
Capítulo 07
♔ ♕ ♔
NOELLE
El día comienza de manera surrealista: papá sale de su habitación en el primer piso con su escopeta en mano.
Por un instante, me detengo en mitad de la escalera, incapaz de moverme mientras lo veo pasar.
Mamá, por otro lado, deja su café sobre la mesa y, acompañada de Finn, se apresuran hacia la puerta antes que él. No la abren; simplemente espían al exterior a través de la pequeña ventana.
—Es el príncipe. Vino a buscarte —dice mamá, aunque ya estoy lo suficientemente cerca como para confirmar que tiene razón.
El guardaespaldas de Stephano desciende del asiento del piloto del carísimo Porsche Panamera negro mate, estacionado frente al pórtico. La extravagante carroza parece completamente fuera de lugar en este rincón apartado de la ciudad.
Esto, sin duda, es idea de Stephano. Después de lo que acordamos ayer, dudo que su madre le haya pedido que pase por aquí antes del colegio. La reina y yo llegamos a un acuerdo para evitar que la gente nos viera juntos y alimentara rumores.
—¿El príncipe? —pregunta papá, dejando su arma sobre la mesa junto a sus huevos revueltos. No sabe nada aún—. ¿De Inglaterra?
—¡Duh! —se burla Finn, ganándose una palmada en la cabeza de mi parte.
—Eso es. Sóbate la grosería que acabas de soltar, enano —murmuro entre dientes.
—Estabas dormido cuando llegamos, así que no quise despertarte. Ayer obtuvimos trabajo en el palacio real —explica mamá rápidamente.
—¿Obtuvimos? —reitera él, mirándonos a las dos.
—Sí. Yo como personal de limpieza, y Noe... la reina le ofreció ser tutora del príncipe. ¿No es fantástico?
—Te dije que nada de chicos —me advierte papá—. No quiero que te distraigas de tus estudios.
Ojalá hubiera estado conmigo ayer. Quizá, gracias a su firme intromisión, no estaría metida en este lío.
—Pero si él no es un chico, es un bebé malcriado —aseguro—. Y no pretendo gastar más de tres horas diarias enseñándole. Además, obtuve permiso de la reina para golpearlo si es necesario.
Aun así, no logro convencerlo. Imagino que le desagrada tanto la idea como a mí.
Llaman a la puerta.
—Mamá, ¿puedes decirle que ya me fui? —le pido.
—¿Estás loca? ¿Crees que es razonable hacerles esto después de que probablemente desviaron su ruta más de una hora para venir aquí?
—La reina estaría de acuerdo conmigo —indico.
—Y tú le prometiste que evitarías que el príncipe se meta en problemas.
Casi había olvidado esa parte. Así que, además de pasar la tarde con Stephano después de clases, también tendré que pasar el día entero cuidándolo para que no se embarre en su propia porquería.
—¿Cómo pudo la reina ponerte a cargo de ese impertinente? —explota papá—. ¿Te das cuenta de los problemas en los que está metido? No aceptaré esto.
Ni siquiera yo entiendo por qué la reina me confió a su hijo. Me dijo que tenía carácter, pero no creo que eso sea suficiente para reformarlo. Entonces, ¿qué más vio en mí?
Vuelven a golpear la puerta.
Mamá se acerca a papá y, tomándolo del brazo, le dice con calma:
—Es porque la reina cree que nuestra hija podría ayudarlo a mejorar como persona.
—¡Esa no es su responsabilidad, mi hija no es un reformatorio de chicos maleducados! —protesta papá, zafándose con brusquedad—. Quiero que terminen con esto hoy mismo.
—No puedo —respondo—. Ya acepté ayudarla.
—Ya sé que no es su responsabilidad, pero Noe quiere hacerlo. Firmó un contrato con la reina. Las cosas no son tan malas como parecen.
Ah, ¿no?
Me sorprende que mamá acabe de soltar semejante mentira. Todavía no he firmado el contrato; se supone que lo haré hoy.
—¿Dejaste que nuestra hija con poca experiencia de vida firme un contrato? —Papá está indignado, más que antes—. ¡No quiero que mi hija se involucre con un patán!
Suspiro, frustrada, y me dirijo a la cocina, pero mamá me detiene.
—¿A dónde crees que vas? No harás esperar al príncipe de Inglaterra.
Me río internamente. Por mí, podría quedarse todo el día en su bonito Porsche. Pero mi expresión y mi actitud claramente irritan a mamá.
—Felicity —le advierte papá.
—Dime algo, Russell. ¿Confías en nuestra hija?
—Por supuesto que sí, incluso con los ojos vendados. En quien no confío es en el resto del mundo. Sobre todo en ese delincuente.
Sus palabras me conmueven.
—Pues tendrás que dejar que aprenda a formar parte de él. Sabemos quién es, porque es nuestra hija. La hemos criado bien. Noelle no se dejará influenciar ni manipular por nadie. Tiene tu carácter.
Papá esboza una leve sonrisa de orgullo, luchando por contenerla.
—Exacto. Todo porque le enseñaste a usar una escopeta.
Cuando nací, papá soñaba con tener un hijo, pero al final me amó con todo su corazón y me crió para ser fuerte, valiente y hasta algo obstinada, hasta que Finn llegó. Sin embargo, lo que más me sorprende es el poder de persuasión de mamá. Definitivamente es de temer.
—A los seis años ya lo hacía mejor que yo —se jacta papá, riéndose.
Mamá y él están, una vez más, de a buenas. Es difícil entender el amor, aunque también me asusta.
Regreso a sentarme en la silla frente a la mesa, dejando que el respaldo rechine suavemente bajo mi peso.
—Noelle —dice mamá en un tono bajo pero firme—, ¿se puede saber qué estás haciendo?
—Tomar mi desayuno.
—Te lo contaré todo. —Sin previo aviso, mamá besa a papá en la mejilla y se acerca a mí, bajando la voz mientras me toma del brazo y me arrastra hacia la puerta—. Empiezas a sonar como tu hermano. Tampoco morirás de hambre antes del almuerzo. Ahora, en marcha.
—No tengo mi mochila —me quejo, por segunda vez.
—¡Finn, trae las cosas de tu hermana!
El pequeño granuja pone cara de fastidio, pero obedece. Su actitud, sin embargo, está lejos de ser altruista. Me entrega la mochila con una expresión burlona, disfrutando del leve enojo que brota en mi rostro. Finn no es ningún tonto; es una pequeña sabandija de doce años que se deleita en las pequeñas miserias de su hermana mayor. Y, aunque me duela admitirlo, creo que mamá tiene razón: finalmente estoy empezando a parecerme a él.
Con un movimiento rápido, mamá abre la puerta y prácticamente me empuja fuera. Por poco pierdo el equilibrio, pero mis reflejos, o más bien los del guardaespaldas del príncipe, me salvan de una vergonzosa caída.
—Buenos días —dice mamá con su habitual cortesía—. Que te diviertas, cariño. —La puerta se cierra detrás de mí, y no tengo tiempo de responder antes de que me quede cara a cara con el hombre.
Me enderezo como puedo, tratando de ocultar mi torpeza mientras una incómoda sensación de alerta me recorre. El guardaespaldas me observa en silencio, y ese breve intercambio visual se siente eterno. Es enorme en todo el sentido de la palabra. Finalmente, me aclaro la garganta.
—La llevaré al colegio —dice con voz firme—. Soy Monty, el guardaespaldas del príncipe Stephano.
—Noelle. —Es todo lo que atino a responder.
Monty hace un gesto indicando el deportivo negro estacionado frente a nosotros.
—Habíamos acordado no llegar juntos. —Quizá este no sea el mejor momento para decir lo que pienso, pero no puedo evitarlo, todavía no he desayunado y eso me pone de mal humor.
Él me lanza una mirada como si hubiera escuchado algo completamente diferente, y yo no puedo evitar soltar un resoplido. La incomodidad se cierne entre nosotros, pero su expresión delata que está tan sorprendido como yo.
No necesito más para apostar que su presencia aquí es, sin lugar a dudas, una maniobra del príncipe.
A regañadientes, empiezo a caminar hacia el auto. Mis ojos se posan en un punto lejano, más allá del vehículo, mientras abro la puerta trasera. Sin embargo, al asomarme, no encuentro a Jerome. Parte de mí esperaba verlo ahí, como si su presencia pudiese aliviar lo absurdo de la situación.
Pero el interior está vacío. Ni Jerome ni el propio Stephano ocupan el asiento trasero, algo que me resulta aún más extraño. ¿No se supone que él debería estar disfrutando de su trono rodante?
—Ese es mi trabajo —dice Monty, sacándome de mis pensamientos mientras señala la puerta que acabo de abrir—. Y lo siento.
—¿Por qué? —pregunto, desconcertada.
—Abrir la puerta para usted. Es algo que debo hacer.
—¿Usted? —replico automáticamente, incapaz de procesar que alguien veinte años mayor que yo me hable con tanto respeto.
Siento un escalofrío que eriza cada vello de mi piel.
—Solo Noelle, por favor. No tienes que tratarme de esa manera.
—Está bien, señorita Noelle.
Hago una mueca; su corrección no mejora las cosas. Estoy a punto de insistir, pero la puerta del copiloto se abre de repente y Stephano baja con su típico aire de indiferencia. Sin molestarse en cerrarla, rodea el auto y, con estudiada lentitud, se desliza en el asiento trasero. Su propósito es claro: tomar el espacio que se suponía, yo ocuparía.
Monty dirige su mirada hacia el asiento del copiloto, y su gesto me parece una invitación tácita a ocuparlo. Por un instante, mis labios amenazan con curvarse en una sonrisa, pero logro contenerme a tiempo.
—Siéntate aquí —ordena Stephano desde su improvisado trono trasero, moviéndose hacia un lado para dejarme espacio.
Por un segundo, mis ojos se encuentran con los de Monty, y decido ignorar la invitación del príncipe. Me acomodo en el asiento delantero, asegurándome de cerrar la puerta detrás de mí.
—¿No escuchaste? —pregunta Stephano, algo molesto.
Me pongo el cinturón de seguridad con calma.
—Gracias por ofrecerme el mejor puesto —le respondo con sarcasmo contenido.
Monty enciende el motor y se prepara para arrancar.
—Le sugiero ponerse el cinturón, príncipe —dice, y aunque su tono es cortés, percibo un leve deje de satisfacción.
Stephano, a regañadientes, obedece, pero no sin antes lanzar una mirada fulminante.
—Disculpa, Monty, ¿podrías dejarme aquí? —intervengo tiempo después, aprovechando un par de cuadras antes de llegar al colegio. No quiero que nos vean juntos; eso solo empeoraría mi situación.
—No hay problema —responde Monty, activando las direccionales para cambiar de carril.
—Ni se te ocurra parar —advierte Stephano, con la seguridad de quien está acostumbrado a salirse con la suya—. Mamá dio órdenes estrictas de no detenerse a mitad del recorrido. Además, ya es tarde.
Sé que miente. Desde cuándo le importa llegar temprano a clase, y menos aún respetar reglas.
—Supe que ayer usaste una palabra nueva frente a la reina —interviene Monty con naturalidad, como si estuviera hablando del clima. El hecho de que lo tutee no pasa desapercibido ni para mí ni para el príncipe—. Quizá podrías repetirla ahora.
El deportivo disminuye la velocidad. Detrás de nosotros, los bocinazos comienzan a inundar el aire, pero Monty parece imperturbable, esperando la respuesta de Stephano.
—¿Harás esto? —exclama el príncipe, claramente irritado.
—¿De verdad no me escuchaste? —pregunta Monty, con una calma desconcertante.
Stephano farfulla algo ininteligible, pero Monty no se da por vencido.
—Por favor —cede finalmente el príncipe, entre dientes.
Monty asiente, satisfecho. Las direccionales se apagan, y el auto retoma su camino.
¿Qué acaba de pasar?
Mientras intento procesar la escena, bajo la mirada y me esfuerzo por desaparecer. La escuela ya está cerca, y puedo ver cómo algunos estudiantes voltean curiosos hacia el lujoso Porsche negro mate. Si alguien me reconoce, esto será un desastre.
Deslizo mi cuerpo lo más bajo posible en el asiento, intentando esconderme tras la guantera. Justo antes de que lleguemos, saco un cuaderno de mi mochila y lo abro frente a mi rostro, como si eso fuese suficiente para borrar mi existencia.
Puedo escuchar una risa provenir de la parte trasera del coche. Nada en esto es divertido.
—Disculpe, señorita Noelle. —Monty extiende hacia mí un gorro tejido gris que, sinceramente, no tengo idea de dónde lo sacó. Lo acepto sin dudar y, recogiendo mi cabello en un gesto rápido, me lo pongo de inmediato.
El auto frena suavemente.
Aprovechando que no hay miradas inquisitivas a nuestro alrededor, bajo del coche como si mi vida dependiera de ello. Mi plan es correr directo a la entrada principal, pero el príncipe se adelanta y me toma del brazo, deteniéndome en seco.
—¿Qué haces? —le pregunto en un susurro lleno de frustración mientras miro a mi alrededor con ansiedad, ocultando mi cara tras el cuaderno que aún sostengo. Pero él, en un movimiento ágil, me jala hacia sí y me obliga a hundir el rostro contra su pecho, que huele a una loción masculina fresca y embriagadora. Antes de que pueda reaccionar, utiliza el cuaderno como un escudo, sosteniéndolo junto a mi cabeza. Intento zafarme, pero su brazo en mi nuca es firme, y pronto la falta de aire se convierte en un problema real.
—¿Querías evitar que te vieran conmigo? —pregunta con una calma irritante, haciendo que deje de forcejear. Sé que tiene razón, pero eso no cambia que todo esto es su culpa. Siempre lo es.
Alzo la vista lentamente, encontrándome con su perfil definido, y no puedo evitar percibir una tensión inesperada que lo hace ver menos seguro de sí mismo. Este tipo de contacto, tan cerca de otros ojos curiosos, podría convertirse en un desastre monumental.
—Evitaste que Monty me dejara una cuadra antes, ¿y ahora pretendes ayudarme? —murmuro, tratando de apartarme sin mucho éxito—. No eres un buen tipo, Stephano. Y tampoco he olvidado el ridículo obsequio que dejaste en mi casillero ayer.
—Monty, despeja la entrada y asegúrate de que no haya fotografías. —La orden va acompañada de una leve pausa que apenas puedo creer—. Por favor.
El "por favor" me descoloca tanto como a Monty, quien parece aceptar las palabras como si fueran un tesoro inesperado. El príncipe nunca pide nada, mucho menos con cortesía. Idiota.
—¿Qué planeas, Stephano? —inquiero, sintiendo la incomodidad crecer mientras mi respiración se acelera por la proximidad.
—Nada. Simplemente quería una excusa para volver a abrazarte. —Su mirada se encuentra con la mía, y el tono despreocupado de su voz no hace más que irritarme. Luego, añade con una sonrisita burlona—: Por cierto, lindo gorro.
Estoy segura de que mi rostro se enciende como una hoguera, una mezcla de rabia y vergüenza que amenaza con hacerme explotar. El impulso de golpearlo se hace casi insoportable, pero sé que eso solo complicaría aún más las cosas.
—¿Te divierte? —digo entre dientes, con un esfuerzo sobrehumano por mantener la compostura.
—No, en realidad no. Pero tendrás que esperar a que Monty haga su trabajo y despeje la entrada. No querrás arruinar todo justo ahora.
Su sonrisa autosuficiente me exaspera. Mientras el tiempo se estira de forma insoportable, su calor corporal comienza a sofocarme. Mi corazón late con tanta fuerza que temo que él pueda escucharlo, y tragar saliva se convierte en una tarea monumental.
—¿Ya está? —pregunto finalmente, moviendo un poco el cuaderno para echar un vistazo. Para mi sorpresa, no hay nadie alrededor. Ni siquiera Monty. ¿Cuánto tiempo llevamos aquí?
Con un empujón decidido, me libero de su agarre. La sonrisa traviesa que me dedica solo incrementa mi disgusto, pero no me detengo. Ya estoy demasiado tarde para clases, y mientras yo recibo reprimendas por ello, él no enfrenta ninguna consecuencia.
Justo cuando estoy a punto de marcharme, una voz dulce e inesperada nos interrumpe.
—Esperaba que no hubieras entrado todavía.
Stephano se tensa frente a mí y responde con un tono cargado de fastidio.
—¿Qué haces aquí?
La chica que aparece frente a nosotros, una morena de apariencia llamativa, se acerca al príncipe con una confianza que raya en lo descarado. Deposita un beso en su mejilla, acaricia su espalda, y luego me mira fijamente. Su atuendo negro, ajustado y poco discreto, parece diseñado para atraer toda la atención posible.
—Lindo gorro —me dice, y aunque sonríe, su tono es cargado de condescendencia—. Te vi la otra noche. ¿Cómo te llamas?
—Seige —interviene Stephano, con un evidente intento de cortar la interacción. ¿Pero eso le ha funcionado alguna vez?
—Solo siento curiosidad —insiste ella, sin apartar los ojos de mí—. Esa noche hiciste cosas bastante inusuales. Dejaste correr a un desconocido, pagaste su apuesta y hasta lo ayudaste con Driet. Desde entonces, no he dejado de preguntarme... —Desliza sus dedos por el cuello de Stephano, provocándome una incomodidad que tengo que reprimir—. ¿Por qué?
—¿A qué viniste? Sabes cuánto odio que interfieran en mi vida personal. —El tono gélido del príncipe me sorprende, pero ella no parece inmutarse. En cambio, lo toma del rostro, acerca su cara a la de él y antes de que suceda lo inevitable, aparto la mirada con rapidez, asqueada y furiosa.
Avanzo hacia la entrada del colegio y subo por las escaleras que anteceden la construción, intentando ignorar la escena. Sin embargo, las palabras de Seige me detienen en seco.
—Hay una nueva carrera.
Un escalofrío recorre mi cuerpo. Si él acepta, no solo se pondrá en peligro, sino que también me arrastrará a mí con él. Hice una promesa a la reina, y por más que quiera desentenderme, mi conciencia no me lo permitirá.
—Lo sé. Claude me escribió esta mañana —responde Stephano con indiferencia, aunque noto cómo su mirada se desvía hacia mí de reojo. En algún momento avanzó unos pasos, deteniéndose a medio camino entre donde estábamos y el lugar que ocupo ahora. Sin embargo, su expresión... Es una mezcla inquietante de tensión y enojo. Parece realmente cabreado por razones que desconozco.
—Y lo ignoraste. Por eso estoy aquí.
—Ya sabes que lo recibí. Ahora lárgate. —El príncipe vuelve a su tono frío y distante. Su forma de tratarla me incomoda incluso a mí. ¿Cuál es su problema? ¿No era aquella la chica que le gustaba?
—No tiene respeto por nadie —susurro para mí.
—Driet está furioso. Necesita el dinero. Quiere la revancha por lo ocurrido, ya que su motocicleta quedó convertida en mierda —insiste Seige.
Mi mente se llena de dudas y preocupaciones mientras me doy la vuelta. Esto no puede terminar bien, pero ¿cómo voy a detenerlo esta vez?
Stephano, en cambio, responde con una sonrisa ladeada, despreocupada, casi burlona.
—No es mi problema. Él se lo buscó.
—Driet no lo cree así.
—¿Cómo estás tan segura? ¿Lo conoces mejor que yo? —replica Stephano, con un tono irritante, cargado de sarcasmo que parece diseñado para desestabilizarla.
—Por supuesto que no. —Aunque intenta sonar firme, hay un leve temblor en su voz, algo que no pasa desapercibido para mí. Tal vez sea mi imaginación, pero Seige parece un poco nerviosa. Aun así, sigue adelante—. Escucha, tú mejor que nadie sabes que Driet sería capaz de buscarte por sus propios medios. Piensa que fue tu culpa por interferir. Incluso la mayoría lo cree así. Quieren una revancha contigo y con el de la motocicleta roja.
La conversación me preocupa más de lo que quisiera admitir. El nombre de Driet es suficiente para que un escalofrío me recorra la espalda. Esto no puede terminar bien. Antes de pensarlo demasiado, ya estoy avanzando de regreso. Mi decisión es impulsiva, pero, en el fondo, sé que no puedo quedarme quieta mientras esto sucede.
—Creí que ya te habías ido. —La voz de Seige me recibe con desdén al verme acercarme. Su expresión se tuerce en una mueca de evidente fastidio, pero la ignoro deliberadamente. No es momento para inseguridades.
Respiro hondo, reuniendo el valor que queda en mí, y sin más, extiendo la mano para tomar a Stephano del brazo. Por un instante, siento la tensión de sus músculos bajo mis dedos, pero no se resiste. La mirada de Seige se clava en el lugar donde nuestras pieles se tocan, su disgusto y asombro palpables. Después de todo el espectáculo que montó, está claro que ella está más que interesada en él. Pero ese no es mi problema. Nada de esto debería ser mi maldito problema.
—Que se joda Driet —suelto con voz firme, y antes de que nadie pueda reaccionar, comienzo a tirar de Stephano hacia la puerta principal del colegio. Para mi sorpresa, él no se opone. Simplemente me sigue, dejando atrás a Seige y cualquier intento de discusión.
No miro atrás. No puedo permitirme dudar, aunque por dentro me consuma el arrepentimiento de estarlo tocando, como si el simple contacto quemara.
──── ⊱ ♔ ♕ ♔ ⊰ ────
Así que Steph ni siquiera sabía pedir un favor... 🤦♀️
Oh Noe, Noe. Y tú que te metes en el infierno.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro