16.
Fue un tanto incómodo. Alex no podía mirar a la cara a Kayla después de lo que le hizo la tarde anterior.
—¡Pasa de ella! Esas dos están como una cabra —sentenció Martin.
—No son ni tan malas como se ven.
Martin miró a su amigo con extrañeza. Luego entornó la mirada y la dirigió hacia Alex.
—¿En qué me habéis dejado al margen? ¿Habéis quedado con ellas y no me habéis dicho nada?
—¡Tú siempre estás en modo escéptico! Es imposible decirte nada —lo criticó Alex.
—¡Pero formo parte de la panda! ¿Acaso no soy vuestro amigo?
—¡Siempre te estás quejando, joder!
—Solo quedé yo con Dakota. Y nada que ver con lo que aparenta. A ver, es borde si se arranca. Pero, en el fondo, tiene un lado más calmado y apacible.
Martin le dedicó una mirada lacerante.
—¿Al final te has enamorado de ella? ¡Estás loco, tío!
—¿Lo ves? ¡Ya vas poniendo pegas! Por eso no te cuento nada.
—¿No tuviste suficiente con Sharon?
—Ella no es como Sharon. Es... diferente.
Martin miró a Alex. Este alzó los hombros dándole la razón a su colega.
—Vale. Me rechina que me dejéis al margen —comentó furioso.
Intentó alejarse de ellos. Samuel lo detuvo.
—Vale, tío, si es que... si no fueras tan aprensivo...
—¡Trato de ser real! ¡Esa mujer es siniestra! Vas a sufrir con ella lo que no está escrito.
—¡Sharon es siniestra! Y he aguantado hasta el final.
Martin exhaló nervioso.
—Bien. Haz lo que quieras. Haced lo que querías. Necesito pensar.
—¿Pensar? ¿En qué?
—En si de verdad quiero ser vuestro amigo —protestó, alejándose definitivamente.
Esperaron a que se marchara. Alex soltó la frase que se había quedado adherida a su garganta.
—Nos lo hemos ganado. Lo hemos dejado al margen por demasiadas veces.
—Lo sé. Le debemos una disculpa más.
—Quizá, durante el almuerzo.
—Pues sí.
—Tío, ¿al final dónde te irás pasado mañana?
—¿Pasado mañana? —Se dio en la frente—. ¡Mierda! Ya será Acción de Gracias! ¿Cómo ha podido pasarme tan rápido? —Respiró hondo—. Aún no he dicho nada.
Tenía varias llamadas perdidas de su padre. ¡Con razón se había vuelto tan persistente! Seguía opinando que no quería ir allá.
—No lo sé. Pero paso de ver a mi padre y a su familia.
—Dale largas. Dile que irás por Navidad. O Año Nuevo. Yo qué sé.
—Año Nuevo me quedaré aquí. Quiero celebrarlo con mis amigos.
—Joder. Pues sí. Pensaba que te irías y nos dejarías tirados.
—Te dejaría. Martin está medio fuera del grupo. Será difícil convencerlo para que regrese.
Cuando Dakota veía a Samuel se le venía a la cabeza el momento arriesgado del casi beso y se sonrojaba. Hizo por escabullirse de encontrarse cerca de él. ¿Qué estaba haciendo? ¿No quería gustarle? ¿Y esta vergüenza? Quizá, más adelante. Parecía que, incluso él, necesitaba tiempo. Por cierto, ¿le habría contado algo Alex sobre su visita durante los entrenamientos? Cruzó los dedos instintivamente esperando a que la respuesta fuera NO.
—Tengo que largarme a casa. Esta tarde tengo danza.
—Imagino. ¿Ya estáis ensayando para el festival?
—Sí. Pero la condenada pirouette no me sale ni a la de tres.
—¿Sigues igual?
—Sí. Como si hubiera una maldición cayendo sobre mí.
—Igual es porque deberías de besar a Samuel antes del evento.
Le dio un empujón.
—¿Eres tonta o qué?
—¡Lo tuviste a huevo! Y podrías haberla roto con solo eso.
—¡No se romperá así! Es cosa de mi confianza y seguridad.
—¿Entonces?
—Aún recuerdo el sueño donde él salía sobre el escenario. Donde se metía en graves apuros por mi culpa. Y yo allí, observando sus partes anonadada...
—¡Te ha maldecido por ello!
—¡Si no conoce mi sueño!
—Te ha maldecido indirectamente.
—¡Ay! ¡Cállate! De verdad, Kayla, estás susceptible.
—¡Qué! Solo trato de ayudarte.
Dakota negó.
—Tengo que marcharme. Ya sabes. Tengo que meterme en la puñetera jaula de grillos.
—¡Ay!, pobrecita mía —canturreó Kayla simulando estar apenada, yendo a abrazarla.
—No. Aún sigo mosqueada contigo.
—Me importa una mierda. Pienso abrazarte igual.
—Pero... —Lo hizo—. Valeee. Te dejo porque, en el fondo, me caes bien.
—Ya. Sí. Claro. De lo contrario me harías una llave de judo y me provocarías una molesta contractura —le murmuró cerca del cuello.
—Pues sí. No dudaría en hacerlo.
La soltó. Elevó el pulgar.
—Suerte con tu giro pirouette.
—Créeme que la necesitaré.
Vio a Samuel de lejos salir con Alex del edificio. La miró con rapidez, pero de inmediato la ignoró como si nada hubiera sucedido la tarde anterior. Sacudió la cabeza con rapidez, deseando borrar la decepción que continuaba martilleando en ella.
—Estaba cantado que esto tenía que pasar. ¿De qué te sorprendes? —se murmuró por lo bajo.
Se subió al autobús. Antes, esperó a que nadie conflictivo estuviera en la puerta del mismo. De inmediato se colocó en los auriculares para sumergirse en sus pensamientos.
«Necesitas hacerlo bien. Necesitas ser la excepcional bailarina que has sido siempre. Si no, ¿cómo esperas triunfar?».
Como si eso fuera fácil.
Le llegaron imágenes a la mente del rostro de Samuel, de su aroma, de su cercanía. De sus labios dispuestos para lo que surgiera.
«No te iba a besar. Solo jugaba contigo».
Cómo no. Todos los chicos guapos se dedican a jugar con las chicas buenas. Ella no estaba dispuesta a jugar. Tendría que haberle empujado hacia atrás recobrando su distancia libre.
«Sí. Claro. Con lo que te encantaría hacerle de todo».
«¡Cierra el pico, borde! Me estás convirtiendo en una salida».
Samuel llamó a Martin por teléfono de camino a casa. Alex estaba a su lado. Se había puesto en la llamada el modo altavoz. Trató de convencerle de que aceptase su cambio de parecer. Quería intentar algo con Dakota. Puede que fuera distancia, que le pareciera inadecuada para él por lo extraña que era. Porque no quería que lo hiciera sufrir. Y porque no dejaba de darle tortas enseguida que tenía la ocasión. «¡Menuda chica más violenta y confusa!». Acabó convenciéndolo de volver al grupo. De aceptar lo que fuera. E iba a contarle cada acontecimiento que surgiera. No querían perder su amistad. Ni él, ni Alex. Tenían que seguir pasándolo bien, incluso durante el entreno, con aquella panda de locos, como les decían ellos.
—A mí también me gusta una chica.
—¿No jodas? ¿Quién?
—¿Quién? —gritó Alex desde atrás.
—Becca.
—¿¡Becca!? ¿¡La Becca Walker de nuestra clase!?
—¿Vais a poner alguna pega?
—¡No! No. Es mona —gritó Alex desde el otro lado del auricular.
—Vamos a ayudarte con la tarea de conseguirte una cita —dijo Samuel encantado.
—¿Va en serio?
—¡Totalmente! —lo apoyó Samuel.
—Si esto lo hacéis porque estoy cabreado...
—¡No! Lo hacemos porque somos amigos y creo que es bueno echarnos un cable. Además, también quiero ayudar a Alex.
Este miró a Samuel con una mueca de enfado.
—Nos estamos sincerando, tío. Ya he confesado que Dakota me gusta. No está de más que confieses quién te gusta a ti.
—Kayla. Me gusta Kayla —escupió, tras un resoplido fuerte.
—¡No me jodas! ¿Lo teníais planeado?
—No. Salió así instantáneamente. Esa tía no deja de picarme con su mirada. Me mola.
—Los dos estáis locos. En fin. Tengo que colgar. Estoy acompañando a mi madre al supermercado para la compra de Acción de Gracias. No tardará en buscarme, ya que me he apartado de ella para hablar con vosotros.
—¡Suerte con las compras!
—¡Ja! Muy gracioso, Alex. Conoces lo poco que me gusta comprar.
La llamada finalizó.
—¡Vaya! ¡Quién iba a decirnos que le gustaría Becca!
—Ahora que lo pienso, alguna vez la ha mencionado y ni le hemos dado importancia. Y luego, le dedicaba alguna que otra mirada durante el almuerzo en la cafetería. Ahora me encajan algunas cosas.
—Ojalá y le deseo suerte.
—¿Y a ti qué te ha pasado con Kayla?
Se lo contó con más detalle. Samuel soltó una risotada.
—Esa chica es peor que Dakota.
—Es la maldad en persona. La imagino como representando a la protagonista de la serie Miércoles.
—¡Eh! No le quites el papel a mi chica.
—¡Si te oye, te hostia!
Se tocó la mejilla.
—¡Por favor, otra vez no! —rogó, muerto de risa.
Se coló en la academia de danza. Se había asegurado antes de que las interesadas o conocidas estuvieran ya dentro. Dentro de clase para ser exactos.
La observó a través del cristalillo de la puerta. Estaban calentando. Y ella estaba preciosa. Llevaba los cabellos del color del azabache enganchados en un gracioso moño con una goma elástica bonita en rosa. Un maillot rosa, chaquetilla corta negra, medias, calientapiernas altos de color gris y zapatillas en punta. ¡Esas eran las famosas zapatillas en punta! Se frotó la espinilla imaginándola darle un puntapié con aquello si lo descubría allí fuera. ¡Ojalá y no lo hiciera!
Flotaba en el aire. Se movía como una muñeca de caja de música. Estaba tan embelesado que pareció que la respiración se le ralentizase. Para nada era la Dakota que conocía. No era aquella que solía ver día tras día, mucho más despreocupada y automática. Sonó la música. Todas las bailarinas, incluso algunos bailarines —como flirtease con alguno de ellos, la iba a abroncar—, incluida su prima Arianna, acataron las normas que la profesora les iba marcando. Una profesora con acento ruso que, a pesar de su avanzada edad, parecía mucho más joven y ligera. ¡Ya quisiera llegar así de lozano a su edad! Era la suerte de practicar deporte durante toda su vida... suponía.
Recibió un mensaje. Había sonado alto el sonido. Tenía que poner el teléfono en vibración si no quería que lo regañasen.
Entre bajar la cabeza y concentrarse en hacerlo, notó que alguien tiraba de su oreja con fuerza.
—¡Ay! ¡Ay! —gritó bajito por si acaso, poniendo su mano para frenar la fuerza de quien fuera.
—¿Ari?
—¿Qué haces aquí? ¿Quién te ha invitado?
—¡Nadie invitó ayer a tu amiguita y vinieron a mi entreno! —se envalentonó en una contraofensiva.
—Oh. Se trata de venganza.
—Ya ves. ¿Y qué haces fuera de clase?
—Te he atisbado y le he pedido a la señora Kozlov que me dejase ir al baño. Así abroncarte.
—¡Ja! Muy graciosa.
Se quedaron mirando un poco bailar a Dakota.
—Es bonita, ¿verdad?
—Lo es.
Le dio un codazo.
—¿Y qué haces que no le pides salir?
—¡No deja de hostiarme por cualquier cosa! Es de lo más violenta.
—Porque te lo habrás ganado. —Puso los brazos en jarra—. ¿Con qué la provocaste esta vez?
Negó.
—¿Sam?
—La llamé bruja.
Le dio un empujón.
—¡Pero eres idiota o qué!
—¡Que me haya enamorado de ella así tiene que ser cosa de un conjuro hecho adrede!
Le tocó la parte izquierda del pecho.
—Ese tiene la culpa de todo. Ella no hace esas cosas. Doy fe de ello.
Samuel suspiró.
—¿Qué me aconsejas, prima? ¡Estoy hecho un lío!
—Acéptala. Es muy buena chica. Creo que os llevaríais de miedo.
—¿Tú crees?
Sonrió sincera.
—Estoy casi segura. —Asintió—. Vale. Tengo que ir al baño y volver a clase. O la señora Kozlov me va a canear.
—Ok. Y, Ari.
—¿Sí? Gracias.
—De nada, hombre.
—Y... Ari.
—¿¡Qué!? —gritó por lo bajito.
—No le digas que estoy aquí.
—Me encantaría ver cómo te hostia —soltó junto a una risilla malvada.
—¡Muy graciosa! —protestó, entornando la mirada con molestia.
Devolvió la mirada hacia Dakota. Era un regalo fantástico verla bailar y disfrutar de ello. Porque lo hacía de fábula. Esa mujer llegaría alto, si se lo proponía. Si lo deseara, iba a apoyarla con todo lo que pudiera.
—Vale, tío, vete antes de que termine la clase y te pille. —Señaló hacia las zapatillas de su amiga—. Esas punteras duelen un huevo —le aseguró, muerta de risa.
—En eso ya lo he pensado.
—Bien. Me alegra saber que eres previsor. Bien. Chao, chao.
—Chao, Ari.
Continuó allí, como un resorte, tan embobado como al principio. ¡Maldita sea por enamorarle! Porque, si seguía observándola de aquella manera, así como ella era de especial y de bonita, el corazón iba a estallarle de amor.
«¡Maldita sea mi suerte! Y bendita, por tenerte cerca».
«¿A que no tienes narices de decírselo a la cara?».
«Pues no».
Su teléfono no dejaba de vibrar. Era su padre de nuevo. ¡Malditas fiestas! Maldita insistencia. Tuvo que salir de allí para llamarle.
—¿Qué pasa? —gritó con furia.
—¿Vas a venir? ¿Pasarás con nosotros el fin de semana?
—No. Me han surgido cosas.
—Por favor, hijo. Por favor.
—No. No puedo ir. Lo siento.
—No puedes dejar tirada así a tu familia.
—Tú lo hiciste. ¿Qué más dará?
—¿Y tus hermanos? ¿De verdad te dan igual?
Gruñó, sobrepasado.
—No he dicho eso.
«Creo...».
—Harper y Dylan tienen ganas de conocerte.
—No voy a poder ir.
—Puedo comprar el billete de avión. Cubrir los gastos. Ya que nos visitas, yo cubro los gastos.
—¿Y dejar a mi madre sola?
—Vamos Sam. Por favor —suplicó su padre al otro lado del teléfono.
—Ya te diré algo.
—Necesito saberlo ya. Es pasado mañana.
—Lo sé. Tengo que colgar.
Tenía que hacerlo. Seguía parado en la puerta de la academia de danza y se negaba a probar las punteras de Dakota. Por elegantes y pijas que estas se vieran. Ya le dolían las espinillas con solo pensarlo.
La clase de danza finalizó. Había sido un ensayo duro. Porque a la señora Kozlov no le gustaban las exhibiciones, ni festivales sencillos. Buscaba que fuesen épicos y que conocieran el nivel elevado de sus clases.
—Me duelen hasta las orejas —se quejó Arianna con Ironía.
Dakota se tocaba el muslo.
—Hoy se las ha vengado.
—Ya ves.
Arianna detuvo a su amiga.
—¿Ayer fuiste a ver el entreno de Samuel?
—¿Cómo lo sabes?
—Me lo acaba de decir él.
—¿Cuándo?
—¿No sueles decir que, donde las dan las toma? Nos ha estado observando desde detrás de la puerta. Por el cristal.
—¿¡Qué!?
—Le gustas, Dakota. Por si tenías dudas, a mi primo le gustas. Así que no lo dejes escapar. Necesita mucha ayuda. Lo está pasando realmente mal. El divorcio de sus padres le ha causado mucho daño.
—¿Sus padres están divorciados?
—Su padre se marchó con otra. Cosas de la vida cuando una pareja no funciona. Al menos, para él, no funcionaba. Y pasó de solucionarlo. Los dejó tal cual sin hacerse responsable de nada. Es ahora cuando se ha puesto al día con la intención de recuperar a Samuel. Imagínate el panorama.
—Madre mía. Con razón está así de susceptible.
—Lleva mucho encima. —Le tocó el brazo—. Me encantaría que entrases en la familia —agregó, junto a un guiño—. Venga. Vamos a los vestuarios.
Arianna se adelantó. Dakota se había quedado parada. ¿De verdad a él le gustaba? ¿Cómo podía ayudar a alguien a quien quería tanto?
—¿Vas a quedarte ahí por los siglos de los siglos? —Ella negó—. ¡Pues, muévete!
—Ari.
—Dime.
—Si le hago un regalo a tu primo, ¿lo aceptará?
—¿A Sam? —Ella asintió—. Se supone que aún es pronto para llegar a eso. No quieras correr porque ya sepas que le gustas. No corras tanto. O lo asustarás.
—Eso pensaba.
Palmeó su espalda.
—Paciencia, mi preciosa Padawan. Todo a su tiempo.
—¿Qué pasará en Navidad con su familia? ¿Te ha comentado algo?
Arianna suspiró.
—A ver, cariño, hace nada que hemos retomado el contacto. Para mí todo vuelve a ser nuevo. Así que no sé cómo lo tienen planeado. Eso sí, estas fechas no le gustan nada. Y eso lo tenéis en común.
—Sí. ¿Ves? En algo estamos de acuerdo.
—Ya veo. ¡Vaya dos! —añadió, rodando los ojos—. ¿Ya tienes los regalos para tu familia?
—Aún queda como un mes. Tengo tiempo de pensarlo. De calcular mi capital y saber a qué puedo llegar. Ojalá y pueda trabajar unas horas en algún comercio o cafetería. Voy viendo qué hay. Quiero tener unos ahorros para cuando me vaya a Nueva York.
—¿Te vas? ¿Cuándo?
Palmeó su hombro.
—¡En mis sueños! Por ahora. Me encantaría hacer una audición para alguna famosa compañía de danza.
—Es lo que todos en clase queremos.
—Todos no. América dice que tiene miedo a la fama.
—¿Miedo a hacer lo que tanto le apasiona? ¿Por qué? Es a lo que aspiramos... supongo.
—Ella es tímida. No lo olvides. No le gustaría recibir entrevistas para la prensa o televisión. —Asintió con determinación—. Seguro que cambiaría si alguna compañía importante la seleccionara.
—Opino igual.
Arianna se dio unos toquecillos en la barbilla. Luego se apoyó en Dakota para murmurarle al oído
—Podrías venirte conmigo a Nueva York. Compartir el apartamento.
—Esa sería una idea fantástica. Viviríamos, y estudiaríamos juntas.
Se apartó un poco para mirarla a los ojos. Arianna se sentía feliz. Eufórica.
—¿Verdad que sí? Y a lo mejor hasta trabajaríamos juntas. ¡Quién sabe!
—Aunque echaría mucho de menos a Kayla.
—Ella nos visitaría en fin de semana. ¿Por qué no?—Elevó un dedo—. Un día, nuestro sueño se hará realidad —dictaminó—. ¡Y será la caña!
Dakota asintió. Le dio unos golpecillos a Arianna para que reaccionara.
—Mientras, muévete hacia los vestuarios. Si nos enfriamos, pillaremos un buen catarro. Y paso de estar enferma.
—¡Joder, aguafiestas! Ya me has regresado a la realidad de golpe. ¡Eres malísima! —la regañó.
Le pellizcó los mofletes con ganas. Arianna gruñó.
—Te equivocas. Soy muy buena. Ahora mismo me estoy preocupando por tu salud. ¡Fíjate!
—¡Quita! Eres una desastrosa aduladora.
—Y a ti que te gusta.
—Adula a mi primo. Es a quien tienes que cautivar.
—¿A ese? A ese le tengo tanto respeto como al mismo diablo.
Arianna la miró sorprendida. Luego estalló en una carcajada.
—Sam estaría divino con un par de cuernos sobre su cabecita.
«Ya los tiene por culpa de Sharon».
—Sharon ya se los puso.
—¡Ah! Sí. La lagartona esa. —Hizo un mohín gracioso—. ¡Pero esa no cuenta! A esa no la quiero ni en pintura.
—Esa ya ha encontrado a otro a quien darle la matraca.
—¡Joder, qué rápida es! Pues nada. Tú quédate con Sam. Es quien te gusta. Por cierto ¿Cuándo...?
Dakota le dio un empujón.
—¡Cierra el pico! —protestó ruborizada.
Arianna se puso seria.
—¡Qué! Tienes que decirle algo.
—Cuando no muerda...
—¡Si no muerde!
—Porque tú lo digas.
Rodó los ojos.
—Sois tal para cual.
—No me tires de la lengua, bonita.
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