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Capítulo 5 | Repentino

Mientras caminaba de regreso al departamento de Charles, rememoré las últimas palabras de la conversación que tuvimos la chiquilla y yo media hora atrás en aquel sitio de mala muerte al que me llevó.

Cada vez que recordaba su pésimo comportamiento y carencia de modales, no podía evitar desaprobarla, basándome en la idea de una persona con educación que yo tenía en la cabeza. Desde luego sabía que una chica normal no se comportaba de ese modo rozando lo vulgar, ni tampoco se expresaba así con tal desparpajo. Me pregunté de dónde había salido una chica así, tan... rara.

Genial, estaba pensando en ella.

Sacudí la cabeza. Creí que eso ayudaría a soslayar ese mal momento en que la conocí.

No funcionó.

Dasha (o como sea que dijo llamarse) era tan irascible, grosera, testaruda y poco racional, que no puse en tela de juicio su salud mental.

¿En serio ella consideró lo que estaba pensando?

Un lugar donde pasar la noche, sí, cómo no.

Supuse que estaba poniéndome a prueba para luego, si es que le decía que podía alojarse en mi casa, volver a acusarme de pervertido y hacer un escándalo. No es que fuera prejuicioso, pero tampoco pensaba descartar posibilidades ante una situación inusual como esa. Con Dasha era imposible no actuar con cierto recelo.

De todas maneras, aunque ese hubiera sido el caso (su plan de probarme), jamás le habría ofrecido quedarse conmigo.

Tenía miles de razones para haberme negado, pero tres de ellas encabezaban la lista en base a su importancia.

Número uno; porque, aunque no lo parecía por su temperamento y malas maneras, ella era menor de edad. ¡Era una escolar! La gente que no nos conociera, podría malinterpretar la situación si se enteraban de que nos estábamos quedando bajo el mismo techo sin haber algún lazo sanguíneo de por medio, y yo podría haber ido a prisión por tratar de realizar un acto altruista como el hecho de no dejarla pasar la noche en la calle.

Una buena acción no siempre es reconocida como debe ser.

Número dos; porque no la conocía, ni confiaba lo suficientemente en ella como para permitirle dormir bajo el mismo techo que yo. Ni siquiera estaba seguro de atreverme a decir que podría dormir como si nada, sabiendo que la tenía cerca.

Hipotéticamente, por supuesto.

Y en el caso de que eso hubiera sucedido, quién sabe, quizá en plena noche intentaba atacarme o qué sé yo, y, considerando que suelo dormir muy profundamente, nunca me habría dado cuenta. Paranoico o no, no podía dejar esa razón de lado.

Y número tres; porque, con apenas unas horas de haberla conocido, podía decir con firmeza e integridad que no la soportaba. No soportaba su manera de comportarse ni sus malos modales. Era poco considerada, tan insolente e indómita que iba a terminar por sacarme de mis casillas, eventualmente.

Quise ahorrarme las molestias.

Disolví su insufrible imagen de mi cabeza y me concentré en subir los peldaños para ingresar al vestíbulo de Hilltop. Por fin había llegado, luego de tan larga caminata. Sin darme cuenta, el asunto de la chiquilla me tomó casi toda la tarde, tanto así que ya estaba empezando a oscurecer. Y yo seguía sin haber comido.

No había ninguna diferencia en mí, que cuando salí de ese mismo edificio hace unas horas... Bueno, quizá la única existente era que en ese momento no tenía ni siquiera los tres billetes que pensaba gastar en mí mismo, y que había terminado gastando en otra persona.

Negué con la cabeza, recordándome que olvidar todo lo que pasé era lo mejor. Dasha podía saber dónde me estaba hospedando, pero el hotel tiene cientos de habitaciones —incluyendo los penthouses del último piso—, por lo que le iba a resultar complicado encontrarme.

Suspiré aliviado por eso.

¿Desde cuándo juego a las escondidas con una chiquilla?

Mi conciencia me advertía del sinsentido de mi pensar cada vez que podía.

Me froté ambas manos cuando la ventisca de afuera se coló por entre las puertas giratorias de la entrada. Al parecer, estaba haciendo frío.

Sin perder tiempo, caminé hasta el ascensor y me introduje en la pequeña habitación metálica junto a otras dos personas. Estas se bajaron a medida que fuimos subiendo. Finalmente, solo quedé yo. Cuando la pantalla indicó que había llegado al último piso habitable, las puertas se abrieron.

Al salir del interior, me dirigí hasta la respectiva puerta del apartamento penthouse de Charles y deslicé la tarjeta antes de lograr abrir la puerta.

Una vez que estuve adentro, caminé unos pasos y me dejé caer sobre el primer mueble de la sala que se cruzó en mi camino. Me sentía muy exhausto, demasiado como para atreverme a salir de nuevo tan solo para comprar comida. Por supuesto que no. Supuse que ese día desacataría una cláusula del contrato por mi propia conveniencia y probaría uno de los helados que Charles había catalogado como «prohibidos» para mí.

Luego pensaba reponérselo para que no llorara como una niña.

Me volví a poner de pie y me encaminé hacia la cocina consciente de que estaba desobedeciendo, pero ¿qué era un helado en comparación con nuestra larga amistad?

Escogí el pote de helado de sabor vainilla de entre todos los sabores presentes y me acomodé frente a la televisión. Con ayuda del control remoto, coloqué el canal de noticias de actualidad y ahí me quedé observando la pantalla con atención.

Me llevé una cucharada de helado a la boca mientras escuchaba a la reportera hablar sobre la situación política del país. Seguido de eso, se explicó el tema de la economía. No soy nada apegado a esos temas, pero necesitaba saber lo necesario para no quedar en la ignorancia.

El sonido de mi celular, que estaba a punto de morir, me distrajo de seguir escuchando las noticias. Dejé la cuchara dentro del pote y me dispuse a responder.

—Habla —saludó Charles bastante animado—. ¿Cómo te fue hoy? El apartamento sigue intacto, espero.

Oh, claro. Esa era su única preocupación. ¿Dónde quedaba yo?

Observé la mesita frente a mí con una considerable mancha de helado proferida a causa de la tapa del envase. En mala hora la había colocado al revés cuando lo abrí.

Daba igual, una mentira piadosa no lo iba a matar.

—Como recién estrenado.

Probé otro poco del helado. Estaba más rico de lo que pensé que estaría.

Y me salió gratis.

¿Por qué no abrí uno antes? Me habría ahorrado toda una tarde de sufrimiento y gasto innecesario. Mi bolsillo, así como mi actual situación económica, me lo habrían agradecido también.

Hice una mueca, lamentando la situación y reprochándole a mi yo de hace unas horas por no haber desobedecido antes.

—Espera —dijo Charles de repente, haciendo que me quedara quieto como si lo tuviera frente a mí—. Estás comiéndote uno de mis helados en este instante, ¿verdad?

Trasladé mi vista inmediatamente hacia las esquinas de la sala, alarmado. ¿Cómo lo sabía? ¿Entonces era cierto lo de las cámaras?

—Dijiste que no me espiarías.

Error. Acababa de delatarme solo.

—¡Kevin! —En ese momento, el timbre de la entrada se oyó por todo el apartamento—. ¿Eso fue el timbre? Te dije que no llevaras visitas.

—No son visitas, ni siquiera he llamado a alguien.

—¿Y quién acaba de tocar? ¿La Virgen María?

Me reí ante la ironía del comentario e hice el intento de responderle algo que le siguiera el juego.

—Probablemente se dio cuenta de que aquí se está quedando un angelito —bromeé. Lo oí resoplar—. Aun así, debo colgar y ver de quién se trata. Come sano y duerme bien.

Sin deseos de seguir escuchando sus quejas sobre la limpieza y otros puntos del contrato, corté la llamada sin esperar respuesta y me levanté para ir a abrir. No tenía idea de quien podía ser, pues nadie, además de Charles, sabía que me estaba quedando en su apartamento, y tampoco había solicitado la ayuda del personal de servicio para no levantar sospechas.

Observé la pantalla que proyectaba la cámara colocada en el pasillo, que mostraba al posible visitante. Era una de las personas que atendían en el vestíbulo.

—Buenas noches.

—Señor Beaupre, lamento molestarlo por algo como esto —empezó la mujer. Parecía incómoda e incluso avergonzada—, pero hay una señorita allá abajo que pide hablar urgentemente con usted.

Al oírla decir la palabra «señorita» con cierto tono de desaprobación, mi primer pensamiento fue la chiquilla loca de la tarde y sus malos modales. Seguro estaba haciendo una escena en el vestíbulo exigiendo mi presencia, demostrando así su carencia de educación. Y su falta de palabra, pues había prometido dejarme en paz.

Imaginándome la situación, me pellizqué la nariz mientras pensaba. ¿Que no le bastó con que le diera hasta el último centavo que traía conmigo con tal de no volverla a ver? ¿Qué demonios hacía ahí?

Creí que había sido muy claro con ella cuando le manifesté que era todo lo que podía hacer para ayudarla; aunque no lo dije exactamente, era más que evidente que lo hice deseando que nuestros caminos no se volvieran a cruzar.

No tenía intenciones de volver a tenerla delante, de hecho, era lo último que quería en ese momento, así que hilvané una posible respuesta que fuera concisa y lograra transmitir mi mensaje con precisión.

—Por favor, dígale a la señorita... —Me costaba llamarla así después de ver cómo se comportó cuando estuvimos juntos, así que me corregí—: Dígale a Dasha que...

La mujer me observó con desconcierto.

—¿Dasha? Me temo que ha habido un error, señor. Quien lo busca es la señorita Margaret Adams.

¿Margaret? ¿Cómo diamantes sabía que estaba ahí?

La conocía demasiado bien como para saber que no se iba a por vencida aún si ordenaba que no la dejaran pasar. Estaba convencido de que en algún momento lograría burlar la seguridad de Hilltop y entraría, además de que es familiar directo de Charles y podía conseguir que le permitieran el acceso sin muchas complicaciones.

Esconderme en el interior del penthouse tampoco era una buena opción, a pesar de que este parece un laberinto. Si ella estaba en Hilltop y pedía específicamente verme, quería decir que sospechaba o estaba segura de mi presencia en el lugar, por lo que me buscaría incluso en el último rincón del apartamento hasta dar conmigo.

No podía arriesgarme a semejante tragedia. Tal vez lo único que necesitaba era que se convenciera de que no me estaba escondiendo ahí.

Eso es.

Regresé al interior del penthouse y recogí mis pocas pertenencias tan rápido como mi cuerpo me lo permitió. Le volví a colocar la tapa al helado y lo guardé en la primera mochila que encontré, junto con la cuchara. Dejarlos de vuelta en el refrigerador solo iba a ser una prueba legítima de mi presencia en el lugar.

Escondí la sartén —con mi tortilla pegada incluida— al fondo de la alacena y apagué el televisor, junto a las demás luces. Con un pañuelo húmedo, limpié la mesita en donde reposaba el control de la televisión. Asimismo, cerré todas las puertas y de nuevo salí al pasillo.

Acomodé la mochila en mi espalda, un poco agitado.

Había hecho todo lo anterior, literalmente, en menos de un minuto. Deberían otorgarme un Guinness por eso.

—Déjela pasar, que vea todo normal como si yo nunca hubiera estado aquí.

La mujer me observó como quien ve a alguien que habla un idioma extraño e intraducible.

—Señor, no entiendo por qué...

—Por favor, solo haga lo que le pido. —Ella asintió, no muy convencida—. Una última cosa, ¿hay alguna otra salida de aquí que no sea por donde está el vestíbulo?

Ahora me observaba como si estuviera mal de la cabeza, pero no lo estaba. Claro que no lo estaba.

—¿Salida?

—Sí, o algún lugar al que simples invitados no puedan entrar, por favor.

Consideré incluso esconderme en la cocina del restaurante de Hilltop, total, Margaret odiaba todo lo que tuviera que ver con el tema de cocinar, a excepción de la hora de comer. La mujer del vestíbulo se lo pensó por unos segundos, parecía no convencerla mi desesperación.

Yo era el único, entre nosotros dos, que sabía que el resultado de una combinación entre peligro y dramatismo tenía nombre propio, y ese era Margaret Adams.


• ¿Qué opinan de la personalidad de Kev? •

Personalmente, debo decir que el personaje está inspirado, en ciertos aspectos, en una persona que conozco, tanto en la manera de hablar y pensar JAJAJA y porque es algo loco y exagerado.

Espero que les esté gustando la historia. No olviden seguirme en mis redes para estar al pendiente de cada actualización y aviso sobre la historia. Ya la tengo escrita hasta como por el capítulo 31, pero debo retocar algunas cosas y por eso no los publico todo de un tirón.

Aviso: hace poco creé mi cuenta de Twittah con el mismo usuario que tenía antes aangharat, así que sería genial si me visitan por ahí. <3

¡Nos leemos!
Con cariño, Michelle.

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