Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

23.


      Lo habían mantenido ocupado. Lo habían llevado de tiendas, museos, tentempié... La cuestión era aparentar ser una familia feliz, salvo por Dylan que continuaba siendo la ficha de distinto color sobre el tablero. Se había llevado detrás su Nintendo Switch con el fin de participar lo menos posible en lo que fuera. Quien más se divertía era Harper que no se soltaba de la mano de Samuel, tirando hacia él hacia todos lados y pidiendo sin descanso deseos que, en ocasiones, el pobre no podía cumplir.

    —¡Samuel! ¡Samuel! Comamos un perrito caliente —dijo con su lengua clara la pequeña espabilada, señalando hacia el puesto callejero.

    Pharrell puso los ojos en blanco.

    —Cielo, estás aturullando a tu hermano.

    La chiquilla se cruzó de brazos y puso morritos.

    —Quiero divertirme con él. Estará pocos días en casa —negoció con el mentón alzado.

     Su padre rodó los ojos.

     —Esta chiquilla...

    Samuel no pudo más que reír, aunque nervioso. Con lo de aturullarlo tenía toda la razón. Lo hacía. Aunque él accedía gustosamente porque era una niña graciosa y con mucho amor que dar y él lo recibía con gusto. Más que por ser su propia hermana. Probablemente, ese sería el único viaje que haría en mucho tiempo para visitarles cuando no se sentía con ganas de volver a ver a su padre, con el que seguía manteniendo las distancias, por más que él se acercaba. Alyssa se dio cuenta de su deseo por mantener su espacio personal y le había insistido lo justo.

    Samuel asintió.

   —Claro. Comamos un perrito caliente —aceptó, ensanchando su sonrisa cuando la pequeña se puso a dar brincos de alegría.

    Por la noche, cuando todo se calmaba, aprovechaba para cambiar impresiones y mantener una conversación con Dakota, además de adelantar con la lectura del libro que se traían entre manos para el trabajo de literatura. Tal y como decía ella, sin su ayuda, no sería capaz de aprobar.

    —¿Está siendo una experiencia gratificante? —inquirió ella en un momento inesperado.

    —Bueno, depende. Harper no me deja respirar ni un solo segundo, pero es un amor de cría. Dylan mantiene su fina línea de separación conmigo, amenazándome en que, si la paso, va a acribillarme. Alyssa parece que se da cuenta de que no tiene que atosigarme tanto. Y mi padre... ya sabes cómo funciona mi padre. Sigue insistiendo en recuperarme como si no hubiera ocurrido nada. No puedo actuar así. No puedo fingir que no sucedió nada.

    —Te entiendo, Sam. Te entiendo perfectamente.

    —Mi madre dice que mi tío está empeorando. El trabajo en la tienda de mi tía se está amontonando. Le he pedido quedarme con algún amigo en Navidad, en Boston. No le he dicho que me quedaría contigo. En un principio va a permitírmelo. Pero, seguramente, termine mudándome allá. No quiero irme, Dak. No quiero irme a Detroit y no verte.

    —Yo no sé cuánto tiempo estaré por aquí. Recuerda lo de la audición.

    —¿No podrías ir a vivir conmigo allá? Seguro que hay alguna compañía de danza importante que te podría aceptar.

   —En esto, no se puede elegir. Todavía no sé para quién será la audición. Hay varias posibilidades. Y yo quiero avanzar.

    —Lo sé.

   —Sí. Como dice Kayla, quiero llegar alto. Ser una bailarina profesional.

   —Lo serás. Sé que lo lograrás.

    —Y tú vendrás a verme bailar.

    —Me encantaría. Aunque no puedo prometer nada.

    —Pensemos que sí.

    —¿Cómo van las cosas con Kayla? ¿Alex y ella se han confesado su amor?

    —Kayla dice que tu amigo se espanta con nada.

   —No me lo creo. Es un tipo atrevido.

   —Entonces, teme a Kayla.

  Esa conclusión lo hizo reír.

   —La suerte que tendré, si me largo, es que no tendré que jugar a fútbol con aquellos pringados.

    —Ni te perseguirá Sharon. Es una mujer muy pesada.

    —Ya te digo. Demasiado pesada.

   —Doy fe de ello.

    Hubo una pausa.

   —Sam.

    —¿Sí?

    —Jura que no te vas a cansar de mí.

    —¡Pues claro que no voy a cansarme de ti! Qué tonterías dices.

    —Que la distancia no va a enfriarnos.

    El muchacho alargó un suspiro.

   —Pues claro que no. ¿Por quién me tomas? No soy de esos.

    —Podrías encontrar a otra mejor que yo, allá.

    —¿Y tú no? O subir tan deprisa de escalafón que me creas poca cosa para ti.

    —Eso nunca.

    —Ya. Lo dices ahora. En realidad somos demasiado jóvenes para jurar nada. Podría ocurrir cualquier cosa.

    —Deseo que, lo que piensas, no ocurra.

    —Estoy cruzando los dedos.

    —Yo también.

    El miedo se acrecentaba a medida que conocían más la certeza de que sus caminos pronto se bifurcarían.


    —¿Vas a decirle a Alex que deje de correr?

    —¡No me hace caso!

    —Esperaba que Samuel lo influenciase.

   —Dice que soy una traidora mandando a otros para convencerlo de eso.

   —¡Qué testarudo! Madre mía.

    —¿Qué dice Samuel? ¿Tenéis posibilidades de que lo vuestro siga aunque cada cual se esparza a lugares distintos de los Estados Unidos?

    —No se puede prometer nada. Aunque lo intentaremos.

    —¿Todavía no han dicho nada sobre la audición?

    —Aún es pronto. Primero llegará el festival navideño. No le he mencionado nada a Samuel sobre cuándo será ni nada cuando, probablemente, no pueda quedarse siquiera en mi casa.

    —¿Ibas a proponerle que pasara las Navidades en tu casa?

    —Sí.

    —¿Qué dice tu madre al respecto?

    —No le he aclarado que será él. Cuando se marche mi hermana y su familia mañana por la mañana hablaré con ella.

    —¿Te dejaría llevar a un chico a casa?

    —¡Y yo qué sé, tía! Si no ha dejado de criticar cómo visto. —Emitió una risilla irónica—. Pero la camiseta que me ha regalado mi hermana y su esposo pienso usarla mucho. ¡Es una pasada! Tienen un gusto exquisito para con lo que me agrada.

    —No lo dudo. ¿Le has hablado de Samuel?

    —Ha tratado de sonsacarme. No lo ha conseguido.

    —¿Por qué no se lo has contado?

    —Cuando nos separemos hacia nuestros futuros destinos la cosa se va a quedar en el aire...

    —No estás convencida de que lo vuestro va a durar.

    —No quiero que nadie se haga ilusiones y que luego todo se quede en nada.

    —¿No confías en él?

    —No confío en un futuro que se viene incierto. ¿Qué puedo hacer? Lo intentaré. Pero, como nos dijimos Samuel y yo, no podemos prometernos nada.

    —Sería una lástima que, después de lo que te ha costado conseguirlo, ese amor se esfumase en nada.

    —Sería la peor pesadilla para mí. Créeme. Y si lo quiero invitar a casa es porque quiero que se quede un poco más conmigo. Y porque me encantaría que me viera bailar. Aunque fuera una vez. Pues es su deseo. —Gruñó bajito—. Y porque deseo que rompa la maldición de mis fallos terribles en las piruetas. Sigo sin encontrar el equilibrio perdido. Y la señora Kozlov se está mosqueando. No puedo presentarme así a una audición.

    —Te entiendo perfectamente.

    —Necesito afianzarme. Confiar en que puedo lograrlo. Aunque se me vaya la vida en ello.

    —¡Pero qué exagerada y dramática! Deberías de estudiar teatro.

    —Ah. Ni lo sueñes. En eso, ya soy toda una experta.

    —No lo dudo. Yo también lo soy. ¿Nos vemos mañana por la tarde?

    —Quiero ir al aeropuerto a recibir a Samuel. Estoy deseando abrazarlo.

   —Lo sé. Estás anhelándolo. Lo que me extraña es que hayas sido capaz de pasar estos días sin él.

    —¡Pues claro que no los he pasado sin él! Nos hemos hecho videollamadas.

   —¡Qué bonito! Ojalá Alex me cogiera el teléfono.

    —Hablaré con él cuando esté libre. Cuando mi familia se haya marchado.

    —Mejor, déjalo. Igual y se cabrea demasiado.

    —Encontraré el modo de persuadirlo. Déjalo en mis manos.

    Kayla suspiró.

    —Descansa. Mañana te espera un día largo de despedidas y recibimientos.

    —Cierto.


    No pudo dormir pensando en que hoy vería a Samuel. Aubrey estaba preparando el desayuno. Estaban todos despiertos. Naomi cargaba con el peluche que le había regalado.

    —¿Me lo vas a contar? —preguntó Cristal, tras unos buenos días rápidos.

    —¿El qué?

    —Que hay un chico guapo detrás de ese brillo especial en tu mirada y esa ausencia en ocasiones en la que sé que estás pensando en él.

    —¡No es cierto!

    Chasqueó la lengua negando.

    —A mí no me engañas. ¿Conoces el dicho «El que ha sido cocinero antes que fraile, lo que pasa en la cocina, todo lo sabe?».

    —¡Qué tonterías dices!

    Se acercó y le revolvió el cabello despeinándolo mucho más. Dakota aún no se lo había peinado.

    —No hay nadie.

    —¡Embustera!

    —¿Quién es la amiga que me dijiste que querías que pasara las Navidades aquí? —preguntó su madre al tiempo que le preparaba unas tostadas para ella.

    —¿Kayla viene a quedarse en casa la noche de Nochebuena y seguirá aquí por Navidad? ¡Madre mía! Esa fiesta de pijamas va a resultar peligrosa.

    —No. No se trata de Kayla.

    Cristal se cruzó de brazos.

    —¿Quién vendrá? Si puede saberse. Si puedes decirlo.

    Dakota miró a su madre, vacilante.

   —Si te digo que se trata de un compañero de clase varón, ¿lo dejarías quedarse igual?

    —¿Cómo? —chilló su madre sorprendida.

    Cristal chasqueó la lengua y la señaló.

    —¡Lo sabía! ¡Sabía que se cocía algo!

    —¡No dejaré que ningún noviete duerma en tu cuarto!

    —¡Pero qué antigua eres, mamá! ¡Ella sabe tomar precauciones perfectamente!

    Aubrey corrió hacia Naomi y le tapó los oídos.

    —¡Chiquilla irresponsable! ¡Deja de hablar tan despreocupadamente de algo tan grave que hay niños delante! —Naomi sacudió la cabeza para que la soltara—. ¡En mi casa hay normas! Eso no va a pasar.

    —¿Ni siquiera a quedarse a dormir? —insistió Dakota.

    —Mientras duerma en la habitación de invitados, aceptaré. De lo contrario, ¡ni se te ocurra lo que estás pensando!

—¡Pobre niña! Limitándola.

Aubrey volvió a tapar los oídos de su nieta.

    —¡Abu! —chilló ella molesta.

    —Cristal, se trata de responsabilidad. No quiero verme envuelta en un problema grave. Y sabes a lo que me refiero. Me niego a que duerman juntos. Mi mundo no funciona así. Madre mía, si tu padre nos estuviera escuchando, estaría escandalizado.

   Ella puso los ojos en blanco y bufó.

    —¿Puedo decirle que sí puede quedarse? Aunque todavía se lo tiene que preguntar a su madre.

    —Si conoces las normas y las acatas, no diré que no.

    —¡Bravo! —gritó Dakota, dando un saltito de alegría.

    —¡Bravo! —gritó la pequeña como si se alegrase de lo mismo que su tía y lo celebrase.


    El silencio se mantuvo dentro del monovolumen. La familia estaba triste porque Samuel regresaba a casa. Salvo Dylan que seguía inmerso en su mundo, con los videojuegos de su consola. Parecía darle lo mismo.

    Llegaron al aeropuerto. Pharrell lo ayudó con la facturación de maletas y demás. Se posicionaron en la puerta de embarque. Era la última llamada para decirle adiós. Para una despedida que comenzaba a fabricar lágrimas en ojos ajenos.

    —¿Nos visitarás otra vez? Estaremos encantados de tenerte en casa —dijo Alyssa, abrazándolo. Se atrevió, temerosa de no volver a hacerlo. Había sido feliz teniéndolo en casa. Aunque era reservado por las condiciones que se vivían de tensión y problemas, le había parecido un muchacho extraordinario al que le había cogido mucho amor. Ojalá, y hubieran sido diferentes las circunstancias para que se hubiera abierto más a ellos y lo hubiera podido tratar mucho más cercano de lo que él la había dejado.

    Samuel llegó a rodearla con sus brazos, pero en un breve momento. No quería encariñarse de ninguno de ellos. Quería continuar siendo ese extraño que no pertenecía al lugar. A aquella extraña extirpe que le costabas nombrar como «familia». Necesitaba resistirse a hacerlo.

    —No lo sé —respondió breve evitando decir que no quería regresar allí o acabaría encariñándose de verdad de ellos. Se negaba a encariñarse.

    Harper se enredó en sus piernas, empezando a llorar.

    —¡No te vayas tío Sam!

     Eso sonó extraño. ¡No era su tío! Más bien era su hermano. ¿Estaba considerando y confirmando dentro de su mente que lo era? «Samuel, ¿qué te está pasando?».

     —Tengo que volver a casa, pequeña. He de estudiar y hacer mi vida —murmuró, con una sonrisa, acariciándole los cabellos mientras la miraba a los ojos, embelesado. Esa niña le estaba robando el corazón a una velocidad sorprendente.

    —Aunque Dylan no te quiera, yo sí que te quiero. Y quiero que vengas a visitarnos.

    —¡Yo no he dicho que no le quiera! —la contradijo Dylan por contradecir. Porque lo que era hacerle caso, ni se lo había hecho en los tres días que había pasado con él.

    —Dylan es un tipo duro y testarudo. Como yo. Así que es normal que nos llevemos tan mal —lo excusó Samuel como si sintiera la necesidad de hacerlo.

    Él alzó un pulgar y luego frunció el ceño recordándole la distancia negociada. Pharrell se rio.

   —¡Madre mía! ¡No os podéis parecer más!

    Pharrell se acercó a su hijo. Abrió los brazos pidiendo que lo dejase abrazarlo. Samuel apretó la mandíbula. No se movió. Fue su padre quien tuvo que hacerlo.

   —Visítanos de vez en cuando. Te vamos a echar de menos, hijo.

    —Es extraño que digas eso —espetó en voz baja en su oído.

    Se separaron como si quemasen. Como si fuera molesto el abrazo.

    —Lo digo de verdad, hijo. Visítanos siempre que puedas. Nuestra casa es tu casa. Tienes la puerta abierta.

    —Gracias. Pero... —Miró a Harper que lo observaba con su carita angelical y esa sonrisa limpia que emitía calma—. Tal vez, algún día me pase por aquí para verte —le propuso a ella.

    La chiquilla corrió hacia él. Se agachó para recibirla.

    —Te quiero mucho, hermanito —confesó mientras lo abrazaba.

    Eso le supo extraño. Raro, aunque agradable. La abrazó apretándola con dulzura hacia él.

   —Yo también te quiero, renacuaja.

    Samuel se incorporó, cogió la maleta y la bolsa de mano. Como pudo, agitó la mano moviéndose por la rampa de la puerta de embarque. Vio como Alyssa se secaba una lágrima. La pesadumbre de un padre que volvía a separarse de su hijo hasta saber cuándo. A la pequeña Harper llorar como una magdalena frotándose los ojos intentando secar sus lágrimas. Y cómo Dylan vocalizó algo así como: «Eres un capullo, pero molas». ¿De verdad había dicho eso? Le hubiera querido volver atrás y asegurarse de que, en verdad lo había dicho. Sin embargo, se hacía tarde.


    Dakota y su madre se acercaron al aeropuerto para despedir a la familia.

    —Tienes que presentarme a tu chico.

    —¡Qué manía! ¡Es un amigo!

    —¿Amigo? ¡Y un rábano! ¡Mira cómo se te encienden los ojillos cuando lo mencionas! —Se acercó a ella bajando la voz—. Quiero fotos de estas Navidades.

    —No.

    —Por supuesto que sí.

    Jordan, el esposo de Cristal, no podía más que reírse. Cuando las hermanas coincidían, el humor surgía de inmediato. Esas disputas donde, a pesar de estar a punto de sacarse los ojos, los diálogos eran de lo más ocurrentes.

    —Como no me mandes alguna foto, estás muerta —la amenazó, poniendo la voz grave como si fuera un chico.

    —Ni aun así me asustas.

    —Pues estás avisada. —Levantó más la voz—. Y mamá...

   —Dime, hija —respondió Aubrey rodando los ojos. Sabía que iba a soltarle una tontería.

    —Cuida bien de mi futuro cuñado. Quiero tener sobrinos el día de mañana.

    —¡Pero qué tonterías dices!

    —No son tonterías. Es nuestra descendencia —discutió, dedicándole un guiño de complicidad.

    Hubo abrazos, besos... y lágrimas. En cuanto pudieran, la familia iba a volverse a reunir. Aunque no en Navidad. Quizá, al próximo año.

    —Cuídate mucho, mamá —rogó Cristal a su madre.

    Acarició el rostro cansado de ella. Recordó el instante en que adquirieron un ramo de Iris blancos para llevar a la tumba de su padre, en nombre de la familia. Habían llorado a mares. Sin embargo, Cristal lo había apuntado en su lista de «pendientes» para cuando viajase hasta allí.

    —Gracias por compartir con nosotras momentos tan bonitos.

    —Os extrañaré. Y espero que nos veamos pronto.

    Aubrey asintió deseando lo mismo.

    La pequeña Naomi abrazó a su abuela y le dio un beso.

    —Abu, te quiero mucho.

    —Y yo a ti, pequeña.

    —Tenemos que irnos, señora Reed. Cuídese mucho —dijo Jordan mientras la abrazaba.

    Luego abrazó a Dakota.

    —Cumple con el deseo de tu hermana si no quieres que se cabree conmigo por su mal humor durante días, haciéndome dormir en el sofá.

    Dakota se apartó un poco para mirarlo a la cara y confirmar si era real lo que estaba diciendo.

    —¡Eso no es verdad!

    —Ya te adelanto que sí. Cuando se levantan vientos fuertes, tiembla la casa —bromeó con diversión.

    —¡Te estoy oyendo, Jordan! —lo reprendió ella, tirando de su maleta.

    Aubrey suspiró viéndolos desaparecer por la puerta de embarque. Había sido un largo fin de semana donde había regresado la alegría a aquella casa. La lástima era tenerlos tan lejos. Y a Jordan tan ocupado. Naomi no es que soportase mucho las horas de avión. Quizá, cuando fuera un poco más mayor. Tal vez, ellas mismas podrían visitarlas más veces allá, en Iowa.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro