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Capítulo 7 | Farsa

Dejar a una chica inconsciente expuesta a cualquier peligro, en medio de un lúgubre callejón inundado de lluvia nocturna, jamás se me pasó por la cabeza. No soy alguien tan desalmado como para siquiera llegar a considerarlo, a pesar de saber quién era la persona en cuestión. Y lo mal que habíamos empezado.

Contrariamente a todo lo que dije y pensé antes sobre la chiquilla frente a mí, me sorprendió ver que, el hecho de que Dasha hubiera perdido el conocimiento tan de repente, también me hizo perder a mí el sentido de preocupación sobre la posible presencia de Margaret. Dejando todo eso atrás, me acerqué hacia ella para hacer el intento de reanimarla.

Mi mente me advirtió que tuviera cuidado si no quería ser engañado.

Me puse de cuclillas a su lado y la observé sin saber muy bien qué hacer. Como no se movía, primero traté de despertarla pinchando su brazo con un dedo, sospechando que quizá se trataba de alguna de sus estrategias de chica psicópata que busca alcanzar sus perversos propósitos, pero no lo conseguí. También le ofrecí, solo por si acaso, llevarla de nuevo a comer ese platillo de mal gusto para ver si es que así reaccionaba; nada otra vez. Acerqué mi oído hacia su rostro para comprobar que seguía respirando.

Bueno, al menos seguía viva.

Entorné los ojos, sosteniendo mi sudadera sobre ella para que su rostro no se mojara. Ya con que su ropa estuviera empapada era suficiente, aunque no garantizaba en nada a que ella recuperara la conciencia en tales condiciones.

Si estaba fingiendo, iba a matarla.

Ni tú te lo crees, Kev.

Teniendo cuidado de no tocar más de lo debido —y disculpándome con ella de antemano por el atrevimiento—, le pasé un brazo por detrás de sus rodillas y la levanté dispuesto a llevarla a un lugar más apropiado y menos húmedo. Ignoré las advertencias de mi cerebro sobre lo que respecta a la decisión que había tomado, pues sabía que, consecuencias, desde luego iba a haber.

Como por obra de un milagro, no me crucé con Margaret en ningún momento.

Abriéndome paso por la entrada de Hilltop, trasladé a la chiquilla hasta el interior del edificio para pedir ayuda. Los presentes, tanto el personal de servicio, como algunos que utilizaban el lugar como sala de reuniones, se asomaron hacia donde estaba cuando pregunté en voz alta si es que había algún médico que pudiera atender a la persona que traía en brazos.

Nadie se autoproclamó como uno, por lo que me vi obligado a recostarla en uno de los sillones para pensar en qué debía hacer. Soslayé el hecho de que ambos estábamos mojados, y que ella iba a terminar por empapar el sillón por mi culpa, mismo sillón que a simple vista se veía que costaba casi como las lociones de marca que suelo usar. La seriedad de las circunstancias me obligaron a pasar por alto algo tan trivial como eso.

Inconsciente, Dasha lucía como un ángel. Tenía un rostro que desbordaba inocencia a grandes escalas y unas facciones finas, de las más bonitas que había visto en mi vida. Pero claro que ya despierta, la cosa cambiaba. En realidad, todo cambiaba en cuanto abría los ojos y, en especial, la boca.

Me pasé una mano por la cara cuando vi que algunas personas se acercaban hacia donde estábamos. Mi abrupta aparición había llamado mucho la atención de los demás, no solo por la gravedad del asunto, sino también por nuestro aspecto. Bajo la luz de las sofisticadas lámparas colgantes del vestíbulo de Hilltop, la vestimenta de Dasha quedó al descubierto. Lo que antes no pude notar debido a la oscuridad del callejón en el que estábamos era que la chiquilla llevaba puesta su falda escolar. Esa era la única pieza del uniforme que llevaba, pues no traía la chaqueta con la insignia ni el corbatín, pero a mí me alarmó que los demás la vieran e hicieran una idea equivocada del motivo de su desmayo o me cuestionaran sobre por qué traía a una escolar a un hotel con esa reputación. Que, en general, no era mala —de hecho, es de cinco estrellas—, sin embargo, en el tema de las relaciones de pareja, no se veía como un lugar digno de un encuentro íntimo.

Lo cierto era que yo no sabía que algo como eso iba a pasar. Si hubiera regresado hacia la otra puerta en cuanto noté que no me encontraba en la cocina de Hilltop, nada de eso habría pasado.

En medio de toda la humedad que me envolvía, empecé a sudar del nerviosismo.

Afortunadamente, los presentes ignoraron aquel detalle que me estaba carcomiendo la mente, quizá creyendo que la falda a cuadros que Dasha tenía era la representación de la última moda femenina. Yo hubiera pensado lo mismo si no la hubiera visto con el uniforme completo la primera vez que me la crucé.

Una de las mujeres que trabaja en el vestíbulo pasó por mi lado y se acercó hacia la chiquilla para tomarle el pulso y ver si así me calmaba. Tras mantener presionados dos dedos sobre su muñeca derecha, comprobó su reloj de pulsera con suma concentración. Luego, volvió a fijar su vista en ella, hizo un ademán de cerrarle los ojos e inclinó ligeramente su cabeza hacia abajo como si lamentara algo.

De entre todas las posibles explicaciones a tal extraña acción, mi primer pensamiento fue...

—¿Está muerta?

—Joven, por favor —me regañó con desaprobación—. No es momento para bromas.

Mi pregunta no tenía ni un asomo de burla, como ella pensó. Realmente me desesperaba que Dasha no se moviera ni se quejara de estar siendo revisada, teniendo ese especial temperamento que la caracterizaba. Yo no tenía la culpa de ser directo y sincero.

Además, ¿qué había sido eso de pasarle una mano por los ojos e inclinarse y guardar sepulcral silencio? Ni que la chiquilla hubiera pasado a mejor vida.

Lo único que hizo la mujer fue confirmar lo que ya sabía, aunque le agregó el extra de que su presión estaba bien. Mi «gracias» sonó más a sarcasmo que a agradecimiento genuino, pero la mujer o no se dio cuenta o le dio igual.

Después de esa escena casi teatral, pensé seriamente en llamar a una ambulancia debido a que Dasha seguía sin reaccionar tras varios minutos, a pesar de que eso, indudablemente, me iba a traer problemas. Sin embargo, uno de los huéspedes del hotel que recién llegaba, y que dijo ser médico, se acercó hacia nosotros y se ofreció a revisarla al verla tendida sobre uno de los muebles del vestíbulo cual Blancanieves.

La gente que se mantenía al tanto de nosotros, también se hizo a un lado para dejar que el doctor hiciera su trabajo. Mientras la auscultaba, se me pasó por la cabeza preguntarle si es que en verdad su paciente estaba inconsciente o si todo se trataba de un engaño, confiando en su acertada percepción como médico. Ganas no me faltaron para hacerlo, pero tenía aproximadamente a cinco personas a mi lado esperando saber qué le pasaba a Dasha, por lo que iba a ser difícil y, si en verdad se había desmayado, podía quedar mal yo ante el doctor por tal conjetura.

Suspiré y deseché mi idea.

Un par de minutos después, el posterior diagnóstico sobre el estado de Dasha fue posible deshidratación y estrés emocional, aunque el médico se encargó de aclarar que ese tipo de desmayos son comunes y frecuentes en adolescentes, y que no se trataba de nada grave. De todas maneras, me pidió tener más cuidado con mi novia para evitar ese tipo de situaciones en el futuro.

Por supuesto que, al escucharlo, rápidamente aclaré ante todos que no teníamos esa clase de relación. No teníamos, de hecho, ninguna relación.

Mi aclaración fue pasada por alto.

El médico se despidió y se marchó luego de recomendarme llevar a mi novia —sí, otra vez— a un lugar en el que se pudiera cambiar esa ropa mojada, pues despertaría dentro de poco y sentiría frío. Yo estaba deseando que esa chiquilla se despertara de una vez, y no precisamente para llevarla al penthouse conmigo.

—Deberías hacerle caso al doctor y llevar a tu novia a descansar —recomendó una de las mujeres presentes cuando pasaron unos minutos desde que el médico se marchó y yo solo me había dedicado a observar a Dasha.

—Pero si ella no es...

—Y hacer que se cambie de ropa, está helada y empapada —intercedió otra.

Yo, que estaba sentado en el borde del sillón en donde Dasha yacía recostada, no fui lo suficientemente veloz como para lograr rebatir la suposición.

—Lo sé, pero...

—Si se enferma, también serás responsable.

¿Responsable yo? Para empezar, ni siquiera había sido mi culpa que terminara desmayada. Desconocía casi todo sobre ella y lo que a sus problemas de salud física concernía (en el tema de lo mental, ya estaba al tanto de que le faltaba un tornillo); lo único que sabía era que, al igual que yo, estaba huyendo de alguien y que su nombre era Dasha, nada más.

El hecho de que creyeran que estaba en la obligación de hacerme cargo de ella no me pareció correcto, y estuve a punto de negarme y volver a aclarar, por si no me habían escuchado, que ella y yo no teníamos ningún tipo de relación como para que se me atribuyera el permiso de llevarla hasta mi apartamento estando ella inconsciente.

—Se equivocan, ella y yo no...

—Cariño... —De pronto, Dasha abrió los ojos y con voz somnolienta me saludó usando esa palabra tan tenebrosa viniendo de alguien como ella—. ¿Quieres llevarme a la habitación ya? Estoy muy cansada.

Literalmente, mi barbilla se estampó contra el piso de lo estupefacto que me quedé. Daba más miedo que se mostrara cariñosa que cuando me gritaba.

Al percatarse de mi desconcierto y temporal trance, ella aprovechó en colocar uno de sus brazos por detrás de mi cuello y se aferró a mis hombros. Las señoras chismosas que veían la escena suspiraron como si irradiáramos ternura o les recordáramos a su época de juventud.

Creo que la edad —y la escena telenovelesca— no les permitió visualizar el chichón que yo tenía en la frente gracias a esa chica. Frente a ellas estaban «víctima» y «agresor» juntos.

Yo era la víctima, por supuesto.

—Se ven tan lindos.

Reactiva tu cerebro, Kev.

—P-pero si yo no...

Acercando su boca a mi oído, Dasha me pidió que me calmara. Juro que me dieron escalofríos.

Shh. —Posó un dedo sobre mis labios para callarme. ¡Estaba loca! Y estaba loco yo también por ser tan lento y no reaccionar como quería.

A esas alturas podía decir con seguridad que estaba presentando una avería en lo que se refiere a pensar racionalmente. No debía estar mostrándome como si me sorprendiera su manera de actuar tan extraña (aunque sí lo hizo) y su repentino teatrito de fingir que en verdad éramos novios.

Tenía que desmentirla y acabar con esa farsa de una vez por todas. Estuve a nada de hacerlo, pero entonces ella me dedicó una mirada de plegaria. Una muy diferente a todas las que me había dirigido desde el momento en que la conocí.

Demonios, y sí que me conmovió.

Seguro era toda una experta provocando esa clase de sensación de compadecencia.

—¿Qué esperas, niño? Lleva a tu novia a descansar.

Otra mujer mayor, que sospecho que también había ido a chismosear, levantó ambos brazos con exasperación como apremiándome a hacerlo.

¿Por qué, de repente, todos estaban tan interesados en nosotros?

Tratando de no perder los estribos, empecé a andar con Dasha en brazos hasta el ascensor. Ni siquiera recuerdo el momento en que la sostuve en esa posición tan extraña (tratándose de ella), pero me limité a seguir caminando hasta que presioné el botón para que las puertas se abrieran.

Necesitaba un momento a solas con ella, lejos de esos comentarios entrometidos que lo único que hacían era presionarme. Necesitaba un tiempo a solas para preguntarle amablemente, sin malas intenciones, con palabras educadas y caballerosidad de por medio, por qué demonios había fingido que éramos pareja.

Y para preguntarme a mí mismo por qué no lo había desmentido, cayendo así en su juego.

Una de las encargadas de los ascensores se ofreció a ayudarme a presionar el botón de mi piso por el interior del elevador, argumentando que se me iba a hacer difícil al estar cargando a la convaleciente chiquilla, pero ni siquiera esperó a que yo respondiera, sino que lo hizo sin reparos, dejándome al descubierto frente a la causante de mi mala suerte.

Como es obvio, no había pensado en llevarla al penthouse, no obstante, esa mujer acababa de delatarme. Nuestro destino era el último piso de Hilltop. Cerré los ojos, lamentándome.

Solo faltaba que el ascensor se descompusiera a medio camino para terminar de convencerme de que Dasha era el gato negro, la escalera sobre mí y el espejo roto de mi vida.

Después de agradecerle —cuando lo que en realidad quería hacer era reprocharle porque había echado todo a perder— a la mujer por el favor, quise despertar de la pesadilla.

Las puertas se cerraron dejándonos a la chiquilla y a mí sin más compañía que nuestros reflejos en los espejos de las paredes. Era hora de terminar con el teatrito y hablar sin rodeos ni testigos entrometidos. La miré lo más serio que pude; ella hizo lo mismo, aunque su expresión denotaba lo contrario. Seguía cómodamente sujetada de mi cuello ahora con una sonrisa de diversión en el rostro, sin intenciones de sostenerse por su cuenta.

Tan pronto como me percaté de eso, la solté. Ella, obviamente, lo anticipó y cayó de pie.

—Qué caballeroso —ironizó, volviéndose para retocar su aspecto en el espejo posterior—. Diablos, se me malogró el maquillaje. Y mi cabello es un asco. Ay, mira este desastre de ropa, qué horror. ¿En serio me veía así de mal?

¿En verdad... esa era su mayor preocupación?

Adolescentes.

Ignoré sus divagaciones y fui al grano.

—Explícame por qué diantres has armado toda esa farsa.

—"Diantres" —me imitó sin molestarse en ocultar su tono burlesco ante aquella palabra empleada por mí—. Espera, ¿cuál farsa?

Se estaba desentendiendo de las responsabilidades que ella misma me había concedido a ojos de los demás, por el hecho de tener que cuidar de ella al estar convaleciente. "Convaleciente" entre comillas, cabe recalcar, porque yo la veía perfectamente bien. Era su culpa que todos los presentes en el vestíbulo dieran por sentado que estábamos juntos como pareja.

Quién sabe qué estaría pensando en ese momento la mente más sucia y retorcida de todas, sabiendo que íbamos a estar solos en el penthouse en unos minutos.

Ni yo quería pensar en eso.

—No te hagas. Sabes bien de lo que...

—Está bien, Beaupre —interrumpió, mostrándose seria—. Lo admito, lo hice porque me gustas. Desde que te vi dije «tiene que ser mío».

—¿Qué demonios...?

Ella se llevó una mano a la barbilla, reflexionando.

—¿Que no es una confesión lo que sigue en una situación como esta?

Tres palabras: estaba MUY loca.

—¡Por supuesto que no!

—Qué alivio, porque no era verdad —soltó un suspiro de consuelo después de repasarme y desaprobar mi aspecto con la mirada, como si el hecho de que llegara a ser cierto fuera algo increíble.

Aquello me enervó aún más, lo admito. A fin de cuentas, mi ego masculino se había visto insultado.

Respiré hondo intentando olvidar eso para concentrarme en la parte crucial del problema que suponía para mí el que ella estuviera a punto de llegar al penthouse conmigo. Prometí no traer ninguna visita, estaba estipulado en mi contrato de alquiler.

¿No debía desacatar las condiciones de un acuerdo de ese calibre, no?

Claro.

Suspiré.

Tal vez si le daba algo de dinero para que se valiera por sí sola y... Ah, pero tenía que armar esa escenita en el vestíbulo delante de todos. Iba a tener que pasar mucho tiempo para que lo olvidaran, ya no iba a poder estar tranquilo cada vez que saliera o quizá hasta me preguntarían por mi supuesta novia. Mi vida se iba a convertir en un infierno.

Recordando eso, la encaré.

—Permíteme recordarte que gracias a ti y a tu idea de llamarme «cariño» frente a todo el personal de Hilltop, ahora...

—Ah, eso. Siéntete afortunado, porque, aunque fue de mentira, eres el primero al que llamo así —manifestó como si nada, apoyando su espalda en una de las paredes del elevador. Desde su posición, se cruzó de brazos y con su molesta mirada se burló de mi reacción—. Dije «primero», no «último», así que cambia esa cara. Además, qué manera tan cursi de llamarse entre parejas, iugh.

