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7.

   —Id delante. Tengo que ir un momento al baño —informó Samuel. Aunque era otra la intención que tenía.

    Esperó a que Dakota pasara por allí para ir hacia la cafetería. En cuanto la localizó tomó rumbo hacia ella, la atrapó de la muñeca y tiró.

    Kayla se quedó pasmada con su atrevimiento.

    —Tenemos que hablar.

    —¿Por... por qué? —titubeó un instante Dakota. Sacudió la mano para soltarse. Encontró el valor para enfrentarle—. ¡No!

    —Déjala en paz, Samuel —lo invitó Kayla en un siseo, nada amablemente. Le dedicaba un gesto duro de advertencia avisándola de que no dudaría en sacar las uñas por su amiga si continuaba incordiándola.

    —Tengo que hablar con ella.

    —No hay nada de que hablar —lo contradijo Dakota.

    —¿Acaso quieres meterla en problemas? —volvió a interponerse Kayla.

    Samuel elevó un dedo.

    —Te la robo unos segundos —exigió entre dientes tirando de Dakota.

    —¡Que me sueltes, joder!

    —¡Primero quiero saber!

    Samuel la alejó de cualquier posible escucha. No pudo irse demasiado lejos cuando Dakota seguía resistiéndose a ser arrastrada, removiéndose como un animal asustado. Más bien como uno de esos furiosos. Uno que luchaba por sublevarse en contra de lo que le estaban haciendo.

    —¿Qué quieres saber? —inquirió ella de mala gana.

    —¿Me has hecho un amarre? —soltó Samuel a bocajarro.

    Dakota lo observó como si se hubiera vuelto un demente.

    —¡¿Qué?! ¿Se te va la cabeza o qué? ¡Yo no hago esas cosas!

    —¡Embustera! Sharon dice que eres capaz de hacer eso.

    Esa despiadada mujer terminaría poniéndola en mitad de la diana para que la fusilasen. ¿De qué iba?

    —¡Vete a la mierda! —gritó, airada.

    —Mi pregunta va en serio.

    —¿Por qué? —Cruzó los brazos mostrando una sonrisa suspicaz. Con su peculiar maquillaje, y el oscuro de sus ojos, se volvía aún más aterradora con aquella mueca lóbrega—. ¿Tal vez ahora te gusto?

    —¡Qué dices! ¡No!

    —¿Entonces? ¿A qué viene tu mención?

    —Era solo una pregunta.

    —Entonces, ya obtuviste tu respuesta. Yo no hago esas cosas. Fin de esta gilipollez que no sé de dónde te sacas.

    —Sharon insiste en que eres una bruja.

    —¿A ver en qué quedamos? Yo pensando que era la Novia del Cadáver, Morticia, Aaliyah, la Reina de los Condenados... Mira qué repertorio te tenía preparado —satirizó—, y ahora resulta que estoy entre Bellatrix, Maléfica y la Bruja de Blair. Juro que me confundís —refutó con sarcasmo.

    —Lo que seas... Te advierto que no me eches ningún mal de ojo, amarre, o lo que coño sepas hacer —la señaló—, o te las verás conmigo —sentenció para, de inmediato, darle la espalda y marcharse.

    —¿En serio? —masculló ella en voz baja, blanqueando la mirada, observando su cobarde retirada. ¿Se había vuelto loco o qué? Bueno. Buen culo... buen culo tenía. Y una ancha espalda por la que trepar. Y...

    Se chasqueó mentalmente los dedos.

    «¡Ya vale, tía! Ya vale. Te estás emocionando demasiado»

    Kayla se acercó deprisa.

    —¿Qué quería Samuel?

    —¡Flipa! Saber si le había hecho un amarre —vocalizó con énfasis—. ¡Ahora resulta que también soy bruja! —rezongó, alzando los brazos para bajarlos y hacerlo estallar contra sus caderas.

    Kayla soltó una carcajada.

    —¿Qué dices? ¡No jodas! —Dakota asintió deprisa, repetidas veces, furiosa—. Ostras, pues tendrás que chivarme los números de La Loto. Me haré rica.

    —Si los supiera te aseguro que no estaría aquí tragando con todo lo que estoy tragando. ¡Qué ocurrencias tienes! —Se cruzó de brazos para decirlo—. Ahora en serio: te juro que estoy hasta los ovarios de todo el mundo. Incluido de Samuel.

    —Deberías descartarlo.

    Al escucharlo de voz de su amiga le supo raro. Descartarlo... ¡No era nada fácil negarse a él! Ojalá fuera bruja y lo lograra con un conjuro, pensó, viendo el lado bueno que tendría serlo.

    El estómago de Kayla rugió.

    —¿Podríamos discutir eso en otro momento? Estoy muerta de hambre.

    Hizo reír a Dakota. Fue una risa breve. Tener que meterse en la cafetería con toda aquella chusma, sobre todo con Samuel y con Sharon allí, no le apetecía nada.

    —Si nos lo zampamos en el recreo. Paso de desayunar en la cafetería. Te adelanto.

    —Hace frío afuera. Podríamos... —Kayla se quedó pensativa—. Tampoco. En los pasillos vamos a estar igual.

    —Imagina.

    —¡Será capullo Samuel! Mira que llamarme bruja. Y él es una rata de cloaca.

    —Una rata de dos patas —apostilló su amiga, muerta de risa.

    —Eso es.


    Cuando entraron en la cafetería siquiera miraron hacia las mesas. Se negaba a mirarle a los ojos a ese idiota que minutos antes le había faltado gravemente al respeto. ¿Cómo había podido fijarse en él? ¿Tan desesperada estaba? ¡Menudo desastre! Encima, salir con Sharon le había ennegrecido el corazón. ¡Él sí que era un vil animal rastrero de dos patas! Se rio para sus adentros al mencionarlo.

    La hilera era extensa. No veía la hora de que llegase su turno y salir cuanto antes de aquel antro educativo del que preferiría mudarse. No le importaría tener que coger varios medios de transporte mientras fuese un lugar decente en el que estudiar.

    Los murmullos se volvían molestos. Sabía que irían destinados a ella. A ver, ¡no era la única gótica del centro! Pero claro, ¡qué divertido es burlarse de la misma! Ojalá supiera Jiu-Jitsu y les diera a todos aquellos hipócritas de hostias hasta reventar. Así la dejarían en paz.

    «Qué violenta te has vuelto»

    «¡Es la ley de la supervivencia, apestosa vocecilla!»

    Y llegó su turno. Cogió el almuerzo y salió por pies bajo más murmullos y risitas de los presentes. ¡Cómo Samuel se hubiera atrevido a esparcir el rumor de que era una bruja, un embuste bien gordo, le iba a cortar los huevos! Le iría muy bien ese Jiu-Jitsu para ponerlo ahora mismo en su lugar.

    —No te pares —rogó Dakota.

    —Voy lo más deprisa que puedo —dijo Kayla, falta de aliento, fijándose en sus pies para no tropezarse. No quería hacer el ridículo. Solo faltaría ya eso.


    —Pues sí que has tardado en salir del baño. ¿No te la encontrabas? —bromeó Martin. Samuel lo ignoró. Su mirada estaba dirigida a un punto fijo—. ¡Oye! ¿Me estás escuchando?

    Este observaba a Dakota analizándola. Seguía creyendo que algo no encajaba. Tenía que ser pura brujería lo que le estaba sucediendo. De lo contrario, jamás se habría fijado en ella. En alguien tan distinto a él. En alguien que formaba parte de un Akelarre, y no de un mundo terrenal, dadas sus pintas.

    —Déjalo. Tiene la cabeza en otro lado. Me gustaría saber qué ha ocurrido en los pasillos —masculló Alex mirando hacia la misma dirección que su amigo.

    Martin le dio unos toques a Samuel en el brazo para llamar su atención.

    —¿Es como dice Alex?

    —¿A qué te refieres?

    Martin miró a Dakota antes de preguntar. Fue un momento fugaz el que la visualizó porque salió de la cafetería como alma que lleva el diablo.

    —¿Ha pasado algo con ella mientras estabas fuera?

    —¿Qué opináis sobre los hechizos, la brujería, en fin, sobre todas esas artes oscuras?

    Alex y Martin arquearon una ceja.

    —¿Y eso a qué viene? —quiso saber Alex.

    «¿Porque estoy casi seguro de que Dakota es una bruja? ¿Por lo que me está pasando? Porque está cambiando mis sentimientos y no es lógico? ¿Porque va de negro y solo le falta el gato a juego? ¿Porque me la imagino haciendo hechicería y soy una víctima de ello?»

    —Por nada.

    —¿Por nada? ¡Venga, tío! Has hecho una pregunta con premio.

    —Si os cuento algo, ¿vais a poneros en plan memo?

   —Depende... —respondió Martin agregando una risilla bobalicona.

   —Sobre todo tú —lo señaló—. ¡Que eres un bocazas!

    Se cerró una cremallera imaginaria.

    —Va, tío. Suéltalo —lo apresuró Alex.

    Samuel tragó saliva, suspiró profundamente tres veces. Acabó confesando en una de las profundas exhalaciones, en un hilo de voz ahogada.

    —Creo que me gusta.

    —Espera. No te he entendido bien. ¿Puedes repetirlo? —pidió Martin ahuecando la mano en su oreja. Samuel le dedicó una mirada afilada—. Joder. Es que me he quedado igual. No sé qué has dicho.

    —Ha dicho que le gusta —recalcó Alex, yendo a darle otro mordisco a su sándwich como si no fuera grave.

    —¿Es coña? —Bajó la voz. Lo había dicho un poco alto—. ¿Es coña? —reiteró.

    Alex respondió por Samuel sacudiendo la cabeza.

    —Me parece que va muy en serio.

    De fondo escucharon las risas de Sharon y de Nathan que entraron juntos a la cafetería.

    —¿Y estos? —murmuró Martin al verlos.

    —Será porque Samuel le ha dado puerta para el tema de la fiesta —contestó Alex encogiéndose de hombros.

    —Dejadla tranquila. Si total hacen buena pareja.

    —¿Lo dices en serio? —se extrañó Martin.

    —En realidad no somos una pareja real. ¿Qué más dará si encuentra a otro que no sea yo?

    —A ver, tío, que te la roben hace un poquito de daño, ¿eh? —constató Martin, sorprendido por su calma.

    Ya le daba lo mismo. Sería la excusa perfecta para cambiar de pareja. Esta era de lo más tóxica, irritante y asfixiante. Motivo por el que había dejado de sentirse cómodo fingiendo con ella. Pero, si el panorama estaba así, ¿dónde se había dejado al resto de su corte? No tardó en verlas aparecer detrás. Le parecía improbable que la dejasen sola. Incluso estando con él entre besos y arrumacos, en el instituto, las habían tenido revoloteado cerca. Algo realmente molesto.

    —Esta falsa relación se extingue. Necesito que se extinga.

    —¿Para qué? ¿Para irte con la bruja?

    Samuel le metió un fuerte codazo a Martin.

    —¡Ay! ¡Que ya lo pillo! Ya me callo —gruñó, frotándose la parte afectada.

    Una vez Sharon recogió la bandeja y la llenó, se despidió de Nathan, el cual se unió a Sophia. La tuvo que esperar porque todavía no se había colocado a en la larga hilera y recoger lo suyo. Sharon tomó rumbo hacia la mesa donde Samuel se encontraba sentado junto a sus dos amigos. Al llegar, le pidió a Martin que se corriera un sitio. Quería sentarse al lado de su amado.

    —Hola, mi amor. Vengo a desayunar contigo —habló, melosa, haciendo titilar sus pestañas en un plan de seducción.

    —¿Qué quieres, Sharon? —preguntó este con gesto severo.

    —Nada. Desayunar contigo.

    —Te lo preguntaré de nuevo. ¿Qué quieres? Pensaba que no me hablarías por lo de esta mañana y es raro que estés aquí.

    Dibujó una sonrisa falsa.

    —Me niego a cortar contigo. Me gustas mucho. Así que no me des puerta porque no pienso largarme.

    —Sharon, creo que sería lo mejor para nosotros que fuese todo lo contrario. Esto no está yendo nada bien.

    Esperaba que ella montase en cólera después de esto. Se mantuvo serena.

    —¿Por qué? ¿Qué parte de mí no te gusta?

    —No me tires de la lengua.

    Emitió una risilla burlona.

    —Sé que te flipo un montón. Así que...

    —Sharon, hablo en serio. Quiero dejarlo. —Contrajo el gesto y elevó la voz: ¡Ni siquiera me gusta el deporta al que me he apuntado por ti! Voy a dejarlo también.

    —¡Con lo poco que has ido no sabes si te va a llegar a gustar! ¡No lloriquees tanto, joder!

    —El ambiente es una mierda. El equipo y yo no congeniamos.

    Sharon puso los ojos en blanco.

    —¡Pero qué negativo estás hoy, cariño! Respira un poco. —Se llevó la mano a la frente—. Me está entrando un terrible dolor de cabeza.

    —Sesta tarde se lo comunicaré al entrenador West. Además, tampoco iré a la fiesta —soltó del tirón.

    —¿Cómo has dicho?

    Sharon se levantó de la mesa, furiosa. Todo el mundo se le quedó mirando. Otra de las razones por la que necesitaba mantenerse lejos de ella: para apartar la atención de todos de él.

    —¡Que te den, Samuel Young! —gritó, alzando el mentón con ira y soberbia. ¿Sería esta la ruptura definitiva que necesitaba? Cruzó los dedos, por si acaso.

    La chica se largó escupiendo pestes, sacudiendo su leonina melena. Andando como si tuviese piedras en los zapatos, provocado por su furia. Buscó a sus amigas en la mesa donde estas se habían sentado. Se sentó con ellas comenzando a despotricar. Ellas no dejaban observaban a Samuel entre gestos de sorpresa y de ira. Esta era una de las razones por las que le dio hasta ahora pereza cortar: porque su venganza sería terrible.

    —¿Vas a dejar el fútbol? ¿Ahora que me lo pasaba bien atizando a esos cara culos? —rezongó Alex—. Puedo darles de hostias y no morir en el intento cuando se supone que es un juego. Bueno, vale, no es que quede impune de recibir de regreso algunas. ¡Pero es que mola tanto arrearles con ganas! Vas a quitarme ese privilegio.

    —Lo sé. Pero es que no soporto a esa pandilla de almidonados. ¡Paso! Hasta aquí llega mi paciencia.

    —Si te vas, yo me voy contigo, pues.

    —Voto a favor de eso —se apuntó Martin—. Joder. Al entrenador va a darle un infarto cuando vea que nos marchamos en tropel.

    —Que haga lo que quiera. Seguro que encuentra pronto sustitutos. En eso, dudo que tengan algún problema.


    Dakota y Kayla buscaron un rincón al cobijo del frío. Se subieron la cremallera de sus chaquetas hasta arriba. Dakota llevaba un tres cuartos negro que le iba de perlas, ya que llevaba una falda del mismo tono que este por encima de las rodillas, ajustada a las caderas. Y con medias, podía coger una buena hipotermia con la que estaba cayendo.

    —Si tienes frío nos metemos dentro —sugirió Kayla al verla tiritar.

    —Si he de escoger entre dentro y fuera, elijo fuera. Ya te lo he dicho antes.

    —Vale —Kayla suspiró—. Pues nada. Zampemos —se pronunció, encogiéndose un poco para no perder del todo el calor corporal que traía de dentro.

Hubo un silencio necesario mientras masticaban.

    —Me ha sorprendido ver a Sharon con Nathan. ¿Crees que intentará robársela a Samuel?

    —Que haga lo que quiera. Poco me importa ya. Quizá, hasta se lo merezca. —Arrugo los ojos—. ¡Mira que llamarme bruja. ¡Es imbécil!

    —Es un mugriento. Un tío pelota.

    —¿Has dicho pelota?

    Kayla imitó la vocecita grave de Samuel.

    —¡Ay, cariño, no me atosigues! Pero chúpamela luego.

    —¡Kayla, por favor, eso ha sonado asqueroso! ¡Y estoy comiendo!

    Esta soltó una carcajada.

    —Como si no los viera por un agujerito metiéndose mano.

    Dakota hizo un gesto de asco.

   —Mejor, prefiero no imaginarlos haciendo algo tan... asqueroso.

    Kayla se encogió de hombros, continuando con la tarea de comerse su almuerzo.

    «El pelota» El mote le iba bien. Aunque ella se inclinaría por el de «rata de dos patas». Era el que le había puesto Kayla, dando en el acierto.

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