Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 20 | Encierro

Consciente de que las cosas habían acabado mal solo para nosotros, me dirigí a la causante del problema, que reposaba tranquila y cómodamente sobre el piso.

—Bien pensado, ¿eh? —ironicé, apoyando mi cabeza en la pared.

Dasha abrió los ojos y se incorporó al escucharme. Increíblemente, a pesar de los problemas que había causado, tenía la frescura de acomodarse para intentar dormir.

—No fue mi culpa.

—¿Entonces qué, dices que fue la mía? Yo no golpeé a nadie.

A raíz de la escena que se había desarrollado en las afueras del canal televisivo, la gente que pasaba por el lugar comenzó a amontonarse para ver qué estaba pasando, algunos incluso tomaron fotos como si fueran la mismísima prensa. Dado que Dasha logró derribar al guardia del canal que se atrevió a sostenerla con tan poco tacto, más refuerzos vinieron para apoyarlo creyendo que queríamos ingresar por la fuerza al edificio (bueno, al menos, yo no quería hacerlo; Dasha, quién sabe), pero casi todos tuvieron el mismo final que el primero. Con esto no quiero decir que ella tenga fuerza sobrehumana y pueda descontarse a cinco hombres fornidos al mismo tiempo, sino que ninguno se atrevió a devolverle un solo golpe o a levantarle la mano. Sin embargo, aunque ella solo se limitó a derribarlos y nada más, aquello fue tan humillante para los hombres de seguridad, que terminaron llamando a la policía para que pusiera un poco de orden. Son ellos los que, posteriormente, consiguieron reducir a la revoltosa.

Hasta ese momento pensaba que podría librarme de ser relacionado con Dasha ante toda la atención que estaba recibiendo, y es por ello que intenté alejarme de la escena de la manera menos llamativa posible. En el peor de los casos, planeaba pasar por ella a la comisaría como su tutor si es que la encarcelaban, o apelar al buen humor de Charles para conseguir que pagara una eventual fianza. Cualquier cosa antes que verme envuelto en acciones que atentaban contra el orden público. Ya tenía todo mentalizado, pero como siempre esa chiquilla tenía que malograr mis planes. No faltó mucho para que se colgara de una de mis piernas para impedir que me fuera, motivo suficiente para que los de seguridad me reconocieran y atestiguaran que yo había llegado con ella. Lamentablemente, solo por eso terminaron capturándome también.

Gracias a Dasha estábamos en la comisaría en ese momento, encerrados en diferentes celdas vecinas. La chiquilla estaba tan solo a cincuenta centímetros de donde yo me encontraba, aunque no parecía preocuparle la situación tanto como me preocupaba a mí.

—Por eso pienso que, entre tú y yo, yo soy la que tiene los pantalones bien puestos.

El comentario me molestó.

—Ah, ¿sí? Yo, en cambio, pienso que estás loca —susurré a modo de respuesta, haciendo una espiral con mi dedo índice cerca de mi sien—. Y que deberías hacerte ver por un psiquiatra.

Ella abrió la boca para contestar, pero no consiguió hacerlo.

—Guarden silencio —nos ordenó un policía dando un manotazo en el escritorio que estaba situado frente a las celdas—. ¿Creen que están en su casa que pueden conversar a sus anchas?

—Disculpe, pero que estemos encerrados no significa que no tengamos derechos.

Miré a Dasha cuando dijo eso. Era la menos calificada para objetar, porque todo había sido su culpa.

—Lo que tienen derecho es a hacer silencio, a menos que quieran pasar las próximas 48 horas encerrados —amenazó el policía mirando en su computadora.

Dasha y yo nos callamos, pues ninguno quería pasar la noche en el lugar. Sobre todo yo, porque dormir en una celda iba a ser la peor experiencia de mi vida. Afortunadamente, el hombre dejó de prestarnos atención y siguió con lo suyo. Según nos dijo cuando nos llevó a la comisaría, los de seguridad que tuvieron la mala suerte de enfrentarse a Dasha, decidieron no levantar cargos por lesiones en contra de nosotros. Sin embargo, nos iban a tener retenidos un rato más como castigo por haber alterado el orden público.

Me puse de pie y caminé por la celda en un intento por distraerme.

—Esto es ridículo. —Por alguna razón, no podía dejar de quejarme.

Apoyé mis dos manos en los barrotes, lamentando haber terminado en esa situación. Jamás había pisado un lugar como ese o estado dentro de una celda; corrección, jamás había sido detenido, ni mucho menos encerrado. Faltó solo que nos esposaran e hicieran un reportaje sobre nuestra captura para parecer verdaderos criminales, aquello habría sido el doble de humillante.

—No te desesperes, seguro ya falta poco para que nos liberen.

Las palabras de Dasha en vez de animarme, me enervaron más. Tal vez a ella eso no le importaba mucho eso, pero a mí sí. ¿Qué tal si ahora que sabían quién era (dado que encontraron mi identificación conmigo) llamaban a mis familiares y les contaban lo ocurrido? Si lo hacían y mi padre se aparecía por ahí, eso iba a significar mi muerte asegurada. Si la que se aparecía por ahí era mi madre, ella era capaz de armar un escándalo contra los policías por encerrarme y exigiría mi inmediata liberación. Definitivamente no deseaba que ninguno de esos dos escenarios se llevara a cabo.

Mientras pensaba en todas las peripecias vividas, Dasha empezó a tararear una de las canciones que cantó cuando nos estábamos dirigiendo hacia el canal. No podía creer que estuviera tan tranquila estando encarcelada. Era increíble lo despreocupada que era.

—¿Por qué no jugamos a algo? —propuse acercándome hacia donde estaba. Ella pareció estar dispuesta y se colocó frente a mí, con los barrotes de la celda como el único objeto que nos separaba—. Escucha, en este juego la persona que esté callada más tiempo ganará.

A medida que hice mi explicación, de la expresión sonriente en el rostro de Dasha solo quedó una mirada seria. Rodó los ojos al darse cuenta de que le había pedido implícitamente que hiciera silencio. Volví a apoyar mi espalda en la pared, cruzado de brazos, quedando de costado a ella.

—Siempre tan amargado, ya te dije que no seas nenita. —Con sus manos apoyadas en los barrotes y su rostro entre estos, se encargó de recordarme que no iríamos presos por lo que hicimos. Incluso se atrevió a incluirme en algo que no cometí. Al oír mi risa sarcástica, tomó aire antes de continuar—: No tendremos antecedentes ni nada por el estilo, así que deja de lloriquear, me avergüenzas.

Ignoré sus comentarios y me limité a mirar hacia el frente. Ella me imitó, pero empezó a cantar otra vez.

Observé al policía frente a nosotros revisar algunos documentos y hacer apuntes, pero me di cuenta de que no lograba concentrarse debido a la molesta voz de Dasha. Incluso yo me cubrí los oídos y me alejé un poco de ella para no tener que escucharla tan claro. El hombre revisó su reloj como verificando si ya era hora de que nos dejara marchar, supuse que porque debía ser una total tortura para él tener que escuchar a alguien tan desafinada. Cuando reparé en eso, una gran idea se me cruzó por la cabeza.

—Niña, haz silencio —ordenó el policía.

Ella obedeció y se calló. Me arrimé un poco más de regreso hacia los barrotes que separaban nuestras celdas para tocar su hombro y llamar su atención.

—¿Y ahora qué quieres? —cuestionó ella de mala gana.

—Sigue cantando.

—¿A ti quién te entiende?

Dasha me observó con el ceño fruncido, un poco confundida por mi repentino cambio de opinión. Le hice una seña con la mano para expresarle que bajara la voz.

—Solo hazlo.

—Fíjate que no se me da la gana —me dijo, cruzándose de brazos.

—Te prometo que es por un buen motivo.

Un poco dudosa, ella volvió a cantar. Yo, como nunca, la animé y le hice barras desde mi celda. Eso pareció devolverle la confianza que había perdido, porque cantó con más brío que antes.

Aunque igual de mal, tengo que admitir.

El policía se llevó una mano a la cabeza, entrando en desesperación. Nuevamente nos ordenó guardar silencio, pero tanto Dasha como yo hicimos caso omiso. La primera canción terminó y enseguida ella empezó otra. Así nos mantuvimos por varios minutos, alternando canciones, haciendo un pequeño concierto para los presentes en la comisaría, hasta que el policía al que habíamos sido encargados pareció perder la paciencia. Poniéndose de pie de mal humor y hurgando algo en su bolsillo, sacó de este un juego de llaves. Abrió mi celda a regañadientes, luego hizo lo mismo con la de Dasha.

