Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

14.

     Había sido incómodo aquel momento de sinceridad. Sin embargo, quizá había sido bueno que sucediera cuando ambos se habían abierto el uno con el otro, aclarando el por qué de aquel armisticio.

    «¿Hay paz? Míralo. Te está ignorando completamente. Más bien se ha armado la guerra».

    —¿Por qué te escondes del mundo, Dak? —preguntó súbitamente.

—¡No me llamo Dak! Me llamo Dakota. ¡Y no me escondo del mundo!

    Samuel se asomó por un lado de su portátil.

    —A ver, te ocultas del resto. No intentas agregarte al resto de la marabunta. Es obvio que, porque parecen odiarte por esas pintas. Pero. ¡Fíjate que hay varios en nuestro instituto que van similares a ti y poco se meten con ellos! Tú has caído en gracia porque no te defiendes. ¡Dales una hostia a mano abierta y que se jodan!

    —No es tan fácil. —Suspiró—. Igual sí soy oscura, huidiza, comedida, insurgente, ambigua... no sé... Creo que me volví así desde que averigüé que la muerte se lleva a los mejores. Y porque me gusta la música metal gotic; sus vestiduras y costumbres.

    —Costumbres... —Asintió—. ¿Chupan sangre y realizan sacrificios? —preguntó él frunciendo los labios con gracia.

    La encargada de la biblioteca les volvió a chistar. Samuel bajó más la voz.

    —¿Puedes dejar seca a esa para que se calle? —la señaló con el mentón dedicándole una mueca de fastidio.

    —¡Yo no hago esas cosas!

    Se rio en un susurro.

    —Imagino. ¿Y bailar? ¿Qué tal se te da bailar? Ya dije que me gustaría ver cómo lo haces.

    Dakota miró hacia el techo con gesto reflexivo.

    —Am... Déjame recordar... ¿Cuando tenías a uno de tus pupilos grabándome para sacarme en tus redes sociales con el hashtgat «Mirad que hace la patética de Dakota?».

    La señaló con el dedo moviéndolo insistentemente.

    —¡Ahí me has pillado!

    —¡Capullo!

    No podía dejar de reír. Trató de contenerse un poco.

    —Hablo en serio. Me encantaría verte bailar. Y no me ha influenciado Arianna. Ignoro cada uno de los mensajes en los que te menciona.

    —¡Hombre! ¡Gracias!

    —No hablaba en serio. Te lo juro.

    —Ya. Claro... —Negó—. Me da vergüenza.

    Frunció el cejo.

    —¿Vergüenza? ¡Seguro que has bailado delante de mucha gente en cualquier festival de los que hayáis hecho!

    —Pues... sí.

    Apartó a un lado el portátil y dejó caer casi medio cuerpo sobre la mesa para recortar distancias, mirándola a los ojos, al tiempo que apartaba su ordenador a un lado para que lo mirase.

    —Invítame este año.

    —¿Qué? —Apretó la mandíbula nerviosa—. ¡No!

    Retrocedió hasta su sitio.

    —No pasa nada. Le preguntaré a Ari.

    —¡No serás capaz!

    —Por ella sabré cuándo lo celebráis.

    —¡Eres un manipulador!

    —Y tú una bru... creída.

    Dakota ya había entornado la mirada dispuesta a enfrentarlo. Tuvo suerte de rectificar. A punto estuvo de volver a llamarla bruja. Se había contenido. De lo contrario, le hubiera tirado a la cabeza el libro de Romeo y Julieta a ver si le entraba en la sesera un poco de dulzura. Le parecía mucho más agrio que un limón.


    Se centraron en las tareas. Ella se levantó a por unos libros. Luego fue él. Se mostraban ocupados como si necesitaran de ese espacio para restablecer el punto inicial de calma.

    —No soy capaz de leer esto. ¡Es imposible! —graznó en un murmullo Samuel, iniciando la lectura del libro.

    Dakota elevó un dedo. Pedía un momento. Luego hizo el gesto de guardar todo —ya habían hecho lo que traían pendiente de trabajo—, y salieran fuera.

    —Te invito a un batido. Mientras, leeremos el libro. Tú harás de Romeo. Yo, de Julieta.

    —¡Sí, hombre! Todo el mundo nos va a mirar raro.

    —Que miren como quieran. Estamos haciendo un trabajo. Fin de cualquier explicación. —Le dio un toquecito en el hombro—. Venga. Vamos.

    Cerca había una de aquellas tranquilas cafeterías donde se incluían los batidos, meriendas u otras ricuras para esas horas. En vez de ello, se pidieron una pequeña porción de pastel cada uno. Eso, después de que él refunfuñara pidiendo que no lo invitase. No era justo, a su parecer.

    —Venga. Elige y sentémonos. O nunca leeremos ni un fragmento. A ver, yo sí. Pero tú no serás capaz de leer ni una frase sin quedarte frito.

    —¡Ja! Mira qué graciosa.

    —Te imagino. ¿Me equivoco?

    En un primer momento, Samuel se había quedado como pausado, negándose a responder. Acabó haciéndolo.

    —De acuerdo. No te equivocas —rezongó, soltando el aire al decirlo, sintiendo un ápice de culpabilidad.

    La tarta de queso estaba deliciosa. Dakota se la había pedido de chocolate. Samuel sonreía viendo cómo ella hundía la cuchara entre el oscuro mejunje, la sacaba y se la llevaba a la boca, dejándola completamente limpia.

    —Te encanta, por lo que veo.

    —Sí.

    —¿Y eso es compatible con la dieta para la danza? —Arqueó las cejas—. Dudo que algo así de hipercalórico se pueda añadir a vuestra dieta alimenticia.

    —Soy de quemar las grasas rápido. Además, no estoy en un nivel profesional. Puedo quemarlo cuando quiera.

    Él negó.

    —En cualquier deporte te hacen sentir culpable si engordas. He visto vídeos de bailarinas... —¿Ahora se interesaba por esa clase de cosas?—, y llegan hasta lo extremado de su delgadez. Dudo que, de ser bailarina profesional, te dejaran comer esas cosas.

    —Un extra se puede hacer de vez en cuando. Además, me he pedido una porción menuda.

    —Lo sé. Pero...

    —¡Quieres dejar de hacerme sentir culpable! ¡Intento comérmelo!

    Lo hizo estallar en una carcajada.

    —¡Estás muy mona cuando te enfadas!

    —No me llames mona. Queda ridículo. ¡Y saca tu libro! Tenemos que meternos en faena.

    —¡Ay, nooo!

    —¡No me vengas con «ay, no», don maridramas! Que no te pega. ¡Y deja de protestar! Mejor, dame las gracias por la merienda —bufó.

    Lo hizo reír de nuevo. Era graciosa cuando le apetecía. Ni tan oscura, ni tan soberbia, ni tan siniestra. Era la segunda o tercera vez —ya había incluso perdido la cuenta—, que creía que no le sentaba tan mal aquella ropa. Por sosaina y apagada que se viera. Eso sí: se veía demasiado pálida con los colores tan oscuros. La prefería en aquellos más claros o pastel.


    Hicieron lo que pudieron. Samuel se cansaba pronto. Y cuando surgía una de aquellas escenas más románticas —y eso era cada dos por tres—, le entraba la vergüenza y deseaba abandonar.

    —¡Esfuérzate, chico! Así no adelantamos nada. —Entornó la mirada con desafío—. ¿Y si te doy un morreo? Igual, incluso entras en escena adecuadamente.

    Samuel hizo aspavientos.

    —¡Ni de coña! —Se echó atrás en su silla cuando ella se adelantó—. ¡Ni te atrevas!

    «¿Lo ves, tontaina? Con él no hay nada que hacer. Ya te lo había dicho».

    Suspiró como cansada. Más bien, decepcionada.

    —Lo decía en broma, malpensado.

    Aunque no era cierto.

    Le costó. Pero se metió en el papel de una manera u otra. Dakota intentaba no enfatizar demasiado los diálogos más bochornosos para ambos. O de lo contrario, él saldría disparado a la mínima. Ya la había avisado.

    —¡No puedo con esto!

    —Lo conseguirás. Y no. No pienso hacerte yo el trabajo para el resumen.

    Puso cara de niño bueno.

    —¡Venga! ¿Sí? —rogó, juntando las manos. Ella negó—. ¡Traidora!

    Había llegado la hora de regresar. Dakota cogería un taxi y así, regresaría más pronto a casa. Samuel cogería el metro. Había llegado el momento de despedirse de una cálida y agradable tarde, por gélida que se mostrara en la calle.

    —Bien. Hemos hecho muchas cosas. Estoy feliz por ello.

    —Se supone que deberías de mostrarte tormentosa, con rayos y con truenos, quejándote de todo.

    —¿Por qué?

    —¿Porque eres así?

    Su comentario era como para enojarse. Se lo tomó con humor.

    —No tientes a la suerte, chico. No regreses con una mano marcada en tu rostro.

    Se llevó una mano a este.

    —¡Otra vez no! ¡Todavía tengo el recuerdo de la primera!

    —Te la ganaste. Y lo sabes.

    Samuel respiró hondo. Con una rapidez suprema la abrazó pillándola por sorpresa.

    —Gracias por la merienda. Por aguantarme. Por haberte contenido y no matarme en todo el tiempo que me he mostrado difícil.

    —No digas sandeces.

    Su aliento le hacía cosquillas en la mejilla. Eso hacía que Dakota se estremeciera, que la humedad apareciera de improviso en su zona más íntima.

    «Déjalo ir».

    «¡Pero es que ahora mismo me lo comería!».

    «¡Qué obscena!».

    —¿En qué estás pensando?

   Lo soltó de golpe retrocediendo para tomar lugar a una distancia prudente.

    —En... en nada —se atropelló al hablar.

    Samuel mostró su sonrisa más traviesa, achinándosele los ojillos, con el mapa de sus pecas, creándole un efecto mucho más atractivo.

    —¡Mentirosa! —respondió con un tono sugerente que la estremeció aún más. Dakota contuvo la respiración. ¿Qué iba a decir a continuación? ¿Qué haría ahora? Le hormigueaban las puntas de los dedos con solo pensarlo. Las mariposas de su estómago se sublevaban.

    Se acercó a ella. Recogió un mechó perdido colocándolo detrás de su oreja. Eso se sintió fantástico.

    —Tenemos que repetir esto. Me ha molado —murmuró cerca de sus labios.

    Ella no se movía. Él se acercaba peligrosamente a ellos. Descendía acercándose cada vez más a su boca. Dakota rogaba que lo hiciera ya. Aquel martirio se estaba volviendo insoportable. Era como el inicio de aquellos sueños en los que, sin tocarla en la realidad, en la ficción la había hecho estallar de placer.

    Sin previo aviso se retiró sin dejar de sonreír.

    —Que sueñes bonito, linda —sentenció, dejándola clavada en el suelo, todavía falta de aire.

    ¡Lo había vuelto a hacer! Había vuelto a comportarse como el niño borde y travieso que era.

    —¡Maldito seas, Samuel! —Bajó la voz aún más, pues antes lo había vocalizado en un murmullo—. ¡No sé cómo puedes ser tan cruel como para encenderme con tus armas de seducción, y apagarme de un soplido, como a una vela! ¡Te odio!

    Aunque no lo odiaba. Más bien lo deseaba. Lo había tenido cerca sin detestarle. Respirando sus mismas ganas por... ¿besarla? Al menos era lo que parecía.


    Giró la esquina. Se apoyó en la pared respirando precipitadamente deprisa. Por un momento estuvo a un paso de besarla con esas ganas que empezaban a aflorar en cuanto la tenía a escasos centímetros. ¿Cómo no preguntar si lo había maldecido con alguna clase de hechizo? ¡Él nunca se había fijado en ella hasta entonces! ¿Qué fue lo que lo impulsó a tomar el camino hacia dicha oscuridad? Una oscuridad que se teñía de colores agradables cuando traspasaba su otro lado más candoroso y angelical. En un momento era una oruga y al instante se convertía en mariposa, para retroceder nuevamente en su metamorfosis. ¿Y si se colase a hurtadillas en la academia de danza e hiciera real su deseo? ¿Cómo sería verla elevarse de tal manera que pareciese que se sostuviera en una atmósfera ligera y calmada, acompañada de una música que bien podría mecer un bebé en una nana? Porque así era como Samuel consideraba la música clásica o similar: demasiado lenta para su gusto, pero no desagradable.

    Trató de recobrar el aliento. Rememoró los labios pintados de un lápiz de labios de color ópalo. Amplios, carnosos, abiertos y expuestos al beso que nunca llegó. ¿Por qué no fue capaz de atreverse? Tal vez por no estar preparado para dar el salto hacia ese abismo negruzco que contenía un océano azul, en su fondo.

    Se tocó el pecho con la mano. Su corazón palpitaba descontrolado. Su pecho ardía. Sus zonas más sensibles habían tomado vida. ¡No! No. Eso no podía estar pasando. De verdad que no podía estar así de pillado por Dakota Miller. Esto no estaba planeado.

    Llegó un mensaje de su padre.


  PHARELL

    •«¿Qué harás, finalmente, en Acción de Gracias, hijo?».


¡Como si en este momento fuera capaz de pensar!


  SAMUEL

    •«Es pronto para saberlo».

  PHARRELL

    •«No tanto. Acción de gracias será en unas semanas. La Navidad está a la vuelta de la esquina».


    Recordó cuando todavía eran una familia. Cuando no tenía que decidir a qué casa ir para sentirse bien en fechas así de importantes. ¿Importantes? Más bien empezaban a ser estresantes.


    SAMUEL

    •«Seguramente, las pase con mamá. Con ella y con su familia».


  PHARRELL

    •«Pensaba que te apetecería conocer a tu nueva familia».


  SAMUEL

    •«No es mi familia. Es la tuya. ¡Así que déjame en paz!».


    Él había decidido tenerla. No había sido decisión de Samuel disponer de un futuro donde su supuesto padre los dejara tirados en una cuneta a él y a su madre. ¿De verdad creía que le apetecería formar parte de su nueva y feliz familia? Él no opinaba igual.

Ignoró sus siguientes mensajes. Así era mucho mejor. Al menos, por su parte. De esa manera tendría fácil decisión: "donde siempre. Con su madre y con su familia". Se llevó las manos a la cabeza. Frotó sus cabellos, nervioso, todavía sujetando con una su móvil. ¿Por qué se empeñaba en torturarlo? ¡Mejor sería que anulase su intención de pasarle la pensión alimenticia si iba a aprovecharla para hacerle chantaje! O mejor ponerse a trabajar y así, no estaría obligado a dársela y entonces, se despegaría definitivamente de él.

    Respiró tan hondo que le salió un quejido de rabia con la tensión que se acumulaba en cada recodo de su cuerpo. Debería cambiar de número de teléfono. Aunque su madre acabaría dándoselo.

    —Maldita sea —profirió hacia la nada elevando una pequeña nubecilla de vapor. El frío apretaba con ganas. ¿Ella habría llegado bien? Solo tenía que preguntárselo. Seguro que le respondía. Con el taxi estaría ya legando a su destino.


  SAMUEL

    •«¿Has llegado a casa? ¿Has llegado bien?».


    Tardó un poco en responder. Fue paciente. Iba leyendo los mensajes ya de camino hacia la estación del metro.


  DAKOTA

    •«Acabo de apearme. Ya estoy abriendo el portal... Ya estoy dentro. Casi en casa».


  SAMUEL

    •«Te acompaño hasta que llegues arriba».


  DAKOTA

    •«No hace falta. Estoy bien. ¿Y tú, dónde estás?»


  SAMUEL

    •«Todavía en la estación de metro. No tardará en venir. Estoy bien. Sigo de una pieza. Puedes respirar tranquila».


  DAKOTA

  •«Mejor sigue de una pieza si no quieres que yo misma te descuartice a tortas».


  SAMUEL

    •«¡Pero cuánta violencia! ¿En tu anterior reencarnación fuiste púgil o algo así?».


  DAKOTA

    •«¡Más quisiera para dejar a los cuatro graciosillos de turno KO!».


  SAMUEL

    •«Mientras no me dejes a mí... ».


  DAKOTA

    •«No discutas conmigo, por si acaso. Ya estoy abriendo la puerta de casa. Te dejo. Seguramente, tendré que echar una mano a mi madre con la cena. Gracias por la tarde de hoy».


  SAMUEL

    •«Gracias a ti por no asesinarme y esconder mi cadáver... ¡Es broma! Gracias por esta tarde tan agradable».


    Se tocó la cara con la mano libre. Su mejilla ardía. Se sentía acalorada, exultante, agradecida.

    —¡Ey! Se te ve feliz.

    En su cabeza se escuchó el sonido peculiar de un disco de vinilo que se detiene forzosamente.

    —Hola, mamá. Estaba... estaba hablando con Kayla.

    —Oh. Bien. Entonces será que has tenido una tarde provechosa para que te sientas así de relajada.

    Se encogió de hombros. ¡Si ella supiera!

    —Supongo.

    —Vale. —Señaló hacia la mesa medio puesta—. ¿Me ayudas a terminar?

    Asintió.

    —Claro. Antes dejaré la mochila y mis cosas, en mi cuarto.

    —Me parece bien —sonrió.

    Llegó hasta él. Se metió dentro. Dejó las cosas sobre la cama y se sentó en ella moviendo sus manos como si se tratara de abanicos. ¿Hacía calor, o solamente sucedía en su mundo de flipada? Porque según el termómetro de la farmacia marcaba muy pocos grados. Será que, en su mundo paralelo, si se permitía sentir algo así de intenso por uno de los solteros con premio más codiciados: Samuel Young.


    Sería fácil. Sería de lo más fácil verlo moverse por los pasillos sin tener que esquivarle. Que esquivar su mirada. Y otra vez el sonido del disco fallido sonó.

    «¿Y qué pasa con Sharon? ¿De verdad crees que no te hará la vida imposible? ¿Estás segura de que Samuel no se excusará hoy jurando y perjurando que lo que ocurrió contigo fue un malentendido? De lo contrario, ¿Cómo iba a arriesgarse a manchar su orgullo?».

    Los nervios la traicionaron. Su respiración se aceleró sintiendo una asfixia ascendente producida por una creciente ansiedad. No podía ser todo así de fácil. Incluso podría decir que él no había pasado la tarde con ella y que ella se lo inventaba, en el caso de que la noticia de la quedada para hacer las tareas se supiera y se entendiese. Le había pedido a Kayla discreción. La había mantenido informada en todo momento sobre la cita. Bueno... no en todo. Aún no le había contado que estuvo a punto de besarla. En algún momento tendría que hacerlo. Mejor, hacerlo cuando la viera. Podría ser mucho más explícita con la narración sin que surgiesen malentendidos que la colocaran en un apuro. Aunque, con Kayla, su mejor amiga, no tenía por qué temer nada. Siempre la había creído a pies juntillas, pues confiaba en ella. Y viceversa.

https://youtu.be/SRAfusU7sIU

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro