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26.

     Había llegado el día del festival de Navidad. El teatro que solicitaron para realizarlo se estaba llenando lo suficiente como para que Dakota se pusiera nerviosa. A pesar de haber ensayado tanto que podría hacer cualquier paso, pirueta, lo que fuera, sin titubear. La señora Kozlov corría entre bambalinas de un lado para otro, dando órdenes, tirándose de los pelos con la ansiedad.

    —¡Vamos! ¡Vamos! ¡Calentad! ¡Mis chicas principales, dad lo mejor de vosotras!

    —Porque, como bailarinas principales había decidido poner a Dakota, a Arianna, Eve e Irina. En cada acto, una de ellas demostraría lo que sabía hacer, esforzándose por dejar maravillado al espectador. La actuación sería grabada desde las primeras filas, y por supuesto, por todo aquel que quisiera tenerlo de entre los del público. La grabación principal que iría destinada a la academia sería aquella que Dakota negociaría para pedir las imágenes donde ella salía a bailar. Se lo había prometido a Samuel. Y lo tendría.

    —Eh. Vas a hacerlo bien —la animó Arianna que conocía el miedo de su amiga a la torpeza.

    —Estoy... nerviosa.

    —No tienes por qué estarlo. Me dijiste que ensayaste con mi primo. Lo harás fenomenal. Seguro que él te ha dejado como regalo la confianza y seguridad —bromeó, aunque tratando de infundirle ánimos.

    Dakota quería creerlo. Quería sentirse segura de ello. Pero había una parte de ella que temía trastabillar y hacer el ridículo. ¿Desde cuándo se había vuelto tan asustadiza?


    Finalmente, la representación salió bien. Todos respiraron tranquilos cuando había sido un completo éxito. El público se rompía las manos aplaudiendo. Hubo ramos de flores para las bailarinas principales, para el coreógrafo, para la señora Kozlov.

    Se ducharon y se cambiaron de ropa. Ya fuera del teatro, se encontraron con las familias y gente conocida. Aubrey felicitó a su hija por haberlo hecho tan bien.

    —Has estado fantástica.

    —Gracias, mamá.

    —¡Ey! —gritó Kayla echando a correr hacia ella—. ¡Eres la mejor! ¡Mi mejor amiga es la mejor! —gritó más llamando la atención de la gente.

   —Kayla. Por favor.

    Rio.

    —Estoy superorgullosa de ti. Por cierto, te he grabado. Estaba un poco lejos y te ves una pulguilla borrosa. Pero será válido para que se lo mandes a Samuel. Ahora te lo paso.

    —Gracias.

    —Para mi mejor amiga, lo que sea.

    —Eres un sol, Kayla.

    —Díselo a Alex que sigo tratando de conquistarlo y me ignora como si le importara un rábano.

    —Es un hueso duro de roer.

    —Y que lo digas.

    Mandó un mensaje a Samuel. Estaría trabajando seguramente.


  DAKOTA

    •«Ya se ha terminado la función. Me ha salido excelente. Gracias a ti. Puedes sentirte orgulloso de mí».


    Dibujaba una sonrisa mientras escribía el mensaje. Podía imaginarlo felicitándola. Eso bien valía un premio. Uno que no podía darle cuando se encontraba tan lejos. Suspiró apenada. El cambio en la mueca de su rostro fue rápida. Kayla tocó su brazo.

    —No estés triste. Has tenido éxito. Es lo que soñabas.

    —Lo sé. Aunque me faltan personas importantes aquí, presentes.

    Se refería a Samuel. Pero también a su padre.

    —Seguro que él está sonriendo desde el cielo al ver que lo has hecho fenomenal.

    —Quisiera imaginarlo con claridad. Sin embargo, su cara comienza a emborronárseme en mi mente. Necesito echar mano al álbum de fotos familiar y que regrese su imagen nítida.

    Aubrey abrazó a su hija.

    —Papá está aquí, con nosotras, en nuestros corazones. No se irá muy lejos.

    —Eso suena extraño, mamá —sollozó—. Volverán a ser unas navidades extrañas sin él. Su hueco seguirá doliendo como un martillo automático repiqueteando en nuestros corazones.

    —Lo sé. Ahora, sé feliz. Lo has hecho muy bien.

    —¡Amigaaa! —Arianna fue corriendo hacia ella—. ¡Hola, Kayla! —aquella levantó una mano para saludarla—. ¡Qué distinta te he visto! ¡Adiós a la torpeza que traías últimamente! Vamos a triunfar en la próxima audición —celebró feliz—. Bueno. Tendremos que esperar hasta el verano. Me he informado y mejor será que terminemos el bachiller antes de meternos en el jaleo. Alguna que otra academia lo exige.

    —Esperaremos. Aunque no soy de tener paciencia. En fin.

    —¿En fin? ¡Vamos a ser las mejores bailarinas de nuestra academia! ¿Cómo que en fin? Por cierto, ¿sabes algo de mi primo?

    —Me ha pedido que le pase las grabaciones de hoy en las que salgo bailando.

    —Eso está hecho.

    —Yo le mandaré las mías. Ya le he dicho que se ve como una pulguilla porque me encontraba lejos del escenario. Igualmente, le valdrán —explicó Kayla con orgullo.

    —Mi primo va a verte desde varias perspectivas —ironizó entre risas—. Vale. Me voy. Mi madre me está levantando el brazo con prisas. Hablamos.

    —Claro. —Dakota se dirigió hacia Kayla—. Nos vamos —anunció, pues la había llevado hasta allí la madre de esta.

    —Vámonos.

    Le dolían todos los músculos. Sobre todo el de las piernas, brazos y manos. ¡Y qué decir de la espalda! Entre unas cosas y otras, Samuel llevaba todo el día de pie.

    —¿Puedes sacar la basura, hijo?

    —Claro.

    Había un par de bolsas para echar al contenedor de afuera. Se puso una chaqueta pues llevaba el uniforme de trabajo que constaba de una camisa negra y un pantalón de pinzas fino. Cargó con las bolsas camino de los contenedores. Llegó a ellos. Echó las bolsas dentro.

    —Hola, Samuel.

    La voz femenina lo sorprendió.

    —¡Chelsea! ¿Qué haces aquí?

    —Quería verte fuera de clase. ¿Qué tal si tomamos algo?

    —Estoy muy cansado. Quizá otro día.

    Ella rodó los ojos en una mueca de fastidio.

    —Sigues huyendo de mí.

    —Ya te adelanté que tengo novia.

    —Tú me gustas, Samuel. No me voy a rendir tan fácilmente.

    —Pues será en balde.

    Chelsea hizo una elevación de hombros.

    —¿Puedo hacerte compañía?

    —Estoy en el trabajo. ¿Quieres que me regañen?

   —Puedo entrar y tomar algo.

    —Estamos cerrados, Chelsea.

    —¡Ay! Pero ¿Por qué tanta pega?

   —Porque no sabes aceptar un no como respuesta.

    —¡Eso es! Soy la mar de terca. Mis padres lo dicen.

    —Pues enhorabuena. Porque no va a servir conmigo.

    Fue a regresar adentro.

    —¡Espera!

    Samuel giró sobre sus talones para mirarla.

    —¿Qué?

    Sin previo aviso llegó corriendo hasta él y se le echó encima. Sus labios estuvieron a punto de juntarse si Samuel no hubiera tenido reflejos. Si no hubiera puesto su mano delante.

    —¿Qué crees que estás haciendo?

    —Te lo dije. Soy terca.

    Gruñó, echándola atrás con decisión y que se apartara de él.

    —Hablo muy en serio cuando digo que ya hay alguien en mi vida a quien amo de verdad. Que no necesito a otra persona metiéndose entre medias —sentenció furioso dando un portazo de camino al interior del local.

    Chelsea resopló furiosa por haber perdido la batalla. Había iniciado muchas otras. Todas ellas terminadas en derrota. No iba a quedarse de brazos cruzados con él.

    Le llegó el mensaje de Dakota. Sus comisuras se ensancharon experimentando la dicha por ella. Lo había hecho muy bien. Había sido fiel a la confianza como para dejar a todo el mundo con la boca abierta. ¡Esa era su chica! Valiente, decidida, peleona. Llegaron unos cuantos vídeos. No podía verlos ahora mismo. Las ansias se lo comerían vivo hasta que pudiera hacerlo, pues tenía unas ganas inmensas por verla bailando sobre el escenario. A pesar de que ya había bailado cogida de su mano. Lo hacía de fábula. Ella era un ángel terrenal. Su ángel. El que era igual de hermoso tanto en la luz, como en la oscuridad. Todos sus lados le parecían tremendamente atractivos.

    Entraba con una mueca de ensimismamiento sonriendo como un bobalicón.

    —¿Y esa cara?

    Miró a Justin dando un respingo. No creía que se lo cruzaría ahí mismo en este momento.

    —Nada.

    —¿Nada? —Le dio unas palmadas en la espalda—. Me parece que has recibido noticias de tu chica.

    —Sí —reconoció, sonriendo con agitación.

    —¡Ay, el amor! Tienes que regresar a verla. En cuanto tengas ocasión.

    —La vieras bailar. Es como si estuvieras presenciando la escena más bella de tu existencia.

    Justin, el ayudante de cocina,  le dio una palmada más fuerte en la espalda.

    —¡Lo que yo digo! ¡Ay, el amor!

    Samuel rio de nuevo nervioso. Solo ella conseguía ese efecto en él. Conseguía que la vida le pareciera hermosa a pesar de las dificultades.

    —¿Ya estás de regreso, Sam?

    —Sí.

    —Ayúdame con esto. Terminemos el trabajo.

    —Claro.

    Se metió debajo de la ducha al llegar a casa de su tía. El agua caliente sobre sus músculos se sentía placentera. Ya había visto los vídeos que le habían mandado. ¡Ella lo hacía tan bien! Si él tuviera que ejercer de juez de la audición que tenía pendiente, le daría de inmediato su visto bueno.

    Se apoyó sobre la pared y que el agua le cayera por la espalda. Rememoró el momento en que hicieron el amor en su casa. Cómo recorrió su cuerpo con sus manos. Sus besos. La sensación de sentir que el placer podía multiplicarse bajo su poder. Necesitaba hacerlo. Necesitaba cerrar los ojos e imaginar que estaba allí, con él. Seguramente, ella había hecho lo mismo cuando hubiera sentido la necesidad de fantasear para sentirlo. Quejidos y gemidos lo doblegaron emitiendo sacudidas en su cuerpo que lo llevaron a sujetarse bien con una mano sobre la pared mientras que, con la otra, se tapaba la mano para que no lo escucharan desde fuera cuando llegó al orgasmo. Incluso en la distancia, ella ejercía un efecto extraordinario sobre él.

    Se secó bien. Se colocó el pijama y se metió en la cama. Llamó a Dakota por vía Internet. Así no le saldría caro.

   —¡Hola, amor!

    —¿Qué haces aún despierto? Tienes que estar cansado.

    —Mañana es domingo. La cafetería está cerrada. Por lo que podré dormir un poco más, si no me necesitan.

    —Genial. —Hubo una pausa—. ¿Qué tal en el trabajo?

    —Agotador. Hoy le ha tocado a mi tía estar en el hospital con su esposo.

    —¿Cómo está?

    —Se recupera muy poco a poco. Este viaje se nos va a hacer una eternidad.

   —Lo siento mucho.

    —No te preocupes.

    —¿Sigues leyendo el libro?

    —¡No! ¡Qué crees! No tengo tiempo para nada.

    —Deja que te lea un poco.

    —¿Es necesario? ¿Te has empeñado en torturarme?

    La hizo reír.

    —De acuerdo. Nada de lectura. Pero cuéntame cosas.

    Estuvieron un buen rato hablando hasta que Samuel tuvo tanto sueño que tuvo que abandonar la llamada.

   —Hablamos mañana.

    —Será mejor. Ya no puedo ni con mi alma.

    —Descansa, mi amor. Te quiero.

    —Yo más a ti.


    Era domingo. Había quedado con Sebastian y con Marlon en la bolera. Querían pasar un rato con su amigo.

    —Hay un concierto de Olivia Rodrigo la semana que viene. Tienes que venir —propuso Marlon a Samuel.

    —Trabajo. No puedo.

    —¡Venga ya! ¡Dile a tus primos que te cubran!

    —Según esté mi tío.

   —¿Cómo se encuentra? —preguntó Sebastian.

   —No sabría decir. Tras una operación complicada, la recuperación es mucho peor.

    —Imagino.

    —¿Regresarás a Boston cuando él se ponga bien? —quiso saber Marlon.

    —Seguramente. Mi hogar está allí. Mi chica estará allí. Si no se va a ninguna parte.

    —¿Tiene pendiente irse?

    —Quiere ser bailarina profesional. Sé que lo logrará.

    —¿Sabes que las bailarinas profesionales viajan mucho? —interrumpió Sebastian—. No tendrás asegurado su amor.

    Eso ya se le había pasado por la cabeza muchas veces. Dakota había prometido otras tantas que iba a estar ahí, al igual que él, que necesitaba creerlo.

    —No importa. Sé que no vamos a romper.

    —Lo... sabes... seguro.

    —A Chelsea le gustas. Me he enterado de que te va detrás —lo informó Sebastian riendo con malicia—. Está muy buena.

    —¿Qué pretendes decir con eso?

    —Nada. Solo, que lo he escuchado.

    —Tengo novia. No necesito a nadie más.

    —Imagino. ¡Vale! ¡Os voy ganando, tíos! Me encanta despistaros.

    —¿De qué vas? ¡De eso nada! —lo regañó Marlon como si fueran dos niños.

    —Y hablando de la reina de Roma...

    —Hola, chicos. Hola Sam.

    —Samuel —la corrigió.

    —Me gusta más Sam. Pasaba por aquí con Scarlet y me he acercado a saludaros.

    —¡Hola! —saludó Scarlet.

    De inmediato, los ojillos de Marlon y de Sebastian se trasladaron hasta ella. Tanto Chelsea como Scarlet lucían una belleza que, pincelada con un buen maquillaje, era capaz de atraer sin remedio a cualquiera del género masculino. Una chica para dos... Eso se echaría a suertes para el mejor postor.

    —Te invito a otro batido —decidió Chelsea con una sonrisa.

    —No. Gracias. Con este tengo suficiente.

    Chelsea puso los brazos en jarra.

    —¿Nunca vas a aceptar una invitación por mi parte?

    —¿Por qué tendría que hacerlo?

    —Al menos, como amigos.

   —Siempre dices lo mismo y, sin embargo, la cosa va con segundas intenciones.

    Chelsea exhaló.

    —A ver, guapo. Tu novia está lejos. ¿Y si se olvida de ti? Aquí me tienes a mí durante todo el tiempo que quieras.

    —Paso.

    —¿Cómo que qué pasa? —Siseó furiosa—. Muchos chicos quisieran tener la oportunidad que te estoy dando ahora.

    —No formo parte de esos chicos —le recordó desafiándola a que lo dejara en paz.

   —¡Vamos, Samuel! ¡Enróllate un poco! —le pidió Marlon.

    Samuel puso los ojos en blanco abandonando el taco sobre la mesa de billar.

    —Haced lo que querías. Me voy a dar una vuelta.

    —¡Pero tío...!

    —Me largo.

    —¡Sam! ¡Sam! —gritaba Chelsea al tiempo que lo sujetaba por el brazo.

    —Suéltame. Necesito espacio.

   Salió de la bolera. Llamó a Dakota.

    —Hola. ¿Estabas despierta?

    —Sí. ¿Qué pasa? Iba a llamarte luego.

   —Necesitaba escuchar tu voz. —Hubo una pesada pausa—. Necesito verte. Y no puedo. No lo soporto más.

    —Yo quisiera lo mismo. Tendremos que esperar. Pero, ¿es que te está yendo la mañana mal? ¿Qué pasa, Sam?

    Chelsea salió de la bolera en su busca. La vio acercarse a la velocidad de un tren exprés.

    —Tengo que colgar.

    —Pero ¡Qué...!

    Llegó hasta él con la intención de besarle. Samuel hizo lo mismo que la primera vez que lo intentó.

    —¿Por qué no quieres? ¿No soy lo suficientemente atractiva?

    —Estaba hablando con mi novia. Y vas y me interrumpes.

    —¡Yo soy tu novia! El reto que se vaya al demonio.

    La sujetaba con fuerza de las muñecas para no dejar que se saliera con la suya.

    —¡Estás enferma!

    —Estoy enferma... pero de amor por ti.

    —Casi no nos conocemos.

    —Me da igual. Sé que es contigo con quien quiero estar.

    Chelsea se parecía mucho a Sharon. Creía que podía tomar todo aquello que quisiera, sin importar qué. La estancia allí, a Samuel, se le empezaba a hacer más cuesta arriba, con todo.

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