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9

Iban juntos. La mano delgada sostenía a la mano pálida. Bajaron las escaleras. Ella parecía estar en paz, tarareaba la canción de siempre. James estaba mudo, intentando no odiar a Evan. Atravesaron el pasillo en dirección a las escaleras principales. James observaba por encima las fotografías de los dos niños, del rubio y el castaño.

James ya se había orinado encima antes de que sucediera nada. La mujer no parecía notarlo. Entraron a la habitación principal (que apestaba a tabaco) y se detuvieron en el centro. De nuevo, el foco de esa habitación era lo único que iluminaba toda la casa. La mujer se giró a James y le acarició el cabello con ternura, y luego deslizó su mano hasta ponerla en su mejilla.

— