25. Ella
Prepárense para llorar porque se vienen capítulos intensos...
No recuerdo otra época de mi vida en la que haya estado tan nerviosa, constantemente alerta y ansiosa. Habían pasado dos semanas desde que Luca había comenzado a entrenar a los niños, venía cada tarde desde las tres y los organizaba en grupos hasta las cinco. Después merendaba con ellos y luego, antes de las seis, se marchaba.
Al principio me había esforzado por no cruzármelo, pero pronto comprendí que él también me estaba evitando. Así que me esforzaba por concentrarme en el trabajo de la tarde y en preparar el inicio de la construcción del pabellón nuevo mientras de fondo escuchaba a los niños gritar y aplaudir.
A veces no lograba quedarme en mi escritorio y me acercaba a la ventana a mirarlos. Me gustaba ver cómo alentaba a los niños, no los regañaba ni les gritaba nada que pudiera ser negativo. Siempre los apoyaba y trabajaba con cada uno en lo que fuera que le costara más.
El segundo día de entrenamiento había llegado con un bolso cargado de zapatillas deportivas para los niños, también había traído conos, pelotas, infladores y materiales que se usan para entrenar. Me dieron ganas de bajar a regañarle por estar gastando dinero en eso, pero no lo hice porque sería causal de otra pelea y porque Julia me lo había prohibido.
—Si tú tuvieras el dinero que él tiene harías lo mismo o más —me había dicho.
Y tenía razón... tenía toda la razón.
Ese día era viernes, el reloj marcaba las seis de la tarde por lo que pensé que él ya se había marchado. Iba a bajar a buscar un café cuando alguien golpeó la puerta.
—Adelante —dije convencida de que sería Julia que disfrutaba de torturarme con las aventuras de Luca en los entrenamientos y el amor que los niños le profesaban ya a esas alturas.
Pero no era ella.
Un Luca guapísimo vestido con su ropa deportiva y con el cabello húmedo por el sudor del entrenamiento estaba de pie en la puerta de mi despacho con un par de carpetas.
—Permiso, directora —dijo formal y yo puse los ojos en blanco. Así que íbamos a jugar de nuevo.
—Pasa —respondí.
Se sentó en la silla frente a mi despacho y colocó las carpetas encima.
—Me dijo Julia que estos proyectos debían pasar por tus manos, así que aquí te los muestro. Son actividades para recaudar fondos para mandar a hacer los equipos de los niños. El diseño ya lo han elegido —dijo y sacó un papel con un dibujo hecho a mano y con trazos de niño que yo conocía muy bien, era una camiseta con rayas diagonales en color azul y blanco, un pantaloncito azul y medias celestes—. Lo ha diseñado Inés, pensamos que el color debe ser principalmente azul, por el nombre de la casa.
Mi corazón comenzó a acelerarse de la nada, tan traicionero como siempre.
—Lo que tenemos planeado es organizar tres actividades: un día de galletas, una feria de comidas y una rifa. Las galletas las harán los niños con ayuda de Julia y Carmen; la feria de comida sería también con ayuda de ellas, obviamente, pero la idea era poner un puesto en la feria turística del pueblo por un fin de semana... y, por último, una rifa en la que sortearíamos cosas hechas por los niños... manualidades... La profesora Alicia ha dicho que no tiene problemas de ayudar con eso.
—¿La profesora Alicia de la escuela? —pregunté confusa. ¿En qué momento él había pasado a conocer a las profesoras de la escuela?
—Sí... Algunos chicos de la escuela se han sumado a los entrenamientos, no pensamos que fuera malo... participaremos bajo el nombre de la casa y de la escuela... después de todo es un interescolar, ¿no?
Mis cejas casi llegaron hasta el cielo, lo había pensado todo.
—Ramón quiere jugar, lo he estado entrenando para que haga de arquero, pero necesitamos un permiso de su pediatra —añadió—. Nos lo pide la organización del evento.
—Vaya, Luca...
—Además, es obvio que he conseguido el auspicio de la fundación. He hablado con mi padre y está muy contento de ayudar, así que podremos cubrir no solo los equipos, sino los calzados y también banderas y pompones para la hinchada...
—¿Y entonces para qué quieres hacer las actividades? —pregunté confusa.
—Porque es bueno que los niños sientan que ellos han trabajado por las cosas, no que las han recibido de arriba. El dinero que juntemos de eso podemos usarlo para comprar más pelotas e insumos deportivos...
Me puse en pie porque eso era demasiado. Habían pasado solo dos semanas y Luca lo tenía todo resuelto. Y estaba allí, frente a mí, con toda la humildad que podía entrar en ese precioso cuerpo que tenía, esperando a que le diera el visto bueno a sus proyectos.
Y yo solo podía sentir que el corazón se me quería salir del pecho. Quería correr, abrazarlo, colgarme de su cuello y besarlo, pero eso no estaría bien... no después de nuestra última conversación.
—Estoy sorprendida —dije con sinceridad—. No esperaba... no esperaba que...
Lo miré con la esperanza de que viera en mis ojos lo agradecida que estaba, él sonrió.
—Te entiendo, ¿sabes? —dijo de pronto y su tono de voz cambió al del Luca más íntimo con el que había platicado aquella noche en la playa—. Ahora entiendo tu amor por esos niños, tus ganas de sacarlos adelante, tu manera de ver esto... Ramón se esfuerza cada día para poder estar a la altura, Inés ha hecho treinta distintos diseños para que sus compañeros voten el que más les gustaba, Joaquín no para de alentar a los más pequeños, Anita ha aprendido a atarse sola los cordones de las zapatillas por si se le llegara a desatar durante un partido.
—¿En serio? —pregunté con alegría, Anita se había negado en rotundo a aprender a atarse los cordones. Él asintió.
—Se esfuerzan, dan lo mejor de sí... y parece que en esos minutos en los que corren tras esa pelota, sus ojitos dejan de verse tristes, sus problemas pasan a segundo plano, sus miedos dan paso a la esperanza de un posible triunfo... Y yo necesito darte las gracias, Daniela...
—¿A mí? ¿Por qué? —pregunté confusa.
—Porque me has permitido hacerlo a pesar de todo... incluso aunque te empeñes en evitarme cada tarde... aunque estés enfadada conmigo... Y yo no sabía cuánto necesitaba esto, Dani...
Volví a sentarme y suspiré, había muchas cosas que hablar y no sabía por dónde empezar. Estaba hecha un lío.
—No estoy enfadada contigo, Luca...
—¿No?
—No...
—¿Por qué me evitas entonces? Sé que mueres por acompañarlos en los entrenamientos, por alentar sus logros...
—No lo sé... a lo mejor soy una tonta —admití. Él sonrió con dulzura y yo volví a hablar—. ¿Por qué dices que necesitabas esto?
Él tomó entre sus dedos un lápiz de mi escritorio y lo puso a girar mientras meditaba sus palabras.
—Cuando llegué aquí no podía comprender del todo tu amor por este lugar, por estos niños, por este proyecto. Me parecía algo altruista y hermoso, pero poco real. Dentro de mí pensaba que debía haber algo más, una recompensa... No me culpes —dijo mirándome a los ojos—, no es que pensara mal de ti, es que el mundo en el que crecí es un mundo egoísta... La gente camina o corre una al lado de la otra con el fin de llegar a una meta, no importa qué suceda en el camino. Esto, sin embargo, es todo lo contrario... es buscar ayudar al otro para llegar juntos a la meta... Y no sabía que servir al otro podía ayudar a calmar el dolor, Daniela... Llevo semanas sin un ataque de pánico y puedo dormir por las noches sin pastillas...
Levanté las cejas con sorpresa, no me esperaba esa respuesta y no me salían las palabras. Aunque sabía lo que me decía, no lo había pensado de ese modo.
—Cuando estoy con ellos, cuando los escucho hablar y soñar con esa copa, cuando veo como les brillan los ojos... me olvido un poco de mí... de mis miedos... Y salir de uno mismo para mirar al otro es mucho más gratificante que todo lo que yo haya experimentado antes... Y eso, Dani, me ha hecho entender a mi madre...
—Oh, Luca...
—Ella adoraba servir... Aquella mañana antes de que vinieran, las vi entusiasmadas... Las dos hablaban como si estuvieran felices... Tenían sobre la mesa fotos y planos. Yo tenía ocho años, no sabía qué hacían, pero me acerqué y les pregunté. Me mostraron las fotos de los diez niños y me contaron que eran huérfanos o niños abandonados... hasta ese día yo había pensado que todos los niños tenían una mamá y un papá que los cuidaban como a mí. Me dio miedo, ¿sabes? Pensar en perderlos... Mi mamá me dijo que iban a traerles ropas, juguetes, víveres... y que iban a hacer una escuela y a ampliar la casa para acoger a más niños... Había un niño, uno en especial que me tocó el corazón...
Lo escuché con atención, sus ojos estaban perdidos en el lápiz que seguía girando entre sus dedos.
—No recuerdo su nombre, pero sí recuerdo que mientras mi madre y mi tía planeaban lo que harían, yo leía los nombres y las leyendas bajo las fotos de aquellos niños. Al parecer todos habían puesto qué querían ser de grandes, algunos ponían policía, bombero... astronauta... lo típico... pero este niño ponía que no quería ser grande. Le pregunté a mamá y ella me dijo que algunos niños estaban tan tristes que no podían soñar.
Sentí que un nudo se me formó en la garganta y tuve que hacer un esfuerzo enorme por contener las lágrimas para escucharlo continuar. Tenía la cabeza abombada y el corazón me zumbaba en los oídos, me puse en pie para que no lo notara.
—Yo no podía comprender que un niño no pudiera soñar. Mi madre cada noche antes de dormir me pedía que le dijera un sueño para entregárselo a las estrellas... Yo soñaba cada noche, Dani... y ese niño no soñaba nunca...
Hizo un silencio como esperando a que le dijera algo, pero no podía... no me salía nada.
—Mi madre me había regalado una estrella, era de plástico transparente y tenía adentro agua con purpurina... Como esas bolas de nieve, pero en forma de estrella. Cada noche la agitábamos y cargábamos un sueño en ella... Según mamá era nuestro guardador de sueños... —sonrió con tristeza—. Recuerdo que subí a mi habitación y busqué cosas para mandarle a los niños, ropa o zapatos, juguetes... Y tomé el guardador de estrellas y le pedí a mi madre que le dijera a ese niño que guardara en ella un sueño, aunque sea uno solo... Mi madre me preguntó si estaba seguro de eso, sabía que amaba ese juguete... Le dije que se lo diera, que él lo necesitaba más que yo, que yo tenía muchos sueños y él ninguno.
Sentí su voz cambiar por el peso de las lágrimas y me volteé a mirarlo. Las lágrimas se derramaban por sus mejillas y ya no me pude contener.
—Mi mamá me dijo que estaba orgullosa de mí, que tenía un corazón enorme y que no permitiera que nadie ni nada lo cambiara... Y lo permití, Dani... mi corazón enorme se achicó y se endureció, por años no fui capaz de ver el dolor de nadie más que el mío... hasta que estos niños me mostraron el suyo... Y volví a sentir el calor de aquella tarde cuando le entregué mi guardador de sueños a mamá... Volví a sentir esas ganas de ayudar a que el mundo de los demás fuera mejor, aunque el mío no esté aún del todo bien... ¿Lo entiendes? —dijo y al fin levantó la vista para mirarme, yo estaba llorando al igual que él—. Tú me devolviste mis ganas de hacerle creer al resto que sus sueños pueden cumplirse incluso cuando yo no crea en los míos, Dani... Y te estaré agradecido por eso siempre... porque me siento libre y liviano, porque he entendido a mi madre y su misión aquí, porque ya no estoy enfadado con ella ni con... —señaló alrededor.
No pude contenerme más, corrí a él y me arrojé a sus brazos. Lo abracé y me dejé ir en lágrimas que no sabía que guardaba. Lloré como si volviera a ser una niña pequeña. Él no comprendía entonces la magnitud de sus palabras, lo mucho que significaba para mí esa historia que acababa de contarme.
Cuando logré calmarme, me separé de él y lo miré a los ojos, sequé sus lágrimas mientras él secaba las mías y sonreí tras todo ese barullo de emociones que se arremolinaba en mi interior.
—Tu mamá debe de estar muy orgullosa de ti, Luca... También tu tía... Y yo, yo estoy orgullosa de ti, aunque no tenga motivos para estarlo porque no somos nada... —añadí con premura, él sonrió—. Gracias, por decirme todo esto... por... por haberle dado tu guardador de sueños a aquel niño tantos años atrás...
—¿Lo conociste? Tienes que haberlo conocido, Dani... eran del primer grupo de niños del hogar... Tu foto debió estar entre esas.
Asentí, pero no dije más. No podía hablar. Volví a abrazarlo y recosté mi cabeza en su pecho, él me abrazó también y nos quedamos allí en silencio.
Hasta ese entonces habíamos compartido un montón de silencios, algunos tensos, otros cómodos, algunos incómodos, otros trascendentales. Este era un silencio pacífico, para tomar aire, para respirar, para estar y sentirnos el uno al otro.
—Deja de evitarme —pidió—, no quiero dañarte, Dani... Solo quiero...
—¿Qué quieres? —pregunté ante su pausa y él suspiró.
—Quiero estar cerca de ti... eres como el sol que calienta mi mundo...
Lo miré, sonreí y acaricié sus cejas, sus mejillas, sus labios.
—¿Y si me enamoro de ti? No quiero enamorarme —susurré con miedo.
—¿Por qué no?
—Porque te vas a ir... porque estoy bien sola... porque... porque... —No seguí, no podía.
—Puedo quedarme... ir y venir... —susurró y besó mi frente.
—¿Y si no funciona? —pregunté en un murmullo.
—¿Y si funciona? —quiso saber él.
—Mi prioridad son los niños, el hogar... —añadí.
—Puedo contentarme con un segundo puesto —bromeó con una sonrisa que se contagió a mis labios.
—Voy a invitarte a cenar esta noche, en mi casa —me animé—. Hablaremos allí, ahora... necesito pensar, Luca... y respirar...
—Está bien... ¿A qué hora? Son casi las ocho...
—Dame una hora... a las nueve... pediremos pizza o algo. ¿Está bien?
—Sí, iré a darme un baño y a cambiarme, Dani...
Nos pusimos en pie y nos abrazamos una vez más. Quise besarlo, pero me contuve. Antes de tomar cualquier decisión tenía que contarle mi parte de la historia.
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