Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

12.

   Samuel se despertó boqueando falto de oxígeno. Estaba empapado en sudor. Gracias al cielo solo había sido una pesadilla, y uno fruto de una situación traumática donde la imaginación se le hubiera echado a volar. Aquella pared invisible. Aquello que ocurría... ¡Todo formaba parte del mal sueño! Se frotó la frente.

    —¡Joder! Esto tiene que acabar —masculló, intentando recuperar un ritmo adecuado.

    —¡Esta mujer va a terminar conmigo! —añadió, todavía con la voz entrecortada, en un susurro.

    Bien. Después de todo ello, venía la parte complicada: cruzársela por los pasillos fingiendo que no había pasado nada. Mucho menos, lo del bofetón que lo ridiculizó la tarde anterior en la bolera.

    Se supone que buscaba venganza. Sin embargo, y tras el mal sueño, era como si hubiera visto un perrito perdido en medio de la calzada y necesitara rescatarlo.

   «¡No te incumbe a ti! Lama a los de la protectora».

    «¡Ja! Muy graciosa, vocecilla».

   Con todo, ya se le estaba cortocircuitando el cerebro.


    Se encontró con Alex y con Martin a las puertas del instituto. Alex se adelantó para hablarle.

    —¡La leche! Qué mala cara nos traes!

    Samuel negó.

    —No os preocupéis. Estoy bien.

    —No lo parece —añadió Martin agachándose un poco para ver su cara en una mejor perspectiva.

    —Ella está dentro —avisó Martin—. Bueno, ambas lo están. Te espera una buena.

    El estómago le dio vueltas sintiendo náuseas. ¡No! Iba a enfrentarse a lo que fuera. A quien fuera.

    —Que hagan lo que quieran —masculló como si le importase bien poco que los puntos de inicio de un buen conflicto que formaba parte de obstáculos en la trayectoria que obligatoriamente tenía que tomar.

    Recordó el sueño. A Dakota precipitándose. Sintió un escalofrío. En el sueño, ¿finalmente moriría? Fue una suerte no ver el final. Prefería no saberlo.

    «¡Condenada suicida!».

    Tomó el valor suficiente para entrar, acercarse a su casillero, hacer un cambio de libros e iniciar su marcha de camino al aula. Pasó por el lado de Dakota ignorándola. No estaba preparado para enfrentarse a ella cuando todavía tenía que negociar consigo mismo sobre qué hacer con ella. Vio a Sharon en la distancia besándose con uno de aquellos chicos de su equipo. En concreto, con Aaron. Puso gesto de asqueado. Ella se dio cuenta de su presencia, soltó al chico, e inició una carrera ligera hacia él.

    —¡Ey, Sam! No te había visto.

    —Claro que no. Estabas sorbiéndole el cerebro a Aaron por la boca.

    ¡Si es que ella era toda una alienígena sexual en potencia! Cómo no.

    Le dio un abrazo apretado repentino. Se apartó un poco para reírse en su cara.

    —¡Ey, Sami! Sin rencores. Pero tú dijiste que...

    Se la quitó de encima sin ninguna delicadeza.

    —Pues, ¿qué haces abrazándome?

    —¡A ver! ¡Que es culpa tuya! Tú me ignoraste. Pasaste de ir a la fiesta conmigo. Me dijiste que cortáramos.

    —Exacto.

    —¿Entonces, por qué te molestas conmigo?

    —¿Porque sigues actuando como si fuera de tu propiedad? ¡Me niego a hacer tríos! —lanzó con sorna y repugnancia.

    Sharon asintió.

    —¡A mí me parecería perfecto!

    —¡Vete al infierno! —sentenció Samuel apartándose de ella, dándole un golpe seco en el hombro al pasar por su lado. ¡Quería que lo dejase en paz de una puñetera vez! Esa mujer debía de tener como medio cerebro cuando no entendía nada. O quizá, no quería entender para llevarse tajada de lo que fuera.

    Recordó que tenía entrenamiento la tarde del día siguiente. Ella estaría allí con su nuevo novio. Mientras no se le acercase con excusas idiotas, se conformaba. Fútbol... Si ya le gustaba poco, aún le gustaba nada con ellos pululando a su alrededor.

    Durante los horarios de clase trató de concentrarse en la explicación del docente. En lo escrito de cualquier apunte o libro. Menos desviar la mirada hacia cualquiera de ellas. O de aquellos que orbitaban a su alrededor y tuviesen relación. Porque la amiga de Dakota lo estaba mirando como si quisiera asesinarlo. O el mismo Aaron. ¡Maldita sea! Iba a buscar una excusa en los entrenamientos de mañana para romperle los huevos, ¿por qué no? Le había robado a su supuesta novia. Aunque ya no hubiera nada. Era un robo igualmente, en su opinión.

    Adquirió el almuerzo en la cafetería. No tenía idea de quedarse allí, pero terminó por hacerlo. Sus amigos lo acompañaron.

    —Estás más raro que de costumbre. A ver, que la hostia de ayer fue histórica, ridícula y eso. Pero, tío, ¡pasa de ella! —le aconsejó Alex!

    —Sharon no ha esperado a que se enfriase nuestra relación.

    —Vuestra relación ya era un témpano de hielo, por Dios —gruñó Martin, masticando despacio.

    —Eso es verdad.

    Martin alzó las cejas en un «lógico»

    La conversación se volvió distinta. Más banal. Hablaron sobre la próxima partida en el PC con su juego favorito. Regresaron las imágenes de su pesadilla: a Dakota llorando aferrada a una baranda de la que pronto se soltaría. Llorando sin consuelo. Soltándose de ella, precipitándose en busca de la muerte. Una arcada violenta subió hasta su garganta. Se llevó la mano a la boca.

    —Tengo... tengo que ir al baño.

    —¿Quieres que te acompañe? —se ofreció Alex.

    Samuel se puso en pie, apretando el paso hacia la puerta de salida, con alguno de los presentes mirándolo.

    —¿Qué le pasa? Se está tomando todo a la torera, joder —protestó Martin.

     —Es complicado, tío. No lo presiones.

    Alex salió en su busca. Temía que se desmayara y se diera cualquier golpe seco en mal lugar y se quedase traspuesto en el baño, sin ayuda. No podía hacerle eso a un amigo.

    Samuel devolvió lo poco que se había comido. Sollozó angustiado. Se estaba volviendo frágil, vulnerable... Todo por la condenada de Dakota, quien le afectaba más que Sharon.

    —Me las vas a pagar —bisbiseó, sintiendo la bilis en el paladar. Tenía que deshacerse de ello.

    Salió para enjuagarse. Se encontró con Alex.

    —Eh. ¿Te llevo a enfermería? —le preguntó de inmediato, ayudándolo a llegar hasta el lavabo, ya que iba tambaleándose.

    Samuel negó. Hubo otra arcada. Salió el sonido, pero no hubo más que eso. Se frotó la frente con las manos abrumado.

    —Estoy... hasta... los huevos.

    —Imagino. ¿Qué más ha ocurrido ponerte verte así de enfermo?

    Le contó lo del mal sueño.

    —¡Ay, qué mal rollo! ¡Ni pienses eso! ¡Joder! Joder —fue maldiciendo Alex, apoyándose en el lavabo de al lado—. ¡Eso no va a pasar, tío! —lo enfrentó.

    —¡Y tú qué sabes! La estamos catapultando hacia ello. Hacia un fracaso personal inminente.

    —Ya. Pero ella es mucho más inteligente que eso.

   —No se basa en inteligencia, Alex. Se basa en psicología. Y me parece que, de eso, ya le van flaqueando las fuerzas.

    —O no. Te enfrentó con un hostiazo. ¿Recuerdas?

    —Fue la respuesta a su ataque de nervios.

    Alex se encogió de hombros.

    —Te repito que ella es mucho más fuerte que eso.

    —¿¡Y tú qué sabes!? —le gritó en la cara.

    Alex alzó las manos.

    —Vale. Parece que estás mucho mejor. Prefiero largarme antes de que me hosties a mí también —sentenció a punto de salir del baño. Antes se detuvo y se dio la vuelta—. Pero si me necesitas, llámame. Se puede usar el móvil para emergencias como estás.

    —Eso díselo a Benjamin, antes de que me amoneste.