Admito que su manera de contestar era tan creativa como chocante.

Aun así, mi paciencia estaba llegando a su límite. No había segundo en que se pudiera hablar de algo serio con ella y tener la seguridad de que su respuesta tendría, al menos, algo de sentido. Lo único que hacía como una chiquilla inmadura que era, consistía en bromear en el momento menos oportuno posible.

—Creo que hasta aquí deberíamos dejar de vernos.

Ella se llevó una mano a la cara y se cubrió los ojos.

—Listo. —Chasqueó la lengua como si hubiera sido lo más sencillo del mundo—. Si no quieres verme, haz lo mismo, aunque te perderías esa genial vista.

Señaló su imagen en el espejo.

—Ja, ja —reí sin ganas, remarcando cada palabra—. Qué graciosa.

Dejé en claro que no me había hecho nada de gracia usando un tono sarcástico, aunque dentro de mi sabía que no había sido así.

¿Empezaba a contagiarme su locura y extraño sentido del humor? Imposible.

Por fin llegamos al último piso de Hilltop.

Ella fue la primera en salir, todavía con la vista cubierta. Me tentó la idea de dejarla ahí y regresarme al primer piso. No obstante, ella regresó al interior y tiró de mí para hacerme reaccionar. Cuando estuvimos ya en el pasillo frente a las puertas de todos los apartamentos con vista al exterior, me vi imposibilitado de acercarme a la única puerta cuya contraseña de acceso conocía.

—¿Qué estás esperando? Hace frío.

Esa niña en serio no miraba las cosas desde mi perspectiva. ¿Acaso era el único que se preocupaba por cómo podían suceder las cosas? Estaba dispuesta a entrar a un apartamento con un completo extraño, en verdad algo andaba mal con ella.

Supuse que, si por las buenas no entendía, quizá el miedo fundado podía motivarla a querer desaparecer de mi vista.

—¿No te asusta la posibilidad de que intente aprovecharme de ti cuando estemos a solas? —interrogué, perplejo.

Lo cual nunca haría, pero, tomando en cuenta que no nos conocíamos tan a fondo, me pareció razón más que suficiente para que reaccionara y desistiera de su idea de querer quedarse conmigo.

Ella se puso seria en cuanto me escuchó, se alejó unos pasos de mí y, haciendo un movimiento muy parecido a los que realizan los luchadores de artes marciales, levantó una de sus piernas logrando acercar la suela de su zapato a mi cara.

—Créeme que estoy preparada por si eso sucede.

Lo que me dejó como estatua no fue el hecho de que me hubiera amenazado, entre líneas, con tener el mismo final que el tipo que había intentado aprovecharse de ella en el minimarket. El verdadero motivo de mi repentino shock fue que, considerando que era una impulsiva e imprudente chiquilla, se había atrevido a hacer ese movimiento estando con la falda escolar puesta.

¡Estaba exponiéndose ella sola!

Si bajaba la vista unos cuantos centímetros estaba seguro de que habría podido ver cosas que, desde luego, no quería ver.

Tragué saliva al notar que ni siquiera se dignaba a regresar a su posición inicial. Estaba esperando algo de mi parte, al parecer. Y creía saber qué.

—Está... está bien —claudiqué, traicionándome a mí mismo.

Ella sonrió, satisfecha. Y ese era solo el inicio de mi pesadilla.

¿En normal tener un crush con un personaje propio? Porque el mío, sin pensarlo, sería Kev. A partir de ahora, olvídense de Dasha, que Kev me tiene a mí. #MichixKev

Bueno ya, ¡muchísimas gracias por seguir leyendo! Aprecio mucho los votos que me han estado dejando, así como también los comentarios. Estamos cerca de llegar al primer 1K de lecturas, y yo estoy que alucino. Aparte, ya estamos en el capítulo 7 y las cosas entre los protas todavía siguen difíciles. ¿Mejorará su relación? Solo Michi lo sabe, jojo.

• ¿Qué opinan de la historia en general hasta el momento? •

¡Nos leemos luego! Besitos con sabor a chicha morada. Xx

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