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Capítulo 10 | Dilema

Una hora más tarde, Charles, Dasha y yo estábamos sentados a cada lado rodeando la mesa que se encuentra frente al gigante Smart TV de la sala.

Delante de los dos primeros reposaba otro nuevo contrato que la chiquilla se había empeñado en redactar, al igual que yo, en la primera hoja que encontró mientras husmeaba en los cajones de una repisa. En este caso, se trataba de una de las páginas vacías que arrancó de la agenda telefónica favorita del dueño del apartamento sin tener la mínima consideración, ni disculparse por tocar algo ajeno.

Sorpresivamente, al ver eso, Charles no le hizo ningún reclamo o queja, sino que ignoró el detalle y firmó de todas maneras.

Y yo seguía sintiéndome traicionado por eso.

Todavía pensaba que había algo extraño en esa repentina sumisión suya ante las acciones que realizaba su nueva inquilina. ¿O era que la chiquilla había logrado captar su atención? No, imposible. Él siempre me había repetido que por el momento, debido a que su prioridad eran sus estudios, no le interesaba salir con ninguna chica.

Aquello me devolvió la tranquilidad.

Si se daba la ocasión de que entre ellos hubiera algo o empezaran a salir, eso iba a implicar tener que verla más seguido, dado que Charles es mi mejor amigo.

Obvio, estar en esa situación era algo que no quería.

Determiné que lo mejor era dejar de plantearme el peor de los casos o iba a acabar por estresarme aún más, si es que eso era posible.

Mientras ambos discutían sobre las cosas permitidas para ella durante los días que estaría ahí, yo me encontraba esperando el momento en que Charles le dijera lo mismo que me había dicho a mí en el momento en que me dejó quedarme aquí. Es decir, lo de hacer limpieza, porque no iba a encargarme yo solo de todo. Mi sonrisa de suficiencia se desvaneció a medida que pasaba el tiempo y no le oía mencionar nada sobre el tema.

Volví a mi expresión sería para mostrar mi oposición ante la idea de que esa chiquilla viviera aquí.

Cruzado de brazos, aún seguía preguntándome cuál era la necesidad de que me hubieran ido a molestar tan solo para que estuviera escuchando esa conversación ya muy conocida por mí.

Me aclaré la garganta para hacerles ver que, hasta el momento, yo no había aportado nada sustancial a su acuerdo, por lo que mi presencia no era necesaria. Ninguno dijo nada. Apelando a mi idea, me levanté del mueble y caminé con dirección al pasillo para llegar a las escaleras.

Mientras avanzaba, Charles anunció su partida.

—No me gustaría perderme la primera clase de hoy —comentó, recogiendo sus cosas—. Ustedes, por favor, compórtense.

Me molestaba que nos hablara como si fuésemos dos niños, y eso hizo que rodara los ojos al escucharlo. A diferencia de mí, Dasha, aún cruzada de piernas, asintió.

En un descuido, volvió a sacarme la lengua mientras reía discretamente. Se estaba divirtiendo mucho con la situación —y conmigo—, y yo era el único que se daba cuenta. ¿Acaso Charles había desarrollado miopía? A simple vista se le notaba lo interesada.

Unos segundos después, la puerta se cerró. Nuevamente, la chiquilla y yo volvimos a estar solos. Me giré hacia ella.

No pasaron ni dos segundos y ya se había quitado la máscara de inocencia, abandonando su papel de señorita educada y regresando a su personalidad original. Mientras se quejaba de lo cansado que era sentarse derecha con las piernas cruzadas y hablar con un tono «estúpidamente suave», se recostó sobre el mueble, separando sus piernas y colocándolas sobre la mesita de en medio.

Entrecerré los ojos y quise dirigirme hacia mi habitación para no tener que cruzar palabra con ella.

Si tan solo Charles hubiera podido verla, estaba seguro de que...

—Oye, tú, cabeza de espárrago —me llamó, impidiéndome de imaginar esa posibilidad—. Por si acaso, sí hablaba en serio cuando dije que no pensé que serías un inmaduro.

—Y yo cuando dije que no eres una señorita.

Ella encendió el televisor con ayuda del control remoto y acomodó sus piernas en posición de yoga.

—¿Sabes? —comentó, acomodando sus brazos por detrás de su cabeza—. El que me detestes lo hace más divertido.

—No te creas tan importante, lo único que me molesta es que seas tan falsa.

Y que se hubiera quedado en el penthouse a base de mentiras.

En su frente se formó una gran línea que indicaba que no le había hecho gracia lo que le dije. Al parecer, que le soltaran sus verdades, le molestaba.

—¿Y a ti eso qué te importa? No sabes lo que he pasado, no puedes opinar sobre mí cuando no me conoces.

—No te preocupes, no quiero hacerlo —concluí, alejándome de la sala.

Estaba consciente de que, dadas las circunstancias, ella seguro me veía como un patán grosero e inmaduro, y no intentaba justificarme, porque tal vez me había estado comportando de esa manera, pero no podía tratar mejor a alguien como ella que lo único que había hecho fue burlarse de mí y engañar a mi mejor amigo fingiendo ser una blanca paloma.

Se había aprovechado de que a Charles, muy en el fondo, no le molestaba ayudar a los demás.

De momento era así, ni ella ni yo deseábamos verle la cara al otro.

Estando de regreso en mi habitación, me encerré de nuevo y traté de dormirme. No obstante, se me hizo imposible. Mi sistema digestivo me pedía comida, comida de verdad y bien preparada, claro. En la refrigeradora solo había algunos insumos enlatados, pero nada que se pudiera considerar un almuerzo como tal.

Debido a eso, extraje dinero del sobre que estaba en uno de los bolsillos de la mochila que tomé prestada y me encaminé hacia la puerta de salida. Dasha me observó desde la sala con curiosidad sobre lo que iba a hacer, aunque su semblante hacia mí seguía siendo el de una persona enojada.

Resoplé resignado a su presencia antes de salir del apartamento.

Durante todo el pequeño viaje desde el último piso hasta el primero, que experimenté solo y en silencio, traté de convencerme a mí mismo de que, a lo mejor, Charles tenía razón. Era inútil que mentalmente siguiera quejándome o mostrándome beligerante ante la idea de que la loca lograra quedarse en el penthouse como se lo propuso, porque ya era un hecho que seguiría ahí incluso algunos días más, por más que expresara en voz alta mi desacuerdo.

No podía creer que dijera esto, pero, tal vez lo mejor iba a ser llevar la fiesta en paz, tal y como nos había pedido Charles. Llevarle la contraria a la chiquilla salvaje que tenía por compañera de piso podía resultar ser un atentado contra mi integridad física, conociendo sus antecedentes impulsivos con tendencia a la violencia.

Carraspeé en cuanto apareció en mi cabeza la imagen suya amenazándome como si fuera una luchadora de artes marciales experimentada. Ni en ese momento ni ahora me quería molestar en averiguar si es que lo era o no.

Maldición, ya no quería seguir pensando en eso.

Las puertas se abrieron, advirtiéndome de que había llegado al primer piso. Caminé con las manos en los bolsillos de mi pantalón hasta el exterior, aparentando estar ocupado hablando por teléfono para que la gente del vestíbulo no me abordara e intentara hacerme preguntas sobre lo ocurrido anoche cuando llegué con la chiquilla en brazos. Si alguien la mencionaba, iba a acabar por perder la paciencia.

Afortunadamente, nada sucedió.

Ya afuera, guardé mi celular sin batería dentro de mi bolsillo. La gente que pasaba por mi lado a medida que avanzaba por las calles se veía tan templada en su estado de ánimo, que asumí que yo era el único que caminaba fingiendo tranquilidad. No tenía más remedio.

Me pasé una mano por la cabeza para animarme.

Un par de calles después, me detuve frente a un restaurante de comida china, que por cierto es mi favorita. Ingresé como si fuera el paraíso, y ni siquiera fue necesario hacer mi pedido. La señora que atendía, llamada Fang Xin, me conocía de antes, pues desde que empezó mi amistad con Charles solía venir, por lo que ya sabía lo que pensaba pedir.

Esperé con un poco de impaciencia los minutos que tardaron en preparar la comida. Estaba convencido de que, si todo continuaba como hasta ahora, mi plan se vería arruinado. No iba a poder estar tranquilo en el apartamento, teniendo a una chica conmigo. Una desconocida.

Borré la imagen de Dasha de mi cabeza.

No quería que mi humor se viera alterado solo por recordar lo exasperante que era.

Cuando mi pedido estuvo listo, disfruté con mucho gusto cada una de las delicias que colocaron sobre la mesa. A esas alturas, ya había aprendido a usar los famosos palillos chinos.

—Me da mucho gusto verte, Kev —me dijo la señora Fang mientras me veía comer como si estuviera a punto de morir y ese hubiera sido mi último deseo. Creo que estaba dando una mala impresión, pero es que me moría de hambre.

Tragué lo que tenía en la boca para poder contestar.

—No sabe lo mucho que extrañaba su deliciosa comida.

Consideré importante resaltar lo «deliciosa» que era, porque inconscientemente estaba comparándola con lo que había probado en la mañana a modo de desayuno. Era más que obvio que las habilidades de la señora Fang Xin estaban por sobre las desprovistas dotes para la cocina de Dasha.

No tenía caso siquiera recordarlo.

—Me alegra oír eso —sonrió, satisfecha por el cumplido—. Veo que hoy no te acompaña tu amigo de siempre.

—¿Charles? No, está muy concentrado en sus estudios y apenas tiene tiempo para nada.

