Capítulo 11 | Insensatez
Convencido de que me había comportado como un completo idiota, vi a Dasha marcharse dando pasos firmes, como si el suelo del apartamento fuera mi cara y hubiera querido aplastarla a medida que caminaba. No encontré una manera de detenerla sin quedar en ridículo. ¿Qué iba a decirle? ¿Que era una broma? No estaba seguro de que su reacción fuera precisamente la que esperaba, sobre todo porque no teníamos la confianza para bromear entre nosotros.
Quiero decir, no éramos ni siquiera amigos. Ella me odiaba y, probablemente, yo también.
Por su culpa, mis compras se habían echado a perder. Era algo que recordaría durante varios días, pues en verdad me había quedado de hambre después de eso. Quizá ella también se sentía así, pero no quería decirlo en voz alta.
Sus cambios de humor constantes eran algo de lo que, aún con poco tiempo de conocerla, estaba al tanto. Sintiéndome culpable, la observé sin despegar la vista de su figura hasta que desapareció de mi campo de visión al adentrarse en el pasillo principal.
Supuse que se había dirigido a las escaleras con rumbo a su habitación para dejarme comer tranquilo. Estaba seguro de que no volvería a poner un pie en la cocina en un buen rato, no mientras yo siguiera ahí.
Tal vez no verme la cara en un par de horas iba a hacer que el enojo se le pasara, así como sucedió cuando me ausenté para ir a comer. Esa idea no me pareció tan descabellada.
Dejé, a propósito, la comida sobre la mesa antes de dirigirme a mi habitación para aprovechar el tiempo en darme una ducha.
Mientras el agua fría incidía sobre mí para sacarme de mi estado de obnubilación, pensé seriamente en la reacción de Dasha. Ella no se había molestado en insistir cuando, en pocas palabras, le dejé en claro que no pensaba compartir la comida con ella. O que la había traído hasta aquí solo para jactarme de lo que podía permitirme con mi dinero.
Tenía que haberlo sabido. Por supuesto que ella no iba a insistir, lo sabía, era demasiado orgullosa como para volver a dirigirme la palabra después de lo que le dije. Tampoco estaba esperando que lo hiciera, claro.
Si soy sincero, ni yo mismo estaba seguro de por qué había actuado así. Estaba claro que la comida no era para mí; la llevé para ella, por más inverosímil que pareciera. Pensé que mi única intención, al soltar el comentario, quizá había sido fastidiarla un poco. Hacer que, de cierta manera, escarmentara por todo lo que me había ocasionado hasta el momento.
¿Estuvo mal? Desde luego.
Bueno, tampoco era que no lo mereciera.
Ejem.
De acuerdo, aun así estuvo mal.
Giré el chorro para que el agua se detuviera y me coloqué la toalla en la cintura. Del bolsillo de mi pantalón, que reposaba sobre mi cama, extraje la ropa interior que me había logrado comprar en una tienda de conveniencia de cuestionable calidad, yendo en contra de mis principios, mientras regresaba hacia el penthouse.
No eran de la marca que estaba acostumbrado a usar —de hecho, ni marca tenían—, pero comparándola con nada, se convertía en la única opción. A pesar de mi situación, me vi obligado a comprarla, a falta de ropa interior nueva, pues la que había en los cajones de la habitación principal era de Charles, y esas no las pensaba usar. Jamás.
Eso fue lo único que me pude permitir con mi escaso dinero, pues la comida para Dasha se había llevado el resto.
Tomé prestados de Charles unos bermudas azules y una camiseta playera. El sol había salido de milagro.
Salí de la habitación y me encaminé de nuevo hacia la sala, esperando encontrar a la chiquilla ahí, tal vez mirando televisión o comiendo; sin embargo, no sucedió así. Lo que había llevado del restaurante permanecía sobre la mesa, intacto.
Me llevé una mano a la cabeza y sacudí mi cabello, pensando. ¿Qué se suponía que hiciera? ¿Comerme la comida?
Uhm, no es mala idea.
Está bien, no lo era, pero no podía hacer eso.
Mientras se me ocurría algo, me acerqué a la jarra con agua y me serví un poco. Quizá la solución era buscar a Dasha y hablar de frente con ella, sin rodeos ni comentarios malintencionados. Sabía que tratar de convencerla iba a rozar lo imposible, pero no perdía nada intentándolo. Para aclararme, caminé hasta la terraza que había frente a la piscina mientras le daba sorbos al contenido del vaso.
La vista seguía siendo una de los mejores que había experimentado en mi vida. Contemplé los alrededores en vista panorámica, pasando por cada cosa que había en el sitio de izquierda a derecha, y así fue como terminé escupiendo el sorbo de agua que acababa de beber al visualizar a Dasha en traje de baño, recostada sobre una de las reposeras que había cerca a los bordes de la piscina.
Tosí para evitar atorarme. No me esperaba eso.
Pero es que esa chica... ¿acaso no sabía lo que era la sensatez? ¿Cómo se le ocurría? ¿Cómo podía mostrarse tan tranquila estando en el mismo apartamento con alguien que no conocía bien? Además de insensata era demasiado confiada. ¿Qué tal si se cruzaba con otro tipo de persona en vez de conmigo? La escena podría haber terminado muy mal.
Debido a que seguía tosiendo por la sorpresa, ella acabó por notarme. Se sentó, bajó un poco los lentes de sol que llevaba puestos (que, obvio, había tomado prestados también de Charles) y giró su cabeza para mirarme.
—Ah, eres tú.
¿Esperaba a alguien más y por eso se vistió así? ¿A... Charles, quizás?
Desvanecí ese pensamiento al instante.
—¿P-Por qué estás vestida así?
—¿Debo responder a eso? —Su tono me hizo entender que seguía molesta.
Ya un poco más de cerca, pude comprobar que solo llevaba una especie de sujetador por la parte superior de su cuerpo, mientras que por abajo llevaba algo parecido a unos shorts blancos muy cortos. Se comportaba como si olvidara que estaba en casa ajena, era el colmo.
—¿Podrías pensar dos veces antes de actuar de esa manera? ¿No sabes lo peligroso que es que te expongas así cuando estás con alguien que no conoces bien del todo? No digo que esté mal que una mujer use ropa de baño, pero no estás en tu casa ni con alguien que conozcas.
Sin querer, había levantado un poco la voz mientras hablaba, algo que me sorprendió incluso a mí. No era ocasional que yo lo hiciera ni con desconocidos ni con mis amigos, todo eso se debía a la presencia de esa chica. Mi humor estaba experimentando constantes cambios desde que la conocí.
Lo importante era que por fin le había expresado aquello que tanto me estaba molestando con respecto a su insufrible accionar. A ella, a diferencia de mí, no parecía preocuparle en lo más mínimo el detalle que a mí me inquietaba incluso desde que me la encontré en el callejón de basura a solas, y me lo confirmó cuando se rio en mi cara.
No solo le daba igual, sino que hasta le causaba gracia. Todo para ella era un chiste, pero ¿qué podía esperar de una adolescente inmadura?
No tuve oportunidad para quejarme por eso directamente, porque todavía me costaba mirarla. Ella complicó aún más las cosas cuando se levantó de camilla y se acercó a mí.
—¿Por qué? —indagó, dando peligrosos pasos en mi dirección. Yo retrocedí a medida que se aproximaba—. ¿Crees que no podrías resistirte?
¿Eh?
—No es eso, me refería a que...
—Al final de cuentas, eres hombre.
Dasha levantó una mano sin dejar de mirarme. Luego, intentó dirigirla hacia mi barbilla. Yo la observé con los ojos muy abiertos, completamente descolocado por la situación y estupefacto por su manera tan diferente de hablarme.
Había pasado de un tono afilado a uno ¿sensual? Por decirlo de alguna manera.
Incluso su mirada era otra.
Quedaba comprobado que Dasha podía pasar de divertida y sarcástica a loca psicópata peligrosa en un pestañeo. Cuando su dedo índice tocó la piel de mi mejilla, di otro paso para retroceder y apartarme, pero ya no había más superficie.
Y sí, caí en la piscina; y, una vez más, en otra de sus trampas y jueguitos.
El chasquido de victoria que realizó mientras caía me lo confirmó.
Emergí de las aguas viendo que mi dignidad se fundía con ellas, mientras que la causante de todo se deshacía en carcajadas al verme derrotado. Me froté el rostro para poder visualizar mejor mi alrededor y me reproché a mí mismo por no haberlo previsto. Yo solo había intentado hacerla entrar en razón, era ella la que nunca se tomaba nada en serio.
La miré como quien detecta a un enemigo.
¿Y qué si ella estaba en ropa de baño? No era la primera mujer que veía así.
Ah, pero es que ahí circulaba el problema.
Dasha era una chiquilla inmadura y malcriada. Muy diferente a las otras chicas con las que había tenido la oportunidad de estar en una situación similar.
Bueno, chiquilla o no, igual me las iba a pagar.
Al ver que se puso de cuclillas cerca al borde para revolver mi cabello como si fuera un perro, y jactarse de su victoria, aproveché para hacerla probar un trago de su propia medicina.
La sostuve del brazo y la invité a empaparse al igual que yo. A fin de cuentas, ella sí estaba vestida para la ocasión, a diferencia de mí, que acababa de bañarme. Lo primero que hizo cuando cayó al interior fue gritar que solo pretendía tomar el sol y broncearse, y que acababa de arruinar su cabello, pero ojo, gracias a ella se acababa de mojar la única ropa interior que había podido comprar ese mismo día. De alguna manera estábamos a mano.
Solo que ella no lo sabía y, por supuesto, no se lo pensaba decir, ni reclamar por ese detalle.
—Beaupre, ¡eres hombre muerto!
Intenté treparme por el borde para salir de ahí, pero sumado al peso de mi ropa mojada y al hecho de que ella se subió en mi espalda para obstruir mi huida, no hice más que fracasar. Era más rápida de lo que pensaba, también tenía mucha fuerza. Terminé simulando nadar de espaldas para quitármela de encima. Por suerte, funcionó, pero no duró mucho.
Para vengarse, se encaramó de nuevo sobre mí, impidiéndome salir. Juraría que tenía piernas elásticas. Me tenía rodeado con tanta fuerza que se me hizo imposible soltarme, por más que intenté escapar dando vueltas y sumergiéndome en lo más profundo de la piscina como haría un buzo en el mar. Terminé rindiéndome mientras intentaba recuperar el aliento por el esfuerzo realizado.
Ella hizo lo mismo. Respiraba irregularmente al igual que yo.
Habían sido apenas unos cuantos minutos de intensa lucha, pero yo sentía que habían pasado horas. Probablemente ella también, se notaba cansada y, si no hubiera sido porque ambos estábamos mojados, habríamos acabando sudando. De pronto me percaté de que seguía con sus piernas alrededor de mí, y yo con mis manos en sus brazos, pues antes había estado intentado apartarla.
Oh, oh.
Literalmente estábamos casi a horcajadas, por lo que la sensación de peligro me embargó de nuevo. Era como una alerta de emergencia que me recordaba a mí mismo que cualquier acercamiento de ese tipo con una menor podía resultar en algo desfavorable para mí.
Basándome en dicha premisa, le hice notar mi incomodidad. En ese momento, ella se dio cuenta de la posición en la que nos encontrábamos y se alejó de mí como si se hubiera despertado de un breve letargo. Sus mejillas se tiñeron de un rojo suave que, aún bajo los cegadores rayos de sol, pude vislumbrar con claridad.
Vaya, no era el único a que le incomodaban ese tipo de situaciones.
Nadamos en silencio hasta el borde de la piscina en el que llegaba la sombra y, de espaldas, me impulsé para poder sentarme ahí. Aunque no se lo pedí en voz alta, esperé a que ella hiciera lo mismo. Claro que, como era usual cuando se trataba de Dasha, mi espera fue en vano, pues ella envolvió su cabello con una toalla, recogió otra más y se encaminó con intenciones de regresar al pasadizo por el que vine.
La detuve llamándola por su nombre.
Sin volverse, tan solo respondiendo por encima del hombro, me preguntó qué demonios quería ahora.
Siempre tan educada.
—¿Podemos hablar?
—Eso hacemos.
—Pero acércate, yo soy inofensivo —bromeé al verla renuente a dar un paso o a volverse, como si yo fuera un peligro cuando en realidad era ella la de actitudes violentas.
Un segundo después reaccioné. ¿En serio había intentado bromear con ella?
Creo que me entró agua al cerebro.
Incluso ella me observó extrañada cuando me escuchó, pero terminó obedeciendo. Se sentó, al igual que yo, en el borde de la piscina, a una distancia prudencial de mí. Envolvió la parte superior de su cuerpo con la toalla libre, quitándome así un peso de encima.
Me resultó muy difícil ordenar mis ideas una vez que la tuve cerca, ni siquiera encontré cómo empezar a decir lo que había planeado. Eso del agua en mi cerebro comenzaba a volverse una realidad y ya no un mero chiste.
—Puedes empezar cuando quieras.
Empezó a impacientarse.
—Bueno, yo... —dudé unos segundos. No recordaba el breve discurso que había redactado mentalmente—. Creo que ya se me fue el hambre. Si quieres, puedes comer lo que traje.
Mal comienzo.
Eso no era, por si acaso, lo que tenía pensado decir. Mis elucubraciones acerca de este momento se habían ido a alguna galaxia lejana. Solo quedaban rezagos inconexos a los que no les encontraba el debido sentido.
—Ni muerta, no como sobras.
—No son sobras, ni siquiera he tocado esa comida.
—De igual manera, no tienes que molestarte —afirmó, poniéndose de pie—. Creo que me compraré pasta con pollo más tarde.
Todo menos eso, por favor.
Había comprado comida china precisamente para evitar tener que ver y oler ese platillo por segunda vez. La gravedad del asunto me obligó a escupir el verdadero motivo, soslayando prólogos y prefacios.
—La compré para ti, ¿de acuerdo?
Le solté la verdad para evitar el sufrimiento de tener que ver el tipo de comida que le gustaba, otra vez. No creía poder soportar volver a pasar por lo mismo dos veces.
Tras procesar lo que dije, ella pestañeó sin poder creerlo. En lugar de conmoverse o agradecerme por el amable gesto, procedió a empujarme con una de sus piernas de nuevo a la piscina.
Vaya sorpresa.
—Es lo que te mereces por mentiroso.
Esta vez puede que tuviera razón, claro que no se lo hice saber en voz alta. Fue mi culpa que hubiéramos tenido que llegar a ese punto. Solo por eso, no me enojó ser mojado una vez más, ya que, de todas maneras ni siquiera me había secado.
Volví a emerger de la piscina, acomodando mi cabello hacia atrás para que no interfiriera con mi vista. Esperaba que ella se hubiera ido, molesta por haberla provocado en base a una mentira piadosa, pensando lo peor de mí. No fue así, ya que me percaté de que ella seguía de pie frente a mí, observándome con los brazos cruzados y una pierna dando pequeños golpes sobre el piso, como si esperara algo.
—¿Qué? —cuestioné, frotándome un ojo.
—Creo que me debes algo.
Puse cara de no saber a qué se refería, pero sabía bien lo que esperaba.
Vamos, Kev. Olvida por un segundo a quién te estás dirigiendo y demuestra que eres un hombre con valores, hecho y derecho.
Dejé el orgullo a un lado para tratar de llevar las cosas en paz.
—Está bien, lamento lo de la comida.
Eso pareció ser suficiente para ella.
—Buen chico —me felicitó antes de tirarme la toalla de su cabello en la cara—. Ten para que te seques, yo tengo una deliciosa comida que calentar.
Rodé los ojos ante su tosca manera de agradecer. Tras decir eso, me dio la espalda y corrió hasta desaparecer por el pasillo.
Wuuu, al parecer las cosas entre ellos están mejorando poquito a poquito, ¿seguirá así la situación? ¡Ya lo veremos!
No duden en votar y comentar si es que la historia es de su agrado (:
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