    —Ok. Lo tendré en cuenta —largó con ironía. Benjamin los tenía bien puestos. No se amilanaba ni antes una súplica convincente. Por eso lo habían puesto como encargado de vigilar los pasillos. Por su corazón de acero. Sin hablar en el buen sentido. Más bien, lo tenía como un glacial.

    Se miró al espejo. Volvió a refrescarse el rostro. La angustia no se había ido del todo. A pesar de ello, tenía que salir afuera cuando, en unos diez minutos, sonaría el aviso de regreso a las clases.

    Dakota se sentía inquieta. No había perdido de vista a Samuel. En un principio se preocupó cuando lo vio salir tapándose la boca, con una mano, y con la otra, aferrado a su estómago. Algo no le habría sentado bien. Luego recordó de qué lado estaba y se obligó a ignorar el hecho. «Que apechugue con lo que tiene. Le pasa por capullo».

    No podía acabarse el almuerzo. No le entraba mucho más. Y ser el centro de miradas y risitas no ayudaba en nada. Nunca te acostumbras a ello.

    —Quiero hacer algo —rezó, levantándose.

    —¿Dónde vas?

    —A practicar.

    —¿Y si alguien te ve?

    —Seré cauta.

    Kayla conocía esa faceta de ella donde bailar calmada una pizca su ansiedad. Era como un placebo acertado a sus frustrados sentimientos y para su paz.

    —¿Quieres que te acompañe?

    Negó.

    —No hace falta.

    —Vale. Luego te busco.

    —Claro. Veré si el gimnasio está vacío.

    —Allí te buscaré en primer lugar.

    —Sí.

    Salió de la cafetería. Se cruzó con varios alumnos que la observaron extraño. ¿Por qué no siendo la única que vestía diferente al resto, ella tenía que cargar con este sambenito? Ni siquiera Benjamín parecía querer orden en este sentido. El acoso escolar está sobrevalorado cuando se lavan las manos si buscan no hacer mucho ruido, y ser salpicados por la presión mediática. ¡Una desgracia!

    Se coló dentro. Buscó su teléfono. Abrió YouTube. Entre todos los vídeos relacionados con la danza escogió uno. Lo puso en marcha a un volumen que no se escuchara desde el pasillo. O eso era lo que quería. Que nadie entrara llevado por la curiosidad. Se descalzó. Con calcetines, empezó a buscar la comodidad de sus pies en puntillas, casi como cuando llevaba sus zapatillas de danza. Estos ya se habían acoplado a encontrar la forma. Incluso sus dedos sufrían heridas, grietas, y alguna malformación por los años de baile. No importaba si eran de lo más ergonómicos para lograr el equilibrio y la perfección de sus piruetas.

    Pero aquella pirueta en la que ahora flaqueaba seguía dándole guerra. El equilibrio se negaba a ser constante durante los ejercicios en los que la incluía.

    —¡Mierda! ¡Mierda! —mascullaba airada.

    Repetía y repetía el programa de ejercicios memorizados y al llegar a este, seguía fracasando. Se sentó en el suelo dando con los puños contra este.

    —¡Maldigo el día en que te conocí, Samuel Young!

    Seguía sin quitárselo de la cabeza. ¿Qué podría hacer, entonces? ¿Abandonar la danza cuando su cuerpo se encaprichaba en jugarle esta mala pasada? ¿Hacer alguna clase de ceremonia de hechicería que rompiera esa mala suerte?

    «¿Tú haces magia? ¿En qué quedamos? ¿No dijiste que no eras una bruja?».

    En este instante desearía serlo más que nunca. Por lo menos, tendría recursos para salir de este mal paso, se supone.

   El timbre sonó. Tenía que calzarse y correr hacia su aula. De vuelta a la rutina. ¡Qué poco le apetecía!

    Cuando entró, vio que Samuel ya estaba dentro. Se había sentado en su pupitre. Tenía la mirada fija en su cuaderno. Parecía la más hermosa de todas las esculturas de cualquier Dios griego.

    «Baja de las nubes. ¡Estás tan confusa, Dakota!»

    Sí que lo estaba. Y el castigo que ejecutó en él se lo merecía por idiota. Un idiota bien parecido, único, para ella, el más único de los que se había enamorado.

    «¿Por qué sueles encomendarte a los chicos terribles e inalcanzables?».

    ¿Samuel era malo? No lo veía tan mala persona. Aunque sí un poco tontín y con ganas de recibir alguna galleta de vez en cuando, por gracioso.

    «Te gustan los amores tóxicos». «Me gusta Samuel. Fin del comunicado».

    El pavo le estaba causando un desorden de pensamientos y emociones consigo misma y hacia él. Eso ya era un buen problema.

    Seguía mirándolo, embelesada. No podía evitarlo.

    —Deja en paz a mi novio —murmuró Sharon, agachándose por sorpresa para que solo la escuchase ella. La hizo dar un respingo cuando no la esperaba.

    —-Puedes quedártelo entero.

    Sharon acarició su cabeza como si fuera un perro.

    —Buena chica. Espero que seas así de obediente siempre.

    Kayla le dedicó una mirada asesina a Sharon. Esta la miró entornando la mirada.

    —¿Y tú qué miras, loca?

    El profesor de literatura llamó la atención de Sharon.

    —Por favor, señorita Farley ¿Puede sentarse y dejarme iniciar la clase?

    —¿Eh? ¡Ah! Por supuesto —canturreó, divertida.

    Samuel no volteó. Alex y Martin se habían dado cuenta de la escena. Martin puso los ojos en blanco. Alex frunció el ceño, cansado de que Sharon siguiera metiendo baza en algo que debería de olvidar. Su amigo ya se había cansado de ella.

    En el segundo descanso se hablaba de lo ocurrido en clase. Aunque Sharon había bajado la voz, se la había escuchado perfectamente. Hacían apuestas. Apuestas sobre cuánto durarían aquellos dos. O cuánto aguantaría Dakota bajo la presión de la reina del chiringuito. Sharon tenía tan gran influencia que podría castigarla sin tocarla, a través de otros. Era el demonio en persona. Mientras, se entretuvo haciendo manitas en el baño con su nuevo novio, sin detenerse a pensar en los sentimientos de Samuel. Al fin y al cabo, según él, lo habían dejado. Dakota seguía necesitando espacio. Se movió por fuera del edificio, acompañada de Kayla, lejos de las miradas y los comentarios dolientes de quien había presenciado la escena en el aula. O de los que se habían enterado por medio de cotilleos.

    A la salida de clase Dakota se dio prisa por desaparecer. Sentía asfixia en aquella atmósfera viciada de odio e inquina. Kayla se esforzó por seguirle el paso. Llevaba una velocidad vertiginosa, sin preocuparse en si se tropezaba o no. Aún le quedaba el siguiente martirio: meterse dentro del autobús amarillo, con parte de lo peor de aquella rutina estudiantil. Ojalá y encontrase plaza en otro lugar para marcharse cuanto antes. Su lado cansado rezaba por ello todos los días. «Como si eso fuera barato!». Pues, aunque tuviera que compaginarlo con un trabajo de unas pocas horas, cualquier sobreesfuerzo le parecería adecuado para huir de un mundo irrespirable y turbio en el que se movía.

   Kayla le dio un grito a Sharon. Era tarde. Esta ya había agarrado a Dakota de la muñeca y la había detenido. Ella la miró con aversión.

    —¡Suéltame!

    ¿Dónde estaba Benjamin cuando hacía falta? Esto que estaba sucediendo se merecía una sanción, además de pasar por el despacho del director.

    —Oye, muerta de hambre, cuando te digo que dejes en paz a mi novio, hablo en serio. No has dejado de dirigirle miraditas interesadas.

    Que Sharon se movía en el amor a dos bandas ya no era un secreto. Se había esparcido como la enfermedad más contagiosa existente. Ese no era el momento de meter baza y cabrearla aún más. Dakota solamente quería paz. Así que ese tema lo evitó.

      —Ya te he dicho que no me interesa. Y que te lo puedes quedar entero.

    —Sí. Pero tus ojos se lo siguen comiendo.

    —¡Te he dicho que no! —siseó, comenzando a sudarle las manos con los nervios.

    —¡Pero te gusta!

    «¡Claro que sí! ¡Te jodes, guarra! Ojalá fuera mío. Te daría con la decepción en todas tus narices».

    —¡No!

    Se había formado un corralillo alrededor de ellas. Benjamin seguía sin aparecer. Seguramente, estaría en un rincón escondido saboreando esta escena de pelea de gatas. ¿Por qué no sustituían a ese incompetente?

    Se sacudió buscando soltarse. Ella la agarró con más fuerza.

    —¿A dónde crees que vas? ¡Mírate! No eres más que una mierdecilla vestida de negro. —Endureció su mirada, clavándola en ella con odio—. Das lástima. No sabes ni vestirte, ni maquillarte, atontada.

   —¡Voy como me da la gana! —le gritó a la cara.

    Se escuchaban risitas, cuchicheos. Murmullos de críticas y de burlas. Era un momento incómodo. Embarazoso.

    Estaba a punto de llorar. Sus ojos se humedecían por momentos. Tragó saliva deteniendo al nudo que ascendía por su garganta. ¡No iba a mostrarse como una cobarde, aunque aquella mujer que se merecía lo peor! Eso significaría una victoria para ella, y un gusto y disfrute. ¡De eso nada!

    —¡Eh! ¡Tú! —El círculo se rompió por una parte. Samuel llegaba a pasos rápidos. Se metió dentro para encararse con la acosadora—. ¡Déjala en paz! —dictó, con las aletas de sus narices dilatadas. Estaba colérico.

    —¡Tú y yo tenemos que hablar! Pero no ahora. Así que no te entrometas.

     Elevó su dedo corazón apretando con fuerza su mandíbula. Tiró de Dakota para llevársela, forcejeando hasta que por fin consiguió su cometido.

    —No hay nada de qué hablar. No te acerques a mí, ni a ella.

    Los murmullos se multiplicaron. ¿Estaría ahora con ella? Era la pregunta que corría de boca en boca.

    Dicho esto tomó velocidad con el fin de llevársela de allí.

    —¡Sam! ¡Sam! —Él volvió a mostrarle el dedo corazón sin darse la vuelta ni detenerse. Había sobrevalorado la manera de Sharon. Porque, en realidad, era muchísimo peor de lo que parecía.

    Dakota se dejó arrastrar afuera. Quería llegar hasta un punto neutral donde librarse de toda aquella chusma despreciable. Kayla iba detrás. Quería asegurarse de que su amiga estaría bien.

    Al tocar la parte exterior de las puertas, Dakota se revolvió para soltarse.

    —¿Qué crees que haces?

    —¿Salvarte?

    —No necesito que me salves. ¿Acaso quieres que vuelva a atizarte?

   —¿No sería mejor que me dieras las gracias, mujer poco agradecida?

    —Qué extraño que no me pongas un sobrenombre de esos graciosos con los que me etiquetáis.

    —Ya no me parece gracioso. Me parece denigrante.

    —¿Estás enfermo o algo así?

    —Más bien estoy condenado a la crítica, por salvarte. Pero me importas una mierda. Fíjate. Pues nada. Nos vemos, Dakota.

    Su nombre real sonó armoniosa e increíblemente excitante, con su voz grave y rasposa. Le causó incluso un escalofrío. Le había llamado Dakota. ¿Qué se había metido? ¿Qué lo había hecho cambiar de parecer? De comportamiento.

    —¿Qué le pasa? —se extrañó a la vez Kayla.

    —No lo sé. Pero esto no es normal —murmuró Dakota sin fiarse de este nuevo cambio. Seguramente sería algo puntual que luego regresaría a ponerse feo, como de costumbre.


    —¿Estás mejor? —preguntó Alex a su amigo, poniendo una mano en su espalda.

    —Lo estaré cuando todo se estabilice. Seguramente, la ira de Sharon me aplastará como un zapato de acero.

    —¿A quién se le ocurre socorrerla? —interrumpió Martin.

    —Le estaban haciendo algo injusto. Benjamin no aparecía. Nadie parecía querer salvarla. He hecho una buena obra, ¿no creéis?

    Martin negó.

   —Sé que te gusta. Pero perdona que te diga que estás empeorando por ella. Estás enfermo de amor por...

    —¡Cierra el pico! —le gritó, haciendo que la gente los mirase.

   Martin lo señaló.

    —Estás enfermo de amor por ella. No digas que no te he avisado —sentenció, sin tragarse la última palabra.




Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro