Capítulo 08
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NOELLE
Dentro del edificio, suelto a Stephano tan pronto cruzamos la puerta principal. La piel me hormiguea donde lo toqué, y aunque me esfuerzo por ignorarlo, el malestar no desaparece. Guardo en mi mochila el gorro que Monty me dio, intentando que la acción me distraiga. Ya encontraré el momento adecuado para devolvérselo.
—Noelle...
—Ve a clases, Stephano —intervengo, apurando el paso sin mirarlo.
—¿Eso es todo? —Su tono es ligero, casi divertido. Camino más rápido, pero él no parece dispuesto a dejarme ir—. Después de ese gran espectáculo, ¿me despides como si nada?
Me detengo de golpe y me giro para enfrentarlo. Su sonrisa arrogante sigue intacta, esa misma que hace hervir mi sangre.
—¿Qué quieres ahora?
—Un poco de gratitud, tal vez. —Se apoya contra la pared con una confianza exasperante—. No todos los días me arrastran lejos de una discusión.
—¿Gratitud? —repito, cruzándome de brazos—. ¿Quieres que te agradezca por ponerte en medio de algo que tú mismo provocaste?
—No provocaría nada si no me hicieras reaccionar así. —Su mirada baja fugazmente a mis labios, y un escalofrío incómodo recorre mi espalda.
—¿Reaccionar cómo? —Mi voz es gélida, pero él solo se encoge de hombros como si fuera lo más obvio del mundo.
—Ya lo sabes. Tienes esa actitud... —Hace un gesto con la mano, buscando palabras—. Tan desafiante. Me intrigas, Noelle.
—Stephano, lo que te intriga no soy yo. Es tu propio ego intentando entender por qué no caigo a tus pies como el resto.
—Quizá. —Sonríe, y su tono se vuelve más suave, casi seductor—. Pero admito que eso lo hace más interesante.
Aprieto los dientes, sintiendo cómo mi paciencia se desmorona.
—Si crees que voy a caer en tus juegos de príncipe encantador, ahórrate el esfuerzo. Tengo cosas más importantes que hacer.
—¿Como dar clases de español? —pregunta con burla, acercándose un paso.
—Como evitar perder más el tiempo contigo. —Doy un paso atrás, pero él sigue invadiendo mi espacio.
—¿Por qué te empeñas en mantener esta distancia? —Su voz baja un poco más—. Podríamos llevarnos bien, ¿sabes?
—Ya nos llevamos bastante bien, gracias. —Lo miro directamente, y mi tono se endurece—. Ahora muévete.
Por un segundo, parece que va a insistir, pero entonces retrocede, alzando las manos en un gesto de rendición.
—De acuerdo, como quieras. Pero te advierto algo, Noelle: no siempre vas a poder mantenerme a raya.
—¿Eso es una amenaza?
—Es una promesa. —Su sonrisa vuelve, y con un último vistazo cargado de autosuficiencia, se da la vuelta y desaparece por el pasillo.
Respiro hondo, obligándome a calmarme. No puedo permitir que Stephano Seymour se meta en mi cabeza, no como ya lo tengo clavado en mi vida.
Debí haber aclarado que lo que hice no fue por su beneficio.
La frustración se acumula en mi pecho. Lo último que quiero es que Stephano piense cosas que no son... o peor aún, que utilice esto como material para burlarse de mí más adelante.
Antes de entrar al salón, me detengo unos segundos y me doy un par de golpecitos en la frente. Me siento patética.
Decidida a no darle más vueltas, respiro hondo, me enderezo y empujo la puerta. El aula está en completo silencio, todos ya ocupan sus asientos, y el profesor ha comenzado a dar su clase. Todas las miradas se giran hacia mí en cuanto doy el primer paso. Cuchicheos, risas contenidas, y hasta un par de miradas de envidia. Todo por lo que ocurrió ayer con la dichosa tarjeta.
Están todos locos. Este colegio entero está mal, y todo es culpa del príncipe.
¿Quién, con un mínimo de sentido común, querría involucrarse con un chico tan podrido como Stephano Seymour? Claro, es su físico encantador y su estatus lo que los ciega, porque si no fuera por eso, estoy segura de que nadie se molestaría en dirigirle la mirada.
—Señorita Burrell. —La voz del profesor interrumpe mis pensamientos. Me detengo en seco a mitad del camino—. Regrese por donde vino. Aguarde en el pasillo hasta el inicio de la siguiente clase.
—Lo siento. Llegar tarde no fue mi intención —respondo, intentando mantener la calma.
—Todos dicen lo mismo, pero he aprendido a no creer en excusas. Retírese. Hoy tiene falta en mi clase.
—Pero de verdad no fue mi culpa... —Miro a Holly entre el grupo, esperando encontrar algo de apoyo.
—Una palabra más y la enviaré a la oficina del director —me corta tajante.
Aprieto los dientes y bajo la mirada. No me queda más opción que darme la vuelta y salir. Aunque le explicara lo sucedido, no entendería. Y no puedo arriesgarme a confesar lo que ocurrió en el estacionamiento hace unos minutos.
Odio al príncipe un poco más cada día. Si mis padres se enteran de esto, me colgarán. Especialmente papá... No quiero ni imaginarlo.
Cuando comienza la hora del almuerzo, me encuentro en mi casillero acompañada de Holly. Con tantas cosas pasando en los últimos días, olvidé por completo que hoy empieza mi periodo menstrual.
—Que se den una ducha fría —dice ella con una sonrisa condesendiente, al notar mi mueca de fastidio que no he podido borrar en todo el día.
Entre el dolor pélvico que comenzó mientras esperaba en el pasillo, y las ganas de desaparecer, me siento un desastre.
Abro mi casillero y saco una toalla sanitaria del paquete que guardo para emergencias como esta.
—Mamá consiguió trabajo en el palacio —confieso. Holly, que estaba apoyada en la puerta de su casillero, se endereza de golpe y me mira con ojos como platos. Por un segundo, creo que se va a desmayar—. Y yo también —agrego.
Holly se lleva las manos a la boca para contener un grito y luego respira profundo.
—¿Qué es lo que harán?
—Ella será asistente de limpieza. Yo... tutora de español del "príncipe encantador" y, básicamente, su niñera. —Mis palabras están cargadas de irritación, y no intento disimularlo.
Tan solo pensar en la posibilidad de buscarlo me desagrada profundamente. Aunque, claro, nadie me obliga a estar pegada a él todo el tiempo. Vigilarlo a distancia será suficiente, y eso será todo.
—¡No puede ser! —exclama Holly, con una sonrisa nerviosa y dando un pequeño salto que invade mi espacio personal por completo—. ¡Qué envidia me das! Entonces, irás al palacio, ¡estarás en su habitación! ¡Oh, por Dios! Tienes que darme todos los detalles para el club de fans... —Su voz se apaga al darse cuenta de lo que acaba de decir, y se cubre la boca.
—¿Club de fans? —repito lentamente, sintiendo un dolor punzante en el pecho, como de traición—. Gracias a ti, ahora mi vagina no es la única que sangra. Mis oídos también esperan que digas que no acabo de escuchar eso.
—No te enfades, Noe —dice Holly, bajando un poco la cabeza.
—¿Qué es lo que has hecho? —inquiero, aunque ya temo la respuesta.
—Hace tiempo creé una cuenta de club de fans en Instagram y Facebook —confiesa, con una sonrisa nerviosa y encogiendo los hombros—. Prince Lovers.
Acabo de desarrollar un tic nervioso en el ojo derecho, como si hubiera mordido el limón más amargo de todo el planeta.
Amantes del príncipe. Las palabras se repiten en mi mente, haciéndome sentir náuseas. Respiro hondo, tragando el nudo en mi garganta para evitar decir algo que pueda herirla. Sé que todo lo relacionado con Stephano la ilusiona, pero en momentos como este, tengo ganas de sacudirla con fuerza y decirle un par de verdades.
—Tenemos que hablar de esto —le indico mientras cierro la puerta de mi casillero con fuerza—, pero primero debo cambiarme.
—Te acompaño —dice, con una sonrisa amplia y aliviada.
Avanzamos por el pasillo hasta el baño, pero mi suerte no mejora. Pegado a la puerta, un letrero anuncia que está fuera de servicio, obligándonos a tomar una decisión que me desagrada por completo: usar los baños que se encuentran al otro lado del comedor.
Intentaba evitar ese lugar a toda costa, con sus miradas inquisitivas y cuchicheos que seguramente ya giran en torno a mi discusión con Stephano. Pero el llamado de la naturaleza no se puede ignorar. Resignada, cambio de dirección.
Un momento después, entramos al comedor abarrotado de estudiantes. Las conversaciones bajan de volumen a nuestro paso, y aunque muchos se apartan, otros nos siguen con la mirada.
—¿Quién crees que sea la chica que llegó en el auto de Stephano esta mañana? —La voz de una chica a mis espaldas resuena como un eco desagradable.
Mi estómago se tensa. No importa que Monty despejara el estacionamiento esta mañana, los rumores vuelan más rápido que las aves.
—No lo sé, pero Stephano la abrazó. —La emoción en su tono es inconfundible—. Además, ¿viste el rostro de Jerome? Parece que alguien lo golpeó. No pudo ni disimularlo.
Esa última parte me deja sin aliento. ¿Golpearon a Jerome? La información es un dardo en mi mente, pero detenernos no servirá de nada más que alimentar su curiosidad.
—¿Qué pasó con Jerome? —me susurra Holls al oído mientras atravesamos las puertas hacia el patio. Una ráfaga de viento frío nos golpea, despeinándonos.
—No tengo idea —respondo con sinceridad. Ella asiente, pero su mirada pensativa revela que está conectando los puntos en silencio.
Al llegar al baño, respiro aliviada al descubrir que este sí funciona, aunque todos los cubículos están ocupados, con tres chicas esperando en fila, y un par mirándose al espejo. Holls se acerca a un lavamanos vacío, sacando su labial para retocar sus labios.
La fila avanza lento, y cuando por fin un cubículo queda libre, me adelanto con rapidez, pero una figura se interpone en mi camino antes de que pueda entrar.
—¿Está ocupado? —pregunto, tratando de mantener la calma.
—No. —La chica cruza los brazos y se planta firme en el umbral, bloqueando el paso. Tiene el cabello negro azabache y unos ojos oscuros que me observan con un desprecio tangible. Es delgada, pero se mueve con una seguridad que supera su apariencia frágil.
Miro por encima de su hombro para confirmar lo obvio: el cubículo está vacío.
—Necesito usar el baño —digo con voz neutral, intentando esquivarla.
—Y yo necesito que te largues de aquí —replica con frialdad.
—¿Perdón? —Alzo las cejas, sorprendida por su actitud.
—No puedes usarlo. —Su tono es firme, casi divertido, como si fuera una broma que solo ella entiende.
—¿Por qué no? —pregunto, aunque la ira comienza a burbujear dentro de mí.
Ella suelta una carcajada seca, como si mi pregunta fuera ridícula.
—Porque no perteneces aquí. Así de simple.
Antes de que pueda responder, Holls, que no tarda en captar la tensión, se gira hacia nosotras, con una expresión que promete problemas.
—¿Qué te pasa? —exige, acercándose con los puños apretados.
—¿No escuchaste? —Otra voz se une al espectáculo. Una chica rubia, acompañada por otra de cabello castaño, se acercan desde los lavamanos. Su presencia solo sirve para reforzar la actitud desafiante de la primera.
—¡Noelle pertenece a este colegio mucho antes que ustedes, idiotas! —chilla mi prima, ya lista para lanzarse.
—Tranquila, Holls. Vámonos. —Intento detenerla, pero ella se sacude de mi agarre.
—¡No! Esto no está bien. —Me lanza una mirada fulminante, y luego se dirige a las chicas—. ¿Cuál es su maldito problema?
—¿Nuestro? —cuestiona la pelinegra con una sonrisa burlona, como si disfrutara el espectáculo—. Es de todos aquí. Nadie la quiere. —Su dedo me señala como si fuera una cucaracha que acaba de encontrar en su casa—. Y, por si no te diste cuenta, ayer se pasó de lista con esa actitud de engreída.
La rabia ejerce presión en mi pecho, pero antes de que pueda articular una respuesta, un balde de agua sucia aparece de la nada. El líquido helado y maloliente me empapa por completo, salpicando a Holls en el proceso.
Las risas estallan a nuestro alrededor. Miro mi ropa mojada, el agua marrón chorreando hasta el suelo, y luego levanto la vista hacia las tres chicas. Su satisfacción es tan evidente como asquerosa.
—¿Qué diablos les pasa? —grita Holls, furiosa, mientras intenta secarse con las manos.
—Nadie te quiere aquí, ni siquiera el príncipe —responde la rubia con una mueca de desdén—. Eres la repudiada del país, y después de lo que hiciste, ¿todavía tienes el descaro de quedarte?
Su dedo índice me empuja la frente con desprecio, y luego, como si fuera lo más natural del mundo, limpia su dedo en mi abrigo. Es la gota que colma el vaso.
—Me importa una mierda si le agrado al príncipe o no. Después de todo, él no es quien me dará de comer. —Mi voz suena más firme de lo que me siento, pero no importa.
La pelinegra da un paso al frente, su rostro una máscara de furia.
—¿Qué dijiste? —Su voz es casi un gruñido, y se acerca peligrosamente.
Retrocedo. Cuando alcanza el lugar donde estaba, la empujo con ambas manos. No es un empujón fuerte, pero suficiente para que pierda el equilibrio en el suelo mojado. Su cuerpo golpea el cubículo con un estruendo que deja a sus amigas boquiabiertas.
No me quedo a esperar su reacción. Tomo a Holls del brazo y la arrastro fuera del baño. Apenas cruzamos la puerta, siento algo en mi talón, y antes de poder reaccionar, caigo al suelo con un golpe seco. Holls cae junto a mí, y el dolor en mis rodillas, codo y mano derecha es inmediato.
El ardor es insoportable, pero lo peor no es el dolor físico. Es la humillación de escuchar las carcajadas detrás de nosotras.
—Mírala retorcerse como un gusano. —La voz burlona y satisfecha, me perfora los oídos. Pertenece a un chico, no lo conozco.
Me quedo en el suelo unos segundos, con el cuerpo encogido. Las risas continúan, cada carcajada como un martillazo en mi orgullo. Pero, como siempre, me obligo a tragarlo.
—Imbéciles —suelto con furia, sintiendo un calor abrasador detrás de mis ojos.
—¿Qué fue lo que dijo? —pregunta el más alto, aquel que asumo fue quien nos hizo tropezar al salir, su tono cargado de incredulidad y un toque de injuria.
—Creo que nos acaba de llamar imbéciles —responde el otro, una burla pintada en su rostro. Las chicas ya se encuentran a su lado, sacando fotografías del desastre en el que acabo de convertirme—. Y mira... ¿Qué es eso?
Sus ojos se clavan en el objeto tirado cerca de mis pies, un rectángulo blanco apenas visible contra el suelo sucio.
—Parece una toalla íntima —añade, señalándola con un dedo, como si hubiera encontrado un tesoro grotesco.
Se miran el uno al otro y, como si estuvieran sincronizados, estallan en carcajadas por segunda vez.
No soy de las que lloran con facilidad, pero esta vez siento cómo el agravio y el dolor nublan mis ojos. Me esfuerzo por no dejar que las lágrimas caigan, mordiéndome el interior de la mejilla hasta que el sabor metálico de la sangre invade mi boca. Entonces, noto una presencia junto a mí.
Con el corazón acelerado, levanto la vista, siguiendo el recorrido de unas piernas masculinas hasta llegar al rostro del recién llegado. Lleva gafas oscuras que ocultan sus ojos, pero el resto de su cara habla por sí sola. Es Jerome.
