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Capítulo 21 | Regalo

Un enorme cartel de bienvenida nos saludó en cuanto pusimos un pie en la acera frente al centro comercial Saffari. Le di la última mordida al tercer perrito caliente que, irónicamente, Dasha había comprado en el camino para saciar mi apetito, y luego deposité el palito en el basurero de la entrada. Tras terminar de comer, me dispuse a colocarme una mascarilla, que también había comprado de paso, para ocultar la protuberancia de mi nariz. Me resultaba vergonzoso pasearme a mis anchas por la ciudad sabiendo que tenía un enorme grano en la cara.

Antes de ingresar, Dasha señaló la primera tienda de ropa que vio desde nuestra posición, emocionándose como si fuera una niña pequeña que veía la muñeca que siempre había querido. Acomodé la ropa que acababa de arrugar en su arrebato y me adentré en el centro comercial con las manos en los bolsillos, sin esperarla.

Desde atrás me pidió que no me fuera sin ella, pero yo seguí avanzando, divertido por su manera infantil de comportarse. Era como si fuera otra persona cuando estaba feliz, otra personalidad distinta a la habitual, aunque sabía que en el fondo seguía siendo la misma chiquilla desesperante. Cuando me alcanzó, pasó por mi lado chocando su hombro con el mío, como si yo estuviera estorbando en su camino. Esa, definitivamente, era su manera de vengarse.

Continué con mi camino, pero ella se paró frente a mí y comenzó a caminar como un cangrejo hacia atrás a medida que avanzaba.

—Oye, Beaupre, ¿no tienes calor con esa mascarilla? —preguntó, en un tono que me hizo sospechar que quería burlarse de mí.

—No, ¿por qué?

Me detuve para cuestionarla.

—Por nada, lo digo porque quizá si te la quitas, con tu lindo rostro enamoras a las vendedoras de las tiendas y obtenemos descuentos especiales —comentó con las manos en la espalda.

La miré casi alzando una ceja. No me había hecho nada de gracia el comentario, ni le encontraba sentido. Además, estaba ocultando mi rostro justamente porque mi atractivo se había visto insultado con la aparición del dichoso grano en mi nariz.

—No. —Coloqué un dedo en su frente para quitarla de mi camino.

—¡Qué seriedad! Era broma, pero ¿en serio no te incomoda?

Negué con la cabeza. Por fin Dasha guardó silencio a medida que nos fuimos adentrando más profundamente por los amplios pasillos.

—¡Wow! Si fuera por mí, compraría todo lo de esta tienda —exclamó ella.

Observé a mi alrededor. Saffari pertenecía al Grupo Klark, cuyo actual dueño era un amigo cercano de mi padre. Si hablamos de tiendas departamentales dentro del centro comercial, a menudo solía darnos algunos descuentos o reservar para mi familia los diseños más recientes cuyas unidades eran limitadas, pero con mi actual situación de hijo casi desheredado no podía acceder a esos beneficios. Era un simple mortal.

Centré mi atención nuevamente en la chiquilla al verla tan sonriente y emocionada.

—¿Y cuáles son tus planes?

Dasha se llevó una mano a la barbilla como pensando en una respuesta. Después, chasqueó los dedos como si hubiera dado en el clavo.

—Llegó la hora, separémonos —soltó sin más.

La noticia fue tan inesperada que hizo que tardara un poco en procesarla.

—¿Qué?

—Veámonos en este mismo lugar en dos horas —explicó, posicionándose a mi lado y dirigiendo mi vista hacia el reloj gigante del centro comercial—. ¿Ves ese reloj? Encontrémonos aquí cuando sus manecillas marquen las tres de la tarde.

Así que era eso... y yo pensando que ahí se acabaría mi sufrimiento.

Me separé de ella, sacudiendo levemente la manga de mi polera cuando escuché su explicación.

—Ah, eso —me aclaré la garganta—. Está bien.

—¿Soy yo o pensaste que te librarías de mí? —indagó señalándome y entornando los ojos. Hice un gesto negativo con la cabeza, restándole importancia—. No te preocupes, Beaupre. No te dejaré ir tan fácilmente.

Lo último bien podría haber sonado como la frase de una película de terror.

Tras decir eso, me sonrió y se alejó corriendo.

Estaba claro que Dasha no se iría de mi lado mientras siguiera teniendo comida y un techo relativamente gratis, pues aunque había acordado pagarle a Charles, ella no tenía ni un centavo aparte de lo que recién acaba de ganar. Sin embargo, ni siquiera tuve tiempo para desmentir plenamente cualquier suposición suya o idea que se hubiera formado en su cabeza, porque ella, desde su posición se volvió solo para sacarme la lengua en señal de burla y luego desaparecer por los corredores del centro comercial.

Esa chiquilla... siempre disfrutaba molestándome.

Resignado, solté un suspiro cansado y me dispuse a buscar alguna tienda de ropa masculina de entre las que había en el primer piso. Si hablamos de mis preferencias, no creía que con 300 dólares me iba a alcanzar para comprar siquiera una camiseta de marca como las que estaba acostumbrado a usar desde que tenía memoria, pero era consciente de que debía aprender a «economizar».

Quién diría que terminaría usando esa palabra tan inusual en mi vocabulario.

Recorrí las diferentes tiendas en busca de algo que llamara mi atención. En ese momento mi prioridad era, en realidad, más ropa interior. En parte por eso agradecía que Dasha no estuviera conmigo, porque sabía que ella habría bromeado conmigo en voz alta como lo imprudente que era, avergonzándome aún más de lo que me sentía ahora. Supuse que ella estaría pasando por algo similar, aunque no me convenía pensar en eso. También, podía usar las camisetas y pantalones de Charles sin problemas, pero jamás compartir algo tan íntimo como unas trusas. De solo pensarlo, me retorcí incómodo.

Un poco dudoso, y mirando a ambos lados, me acerqué a una de las tiendas cuyo principal producto era ropa interior masculina. Lo hice tan lenta e inseguramente que cualquiera pensaría que estaba entrando a un lugar impronunciable. Cuando por fin estuve adentro, me aclaré la garganta antes de dirigirme a la señorita que atendía. Ella se encargó de explicarme las características de la que yo escogía guiándome de los maniquíes que había como muestra. En esos temas sí me consideraba bastante minucioso, sobre todo porque el precio era bastante más bajo de lo que solía gastar en ese tipo de cosas, ya que no quería comprarme algo que luego me generara un malestar, como provocarme alergias o algo por el estilo. La chica, que fácilmente podría tener la misma edad que yo, me observó por un largo rato hasta que me preguntó si es que las iba a llevar. Asentí y escogí tres diferentes versiones. Omití las hawaianas para que no las volvieran a malinterpretar. Siendo incierta la partida de Dasha, no me quería arriesgar a que volviera a ver mi ropa interior dando vueltas en la lavadora.

Cuando me acerqué a la caja para pagar, por poco saco las tarjetas de mi billetera como de costumbre, pero luego recordé que se encontraban bloqueadas. Me disculpé por el error y le extendí el pago en efectivo. Después la señorita me hizo entrega de la bolsa de papel en el que tenía mi pedido.

—Gracias.

—A usted —respondió sonriente extendiéndome el cambio—. Puede escoger un dulce.

—¿Eh?

—Estamos en el mes de la Navidad, por lo que la tienda le está regalando dulces a sus clientes —explicó señalando una cajita de cristal llena de chocolates y todo tipo de chuches—. Escoja uno, por favor.

Me parecía muy pronto como para que andaran regalando cosas por Navidad estando en la primera semana del mes, pero no por eso dejé pasar la oportunidad que se me presentó. Por ello, no escatimé en extender mi mano y tomar un chocolate. Agradecí el gesto y me di media vuelta lista para irme; sin embargo, un fugaz pensamiento cruzó por mi cabeza en ese momento. Una vez más me giré hacia ella.

—¿Puedo tomar uno más?

La chica asintió.

Aquella compra de ropa interior era solo el inicio de una experiencia tanto extraña como entretenida. No sabía que en este tipo de centro comerciales la ropa estaría a tan bajo precio. Literalmente di vueltas por todos los pisos en busca de algo que se ajustara a mis preferencias. Entré en diversas tiendas y comparé precios (¿dónde se había visto que hiciera algo así?) para tomar una decisión final. No me podía quejar por la calidad de las prendas que decidí comprar, ya que no me parecía tan mala como me habían hecho pensar desde siempre. Mi travesía terminó cuando elegí la última playera para mí. Sosteniendo tres bolsas en una mano y dos en la otra me encaminé de regreso hacia el lugar en el que Dasha y yo nos separamos y quedamos, posteriormente, en encontrarnos. Comprobé que todavía faltaban veinte minutos para llegar a la hora acordada, por lo que fui a comprar algo para beber. En medio de los pasillos había algunos puestos pequeños de café y bebidas frías. Me decanté por lo segundo.

Dando algunos sorbos a la bebida, caminé de regreso hacia el reloj. Ahora cargaba en una mano todas las bolsas que contenían mis compras precisamente para poder sostener mi compra más reciente. A mi alrededor, algunas personas me observaban curiosas. No había pasado por alto el hecho de que la mayoría de gente presente que estaba haciendo compras parecía estar acompañada de su pareja o alguna otra persona; eso me convertía en el único «raro» que andaba haciendo compras solo, cargando una llamativa cantidad de bolsas. Supuse que por eso estaba llamando la atención, pero no me pude resistir al ver los precios tan bajos y la cantidad de cosas que podía comprar con tan solo tres billetes. ¿Así que eso era ir de compras en un centro comercial común? La señora Cohen siempre había sido la encargada de realizar esa tarea en Sansbern, ella y las personas que estaban a su cargo. El único lugar del que me había permitido comprarme ropa habían sido tiendas de marca, cuando mi padre estaba de humor, o hecha a medida por los sastres de la familia cuando empezaba con su perorata de ser una familia de alcurnia respetable. Eso hasta el día de hoy.

Alcurnia, sí, claro. ¿Qué diría mi padre si me viera ahora en estas circunstancias? Me desconocería. Gracias a Dios todavía llevaba la mascarilla puesta.

Ignoré las miradas que se dirigían a mí y seguí disfrutando mi bebida mientras me encaminaba hacia el punto de partida. Cuando por fin llegué hasta el reloj, me alivió ver que todavía no se había cumplido el plazo. Faltaban cinco minutos para las tres. Me apoyé en una de las columnas y observé a cada persona que pasaba para ver si alguna de ellas era la chiquilla. Nada. Terminé mi primera bebida, que luego deposité en el tacho correspondiente. Me acerqué un poco hacia el reloj para ver la hora de nuevo; al hacerlo y comprobar el tiempo que llevaba esperándola como un idiota, no pude evitar rodar los ojos. Dasha ya debería estar aquí, hace más de quince minutos. Un poco irritado, le di el primer sorbo a la bebida, que en primer lugar había comprado para ella, pero que luego vi que no merecía.

¿Dónde se habrá metido esa chiquilla en todo ese tiempo? Me daba curiosidad saber en qué se habría gastado su parte del dinero. Conociéndola, sospechaba que lo habría despilfarrado en cosas superfluas, como comida o maquillaje, las típicas cosas que suelen comprar las mujeres. Especialmente, las adolescentes.

¿Por qué se estaba tardando? O quién sabe, quizá ahora que había obtenido dinero, que era lo que quería desde un principio, había huido sin darme mi cambio.

—¡Beaupre!

Esa voz tan singular solo podía pertenecerle a una persona en esta Tierra. Me di la vuelta para expresarle mi desaprobación ante su demora de más de veinte minutos, pero al verla fui incapaz de decir algo. Al contrario, casi me atoro con el sorbo que le estaba dando a su bebida. Tosí un par de veces para aclararme. Pero es que la persona frente a mí era alguien completamente... diferente.

—¿Qué tal están? —preguntó ella, extendiendo una de sus piernas para que viera las zapatillas nuevas que se había comprado y que llevaba puestas—. ¿Cómo me veo?

La observé de pies a cabeza. Dasha ahora traía puesta una camiseta top bastante ceñida al cuerpo, hasta la altura de su cintura y una falda plisada de color claro. Estaba diferente.

—Estás...

—¿Hermosa, deslumbrante, radiante, preciosa, despampanante?

—Rara —concluí.

En el rostro de Dasha se acentuó un gran gesto interrogante. Quizá pensaba que mi comentario era por molestarla o burlarme de ella, pero no era así. En verdad estaba rara. Y no lo decía solo por su vestimenta tan inusual en alguien tan impulsiva y desidiosa cuando se trata del aspecto, sino porque ahora estaba rubia. Literalmente rubia. Algunos rezagos de su castaño cabello se dejaban ver por ciertas zonas de su cabeza, pero en general ahora tenía el cabello de un color entre rubio platino y claro.

Estaba muy bonita.

—¿Cómo que «rara»? Explícate.

—P-pareces diferente.

El gesto recurrente de Dasha, que consistía en levantar una ceja y acercarse a mí para que viera que se estaba enfadando, hizo que retrocediera un paso. Mismo paso que ella dio para no dejarme escapar.

—Sigo siendo yo —aseguró, arrebatándome la bebida de la mano y probándola—. Agh, esto está muy dulce.

Tras hacer una mueca de disgusto, volvió a depositar la botella en mi mano. Todo eso sin darse cuenta de lo que acaba de hacer. Esta niña, ¿acaso no sabía nada sobre higiene? ¿Acababa de tomar de la misma botella sin importarle que antes había posado yo mis labios ahí? No era higiénico.

—Tú... ¿qué acabas de hacer?

—¿Yo? Probar un sorbo de tu bebida, que está muy mala, por cierto.

Restándole importancia a lo sucedido, comenzó a hurgar entre las bolsas que llevaba colgadas en el brazo, como si buscara algo.

—Pero no te das cuentas de que...

—¿Qué? —me interrumpió, levantando la mirada. Explicarlo en voz alta era un poco vergonzoso, motivo por el que me quedé en silencio sin saber cómo abordar el tema, pero lo hice el tiempo suficiente como para que ella lo malinterpretara—. Oh, ya veo. Significa que... ¡nos acabamos de besar indirectamente!

Abrí ampliamente los ojos al escuchar su conclusión. Eso definitivamente no era lo que estaba pensando.

—¿Qué? No, eso no era lo que...

—¡Qué tontería! ¿Por eso tanto alboroto, Kevin?

Ahí estaba de nuevo ese molesto nombre. Mi cambio de semblante no pasó desapercibido, ni siquiera por mí, que sentí que el color de mi rostro, que se había incrementado de lo incómodo que me sentía por lo anterior, regresaba a su estado habitual.

—Dasha, ya te dije que no me llames así.

Ella rodó los ojos y volvió a enfocarse en lo que estaba haciendo.

—Es divertido, sobre todo cuando te enojas y reaccionas así tan rápido —comentó en medio de su labor—. Además, Charles dijo que si te llamo así, en algún momento, te caeré mejor.

—Sabes que eso no es cierto.

Ella soltó una leve risa.

—Lo tendré en cuenta, Beaupre.

—¿Qué estás buscando?

—Ya verás —Es todo cuanto respondió mientras ojeaba la última bolsa—. Aquí está. ¡Ta-rán!

Extendió hacia mí una pequeña caja marrón adornada con un lazo azul.

—¿Y eso qué es?

—No te arruinaré la sorpresa, descúbrelo tú mismo.

Ella sostuvo la base de la caja mientras yo deshacía el lazo y retiraba la tapa, un poco renuente. En el interior observé un papel muy parecido a aquel que viene rodeando las zapatillas en caja cuando son nuevas. Un poco desconfiado, extraje lo que contenía. Al instante, volví a guardarlo y miré a mi alrededor para ver si es que alguien había sido testigo de la escena.

—¡Sorpresa! ¿Te gustó?

—¿Qué dices? —le recriminé entre dientes.

—Son las hawaianas con florecitas, las compré pensando exclusivamente en tus extraños gustos.

No faltó mucho para que me diera cuenta de que se estaba aguantando de reírse en mi cara al ver mi reacción, así como también que varias personas estaban muy interesadas en nuestra conversación. Y posiblemente en Dasha. Su apariencia era muchísimo más femenina que antes, llamaba demasiado la atención por lo hermosa y radiante que se veía y además...

¡Basta!

Fingí una sonrisa ante ella y cerré la caja mostrándome agradecido por el gesto suyo. Luego, la sostuve del brazo e hice que empezara a caminar para salir del centro comercial. A medida que avanzábamos, la sonrisa de satisfacción se acentuó de su rostro. Era obvio que ella era la que más estaba disfrutando de todo esto.

Una vez que estuvimos afuera, la solté.

—¿Qué te ocurre? —preguntó fingiendo un tono angelical.

Ya de por sí sabía que algunos de sus pasatiempos predilectos eran jugar conmigo, burlarse de mí y avergonzarme sin importarle que estemos en una zona pública, pero eso no significaba que no me sintiera incómodo cuando lo hacía.

—¿Cómo que «qué me ocurre»? Me sacas de mis casillas, niña. Eso es lo que pasa.

—Ya te dije que no soy una niña, soy una mujer —exclamó ella, mostrándose ofendida—. ¿No te ha quedado claro?

Al proferir el último comentario, señaló su nuevo aspecto.

Siempre que Dasha se enojaba era como si se olvidara de ciertas cosas, como la importancia del espacio personal y el hecho de que yo era la última persona a quien querría tener a esta distancia. Cada vez que me encaraba lo hacía desde cerca, peligrosamente cerca; todo para que viera su reacción ante lo que mis palabras habían provocado en ella. Y esa vez no era la excepción. Sus ojos furiosos me observaban a tan solo unos centímetros de los míos. Al ser más pequeña que yo, mi vista debía dirigirse hacia abajo. A pesar de que se mostraba en gran medida indignada, no pude evitar dejar escapar una sonrisa ante su imagen. Era tan pequeña, pero a la vez muy impulsiva y peligrosa, que se me hizo imposible no reírme por ese detalle.

—¿Y ahora de qué te ríes?

—De nada. No eres una niña, sino una mujer, asunto arreglado —imité sus palabras, sosteniéndola de los hombros para apartarla un poco.

Ella negó con la cabeza como si yo no tuviera remedio.

—Eres un malagradecido, yo al menos pensé en ti al hacer mis compras.

—En burlarte de mí, querrás decir —la corregí. El comentario la hizo sonreír, entonces recordé algo—. Aunque, ahora que lo mencionas, toma.

Le extendí aquel chocolate que pedí de más en la tienda, pensando precisamente en ella.

—¿Y esto?

—Es un...

—¡Gracias! —Dasha ni siquiera me dejó terminar de hablar, pues al instante le quitó la envoltura y lo engulló. Todavía estando con la boca llena, se dispuso a hablar—: Ahora sí estás perdonado, Beaupre.

Rodé los ojos ante su audacia, pero me concentré en avanzar sin darle tiempo a decirle algo más. Ella vino detrás de mí, aún saboreando el dulce.

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