De hecho, esperaba que no tuviera tiempo ni para visitarme, al menos este día; de haber sido así, la chiquilla y él no se hubieran cruzado jamás y yo no me habría visto en la penosa obligación de tener que compartir el penthouse con una adolescente sin modales.

La señora asintió ante mi respuesta, ignorando el lío que me estaba haciendo en la cabeza.

En ese momento, algunos de sus empleados la llamaron desde la caja para hacerle consultas y ella se alejó, haciendo una pequeña reverencia como deseándome provecho y dejándome comer. Continué en lo mío hasta que terminé todo lo que me sirvieron. Acto seguido, me limpié los labios y me despedí. Agradecí por la atención antes de deslizar la puerta para salir.

Cuando estaba por hacerlo, un fugaz e indeseado pensamiento se cruzó por mi mente.

Dasha tampoco ha comido.

¿Y qué más daba? No era como si me importara. Además, podía quedarse con las conservas que había en el refrigerador. Era todo cuanto podía hacer por ella considerando las circunstancias actuales.

Seguí con mi camino hasta salir completamente del recinto mientras me convencía de que estaba tomando la decisión correcta. Tras dar unos pasos más, volví a detenerme.

¿Pero, al menos, tuvo la voluntad de hacerte el desayuno, no?

Sacudí la cabeza para hacerme reaccionar e intenté silenciar esa voz interior que amenazaba mi determinación con justificar a la chiquilla insolente. No tenía por qué preocuparme por si es que comía o dejaba de comer, no tenía ni siquiera por qué pensar en ella. Según le había dicho a Charles, ella estaba dispuesta a pagarle por quedarse en el apartamento, ¿no?

Todo ese tiempo se hizo la pobrecita, aun teniendo dinero. Eso significaba que poseía lo suficiente como para solventar sus propios gastos alimenticios.

Estaba en todo su derecho de comprarse lo que quisiera, incluso si eso incluía...

Un momento.

¿Me iba a arriesgar a que llevara al penthouse esa cochina comida de carretilla que tanto le gustaba? ¡Jamás! De solo pensar que podría verla comiendo cochinadas de nuevo, sentí que se me revolvió el estómago.

Ah, demonios.

En contra de mi voluntad, regresé arrastrando los pies hasta la caja del restaurante dispuesto a pedir comida otra vez, aunque en esta ocasión para llevar. A falta de conocimiento sobre lo que a ella podría gustarle (y también sin darle tanta importancia a sus posibles gustos personales), terminé aceptando la sugerencia de la señora Fang.

Era extraño, pero haber gastado mi dinero en Dasha se sentía como un delito y un acto de auto traición.

Muy bien, Kev. Entras, entregas la comida y te vas.

Podía hacerlo.

No era necesario darle explicaciones por llevarle comida, ni quedarme para escuchar un agradecimiento.

Tragué saliva al llegar al último piso del edificio.

Apenas abrí la puerta luego de deslizar la tarjeta de acceso para ingresar al apartamento, mi vista se cruzó con la de Dasha. Ella todavía seguía sentada frente al televisor, pero ahora este se encontraba apagado, lo que me hizo pensar que quizá me estaba esperando. A mí o a quien sea que llegara para que se entretuviera.

Tan pronto como se percató de la bolsa que traía en una de mis manos y del aroma que desprendía de esta, deshizo sus brazos cruzados y se acercó hasta donde estaba, discretamente emocionada. Parecía ser que la comida había logrado quitarle del todo el enojo que sentía hacia mí una hora atrás.

Irónicamente, no era la única.

Me mantuve serio mientras caminaba hacia la mesa a un lado de la enorme sala para depositar las bolsas ahí.

—¿Trajiste comida? —cuestionó saboreando el contenido de la caja de comida china.

Pensé que en cualquier momento podía arrebatarme la bolsa y comerse su contenido. En serio lucía hambrienta. Entonces, a buena hora había decidido hacerle ese favor para no tener que soportar el olor de esa otra comida de dudosa procedencia que tanto le gustaba.

Me dispuse a contestar.

—Sí... —empecé, pero fui abordado por esa parte de mí que aún no la había perdonado. Sé que debía haberle dicho con seguridad que sí, como lo había ido ensayando en el ascensor todo el trayecto hasta aquí; debí haberle dicho que, de hecho, la había traído para ella (obviamente sin revelar el verdadero motivo de mi acción), sin embargo, un malvado pensamiento me condujo a responder lo contrario en cuanto la observé—, pero es para mí.

Me arrepentí al instante de haber dicho eso, pero no lo expresé en voz alta.

La ínfima chispa de alegría que estaba presente en su rostro se desvaneció tan pronto como procesó mi respuesta. Como de costumbre, me pulverizó con los ojos, aplanó los labios (tal vez aguantándose de insultarme) y me dio la espalda alejándose, deseándome entonces buen provecho.

Sin duda estaba siendo muy inmaduro.

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