Tiene un curita en el labio y otro en la ceja, mientras su mejilla y un ojo están hinchados, deformados por un golpe reciente. Luce como si hubiera salido de una pelea callejera, y, sin embargo, aquí está, ofreciéndome su mano.
—¿Te encuentras bien? —me pregunta con voz grave, notando la mueca que no puedo evitar hacer.
Mis rodillas arden como el infierno. Trato de no mirarlo directamente, avergonzada, y en lugar de eso, mis ojos se desvían hacia Holly, que ya está de pie. Por suerte, parece haber caído sobre el pasto y no tiene ningún rasguño visible.
Antes de que pueda responder, algo en el horizonte capta mi atención. Un demonio envuelto en llamas.
Stephano.
Camina hacia nosotros con pasos firmes y decididos, sus manos apretadas en puños y su mirada fija en los dos cretinos que todavía se ríen. Su expresión es la de alguien que ha perdido toda paciencia, y por un segundo creo estar alucinando. Cierro los ojos con fuerza, rogando que sea mi imaginación, pero cuando los abro, está más cerca, su furia una tormenta perceptible.
Intento avanzar hacia él, pero mis piernas no cooperan. El dolor me ralentiza, y antes de que pueda detenerlo, ya los ha alcanzado.
Con un movimiento rápido, Stephano agarra a uno de ellos por la camisa y lo sacude con tanta fuerza que el sonido de las costuras tensándose llena el aire.
—¡¿Qué cojones le hicieron?! —grita, su voz un rugido que hace eco en los alrededores.
Las chicas son las primeras en desaparecer, por otro lado, el rostro del muchacho se ha transformado de burla a terror puro.
—Ella... —tartamudea, su voz temblando—. Ella se burló de ti.
Stephano lo sacude de nuevo, como si estuviera tratando de sacarle una respuesta más coherente.
—¿Y qué? —escupe, su mandíbula apretada y las venas de su cuello y brazos marcadas como cuerdas tensas—. ¡Nadie les pidió que me defiendan!
El segundo muchacho, buscando apoyo, interviene con la peor respuesta posible:
—Se lo merecía.
Stephano empuja al que sostenía y levanta el puño en dirección al último que habló.
Sin pensarlo, me lanzo hacia él, apenas logrando colgarme de su brazo antes de que el golpe caiga. Mis dedos se aferran a su muñeca con toda la fuerza que tengo, y lo miro a los ojos, rogando que me escuche.
—¡Stephano, no! —Mi voz tiembla, quebrándose al final, llevándose consigo los últimos vestigios de mi orgullo.
Mis rodillas arden con una intensidad insoportable, y cuando intento sostenerme, mis piernas ceden bajo mi propio peso. Sin otra opción, me aferro con ambas manos al brazo de Stephano, casi colgándome de él. La tela de su camisa se arruga bajo mis dedos mientras trato desesperadamente de mantenerme en pie, tambaleándome con torpeza.
Él se detiene, desconcertado por mi contacto. Su mirada, cargada de furia hasta hace un instante, se encuentra con la mía y pierde esa chispa de locura. La intensidad de su enojo se desmorona ante mi evidente vulnerabilidad. Bajo mis manos, puedo sentir cómo sus músculos tensos se relajan de a poco, como si el simple hecho de tocarme lograra desviar su atención de la violencia que estaba a punto de desatar.
Su brazo libre se desliza hasta rodear mi cintura. Su agarre es firme pero cuidadoso, como si temiera que pudiera romperme en cualquier momento. Me está sosteniendo, y creo que lo agradezco, aunque lo único que escapa de mis labios es un jadeo.
Sus ojos, que hace apenas un instante ardían con una furia implacable, ahora me contemplan con una mezcla desconcertante de sorpresa y algo más profundo, casi imperceptible, que podría ser arrepentimiento. Pero... ¿de qué? No lo sé, y la incertidumbre en su mirada tampoco me da respuestas.
Me quedo rígida, desconcertada. No sé qué pensar. Pero, por extraño que parezca, hay algo en este gesto que logra darme un poco de consuelo.
—No puedo dejar que te metas en un problema —le suelto, mi voz apenas un susurro.
Stephano respira hondo, cerrando los ojos por un instante. Al abrirlos, parece más tranquilo, aunque su mandíbula sigue tensa.
—Monty —dice con voz firme.
No lo había visto, pero su guardaespladas ya se encuentra entre el otro idiota y Stephano, listo para lo que sea. Se mueve con la precisión de un depredador. En un parpadeo, ha tomado a los dos por los brazos, inmovilizándolos con facilidad.
—A la oficina del director, insolentes —ordena Monty, con la autoridad de un rey dictando sentencia.
—Ya puedes soltarme.
Es un mandato más que una solicitud, y al escuchar mi voz, Stephano parece dudar por un segundo. Su mirada se suaviza, aunque todavía hay algo incontrolable en su expresión, algo que no puedo leer por completo. Pero, al final, me suelta, y el alivio de la distancia me llega como un respiro, aunque aún siento el peso calor de su cuerpo pegado al mío.
—Vamos —susurra, su tono más bajo ahora.
Sin decir más, ambos seguimos a Monty, el guardaespaldas, que ya está conduciendo a los chicos hacia el lugar que les espera. El camino se siente pesado, pero avanzamos juntos, el eco de nuestros pasos en el pasillo resonando en el silencio que queda atrás.
♔ ♕ ♔
STEPHANO
Mi hombro duele un poco, aún resintiendo el esfuerzo de haber zarandeado a aquel tipo. Pensaba que la lesión ya se había sanado, pero me doy cuenta de que es mejor no forzarlo demasiado. Aunque, con honestidad, eso es lo último que me preocupa en este momento.
Noelle susurra algo al oído de su amiga. La chica está en mejores condiciones, ya que no cayó sobre el cemento, y después de asentir, se levanta y se va. Mientras tanto, me muevo sin cesar por la enfermería. Es una forma de reducir mi ansiedad, aunque noto cómo la encargada me observa, incapaz de contener sus palabras. Sé que quiere decirme algo, pero se contiene.
Espero que el director tome la decisión correcta y les dé un castigo ejemplar, como la expulsión. Si bien pude haber resuelto todo en el momento, ahora, con Noelle interviniendo para salvarles el culo a esos idiotas, mi único deseo es darme la vuelta y partirles la cara. Al menos las cosas no se complicaron más cuando Jerome decidió marcharse por su cuenta.
Sin embargo, no puedo dejar de pensar en cómo, con solo tocarme, Noelle acaparó toda mi atención por completo. ¿Soy tan débil cuando se trata de ella?
—Ya está. Debes quitarte los vendajes de la mano y las rodillas en un máximo de dos horas. Te las dejaré puestas un poco más para que la pomada actúe y las heridas dejen de sangrar, pero después de ese tiempo, te recomiendo que las quites para que cicatricen más rápido —le dice la doctora, poniéndose de pie con rapidez—. Pueden retirarse —dice estas palabras casi como una orden y, segundos después, se marcha con un frasco de píldoras en las manos. El director había pedido una para el dolor de cabeza hace tiempo, pero insistí en que primero debía atender a Noelle, sin hacer preguntas.
—Llamaré a mi madre —le informo—. No tendrás que ir hoy.
—No. —La firmeza en su voz refleja su rechazo absoluto hacia mi propuesta.
—No puedes hacer nada en estas condiciones. —Intento ser razonable, pero me doy cuenta de lo inútil que es.
—Son solo heridas. Cualquiera se las ha hecho de pequeño al caer. —Responde, restándole importancia, mientras se pone de pie con dificultad. Se envuelve en la toalla, abrazándose a los codos y apretándola con fuerza. Me gustaría detenerla, tomar su rostro entre mis manos y hacer que todo lo demás desaparezca. Pero entonces me mira, y sus ojos me fulminan con un rechazo real. La sensación de dolor no es física, sino algo mucho más profundo, que quema en mi interior.
—¿Intentas parecer preocupado? —Su pregunta me golpea como una bofetada.
Me acerco un paso, incapaz de contenerme. Me sorprende que no retroceda, sino que avance hacia mí.
—Lo estoy —respondo, aunque la incredulidad en su risa me destroza por dentro. Cuán molesto es que no me crea.
—¿Al menos te das cuenta de que todo esto es tu culpa? —Hace una pausa, tragando saliva, su voz temblando levemente—. Las chicas... Todos prácticamente besan el suelo por donde caminas. Puedes conseguir lo que quieras, así como deshacerte de todo lo que te disgusta. Eso es lo que quieres, ¿no? Que te deje en paz de una vez.
El miedo me llega de forma inesperada, deshaciendo mi enojo casi al instante. La idea de que se aleje de mí me revuelca el estómago. No quiero perderla. No puedo perder a nadie más.
—¿Pero te digo algo? —continúa mientras avanza hacia la puerta—. No voy a ceder a tus malditos jueguecitos de príncipe mimado. Se lo prometí a la reina.
La mención de mi madre me deja desilusionado. La idea de que haya sido ella quien la haya impulsado a detenerme me hiere más de lo que quiero admitir. Pero, a pesar de todo, la sigo, acortando la distancia que ella misma creó entre nosotros.
—¿Se lo prometiste? —Mi voz suena más baja, como si no pudiera creer lo que acabo de escuchar.
Ella se detiene y me mira con una calma que no me gusta.
—Me pidió ayuda con respecto a ti —responde sin titubeos.
—¿Y tú aceptaste?
—¿Sabes lo desesperada que debe sentirse una persona para poner su confianza en alguien que no conoce?
Eso me recuerda a cuando papá me dijo que confiaba más en Jerome que en su propio hijo. Pensar en ese momento todavía me irrita.
—¿Cómo fue que te ganaste su confianza? —pregunto, y ella sacude la cabeza, como si la respuesta le resultara incompleta.
—No lo sé.
—Tuvo que decirte algo.
—¡No lo sé! —Su frustración se hace evidente, su voz quebrándose—. Supongo que por mi carácter.
Mamá es una mujer responsable, generosa, pero sobre todo, increíblemente inteligente. Me imagino que después de ver el video de Noelle, mostrando su furia cuando se enteró de lo ocurrido con la tarjeta, debió pensar que era diferente. Supuso que con ella no se repetiría lo que ocurrió con todas las demás mujeres que se involucraron conmigo.
A lo largo de mi vida, tuve muchas tutoras, pero fue hace tres años que comencé a deshacerme de todas con una facilidad abrumadora. Sin esfuerzo alguno, fingía aburrirme de ellas, las cortejaba un poco, las sacaba a pasear en mi moto o en mi coche, y caían rendidas a mis pies. Desde entonces, papá odia la idea de contratar una tutora. Específicamente en femenino.
Así que mi madre descubrió que tratar con Noelle no es nada fácil, y realmente espero que no esté al tanto del poder que ella tiene sobre mí. Peor aún, que se entere de que me gusta de verdad. Tengo el presentimiento de que mis padres no la aceptarían, y eso, si llega a suceder, será un gran problema. No sé si estoy listo para afrontar las consecuencias de esa revelación.
De repente, Noelle me mira con intensidad, como si estuviera tratando de descifrar cada uno de mis pensamientos.
—¿Sabes lo desesperada que está por culpa de su hijo? Pedir ayuda de una extraña es algo realmente poco convencional —dice, con un tono que refleja su desconcierto. Su rostro sigue siendo un enigma para mí, y me cuesta entender por qué mi madre la eligió para este papel.
—¿Y eres tan fácil de convencer? —pregunto, sin pensar en las consecuencias de mis palabras. Parece que la lastiman, y eso me hace sentir como un verdadero imbécil, porque no era mi intención herirla. Pero con Noelle, todo se ha convertido en un caos desde el primer momento.