—Ya me hartaron, fuera de mi vista —gruñó el oficial, con cada una de sus manos colocadas sobre mi espalda y la de la chiquilla, mientras nos conducía hasta la salida—. Si se vuelven a meter en problemas, no seré tan condescendiente. ¡Fuera!

Con una gran sensación de libertad, como si hubiéramos purgado condena por treinta años en vez de treinta minutos, Dasha y yo aspiramos el aire del exterior y contemplamos con admiración las calles que rodeaban la comisaría. Cuando ya habíamos terminado con la sensación de alivio, ella festejó conmigo que nos hubieran dejado marchar antes de lo previsto.

—¡Eso estuvo genial!

—Como todas mis ideas —me jacté, lo que ocasionó que ella rodara los ojos.

Haciéndose sombra con una mano ante la tenue luz solar que se filtra por las nubes desde lo alto, Dasha evaluó nuestro próximo destino. Ya se había resignado al hecho de que solo contábamos con setecientos dólares, pero de igual manera consideraba que teníamos que aprovecharlos al máximo. Al menos, eso fue lo que me dijo en los primeros minutos que pasamos encerrados.

—¿Sabes? Como que esto de haber estado encerrada me dio hambre. Hay que ir a un banco y cobrar el cheque de una vez, se me ha antojado...

—No, por favor —la corté antes de que mencionara aquella indeseada comida.

Ella sonrió con malicia sospechando del por qué de mi interrupción. Supongo que recordó lo mal que la pasé ese día que la acompañé a comer en aquel inhóspito lugar, porque era obvio que lo hizo a propósito.

—Iba a decir pizza.

—Ah... —divagué un poco sin saber qué decir hasta que recordé algo muy importante—. Creo que te olvidas de algo.

—¿Ahora qué?

Le mostré las llaves de mi auto para refrescarle la memoria.

—Mi coche se quedó en el estacionamiento del canal.

—No puede ser. Maldición, maldi...

Rodé los ojos y le cubrí la boca. Dasha era tan indolente que, si fuera por ella, se quedaría maldiciendo a diestra y siniestra, cosa que no iba a solucionar nada.

—Deja de maldecir y empieza a caminar —le dije sujetándola por los hombros y guiándola hacia la calle que estaba en dirección al edificio del canal.

A pesar de que no estábamos tan lejos que digamos, caminar, claramente, no estaba en mis planes. Mucho menos escuchar las quejas de Dasha en el trayecto, ni los insultos que lanzó en contra de Ferguson. Si bien se había resignado al pago que habíamos recibido, eso no significaba que lo hubiera perdonado. De hecho, no dudaba de que si se lo cruzara intentara hacer justicia por su propia mano de nuevo. Evité comentar algo al respecto mientras caminábamos, tan solo me limité a escucharla y a asentir cada vez que pedía mi opinión sobre cada nuevo insulto que soltaba. Cuando se cansó, se sentó en una de las bancas que había en la acera, que parecía ser un paradero de buses.

—Ya me cansé, no quiero seguir caminando.

—¿Esperas que te lleve en brazos? —respondí con sarcasmo viéndola acomodarse en la banca.

—No es mala idea.

Ella se puso de pie como esperando que la cargara. Claramente, lo estaba haciendo con intención de molestarme.

—Olvídalo —me crucé de brazos—. Era una pregunta retórica.

Volvió a sentarse al oír mi respuesta.

—Podríamos tomar el transporte público.

Nunca había hecho tal cosa. Mi padre jamás lo habría permitido. Siempre me movilicé en el auto privado de la familia cuando todavía no tenía licencia e iba en las vacaciones del internado a mi casa, o en mi propia camioneta cuando empecé la universidad. Crecí con la mentalidad de que el transporte público era ordinario (palabras de mi padre) y que, además, era un medio de transporte inapropiado para algún miembro de nuestra familia. Quizá por eso es que tenía cierta animadversión hacia ese tipo de vehículos.

Al ver que no respondía, Dasha aprovechó y detuvo el bus que se aproximaba hacia el paradero en el que estábamos. Cuando este abrió sus puertas, fue la primera en subirse.

—Oye, espera —la llamé, pero era demasiado tarde.

El conductor estaba a punto de cerrar sus puertas y seguir con su camino, pero ella le pidió que esperara y me jaló del brazo para que me subiera también. Terminé haciéndolo solo para no llamar más la atención de los demás pasajeros que se asomaron para ver por qué el bus se tardaba tanto en avanzar. En las escaleras, me dio la bienvenida una máquina que contenía la tarifa del recorrido. Dasha me observó sonriente.

—Paga.

—¿Qué? —La observé sorprendido. Era increíble. ¿Había sido su idea y yo tenía que pagar?

—Ya sabes que yo no traigo dinero.

Le dediqué mi mejor mirada de "qué lástima, la próxima vez no cuentes conmigo" antes de rebuscar en mi bolsillo y sacar lo necesario para pagar por los dos. Debido a que el conductor no esperó a que hubiera terminado de introducir las monedas para avanzar, me tambaleé un poco y se me cayeron algunas al piso del bus. La experiencia definitivamente no estaba siendo nada memorable. Dasha al menos se tomó la molestia de ayudarme y por fin pudimos adentrarnos para buscar un asiento.

Ella eligió uno de dos y se colocó en el lado de la ventana para visualizar la ciudad. Yo, en cambio, elegí un asiento individual.

Apoyé mi cabeza en el respaldo y cerré los ojos. Si exceptuábamos el hecho de echar monedas mientras el bus estaba en movimiento, me atrevería a decir que el sistema no estaba tan mal. No había hacinamiento como siempre me habían hecho creer, ni tampoco algún mal olor en el interior. Las personas presentes estaban en silencio, sumidos en sus propios problemas. Agradecí eso, pues así aproveché yo también para descansar la vista.

—Beaupre —Dasha me llamó en susurros desde su posición. Mantuve mis ojos cerrados, pasando de ella—. ¡Kevin!

Con su provocación, logró hacer que me girara hacia donde estaba.

—¡No me llames así!

—¿Ya te diste cuenta de que no tiene nada de malo el transporte público?

Asentí solo para que me dejara tranquilo, pero entonces, desde mi posición observé que la persona que estaba a punto de subir en el paradero siguiente era el jardinero de mi casa. Lo más probable era que ese haya sido su día libre y por eso estaba ahí. Realmente no me fiaba de él. ¿Y si me delataba? ¿Y si le decía a mi padre que me vio en el lugar menos esperado? Pensé en qué hacer para esconderme o pasar desapercibido. La gorra que traía puesta ayudaba, pero no del todo. En medio del dilema que me arrastraba, me fijé en el asiento vacío al lado de Dasha y tomé una decisión.

Poniéndome de pie rápidamente, me acomodé a su derecha, apoyando mi cabeza en su hombro. Ella se removió para que me alejara, pero entre dientes le manifesté que era importante.

—¿Qué demonios? —me confrontó, bastante sorprendida por mi repentino acercamiento.

Ella se extrañó aún más cuando sostuve su cabeza y la hice reposar sobre la mía.

—Después te explico.

Por entre algunas hebras de su cabello, de reojo, observé que el hombre pasó por mi lado ignorando la escena que Dasha y yo representamos, como si nos considerara otra joven pareja más. Suspiré aliviado al percibir que seguía caminando por el pasillo hasta llegar, aparentemente, al fondo del bus. Esperé unos segundos más e hice un amago de separarme de Dasha. Ella quitó su cabeza tan pronto como se dio cuenta de eso, haciéndome a un lado como si mi sola cercanía la incomodara, aunque luego me miró con una ceja alzada como si se me hubiera olvidado algo. Me di cuenta rápidamente del motivo cuando levantó nuestras manos entrelazadas hasta la altura de mis ojos.

Por supuesto que la solté al instante, sintiéndome extrañamente avergonzado.

Cuando el autobús se detuvo en la parada más cercana al canal, Dasha y yo nos bajamos volviendo a fingir que éramos una joven pareja para evitar levantar sospechas ante el hombre que seguía al fondo del bus. Esta vez ella se mostró más predispuesta a colaborar con la farsa luego de haber escuchado mis motivos. Entendía perfectamente mi situación y la preocupación que me embargaba al ver a alguien cercano a mi familia justo donde estaba, porque ella estaba pasando por lo mismo que yo, así que no puso reparos en representar ese teatro conmigo.

Al comprobar que el bus se había marchado, nos separamos. Dejé de abrazarla por sobre los hombros y ella quitó su brazo de mi cintura. Todo volvió a la normalidad.

—¡Ahí está el edificio! —anunció señalando el canal que se encontraba a unos cincuenta metros de nosotros.

Ese corto tramo lo realizamos en silencio. Ni ella ni yo dijimos algo, lo cual no me molestó ya que no se me ocurría ningún tema de conversación. Considerando el tiempo atmosférico, intuía que debía ser mediodía, hora del almuerzo, y el rugido de mi estómago me lo confirmó. Hice a un lado ese detalle, esperando que Dasha no lo hubiera notado, pero luego me percaté de que estaba demasiado concentrada en observar cada cosa que llamaba su atención de la calle como para darse cuenta. Sonreí al ver su cara de admiración ante cosas tan superfluas, pero cuando se giró hacia mí para mostrarme una estatua de un personaje en medio de un parque, disolví esa expresión de mi rostro y me limité a asentir seriamente.

Al llegar al estacionamiento, abracé a mi Ford y lo revisé por si tenía alguna imperfección o algún daño. Dasha rodó los ojos al ver la suma preocupación y cuidado que le dedicaba a mi camioneta, pero era mi posesión más valiosa, bastante especial. Lo que más quería en esta vida, además de mi familia, obviamente.

—Felizmente nada te pasó —le hablé al Ford, mientras abría la puerta del conductor.

—Hombres... siempre tan inmaduros.

Dasha se introdujo en el asiento del copiloto y abrió la ventana para dejar entrar algo de aire. Encendí el vehículo y conduje en busca de un banco para cobrar el cheque. En el camino, la chiquilla se encargó de observar si es que había alguno por donde pasábamos, pero le dije que no era necesario que hiciera eso, pues sabía a qué banco acudir. Cuando llegamos al lugar, estacioné el vehículo en una calle cercana. Dado que el cheque estaba a mi nombre, me correspondía a mí ingresar y esperar sentado hasta que me tocara mi turno en la plataforma. Al haber mucha gente, la espera se tornó bastante prolongada y tediosa. Esta vez Dasha decidió esperarme en el auto, así que me quedé más tranquilo al saber que no iba a estar de pie en la calle mientras yo estaba cómodamente sentado.

Varios minutos después, por fin la pantalla indicó que era mi turno, al mostrar el número de mi ticket. Me acerqué hacia el hombre de la ventanilla y me dispuse a retirar el dinero. Un rato después, regresé hacia donde Dasha con siete billetes de cien dólares. Toqué la luna de la ventana de su lado para despertarla, pues la encontré durmiendo.

—¿Y el dinero?

Aquello fue lo primero que preguntó, después de que bajó la ventanilla.

—Aquí está. —Se lo mostré, pero ella me arrebató los billetes y me regresó solo tres de ellos—. Luego te doy el cambio.

Negué con la cabeza ante tan irremediable comportamiento, pero no le recriminé nada. Hacerla entrar en razón era perder el tiempo. Por eso, rodeé la camioneta y me acomodé en mi respectivo asiento, listo para conducir hacia algún establecimiento de comida rápida o restaurante buffet como los que acostumbraba a visitar.

—Bueno, ahora sí me dio hambre, así que...

Ella me silenció colocando una mano sobre mis labios.

—Estaba pensando que podríamos ir de compras primero —indicó admirando los billetes que tenía en la otra mano—. Próxima parada: ¡el centro comercial!

—Pero tengo hambre.

Imposible que pensara en comprar algo que no fuera comida. Dasha rodó los ojos al escucharme.

—Te compraré algo en el camino, no te preocupes —me dijo, palmeando mi hombro. Decidí confiar en ella y pensar que por fin se dignaba a retribuirme por el buen trato que había recibido de mi parte, pero luego murmuró—: Obvio que lo haré con lo que te corresponde de tu cambio.

No pude evitar reírme por su descaro.

***

¡Nuevo capítulo! Espero que les esté gustando. ^^

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro