuestión de segundos, el rugido del motor se apaga en la distancia, dejándome sola, atrapada en el silencio que sigue a su partida, su respuesta habiéndome dejado entre un mar de emociones: agotada, frustrada y llena de dudas. Pero sé que no puedo quedarme quieta.

Corro hacia la parada de autobús más cercana, convencida de que salvarlo no significa nada más que cumplir con mi deber. O al menos, eso me repito una y otra vez, tratando de ignorar el nudo en la garganta que se ha vuelto más pesado y difícil de tragar con cada instante.

A lo largo del trayecto al lugar donde se llevará a cabo la carrera, mi mente no deja de divagar. Con esfuerzo, podría considerar a Stephano como un amigo, pero nada más. No es mi candidato ideal para algo más.

Junto a mí quiero a alguien que esté dispuesto a demostrar sus sentimientos a diario, que no necesite esconderse ni actuar a hurtadillas. Alguien que no viva al borde de los problemas, sino que me ofrezca estabilidad. No un niño que debo cuidar, sino un hombre con madurez. Y Stephano... no encaja en esa descripción. Él sería una montaña rusa constante: emocionante, quizá, pero también agotadora.

Mientras reflexiono, recuerdo que tuvo la audacia de dejarme tirada. Su enfado lo llevó a abandonar cualquier consideración, y ahora estoy aquí, sudada y molesta, después de tomar varios autobuses y correr seis cuadras.

Finalmente, el paisaje cambia. Las luces de los automóviles iluminan el campo de cebada, y a lo lejos, la muchedumbre se arremolina alrededor de las motocicletas. El ambiente es electrizante, pero también me resulta abrumador. Hay más gente de la que esperaba, incluso que la última vez.

La música resuena con una intensidad que hace vibrar el suelo. Los autos deportivos lucen luces LED de colores, y el lugar parece más una fiesta de lujo que una simple carrera. Mientras me acerco, no puedo evitar sentirme fuera de lugar con mis vaqueros y mi cabello desordenado.

Mis ojos buscan a Stephano, y no tardo en encontrarlo. Está recargado contra la carrocería de una camioneta, fumando con un aire desinteresado. A pesar de no aprobar su comportamiento, debo admitir que luce increíblemente atractivo, algo que solo logra intensificar mi molestia.

Un grupo de personas lo rodea, celebrándolo como si fuera el rey de la noche. Aquí, él es alguien, y parece disfrutar de esa admiración. En este sitio, él tiene el poder.

Seige aparece de repente, segura y radiante, como si fuera la dueña del lugar. En mi memoria permanece fresca la situación con su hermana en el comedor del colegio, y de inmediato empiezo a buscar las similitudes físicas entre Seige y Candy. La piel de ambas tiene esa tonalidad cálida. Sus cabellos, aunque diferentes en largo, comparten un mismo tono oscuro. Los ojos de Seige, en su forma intensa y fría, me recuerdan a los de Candy, aunque los de ella son más abiertos, con una mirada más juguetona y menos calculadora.

Sin titubear, Seige rodea a Stephano con los brazos y lo besa. Mi cuerpo se paraliza. Nunca antes había visto a Stephano besando a una mujer, lo que me recuerda algo que Holls mencionó en su momento, y que había olvidado hasta este preciso instante. Se decía que el príncipe no besaba a nadie, que su boca permanecía intocable para todas, incluso había detallado algo similar en su carta. Mi estómago se revuelca con una sensación extraña, como si todo lo que había creído hasta ahora se desmoronara frente a mis ojos. Pero ¿qué soy yo para él? No tengo derecho a reclamar nada.

¿Aunque me hubiera besado?

Sacudo la cabeza para eliminar todas esas ideas y avanzo, pero mis piernas se vuelven pesadas.

¿Qué espero lograr con detenerlo? Desde un principio, la idea de acceder a cambiarlo fue muy tonta. Tampoco voy a conseguir nada si todo el tiempo nos encontramos en un tira y afloja constante.

Mi mente se llena de preguntas sin respuesta, y antes de que pueda concluir nada, choco con alguien, derramando su bebida al aferrarme a su ropa con tal de no caer.

El hombre al que he tirado su vaso es corpulento, y debo inclinar la cabeza hacia la oscuridad de la noche para contemplar su rostro. Justo ahora me mira con una mezcla de advertencia. Mi corazón se acelera al reconocerlo: Driet, el mismo que intentó sacar a Jerome de la pista en la última carrera.

Me tambaleo hacia atrás al instante, pero algo en mí parece haber captado su atención, porque sin pensarlo, se acerca con una mirada fija y peligrosa. Sus hombros anchos y bien definidos, junto a sus brazos tatuados que se extienden con firmeza a lo largo de su cuerpo, lucen imponentes. Puede que cada bíceps sea, incluso, del tamaño de mi cabeza.

—¿Estás perdida, nena? —pregunta, su tono gotea sarcasmo. Tampoco había reparado en el arete que adorna su labio, hasta ahora, cuando juega con él de manera inconsciente mientras me observa. La última vez que lo vi, tenía el rostro cubierto de sangre, pero ahora puedo admirar sus facciones afiladas. Su mirada, feroz y arrebatadora, resalta su atractivo peligroso, como si cada gesto estuviera impregnado de una fuerza incontrolable. Su cabello oscuro se derrama sobre sus ojos en forma de ondas líquidas, y sus ojos son tan negros como el abismo. Todo en él grita violencia en su estado puro.

Mis labios tiemblan, lo que parece sacarle una sonrisa, pero uno de sus amigos se acerca y murmura algo en su oído. A pesar del bullicio, logro captar las palabras:

—Está aquí.

Driet voltea la cabeza hacia Stephano de forma lánguida y perezosa, y una expresión oscura cruza su rostro. Es una mezcla de aversión y satisfacción.

—Así que finalmente se atrevió a venir —dice, con un tono cargado de intención.

De pronto sé que esto no terminará bien.

Driet camina hacia Stephano con su grupo siguiéndolo, como si fueran un enjambre de sombras que lo envuelve todo. Pero no es todo, yo me encuentro justo en medio, rodeada por todo ese grupo peligroso.

Intento desaparecer entre la multitud, pero es imposible, empezando porque uno de ellos se coloca justo en frente de mí. Por otro lado, Holly, Candy y su séquito de chicas glamorosas aparecen en escena, frenando mi paso con sus teléfonos en mano, capturándolo todo como si fueran reporteras sensacionalistas. Sus ojos me encuentran, y sus sonrisas maliciosas me hacen desear estar en cualquier otro lugar. Lo más probable es que Candy le haya sacado la ubicación de la carrera a su hermana, porque no le envié ningún mensaje con la información que me pidió en el comedor de la escuela.

Tan solo deseo pasar desapercibida, pero es imposible. Estoy demasiado cerca de Stephano y Driet, dos figuras cuya mera presencia domina el ambiente, deteniendo el flujo de la multitud y fijando la atención colectiva en ellos.

Stephano y Driet están ahora cara a cara. No puedo ver al príncipe, pues el muro, que se erige como su contrincante, es suficiente para ocultarme por completo a sus espaldas. Sin embargo, puedo imaginar su expresión, tan clara en mi mente como si estuviera frente a mí.

Todos los presentes contienen el aliento, esperando el desenlace. Mi corazón late desbocado, y una sensación de peligro inminente se apodera de mí.

Esta noche promete ser más caótica de lo que imaginaba. ¿Es demasiado tarde para arrepentirme de haber venido?


♔ ♕ ♔


STEPHANO

¿Vendrá?

Me siento estúpido por desearlo, pero no puedo evitarlo. Si aparece, ¿qué significará? Una parte estúpida de mí mantiene la esperanza de que lo haga por mí, y no por un estúpido contrato. De todas formas, creo que si la veo, no podré darme por vencido, no como estuve dispuesto de llevarlo a cabo después de la discusión que tuvimos en la escuela esta mañana.

No dejo de pensar en ella. En cómo se derrite cuando la estrecho en mis brazos, cuando mis labios rozan los suyos. Su cuerpo responde a mí de una manera que me vuelve loco. Me encanta cómo cae ante mí. Pero también conozco el límite. Lo descubrí cuando dijo que me temía. Y tenía razón. Nada de lo que he hecho con respecto a ella ha estado bien.

Hay tantas cosas que no debería haber hecho. Estar aquí, por ejemplo, o haber cedido al beso de Seige, cuando siempre me mantuve firme ante la idea de no besar a nadie que no fuera Noelle. Pensé, ingenuamente, que podría ser suficiente para borrar lo que me atormenta. Pero Seige no es suficiente. Nunca lo fue. Ahora, incluso me desagrada la idea de tocarla. Solo quiero a Noelle.

Correr. Es lo único que me da una sensación de control. Sé que puedo ganar, que en la pista todo está bajo mi dominio. Y ellos lo saben. Desde el momento en que llegué en mi motocicleta, me abrieron paso, como si mi presencia dictara las reglas. Pero ya nada se siente igual que antes. No hago nada más que buscarla con la mirada, esperando por su llegada.

—¿Dónde está el de la motocicleta roja? —la voz de Driet rompe mi concentración. Se acerca con su séquito, ojos duros y burlones clavados en mí.

Claude, siempre fiel, baja de un salto de su camioneta y se coloca a mi lado. Es el único dispuesto a enfrentarlos, pero su presencia aquí, en la carrera, me irrita. Noelle es la única que fue auténtica conmigo, incluso después de saber que lo había perdido todo. No podría considerar a Claude un amigo, solo es mi compañero de carreras.

—No vendrá —respondo, tratando de mantener la calma.

Driet me estudia con una sonrisa lánguida.

—Entonces, espero que estés dispuesto a pagar el doble por su ausencia. Por ahí escuché que te desheredaron.

Antes de que pueda reaccionar, uno de sus compinches aparece arrastrando a Noelle. El enojo me consume al instante. La culpa me golpea como un puño cerrado. Nunca debí dejarla sola. Nunca debí decirle dónde sería la carrera.

—Es la chica de la fotografía —le confirma el tipo, dirigiéndose a Driet.

¿Fotografía? Mi mente trabaja frenéticamente, y entonces la veo. Entre la multitud, la prima de Noelle con su grupo de nuevas amigas, grabando todo con sus teléfonos como hienas hambrientas. Debieron haber publicado algo nuevo en esa estúpida página de fans. No puedo dejar de pensar que antes habría podido borrar cualquier evidencia. Ahora, estoy atado de manos.

—Así que no me había equivocado. —Driet mira a Noelle con nuevos ojos, y se me retuercen las entrañas. Tengo que apretar los puños para no lanzarme hacia ella y sacarla de en medio de todos ellos.

—Jerry —lo llama uno de sus amigos, pero este lo corrige con un tono ácido:

—Joder. ¿Cuántas veces tengo que repetirlo? Ese puto nombre me enferma.

Ese nombre, Jerry, me golpea como un trueno. No puedo evitar el vuelco en mi estómago. Ese nombre que no he podido borrar desde aquel día en el parque cuando descubrí que tenía un hermanastro.

—Vale, lo siento. Todavía no me acostumbro.

—Cinco putos años, Cole. Ya viene siendo hora.

El susodicho se encoge de hombros y, con un gesto despreocupado, le muestra la pantalla de su teléfono. Es una fotografía, aunque desde mi posición no logro distinguirla bien, pero es suficiente para hacer sonreír a Driet.

Jerry.

No.

Debe ser un error. No puede ser él. En mis recuerdos, aunque difusos por el paso del tiempo, era solo un niño frágil, con brazos delgados como ramas y una estatura que lo hacía parecer aún más pequeño de lo que ya era.

—Ella es tu siguiente conquista, ¿eh? —Driet me observa con una sonrisa burlona que deseo borrar de su rostro, pero algo me frena. No es solo la presencia de Noelle junto al tipo más peligroso que conozco. Es esa espina en mi mente, la sospecha que germina al escuchar ese nombre.

—Cierra la boca —murmuro, pero mi voz no tiene el filo que desearía, y él lo nota, pero debe interpretarlo de otra manera, porque desvía su atención hacia Noelle, sus ojos brillando con una peligrosa mezcla de interés y desafío.

—Esta vez será uno contra uno —anuncia con un tono triunfal—. Y lo mejor de todo, espero que hayas traído una acompañante, porque yo acabo de encontrar a la mía.

Agarra a Noelle del mentón, obligándola a mirarlo. Sus pequeños labios tiemblan al mirarlo, pero a pesar de todo, no se acobarda. Así es ella.

—Y también acabo de notar que es muy... hermosa.

Mi mundo se tensa, cada músculo de mi cuerpo listo para atacar. Esto no acabará bien.


──── ⊱ ♔ ♕ ♔ ⊰ ────

Driet = Jerry (?) 🧐

¿Esos dos son hermanos? ¿Será?


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