—Contrario a ti, a ella la respeto. Incluso podría llegar a considerarla mi amiga —responde, sus ojos reflejando algo cercano a la sinceridad. Es una declaración que me golpea, porque la realidad es que yo nunca he tenido esa relación con ella.
—Entonces, tú y yo podríamos empezar por ser... Eso —suelto impulsivamente. Noelle hace una mueca, como si tratara de contener una risa. Y cuando me doy cuenta de lo que acabo de decir, me siento como un completo idiota. Ya no sé a qué recurrir.
—¿A estas alturas de la vida quieres ser mi amigo? —pregunta, su tono irónico cortándome el aliento.
Quisiera retractarme, cambiar mis palabras por algo más sensato, pero es demasiado tarde.
—Tienes razón, eso puede ser un problema —respondo, intentando hacer como si no me importara, aunque la verdad es que me atormenta. No tengo idea de cómo ser amigo de la mujer que me obsesiona desde los nueve años.
—Cierto —asiente, su mirada más firme ahora.
—¿Por qué eres tan difícil? —pregunto, más por frustración que por otra cosa.
—Ese es el punto —responde con determinación, acercándose un paso más—. No quiero nada que me involucre contigo, ¿entiendes?
Sus palabras me golpean con fuerza, pero soy tan terco que no puedo darme por vencido.
—¿Tienes idea de lo obstinado que soy? ¿Y de cuántas veces he intentado sacarte de mi vida? —le suelto, como si eso fuera una declaración de guerra.
—¿Me estás amenazando? —pregunta, su rostro mostrando una mezcla de sorpresa y confusión.
—No —respondo, mis palabras más graves ahora—. Esta vez voy en serio contigo.
—¿Y puedo saber a qué te refieres? —pregunta, su irritación evidente.
Me acerco, y cuando la tomo por la cintura, se tensa. Sabía que no esperaba esto, pero es el momento. Su rostro está tan cerca del mío que puedo sentir su respiración, y sus ojos vacilan entre desconcierto y algo más. Me acerco un poco más, notando cómo su cuerpo reacciona, su aliento golpeando mis labios. Su mente está en un torbellino, tratando de decidir qué hacer, y me alegra saber que está tan perdida como yo en este momento.
—¿No te quedó claro lo que dije ayer? —pregunto, sin poder apartar la mirada de sus labios. Un escalofrío recorre mi cuerpo ante la anticipación. Muero por besarla. —Eres tú, Noelle. Me traes loco, de verdad. Y no es ningún maldito juego. ¿Comprendes?
Sus ojos azules reflejan un mar en caos, pero esa tormenta se disipa cuando, de repente, la puerta de la enfermería se cierra con violencia, sobresaltándonos a los dos.
Contemplo con irritación a la persona que tuvo la osadía de interrumpirnos. La mirada de su amiga me dice que llevaba tiempo observándonos, y su rostro descompuesto refleja una mezcla de decepción y dolor. Una toalla íntima resbala de su mano y cae al suelo, aumentando la tensión en el ambiente.
—Holls —susurra Noelle, apartándose de mí como si acabara de ser sorprendida haciendo algo que no debía.
Su amiga la observa, pero no con comprensión, sino con una mirada que deja claro su desengaño. Luego niega con la cabeza, y por un momento parece que va a llorar, pero antes de que pueda hacer nada, sale corriendo fuera de la enfermería. Noelle la observa, visiblemente dolida, sin poder seguirla.
—¿Acaba de hacer una escena de celos? —pregunto, sin poder evitarlo, el sarcasmo marcando mis palabras.
—Es mejor si cierras la boca, Stephano —responde Noelle, su tono áspero, tratando de disimular la preocupación que siente por ella.
──── ⊱ ♔ ♕ ♔ ⊰ ────
Por lo que le hicieron a Noelle, la gente puede llegar a ser muy estúpida, ¿no? Y aunque Stephano intenta ser sincero, no mejora la situación porque ya ha venido arrastrando mucha 💩 jaja 🤦♀️
Dentro de poco subiré otro capítulo, espérenlo. Las amo 😬❤️
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