Capítulo 18 | Infortunio
En la noche, cuando estábamos cenando la ensalada de frutas que pedimos en nombre de Charles al restaurante del hotel, Dasha me expresó su agradecimiento por haber cedido a su petición (orden) de participar en el concurso y haber llamado al programa, exponiendo mi identidad en vivo después de repetir que no pensaba hacerlo. Tengo que admitir que aquello me sorprendió tanto que casi me atraganté con una de las uvas que me encontraba comiendo.
Tenía mentalizada a Dasha como una chiquilla insolente, tanto que cualquier acto educado de su parte, como agradecer por algo me causaba sorpresa.
Reafirmé mi postura cuando ella soltó luego una de esas frases características suyas, de que si no lo hacía por las buenas, entonces sería por...
—Ya entendí —la interrumpí, riendo involuntariamente por lo descarada que era.
Haciendo uso de un tenedor, pinché un trozo de manzana, aún con un gesto de diversión implantado en el rostro, que no pude desvanecer a tiempo.
—Oh, vaya. No sabía que podías sonreír.
Dejé de hacerlo en cuanto la escuché.
—Claro que puedo —repuse con cierto tono sarcástico—. Que no lo haga frente a ti es diferente.
Seguramente buscando molestarme, ella se limpió los labios con la parte inferior de la manga derecha de la camiseta de mangas largas que llevaba puesta (que le pertenecía a Charles, por cierto). Al verla, puse cara de disgusto y le extendí una servilleta para que la usara en vez de su propia ropa.
—Tú siempre tan correcto —se mofó, aceptando el pedazo de tela.
—Y tú siempre tan... olvídalo.
«Incorregible» era lo que pensaba decir, pero no tenía caso que le expresara lo que pensaba de su manera de comportarse, porque ya lo había hecho en el pasado y eso no había servido para hacer que cambiara sus modales cuestionables. Por ello, le hice una seña para que dejara de lado lo que pensaba comentar.
Ella se encogió de hombros y continuó degustando su ensalada. Mientras lo hacía, la observé con resignación y quizá con un poco de decepción. Por más que me costara, tenía que admitir que, si las circunstancias hubieran sido diferentes y Dasha y yo nos hubiéramos conocido de otra manera, me habría caído mejor y nuestra relación no hubiera sido tan antagónica.
—¿Por qué eres tan serio? —cuestionó señalándome con su tenedor de un momento a otro—. ¿Cuántos años tienes? ¿Veintiocho? ¿Treinta?
—¿T-treinta? —Mi sorpresa e indignación eran palpables—. Tengo veinti...
Me detuve cuando noté que estaba a punto de revelar información personal; tal vez no tan relevante, pero no por eso dejaba de ser personal. Estaba convencido de que con que supiera que era mayor de edad era suficiente, exceptuando, por supuesto, el hecho de que no era todo lo que sabía sobre mí. Antes de que ella me dijera su nombre la primera vez que lo hizo, yo estaba por decirle que, de hecho, no era necesario que lo hiciera.
Pero Dasha siempre se salía con la suya.
—¿Veinti...nueve entonces? —insistió ella al ver que me había quedado callado. Negué con la cabeza, un poco fastidiado.
¿En serio me veía tan mayor? El espejo del baño de mi habitación me decía todo lo contrario todos los días al despertarme.
Decidido a dejar de ser el centro de la conversación, lancé mi contraataque.
—¿Por qué de pronto el interés? Tú tampoco hablas sobre ti.
—No es como si con decirme tu edad me estuvieras revelando tu información bancaria —manifestó con la burla impregnada en cada palabra enunciada—. Y, además, si tú no te abres conmigo, tampoco tengo por qué abrirme a ti.
Casi rodé los ojos. Tampoco me entusiasmaba mucho la idea de intercambiar información personal con ella, o cualquier tipo de información.
—En el buen sentido de la palabra —agregó, segundos después.
La frase con la que Dasha pretendió aclarar el significado de su respuesta anterior me puso al tanto de lo que había dicho.
En ningún momento mi mente se había...
Ella sintió mi incomodidad, porque me sonrió complacida del efecto que sus palabras habían tenido sobre mí. Quería borrar la expresión de satisfacción de su agraciado rostro, me enojaba que fuera tan imprudente, me caía terriblemente mal y tenía muchos deseos de estrangularla... en el buen sentido de la palabra.
Demonios.
—No era necesaria la aclaración, sé de lo que hablabas.
—No sabía que los chicos podían sonrojarse tanto —habló fingiendo inocencia—. Tu piel es tan blanca que estoy segura de que lo notarían desde Marte.
Odiaba que fuera tan observadora.
Si estaba rojo, era del enojo e incomodidad y nada más.
Dasha era tan inmadura y un completo dolor de cabeza. Se supone que ya sabía que ella era menor de edad desde el principio, pero el hecho de saber que andaba mal de la cabeza, me hizo replantearme si es que estaba bien que estuviéramos solos en el mismo departamento, durmiendo bajo el mismo techo sin que existiera una relación de parentesco de por medio. No nos unía ningún lazo sanguíneo, ni tampoco uno de amistad. Éramos extraños el uno para el otro, obligados a vivir en el mismo departamento por culpa de un contrato poco serio. Puede que no pareciera algo grave a simple vista, pero, como dije, el trabajo de mi padre había influenciado mucho en mi pensamiento.
Siempre trataba de actuar de acuerdo a la ley.
Estando nosotros ahí juntos y desconociendo la situación, cualquiera podría pensar lo peor sobre lo que estuviéramos haciendo a solas. Las posibilidades hicieron que tragara saliva, sintiéndome aturdido.
—Estoy bromeando, genio. —Ella entornó los ojos y negó con la cabeza ante mi falta de humor ante su dizque broma.
Conseguí recuperar la concentración antes de que su ceño se frunciera más.
—Ahórrate las bromas.
—Oye, ahora que estamos sincerándonos, dime algo sobre ti.
El abrupto cambio de tema me distrajo del motivo de mi enojo.
Dasha acomodó sus piernas sobre la silla en la que estaba sentada, de manera que de nuevo parecía estar en posición de yoga. Se mostró muy dispuesta e interesada en escuchar lo que sea que se me ocurriera decir sobre mí como resultado de su petición, pues me miró expectante. Tanteé posibles respuestas para darle, pero entonces llegué a la conclusión de que el que menos sabía del otro era yo.
—Bueno, creo que tú ya sabes hasta mi apellido —recalqué. Era ella quien suponía un total misterio para mí, pues lo único que sabía sobre ella era su nombre.
La chiquilla reflexionó como si tratara de recordar qué tanto sabía de mí.
—Creo que eso es cierto, pero mi cerebro está dispuesto a recolectar más información.
Negué con la cabeza. Luego, me recosté completamente en el respaldo de mi silla mientras pensaba qué era lo que más me intrigaba de ella.
—Supongo que no hablarás sobre ti —enuncié al ver que buscaba cambiar de tema otra vez; ahora fue ella quien negó con la cabeza—. Ni de las personas que te persiguen, ni de tu huida y mucho menos de las razones que te motivaron a hacerlo.
Ella chasqueó la lengua, dándome la razón.
—Lo único que te puedo decir es que no me arrepiento de haber huido de ese lugar.
Eso saltaba a la vista. Sabía muy bien que en ningún momento Dasha había demostrado que extrañara el lugar de dónde salió o que tuviera deseos de volver. De hecho, parecía como si se sintiera libre ahora que se encontraba lejos. Intuí que allá donde fuera que estaba no la dejaban ser ella misma ni comportarse con tan poco decoro como tanto disfrutaba. Con todo lo que su personalidad acarrea, me refiero. Tal vez la severidad en su educación o algo parecido la indujo a escaparse de la escuela, porque era obvio que de ahí era de dónde había salido. Eso explicaba que hubiera estado con el uniforme escolar el primer día que me la crucé.
El fatídico día en que me la crucé.
Me intrigaban mucho sus motivos, es verdad, sin embargo, no podía expresarle mi curiosidad, porque estaba claro que ella no me iba a decir nada. Se mostraba muy reacia a hablar de sí misma o de su procedencia. En ese momento, otra interrogante apareció en mi cabeza.
—¿Qué hay de tu familia? —pregunté sin poderlo evitar. Di por hecho que debían estar bastante preocupados por ella, ya que, al final de cuentas, era una menor y estar vagando por las calles sola de día y de noche (si no se hubiera cruzado conmigo, claro) habría sido peligroso para ella—. ¿Y tus padres?
Al lanzar la última pregunta, el semblante relajado de Dasha se endureció. Su expresión se ensombreció y su sonrisa se desvaneció. Todo ello me llevó a la irrefutable conclusión de que acababa de meter la pata.
—Yo... no quiero hablar de eso.
Cuando terminó de enunciar dicha frase, se puso de pie y dejó su plato sobre la bandeja en la que nos trajeron la cena. Luego, acomodó algunas cosas de la repisa más cercana a la vajilla. Todo en completo silencio.
—No te preocupes, no debí preguntar.
Por alguna extraña razón, me preocupó que su estado de ánimo hubiera decaído por culpa de mi curiosidad. No creí que diría esto, pero prefería que estuviera enojada o fuera sarcástica a que estuviera triste y callada. Era algo a lo que, lamentablemente, me había acostumbrado. Mientras la vi caminar por la cocina con la intención de dirigirse a su habitación, pensé en algo que le regresara el ánimo de hace un rato.
La conocía poco, pero, en todo el tiempo que llevaba conviviendo con ella solo la había visto sonreír con tanta vehemencia cuando se trataba de una cosa.
—Oye, Dasha. —Ella se detuvo apenas me escuchó y me observó por sobre su hombro—. Queda en 75-25, ¿no?
Ni siquiera fue necesario que se lo explicara, ella sabía bien a qué me refería. Girándose completamente, me dedicó una mirada desafiante. Bueno, al menos ya no parecía decaída.
—En tus sueños, Beaupre.
—De acuerdo, te dejaré el 30% para que veas que soy bueno.
Me crucé de brazos aún apoyado en el espaldar de la silla. Ella entrecerró sus ojos con ese semblante suyo que a veces llegaba a dar miedo.
—Que yo sepa, lo del concurso fue mi idea, eso, de hecho, me otorga el 70% del premio —rebatió.
—Pero dime, ¿quién irá a recoger el premio? —cuestioné colocando una mano cerca a mi oído esperando su respuesta—. ¿Cómo dices? No te oigo.
Ella rodó los ojos y dejó escapar una leve risa, con la que me di por pagado. La expresión de tristeza había desaparecido de su rostro. En su lugar, una radiante Dasha me observó con diversión.
—Eres tan infantil.
Tras decir eso, me dedicó otra sonrisa y caminó hacia la puerta de la cocina.
¿En serio ella me estaba diciendo "infantil" a mí?
—Mira quién habla —me quejé.
Por supuesto que ella no me contestó, porque ya se había ido.
Como era habitual cuando se trataba de despertar, Dasha se presentó en mi habitación puntual como un reloj a las 7 de la mañana para recordarme que debía asearme y estar listo para ir al canal del programa y reclamar nuestro premio. Al escucharla, fingí estar dormido e hice caso omiso a sus llamados cuando comprobé que todavía tenía tiempo para llegar, pero entonces ella se adentró en la habitación como si se tratara de mi madre y, tal como solía hacer mi padre, me arrebató las sábanas, dejándome al descubierto. Sin embargo, no abrí los ojos a pesar de eso.
Gracias a Dios dormí con la camiseta puesta.
Permanecí quieto, tratando de mantener mi respiración relajada como si en verdad estuviera dormido y sus gritos no me hubieran despertado. Evité también mover los ojos para no quedar al descubierto, aunque sentía que en cualquier momento ella iba a volver a gritar de improvisto y mi reacción me delataría.
No sucedió así.
De repente, el ambiente se quedó completamente en silencio. No se oía más que mi respiración y la de ella. Me generó una sensación de incertidumbre saber por qué Dasha había dejado de gritar para que me despertara, cuál había sido el motivo de su silencio. ¿Será que estaba a punto de tirarme otro cabezazo para hacerme reaccionar? Conociendo su temperamento, no me sorprendería. Por un segundo estuve a punto de abrir los ojos para comprobar por mí mismo las razones que tanto me aquejaban, pero entonces sentí que alguien simulaba estar dibujando una línea sobre mi rostro con la yema de sus dedos, recorriendo desde la altura de mi ojo izquierdo hasta mi barbilla. La única persona presente en el penthouse que podría hacer eso era ella. Dasha.
Inevitablemente abrí los ojos, encontrándola bastante cerca de mí, observándome en silencio. Al ver que había despertado y que le dediqué un gesto interrogante y de sorpresa, se hizo rápidamente para atrás, aclarando su garganta. Antes de que pudiera decir algo, ella se me adelantó.
—Yo estaba... ¡te salió un grano!
Lo dijo tan de prisa que me costó entenderla.
—¿Qué?
Me puse de pie y me encaminé hasta el espejo del clóset. Comprobé, desdichadamente, que era verdad. ¿Cómo me podía salir un grano un día como hoy?
—Ugh, si incluso antes de tenerlo, tu apariencia no era la mejor, imagínate con uno encima —se burló ella, haciendo cara de disgusto y limpiándose la mano.
—¿No era la mejor?
Definitivamente, estábamos empezando mal este día.
Me giré hacia su dirección, dispuesto a encararla, pero ella alzó una mano para callar cualquier protesta que hubiera planeado expresar.
—Tranquilo —pidió, como si estuviera consciente de que me indignaba con facilidad—. Lo único que te salvan son tus rizos.
—Ahórrate los cumplidos —le dije, cruzándome de brazos—. Si, según tú, no tengo la mejor apariencia, respóndeme, ¿por qué la mayoría de mis compañeras querían que fuera yo quien las invitara al baile de graduación?
Ella rodó los ojos como si la respuesta fuera más que obvia.
—No lo sé, tal vez estaban ciegas.
—Fuera de mi habitación.
Extendí mi brazo para señalarle la puerta.
Tal vez no era la reacción más madura de mi parte, sobre todo por el hecho de que estaba dando rienda suelta a su provocación, pero Dasha siempre sacaba lo peor de mí y casi me estaba sumiendo en un estado de bipolaridad. Hasta ayer nos estábamos llevando bien; ahora lo que menos quería era tenerla delante.
Como vi que no se movió ante mi petición, me coloqué detrás de ella y, sosteniéndola de los hombros, la conduje amablemente hasta la salida. Ella intentó hacer que me detenga para recordarme que ya debía empezar a alistarme, por lo que le manifesté que no había necesidad de que se quedara, pues ya la había escuchado. En el camino, incluso se atrevió a reírse de mi enojo; otro motivo más que suficiente para despedirla de aquí. Una vez que estuvo en el pasillo, cerré la puerta de mi habitación.
Esa chiquilla siempre me sacaba de mis casillas.
Desde el exterior me volvió a recalcar que estuviera listo.
Regresé al espejo para comprobar mi aspecto. Una pequeña protuberancia de color rojo con un punto en el medio se notaba a kilómetros de distancia en mi rostro. No podía salir a la calle así, sería humillante. ¿Qué pasaría si me cruzaba con alguien conocido o, peor aún, con algún compañero de la facultad? Jamás había tenido tan mala suerte, pero ahora viviendo con la personificación de la misma, no estaba tan seguro de mantenerme invicto. No, de ninguna manera me arriesgaría a tan desdichada posibilidad. Aunque, si no salía por mi cuenta, Dasha se iba a encargar de echarme a patadas. A estas alturas, sabía que era capaz de hacerlo.
Miré hacia la puerta entrecerrando los ojos en cuanto la recordé. Esa chiquilla....
Negué con la cabeza y me dirigí hacia el baño para asearme. Me tardé más tiempo de lo normal bajo el chorro de agua a propósito, incluso cuando ya había terminado de lavarme, pero los llamados de Dasha impidieron que mi momento extra de meditación concluyera como lo había planeado. Quejándome mentalmente de que me estuviera apurando, regresé a la habitación y me vestí. Un poco inseguro, revisé mi aspecto otra vez antes de salir de la habitación. Mi reflejo me advirtió que nada había cambiado con respecto al estúpido grano en mi cara. ¿Por qué me tenía que pasar esto a mí? Entendería que le pasara a la chiquilla, porque ella sí se lo merecía, ¿pero a mí?
Qué humillante.
Me coloqué una gorra que ayudara a mi estado de ánimo y me encaminé por el pasillo hasta el primer piso. Encontré a Dasha sentada en la mesa, esperándome para desayunar. Carraspeé mientras acomodaba la visera lo más abajo que podía, para así ocultar mi rostro.
Ella inclinó la cabeza para conseguir que la mirara, pero evité hacerlo.
—Oye, Beaupre —comenzó a hablar mientras le daba a un sorbo a su bebida—. De repente tengo muchas ganas de ver tu cara.
—Gracias, pero no eres la primera que desea algo así.
Dasha se quedó callada un momento ante mi confesión y mis labios se curvaron hacia arriba al ver que no supo qué responder durante unos segundos. Mi pequeño momento de satisfacción concluyó con el siguiente comentario que hizo.
—Para tener un enorme grano en la cara, sigues comportándote muy arrogante.
—¿Puedes parar?
Ni siquiera era enorme.
—Es que es muy divertido hacerte enojar.
Ella estalló en carcajadas. Rodé los ojos al verla. No tenía remedio.
Mientras la observaba reírse de mí, le di un mordisco a la tostada que había en la canastilla colocada en medio de la mesa, resignado. Me serví un poco de jugo de durazno de la jarra sobre la fuente, probé un trozo de tocino y cogí otra tostada. Todo eso, mientras Dasha seguía burlándose a mi costa. Cuando terminé mi bebida, coloqué el vaso sobre la mesa con más fuerza de lo normal para llamar su atención.
Ella me mostró su palma en señal de que se iba a calmar, pero al ver mi cara volvió a reírse como si yo fuera un payaso cuyo único fin era divertir a las personas.
—Perdón, es que es muy gracioso.
Se llevó una mano a la boca para cubrir que se estaba aguantando de carcajearse a sus anchas.
—No le veo el chiste.
—Obvio, pero es porque no tienes un espejo a la mano —comentó señalando mi rostro.
—Ya me harté, no pienso ir a recoger el premio.
Me di la vuelta como si ya lo hubiera decidido y una sonrisa maliciosa emergió en mis labios mientras me dirigía hacia los muebles frente al televisor.
Ahora era mi turno de jugar un poco con ella.
—No serías capaz... Tienes que ir, sabes que yo no puedo.
—Qué lástima —solté mi lamento con un sarcasmo mal disimulado.
—¡Pero lo prometiste!
Ahora Dasha parecía otra persona, como una niña pequeña haciendo berrinche porque no le daban lo que quería. Mi amenaza de no ir a recoger el premio había dado resultado. Sentada a mi lado, tiró de la manga de mi polera para que le hiciera caso y cambiara de opinión. Por supuesto que evité hacerlo y me concentré solo en atender las noticias. Ella movió su mano frente a mi cara para que le prestara atención, pero nada. Luego de intentar todo, como último recurso se puso de pie y se colocó delante de mí, tapándome la mayor parte de la pantalla. No contenta con eso, se inclinó hasta que su rostro quedó a mi altura. Todo tan solo para que viera sus ojos de cachorro arrepentido.
Solté un suspiro cansado. ¿Cuándo iba a terminar este tormento?
—Está bien, iré, pero quítate. —Tiré de su brazo para que volviera a sentarse a mi lado y no me interrumpiera el panorama.
—¡Eres el mejor!
Ella volvió a sujetarme por el cuello, tan tosca como siempre, casi quitándome el oxígeno. Según ella, esa era su manera de agradecer.
—Demonios, Dasha, ¿cómo es que tienes tanta fuerza? —me quejé acomodando la polera que ella acababa de arrugar.
—Secreto de chicas —respondió, guiñándome un ojo. Reí sin ganas—. Por cierto, Beaupre...
—¿Ahora qué?
—¿Puedo ir contigo? —Ella hizo su petición jugueteando con la manga de mi sudadera e intentando parecer tierna para hacerme ceder. Lo único que consiguió con eso fue que hiciera una mueca ante tan terrible panorama.
No existía Dasha tierna, simplemente no pegaba en nada con su personalidad desenvuelta.
Hice un gesto negativo con la cabeza como respuesta a su pregunta. No pensaba llevarla conmigo y era mi última palabra.
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