2.
Removió el vaso de leche, pensativa. Entre unas cosas y otras tenía la cabeza en cien sitios distintos. La tarde anterior había sido de lo más pésima. La maldita pirouette se le había resistido. La señora Kozlov había palmeado, agitada, gritándole que se concentrara. Concentrarse... ¡Era justo lo que intentaba! Pero ni lo había conseguido. Cada vez que se ponía en puntas y trataba de dar el giro, perdía el equilibrio.
—¡Atenta, niña!
Los gritos fueron peor que las reiteradas palmadas que se le habían clavado como martillazos en las sienes. Tenía que ensayar el movimiento. Necesitaba saber por qué, de repente, su don se había largado como el agua por la fregadera.
Y es que, claro, el condenado de Samuel se le había incrustado en los pensamientos. Y eso lograba que su vida se descompensara como una balanza mal nivelada.
«Él no es para ti», había escuchado demasiadas veces.
No se parecían en nada. Aunque, si lo miras bien y reflexionas, los polos opuestos se atraen. ¡Bendita ciencia que en este mismo instante le estaba tocando las narices con unas ganas inmensas!
¿Y si se acerase a él y le propusiera quedar y tomar algo por la tarde? Tomarse un zumo o un batido con Samuel en aquella cafetería, en Newbury, sería toda una locura. ¿A quién no le apetece un buen batido y buscar su libro favorito en la tienda que hay justo en la misma? Que llevara aquellas pintas al insti, no significaba que no fuese una mujer culta. Disfrutaba de una buena lectura. Maldijo al recordar el escaso tiempo que tenía para todo. Porque el ballet es sacrificio. Y aunque no tenía suficiente espacio en las estancias de la casa de su madre, solía ensayar como le era posible.
Las sagas. ¡Adoraba las sagas de género paranormal! ¿Y si usase a Samuel para que le leyera alguna de ellas? Con su voz rasposa, profunda, varonil... Notó un escalofrío al repetir estas palabras. Podía imaginarlo con sus manos deseándola. Sacudió la cabeza, abofeteándose.
—¡Dakota, te estás pasando! —se regañó, aumentando la velocidad de sus prisas. Tenía que salir cuanto antes a la parada del autobús si no quería perderlo. ¡Eso sí que supondría un verdadero desastre!
Se tragó literalmente el líquido de un trago. Pasó de nuevo por el cuarto de baño para asegurarse de que su elaborado maquillaje; el que la había llevado más de quince minutos en el baño, y la hacía madrugar adrede, siguiera en su lugar. Cualquier chorretón de un tono negro pringoso sería toda tragedia.
Cogió la mochila y el resto de cosas. Se tapó con la capucha de su abrigo de punto exterior, y lana del pirineo interior. Cerró con llave y buscó la parada. Había un par de chicas que, al momento, la observaron como si fuese una aparición, o una delincuente. Enseguida le vino a la mente eso de «mira, la novia del cadáver». Había coincidido ya muchas veces con ellas. Iban a su mismo instituto. Y desde luego, estaban al tanto del desagradable mote que le habían colgado.
Se sentó en el asiento que había debajo de la marquesina. Se aovilló como un gatito helado, cruzándose de brazos en un intento de cobijarse en sí misma. Emitían unas risillas burlonas que la hacían sentir incómoda, vulnerable... ¡Ojalá y el ser humano no fuera así de cruel!
—¡Madre mía! Estoy por pedirle a Samuel su número de teléfono. O a Nathan. ¡Están tan buenos! —soltó una así, a las bravas.
—Pues a mí no me importaría hacer un trío con ambos dos —dejó salir la otra, sin cortarse. Sin bajar siquiera la voz.
Un trío. ¿Con Samuel?
«¡Imbécil!».
Fue a mirarlas y una de ellas de inmediato la reprendió.
—¿Qué pasa? ¿Te gusta escuchar la conversación de los demás?
—Lo estáis anunciando a voz en alto —le recordó ella.
—Envidia que tienes, bonita. Mírate... —la señaló con la mano—, de ti no se fijaría ni aunque pasaras cien veces por delante de sus narices.
Volvieron a burlarse de ella.
—Me importa una mierda lo que penséis. A mí no me va esa clase de tíos —escupió, por decir alguna cosa. Por no darles un par de tortas a cada una de ellas cuando lo estaban pidiendo a gritos.
—¿Y a ti qué clase de tíos te van? ¡Ah! Espera. Un puto zombi.
Más risas. La pobre Dakota estaba ruborizada de vergüenza ajena y de rabia.
El bus llegó. Agradeció mucho la interrupción del enorme cacharro amarillo que le parecía de lo más horrendo. Y los que habitaban en él, a diario, y se tenía que mezclar, el mismo Mordor. Puede que ella fuera una muerta en vida como aspecto. Pero mucho peor era aquellos que aparentaban ser ángeles y eran mucho más que demonios. Ogros. Brujas... ¡Si al menos se tropezara allí dentro con el mismo Legolas todos los días, entonces sí valdría la pena hacer ese viaje de mierda!, según lo nombraba ella con desagrado.
Suspiró, buscando un asiento vacío donde no molestara a nadie. El autobús estaba lleno. Más risillas, murmullos, cuchicheos, y sin un lugar tranquilo donde esconderse, ni otra opción que aceptar el viaje. Terminó por sentarse al fondo al lado de unas chicas que ahuecaban la mano y se decían cosas al oído para mirarla sin cortarse y reírse. Se colocó los auriculares para ocultarse del mundo, regresando a ocultarse debajo de su capucha. Se la había quitado al subir. Había cambiado automáticamente de opinión. Sonó Amarante. Tarareo bajito haciendo unos garabatos en una hoja. Era una manera de decirle a sus pensamientos que no cometiera una locura, pues aquella gente la estaba poniendo atacada. Cerró los ojos. Se imaginó en clase de ballet acertando la maldita pirouette. Ella era increíble, grandiosa... si se lo proponía.
Ardió en rabia cuando tuvo que bajarse de las últimas del autobús, todavía con aquellas arpías girando la cabeza con sus estúpidas risillas. Le encantaría impresionarlas con algo y cerrarles la boca. Impresionarlas... Incluso si bailase delante de ellas, se burlarían. Por gustarle ir en tutú y realizar aquellos movimientos tan cursis... ¡No eran cursis! Eran hermosos. Muy hermosos, para ella. También le gustaba el baile contemporáneo. La señora Kozlov les había dado alguna clase. Y se le daba muy bien. Porque estaba genial saber de todo. Y porque todo tiene cabida si se relaciona con el baile.
No tardó en encontrarse con Kayla.
—¿Hoy no te ha traído tu madre? Se extrañó.
—No. He preferido venir en bus.
—¡Si lo detestas! —no mucho más que a un interrogatorio maternal. Créeme.
—Ups. Cierto. Le dio un codazo—. ¿Ese no es Martin, el amigo de Samuel?
Dakota la observó con extrañeza.
—¿Y?
Kayla se cruzó de brazos elevando una ceja.
—Lo estás deseando...
—¿Desear? ¡No! ¿Qué dices? ¡Yo no...!
—Pídele el número de Samuel. Y, ¡ojo!, no hago esto por estar de acuerdo con tu voladura de cabeza.
—¡No se lo voy a pedir! —Exclamó, en un murmullo.
—Si quieres, se lo pido yo.
—¡No!
—¡Martin!
—Cabrona... —bisbiseó Dakota cuando lo llamó.
—¿Sí? —Martin se quedó sorprendido saliendo un suspiro ahogado de fastidio—. Yo... ¿Qué queréis?
—El teléfono de Sam —soltó Kayla a bocajarro, sin anestesia y sin tirita.
—¿Cómo? ¡No! Me va a matar si te lo doy.
—¡Me gusta! Qué quieres que haga —mintió Kayla, buscando una excusa perfecta.
—Samuel le gusta a todas. Y no por ello voy a ir dando por ahí su número de teléfono. ¡Ni de coña!
—¿Y si le gustara a mi amiga, tampoco? —inquirió, señalando con el pulgar hacia atrás.
—¡Kayla! —El grito salió tan fuerte que todo el mundo se giró. Volvió a ocultarse debajo de la capucha, girándose de culo a la mayoría.
—¡Qué! ¡No pasa nada!
—¿De verdad le gusta?
—Si me lo das, te lo digo.
Martin se quedó pensativo durante unos minutos.
—No.
—¿No? ¡Por qué no? ¡Qué más te dará! Tiene el de la arpía de Sharon, le fastidiará, estoy segura, de que lo llame a todas horas y no pasa nada. ¿Y si lo llamara el amor de su vida?
Martin estalló en una fuerte carcajada.
—Te adelanto que «la novia del cadáver» sería la última persona con la que él saldría.
Lo señaló arrugando los labios.
—Eres un desagradable. Sé más respetuoso con mi amiga. Tiene un nombre. Se llama Dakota.
—Lo que tú digas. Pero no —sentenció, alejándose de ellas.
—¡Te vas a arrepentir de esto! —lo acusó con un grito, provocando que el público cercano se riera.
—Hazte ilusiones, maja —escupió una chica de las que pasaba cerca. Le mostró el dedo corazón. —Gilipollas.
Dakota seguía oculta debajo de la capucha. Kayla la atrapó del brazo tirando de ella hacia las enormes puertas de cristal.
—En serio, Morticia Addams... ¡No ayudas en nada! Pero en nada, nada.
—¡No soy Morticia Addams!
—Tampoco es que seas la señora castañuelas.
—Eso jamás.
—Lo eres. En tu vida paralela. Esa a la que pasas algunas tardes del blanco y negro, al color —le recordó, junto a un guiño gracioso.
Martin apretó el paso hasta donde Samuel y Alex ya estaban haciendo un cambio de libros en el casillero de Alex.
—Me acaban de pedir tu número de teléfono.
—¡No jodas! ¿No se lo habrás dado a...!
—¿A la novia del cadáver? ¿Me crees loco?
—¿Dakota? —Alex arrugó su nariz—. ¿Esa loca? ¡Te lo dije! —dijo a continuación, señalando a Samuel.
Este negó.
—¿Por qué? ¿Por qué ha de caerme a mí semejante maldición?
—Yo ya te dije aquel día. Ella te estaba mirando.
—No le he hecho nada para que se fije en mí. No tiene por qué hacerlo.
—¿Ser mono? —argumentó Martin, haciendo titilar sus pestañas como una chica.
Él le dio un empujón.
—¡No te pases!
Sharon lo agarró por sorpresa por la cintura. Con la conversación, no se habían percatado de su presencia.
—Esta tarde estaré en tu primer entrenamiento —sentenció, dándole un beso a continuación al tiempo que trepaba para abrazarle.
—Joder. El entrenamiento... No hace falta, Sharon. En serio.
—Yo digo que sí —lo contradijo, dándole un golpecillo con el dedo en su nariz—. Estoy ansiosa por ver lo bien que te defiendes. Te... —miró su trasero mordiéndose el labio inferior. Se lo apretó con una mano haciéndole dar un saltito—, mueves.
Martin y Alex se pusieron colorados. Les salió la risa nerviosa.
—¿Sabes? Nosotros también vamos a estar —le hizo saber Martin, alzando el mentón con orgullo.
—Ah. Bueno —respondió ella con falta de interés.
—A ver, sé que tu novio es el más importante. Pero, mira, seguro que alucinarás con nosotros. Jugamos de vicio.
—Ah. Claro, claro. Desde luego —volvió a responder con pocas ganas. Cogió la barbilla de Samuel apretándosela como si fuera un niño pequeño, poniendo la boca pequeña para decir lo siguiente—: Si te mueves como cuando hacemos el amor, tiene que ser una gozada —sentenció, chasqueando la lengua tras una risilla malvada, regresando hasta donde estaban sus tres amigas.
Alex y Martin se habían quedado con la boca abierta.
—¡Vale! Quitaros de la cabeza cualquier imagen que os hayáis hecho de esto. —Se llevó la mano a la frente—. ¡Qué vergüenza! Por favor.
Había sido una imagen desagradable. Ver cómo Sharon tocaba el trasero de Samuel con tanto descaro le dolió como un bofetón a mano abierta. Él no se merecía a una embustera como ella. Seguro que no estaría solo con él. Tendría a alguien más con quien pasar las frías noches si él estaba ocupado. Sharon... La mujer más deseada del instituto. ¿Cómo no va a tener un sustituto? ¿Por qué no soltaba a este bombón para que se lo llevase ella? Vale. Eso había quedado un poco egoísta, rastrero y necesario, además de extraño.
—Si al menos Martin nos hubiera dado su número.
—¡Te has pasado tres pueblos, Kayla! ¿Cómo vas y le dices que me gusta? ¿Pero a ti se te ha ido la cabeza, o qué?
—A ver, lo confundí. Primero le dije que me gustaba a mí. Luego a ti, y...
Dakota negó.
—Hemos quedado como unas perfectas estúpidas. Además, Samuel es como ese deportivo tan caro al que no soy capaz de acceder. No tengo tanto dinero en el banco. O, mejor dicho, no tengo la popularidad necesaria para que se detenga a mirarme. Para que muestre interés. Así que... ¡Olvídalo!
Kayla la agarró del brazo para que no se marchara.
—Un segundo... ¿¡Vas a tirar la toalla!? ¿En serio? —Ella asintió—. No puedo creerlo —lanzó, en un tono decepcionado.
—Dijiste que él no era para mí. ¿A qué diablos vienes ahora regañándome porque abandono?
—Ya. No sé. Pero... Pero es que esto se estaba volviendo de lo más divertido.
Su amiga rodó los ojos.
—La cuestión no es pasárselo bien a mi costa. La cuestión es que esto no funciona, ni va a funcionar jamás. No sé por qué debería de intentarlo. Por interesada que esté... —Kayla abrió la boca a punto de decir «te lo dije»—, y ya lo he confesado sin tapujos. Que lo sepas. Pues sí. Estoy interesada en él.
—Valeeee. Lo sabía. Perooooo... Y yo con Martin...
Cuando lo nombró, el nombre salió en un susurro. No quería que nadie se enterara. Dakota la miró estupefacta.
—¿En serio? ¿Y a qué esperas a pedirle su número? Y me echabas en cara que era una miedosa....
—A ver, siendo el tío que es, siendo amigo de quien es y en el lugar en el que está... ¡Tú verás! ¡Como para ir a por él de cara! No soy capaz.
—¡Le has pedido el número de Samuel! ¿De verdad no podrías haberle pedido el suyo? A veces, no sé por qué no sacas para ti las mismas agallas, Kay.
—¡Porque no es lo mismo!
—Ah. Claro. Cierto. Te toca de pleno a ti. Y mira a mí... ahora irá y se lo contará todo. —Se escondió de nuevo debajo de la capucha—. En menudo lío me has metido. Vas a conseguir que mi vida se autodestruya completamente. No sé por dónde agarrar esto.
—¿Por las nalgas de Samuel? —bromeó Kayla, divertida.
Le lanzó una mirada asesina.
—¡Eso no ha estado ni mínimamente gracioso! No me dejaría ponerle las manos ahí, ni aunque se lo suplicase.
—¿Y por sorpresa?
Rodó los ojos.
—Déjalo. No tengo por qué explicarte si esto ya no tiene ni pies, ni cabeza. Adoro mi privacidad, y tú la has echado por tierra. Créeme.
—¡Solo intentaba ayudarte!
Se giró hacia ella, furiosa.
—Lo empeoras con esa supuesta ayuda. En fin...
—¿Sabes? Creo que deberías de asistir a su entrenamiento esta tarde. Será su primer día. Cómo no estar allí.
—¿Más ideas tuyas? ¡Ni pensarlo! Déjalo ya, Kay. Además, Sharon estará allí. Ni lo sueñes.
—Cierto. Joder. Sharon por aquí, Sharon por allá. ¡Podría irse una temporada larga a las Bahamas y dejarnos respirar en paz a todo el mundo que la detestamos!
—El resto la echaría de menos. Su Instagram explotaría.
—Me importa un rábano. No la sigo. Por muy influencer y famosa que sea.
—Yo tampoco. Solo me faltaba eso.
Martin llegó a toda prisa hasta donde Alex y Samuel estaba. Estaban sentados en el pupitre de Alex, él en su silla, y Samuel con su trasero sobre la mesa.
—Tengo noticias frescas —dijo, casi sin aliento. Sharon aguzó el oído dirigiendo la mirada hacia donde estaban—. Pero no te lo voy a contar aquí —sentenció, tirando de su amigo para sacarlo fuera.
Casi se tropezaron con Dakota y con Kayla que estaban llegando. Dakota sintió un calor inmenso trepar por su cara. ¡Lo sabía! Sabía que le gustaba. Y lo peor, Kayla había sido quien se lo había contado a Martin, el cual, salía de clase con este, seguramente dispuesto a contárselo. Los esquivaron como pudieron. Dakota bajó la mirada al pasar por el lado de Samuel. Martin dibujó una risilla malvada. Dakota se había retirado la capucha de su chaqueta. Así que pudo observarlo de reojo para proferir una maldición casi inaudible.
Samuel frenó a su amigo.
—Vale, tío, va a sonar el timbre de entrada a clase. ¿Qué quieres?
—¿La has visto? ¿Has visto qué ha hecho?
Lo apartó para que lo soltara.
—De acuerdo. Sigues con lo mismo.
—Le gustas. Su amiga me lo ha confirmado.
—Y dale. Mira, no estoy para tonterías —sentenció él, huyendo de esta conversación. Martin lo retuvo de la muñeca.
—Hablo en serio, tío.
—¡Yo también! Deja de hacer esto. Me estás cabreando. Y mucho.
Sharon llegó corriendo.
—¡Joder! Se me ha hecho tarde. —Se detuvo para darle un beso a Samuel—. Buenos días, cariño. Que no te he dicho —dejó caer para luego meterse en el aula, junto a su corte de amigas guardándole las espaldas.
—¿Lo ves? Estoy ocupado. Así que déjame tranquilo. ¿Quieres?
—Valeee. Lo que usted diga —masculló este cuando Samuel ya no podía escucharle, con un tonillo irónico—. ¡Hay que joderse!
Mientras la señora Mendoza hablaba de La Guerra de Secesión, Samuel hizo un esfuerzo por fijarse en Dakota con disimulo. Tenía esa belleza engañosa que se visualizaba a través de su blanquecino maquillaje. Lucía tan pálida que parecía estar a punto de desmayo todo el tiempo. Una belleza que se le antojaba tétrica y enrarecida. Escuchó a Sharon que hacía un ruidito molesto tratando de llamar mi atención.
—¿Qué? —preguntó él a un volumen inaudible.
—¿Qué haces?
Lo había descubierto. Eso traería consecuencias. Se negaba a preocuparse, aun así.
—Nada —vocalizó como pudo para que le entendiera.
Sharon le lanzó una mirada asesina a Dakota. Suerte que ella estaba concentrada en la señora Mendoza y no se había dado cuenta. Luego trasladó la mirada hacia Samuel y negó.
—¡Ni se te ocurra! —verbalizó exageradamente frunciendo el ceño hasta la saciedad.
Samuel negó para dejarla tranquila. Se volvía a las normas. Esa no. No mires a..., no hagas esto..., no hagas lo otro... ¡Era una pesadísima locura!
Durante el almuerzo, Sharon no se apartó de él, como si estuviesen pegados con cola. No se fiaba. Ella no se fiaba de que Dakota tuviera el poder de encandilar a su novio. ¿De qué iba? ¡Qué le había dicho para que se fijara en ella?
Lo detuvo, de regreso a clase, para preguntarle.
—¿A qué viene ahora fijarse en Morticia?
—¿Qué? ¿Cómo dices? ¡Ha sido casualidad! ¿No puedo mirar?
—No. No puedes. Puedes mirar a Martin, a Alex, pero no a Morticia. ¿Me entiendes,
Negó.
Tiró de él hacia el baño de las chicas.
—Pero ¿Qué haces?
No había nadie, por suerte para ellos. Le mostró el envoltorio de un preservativo. Ya se habían dado algún que otro polvo en algún portal oscuro abierto, o en algún rincón donde encontrasen intimidad. Era la manera de hacer el amor más incómoda de todas cuanto podrían realizar. Con trazas de contorsionismo total. Lo metió dentro de uno de aquellos pequeños cubiletes que apenas tenían espacio suficiente para agacharse y sentarse en la taza del váter.
—Te voy a enseñar por qué no debes mirar a otras.
Samuel la apartó.
—¿Estás loca? ¿Y si nos pillan? ¿Sabes la que nos caería? No. Aquí no —sentenció.
Empezó a desabrochar los botones de sus pantalones. Samuel trataba de deshacerse de ella entre protestas.
Alguien entró. Sharon le tapó la boca para que guardase silencio emitiendo una risilla muda malvada. Pudieron escuchar la conversación de dos compañeras de clase que hablaban sobre unos chicos mientras se arreglaban. ¡Vale! Justamente, eran de su misma clase. Eran noticias frescas para que Sharon pudiera esparcirlas sin cortarse y burlarse de ello. Cuando salieron, dejó salir una risotada.
—¡Vale! Esa tal Melinda quiere acostarse contigo. Si supiera que, justamente, es lo que voy a hacerte ahora: follarte —sentenció, todavía tratando de quitarle los pantalones.
Se la quitó de encima como pudo. No quería hacerlo allí. Que los pillaran supondría para él el peor de los castigos recibidos del colegio, incluso de su madre. Y ya tenía suficiente con los rebotes que se metía cuando su padre trataba de hablar con él por teléfono. Acababa llamando a su madre porque él lo tenía bloqueado desde un primer momento. El timbre de regreso a clase lo salvó de no acabar gritándole a Sharon como un poseso con la consecuencia de ser descubierto con los gritos.
Se pasó el pantalón con prisa. Salieron del baño de las chicas todavía arreglándose. Y cuál fue la casualidad de hacerlo cuando Dakota pasaba por delante junto a Kayla. Sharon se atusó el pelo, arreglándose la blusa como si de verdad lo hubieran hecho. Dakota tragó saliva, enojada, girando su rostro hacia otro lado para no mirarla. Eso había sido como un puñetazo en todo el estómago dado con fuerza. Además de agregando esa risilla de burla, y luego esa otra de aviso de que no mirase a su chico. Dakota empezaba a perder la paciencia. Seguro que Martin se lo había contado cuando él ni siquiera la miró.
—¡No será capaz! —dijo Kayla, apretando con fuerza la mandíbula—. ¿Cómo pueden darse el lote en el instituto? ¿Dónde está la sensatez en este par de imbéciles?
Dakota negó, sin ganas de responder. Se sentía demasiado cabreada para mediar palabra. Esa despreciable de Sharon conseguía que la odiase con todas sus ganas.
Al llegar a clase encontró a Sharon hablando con sus amigas. Se la veía radiante. Seguro que lo habían hecho. Miró a Samuel. Se le veía acalorado. Se le caía todo de las manos. Incluso alguna que otra cosa del pupitre al suelo. Bien. De acuerdo. Puede que Kayla sí tuviera razón y ese tipo deseable, pero detestable, no era para ella.
Kayla tocó su brazo.
—Eh.
—Estoy bien.
Acarició su rostro, animándola. Miró de reojo al susodicho y lo encontró observándolas. Le dedicó un gesto de desprecio que esperaba que hubiese entendido. Nadie le hacía daño a su mejor amiga.
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