Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 4 | Tormento

Siempre dicen que para todo hay una primera vez, sea cual sea el tema en cuestión. No importa el momento ni el lugar, cualquier cosa puede suceder cuando, como yo, la gente empieza a pensar con más positivismo que antes y a ver la vida de un color menos gris. En mi caso, esa era la primera vez que alguien me pedía dinero prestado; y también era la primera vez que una niña como esa pelirroja lograba sorprenderme por lo irreverente que era.

Tras escucharla, mi mente se encargó de maquinar diferentes respuestas que podía darle a su desvergonzada pregunta de pedirme dinero después de todas las desgracias que tuve que atravesar desde que se cruzó en mi camino; por un segundo pensé que o se trataba de una broma de muy mal gusto de su parte o iba en serio. Por su expresión anhelosa y expectante, sospeché que se trataba de lo segundo. Ella me estaba mirando con ilusión, sin sospechar mis pensamientos.

Solté una risa sarcástica al notar que iba en serio.

Era inconcebible. Todas mis posibles respuestas a su pedido se resumían a una sola, perfecta e impetuosa negativa.

¿Por qué habría de ceder ante su petición?

No la conocía (ni quería hacerlo).

Ni siquiera sabía su nombre (ni tampoco quería saberlo).

Nada me aseguraba que ella me iba a devolver lo prestado en el hipotético caso de que aceptara ser su acreedor. Incluso considerándolo por un segundo, mi situación económica no distaba mucho de la suya. Lo poco que me quedaba de efectivo tenía que durarme por varios días.

Ya había sido demasiado misericordioso al no cobrarle lo que gasté en la tienda —que, por cierto, terminó bajo las llantas de varios carros gracias a ella—; y también al salvarla, por más que no quería hacerlo y me hubiera visto después en la obligación de llevarla conmigo.

Cada nuevo recuerdo que evocaba sobre ella me convencía más de que no estaba tomando la decisión equivocada. No merecía siquiera que lo considerase.

Por ello, utilicé un tono sarcástico al responder, que, al parecer, ella no notó.

—Por supuesto.

—¿En serio? —Me miró esperanzada.

—No.

Continué con mi camino sin decir algo más. No lograba entender cómo una persona podía pedirle dinero prestado a un total desconocido como lo era yo para ella. ¿O es que lo hacía porque era una niña que ignoraba qué cosas debía y no debía hacer? Pues estaba claro que lo único que tenía de niña era la cara, mas no el carácter.

—Pero prometo pagarte hasta el último centavo —me aseguró, caminando detrás de mí—. Tienes mi palabra de que no te arrepentirás de prestarme dinero.

—Ya me estoy arrepintiendo sin siquiera haberlo hecho.

¿Desde cuándo me había vuelto tan cortante? No suelo comportarme así con las personas, pero esa chiquilla lograba ponerme de mal humor y sacar lo peor de mí sin siquiera esforzarse.

—Por favor, por favor, por favor —pidió, repitiendo la frase vez tras vez. Dejé de caminar para expresarle que no me hacía nada de gracia que continuara insistiendo, ni que me siguiera, pero ella no lo vio venir y chocó su cabeza en mi espalda—. Auch.

Cuando me volví para verla, la encontré con una mano sobando su frente.

Paciencia, Kev. Recuerda que estás hablando con una niña testaruda.

Ese bien podía convertirse en mi mantra por los próximos minutos que me restaban con ella. Estaba deseando regresar a casa.

—Si quieres te acompaño hasta un teléfono público y pago para que llames a tus padres, es todo cuanto puedo hacer por ti.

La expresión de indignación en su rostro me hizo ver que eso era lo que menos quería.

Todo en su mirada me gritaba que era la peor idea que se me pudo haber ocurrido, pero vamos, no la había insultado. Como no me dio ni un «sí» ni un «no», me encogí de hombros al comprender que no aceptó mi proposición y comencé a alejarme de nuevo.

—¿Por qué me hablas como si fuera una niña, cabeza de espárrago? —medio preguntó, medio gritó desde su posición.

«Porque es lo que eres», quise responder, pero arriesgarme a otra de sus escenitas no estaba en mi planes. Ignoré su pregunta, asimismo el insulto y retomé la marcha.

Como no dijo nada tras varios pasos, pensé que esta vez me dejaría marchar libremente.

—¡Alto ahí, Beaupre! —exclamó, logrando que me detuviera. Recordé entonces que ella había escuchado cuando me llamaron a viva voz los hombres que me seguían. De acuerdo, lo peor que podía hacer en una situación como esa era mostrarme sorprendido, por lo que ignoré el hecho de que supiera mi apellido—. Como ya sé quién eres, si no me ayudas, les diré a todos dónde te ocultas.

Dudé de que lo supiera, por lo que la reté.

—¿Y dónde es, si se puede saber?

—En ese edificio —me encaró, señalando la parte posterior de Hilltop.

Qué estúpido, no debí haberla llevado tan cerca al lugar donde me estaba quedando.

—Te equivocas, no estoy...

—De acuerdo —interrumpió, levantando una mano para callarme—. Entonces vete, luego comprobaré que no me equivoco.

Parecía otra persona, ningún rastro de expresión suplicante quedaba en su rostro.

La observé darse media vuelta y alejarse en la dirección contraria a mí. Por un segundo pasó por mi cabeza la idea de dejar que hiciera lo que se le viniera en gana y no volver a verla nunca más, pero si era así y ella revelaba mi posición públicamente, cabía la posibilidad de que mi padre me encontrara y ya no me soltara hasta obligarme a volver a la facultad.

Él armaría un escándalo con tal de que obedeciera. O me tendría prisionero en mi propia casa, como solía hacer cuando era niño y no obedecía alguna orden suya.

—Oye, espera —la llamé de mala gana. Ella me ignoró, siguiendo de largo—. Eh, tú, ¡chiquilla!

Eso consiguió hacer que se detuviera y regresara hacia donde yo estaba, dando zancadas.

—No me llames así, tengo un nombre.

—Permíteme recordarte que no te has presentado, y además...

Estuve a punto de decir que era mejor mientras menos supiéramos el uno del otro, pero ella no me dejó terminar.

—Bueno, puedes llamarme... —¿Quién se tarda tanto en pensar en su propio nombre?—. Dasha.

Mi comentario no era una manera de incentivarla a que me lo dijera, claro está.

Bueno, al menos ahora sabía cómo dirigirme a ella.

—De acuerdo, Desha.

Lo hice a propósito.

—Dasha —me corrigió, incomodada.

—Como sea, ¿cuánto necesitas para dejarme en paz?

Ni siquiera sé por qué me molesté en preguntarle por una posible cantidad si, en ese momento, lo único que tenía para ofrecerle era poco más de un par de billetes. Ella negó con la cabeza al escucharme y se preparó para seguir caminando.

—Sígueme, eso lo descubrirás en un momento.

—¿Qué dices? —objeté—. No pienso seguirte a ningún...

—No te obligaré. Ven si quieres.

Obvio, no quiero.

Estaba claro que su comentario escondía otras intenciones. Aunque no quería caer en su jueguito, no podía arriesgarme a que cumpliera su promesa y echara a perder mis planes. Traté de convencerme de que, como mucho, perdería una hora más de mi vida con ella. Era algo soportable a fin de cuentas.

Ya resignado, dejé que me guiara a través de varias calles sin preguntar a dónde rayos estábamos yendo. Al principio, el escenario era digno de admirar, ya que el Hotel Hilltop está ubicado en una buena zona de la ciudad y el ambiente era algo a lo que estaba habituado. Poco a poco ese panorama fue cambiando. Tanto caminamos que, por un momento, creí que se había olvidado de que yo la estaba acompañando. Ella ni siquiera se molestó en girarse ni una sola vez para comprobar que yo estuviera detrás.

De hecho, si hubiera sabido que caminaríamos por casi una hora, me habría ofrecido a usar el Ford. Digo, para ahorrar molestias, ¿no?

Parpadeé prestando atención cuando me percaté de que estábamos en uno de los barrios más inhóspitos de la ciudad. Fue como entrar a otra realidad, el lugar no era para nada compatible a lo que yo estaba acostumbrado e incluso me trajo malos recuerdos sin saber yo muy bien el motivo.

Estuve a punto de dar media vuelta y regresar por donde vine, pero ella me lo impidió.

—No seas gallina.

—¿Qué?

—Es obvio que estás asustado —comentó como si lo tuviera escrito en la cara.

No acostumbraba a visitar sitios como esos, en los que cualquier persona parecía estar tramando algo contra todos. La mayoría de paredes de las casas estaban pintadas con frases y dibujos extraños, también con insultos hacia nuestro actual mandatario y había demasiados perros sin dueño.

¿Qué es este lugar?

—¿Por qué estamos aquí?

—Hace tiempo que se me había antojado esa delicia —confesó señalando un puesto de comida ubicado en una esquina de la calle. Había mesas y sillas detrás de este, para que los clientes pudieran degustar sus platillos en ese mismo lugar.

Lo observé horrorizado.

¿Tanto habíamos caminado para un simple puesto callejero? Me sentí burlado. Y no quise seguir avanzando para mostrar mi indignación.

Claro que a ella poco le importaba cómo yo me sintiera, así que me empujó hasta que llegamos frente a la mujer que atendía, que estaba posicionada sobre una plataforma que le regalaba aproximadamente treinta centímetros más de estatura. Esta nos miró desde lo alto como si fuéramos dos niños muertos de hambre que quizá no teníamos cómo pagar. Al observarnos mejor, comprobó que no soy un niño.

Tal vez Dasha sí, pero yo no.

—¿Qué desean?

Irme de aquí, gracias.

Nos extendió una pequeña cartilla que contenía todo lo que su puesto ofrecía. Entonces, sin necesidad de ojearlo, la chiquilla empezó a recitar su orden. De solo escuchar lo que pensaba comer, sentí un mareo.

Unos minutos después, estábamos sentados frente a frente. Yo, erguido con la espalda recta a noventa grados y con los brazos cruzados, y ella con las piernas en posición de yoga y con la espalda hecha un arco. No tenía ni siquiera la decencia de sentarse como una señorita, a pesar de que claramente se notaba que debajo de su ropa normal seguía con su uniforme escolar... Eso me llevó a pensar que tal vez desde ayer estaba prófuga. No me atreví ni a preguntar en dónde había pasado la noche.

Ella se encontraba devorando con sumo ímpetu la pasta con pollo que pidió, como si fuera el más delicioso manjar jamás preparado. Y yo estaba esperando a que se dignara a terminar para poder marcharme. Su condición (amenaza) fue que me quedara hasta que ella terminara de comer o de lo contrario me atendría a las consecuencias. Por lo menos, estaba cumpliendo con el punto de alimentarla, por más ridículo que eso sonara. Lo peor era que ni siquiera yo había comido, obvio, porque no quise arriesgarme a ser intoxicado.

La dudosa condición de salubridad del puesto me obligó a rechazar la idea, a pesar del hambre que me consumía.

Claro que ella sabía que me iba a negar a pedir algo del menú, por eso ideó todo el plan de hacer que fuera y me torturara viéndola comer, sabiendo que mi almuerzo se había ido a la basura luego de ser aplastado por su culpa.

Lo que no sabía ella es que lo que se estaba embutiendo no me provocaba en lo más mínimo.

De hecho, creo que tenía náuseas.

—¿Qué me ves?

—¿Qué me ves tú? —contraataqué y aparté la vista.

—Tú lo hiciste primero.

Sonaba como acusándome, pero era verdad.

Pasaba que seguía sin explicarme cómo es que había terminado en ese lugar y con ella. Ayer en verdad deseé no volvérmela a cruzar, luego de haber intercambiado un par de palabras en una conversación que no me gustaría recordar; sin embargo, ahí estaba ella.

¿Podía existir un castigo peor que ese?

Su comportamiento también seguía resultándome extraño.

—Estaba intentando descifrar cómo es que una chica podría comer así delante de...

—¿De un tipo estirado como tú? —completó, saboreando una pata de pollo. Tosí para que no se notara la grima que eso me produjo.

Eso pareció causarle gracia.

—Delante de toda la gente que pasa por el lugar.

—Me da igual, esto está delicioso —expresó muy segura, acercando su plato hacia mí. En él reposaban más patas de pollo cubiertas con una salsa anaranjada. De solo verlas, volví a sentir la misma molestia en la parte posterior de mi garganta—. Pruébalas, te encantarán.

Lo dudo.

—Ah, aleja eso de mí —me quejé empujando su plato hasta que quedó de nuevo en su parte de la mesa.

Me llevé una mano a la boca al ver que tiraba los huesos secos directamente al plato. Con la manga de su polera se limpió los labios antes de seguir devorando su ración.

En vez de ofenderse por mi rechazo y mi gesto de asco, la idea de que no tocara su comida le generó una amplia sonrisa en el rostro.

—Tú te lo pierdes, yo me lo ahorro —canturreó.

Qué pena, ahora no iba a poder vivir en paz sabiendo que no comí eso.

—Claro que pierdo, recuerda que yo pagué por lo que estás comiendo.

Hizo un mueca imitándome y siguió con lo suyo.

Aproveché ese tiempo para convencerme a mí mismo de que podía soportar estar ahí, pero que nunca más regresaría a ese sitio. Nunca había visto a una persona comer de esa manera poco decorosa; me atrevería a decir, incluso, que parecía una salvaje.

¿En verdad alguien que estaba recibiendo educación podía comportarse de esa manera en plena vía pública? ¿Y cómo podía comer tan tranquila en la calle sabiendo que su comida podría estar expuesta a cualquier germen que portaran las personas que transitaban por ahí?

De todos modos, ¿por qué me preocupaba por eso? No era mi problema. Ella debía saber a lo que se atenía.

Esa conclusión no logró borrarme la cara de disgusto en los siguientes minutos.

Media hora más tarde, lo único que quedaba sobre el plato eran varios huesos secos; en sus comisuras, pequeñas manchas de pasta. La bebida gasificada que había pedido para acompañar su cena, permanecía entre sus dedos, pero también sobre la mesa.

Mi buen concepto sobre ella seguía decayendo a cada segundo que pasaba, y terminó por desaparecer cuando le dio el último sorbo a su bebida y eructó antes de levantarse.

—Disculpa, supongo.

Definitivamente a esa chiquilla no le enseñaron maneras, ni lo que era el sentido de decoro.

Rodé los ojos.

Tampoco iba a molestarme en darle clases de modales.

Imité su acción de ponerme de pie y mi ánimo se acrecentó cuando recordé que pagarle la comida era lo único que debía hacer para no tener que volver a verla.

El buen humor casi regresó a mí.

Casi.

—Fue un placer —ironicé, dedicándole una sonrisa fingida—. Ahora, si me permites...

Le di la espalda con la intención de alejarme, pero su mano en mi hombro me lo impidió. Tenía un agarre tan fuerte, que me vi en la obligación de claudicar y escucharla.

—No tan rápido, Beaupre.

—¿Y ahora qué? —cuestioné alejando su mano.

—Necesito algo más.

—¿Qué cosa?

Pregunta estúpida. Mostrarme predispuesto a seguir ayudándola era un gran error.

—Un lugar donde pasar la noche —lanzó como si nada.

En serio, ¿de qué iba esa chica? Yo era la última persona en este mundo que querría ofrecerle un techo en donde quedarse, y sé muy bien que para ella también era la última persona a quien querría pedirle esa clase de ayuda.

A simple vista se notaba que el sentimiento de antipatía era recíproco.

Eso significaba que o estaba desesperada o estaba loca. Me incliné por lo segundo.

—Lástima que eso no puedo ofrecerte, pero ten, es todo lo que puedo darte.

Ella se llevó una mano al pecho en cuanto vio que le iba a entregar todo lo que me quedaba de dinero. Literalmente le iba a dar todo mi efectivo, lo que significaba que estaba dispuesto a sacrificarme y regresar a casa a pie antes que seguir teniéndola delante.

—Beaupre, eso es tan... —Por un segundo pensé que iba a completar su frase con algo típico como «amable», «gentil», «altruista de tu parte» o algún derivado. Obvio que no fue lo que esa chiquilla maleducada me soltó—: poco.

—¿Qué?

—¡Eso no me alcanza para costearme ni siquiera una noche en un hotel! —chilló.

Era verdad, pero aun así no era mi problema.

No tenía la obligación de ayudarla, ni de darle dinero y ahí estaba de idiota dándole todo cuanto tenía a pesar de que era una total desconocida, y ni aún así recibí algún «gracias».

Quise contenerme de lo que pensaba decirle... pero no pude.

—Eres tan... descarada —murmuré disgustado.

Fue la palabra menos ofensiva que se me ocurrió para no faltarle al respeto. Después de todo, no debía olvidar que estaba hablando con una chica.

Y qué chica.

—¡Es que es muy poco!

A pesar de que dijo eso, me arrebató los billetes de la mano y se los guardó en el bolsillo.

—No tengo más —aseguré, sin mentir—. Gracias a cierta persona, volveré caminando.

—La vista será muy agradable.

Nada de lo que nos rodeaba era agradable.

Ya dije que había paredes garabateadas y muchos perros sin dueño merodeando por las calles, a eso se le sumó que no muy lejos de ahí se apreciara un desmonte de basura esperando ser recogido. Y pensar que hacía poco ella estaba comiendo tan tranquila en ese ambiente de cuestionable higiene.

En todo caso, lo «agradable» se iba a presentar ante mis ojos cuando hubiera llegado a la parte decente de la ciudad. O, al menos, en donde está ubicado Hilltop.

—Lo dudo —Apresurado por querer alejarme del lugar, me despedí de la manera más amable posible—. Fue un disgusto. Quiero decir, un gusto.

Ella rodó los ojos, pero no respondió y se mostró pensativa.

Como no era de mi interés lo que fuera que estaba pensando, le di la espalda para retirarme. Esta vez, ella no me detuvo ni intentó amenazarme de nuevo. Agradecí su consideración.

Internamente, estaba esperando que ahí terminara ese molesto episodio de mi vida.

• ¿Creen que Kev hizo bien al no ofrecerle a Dasha quedarse en el penthouse con él? •

No duden en votar y comentar.

Los leo. Me leen. Nos leemos. <3

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro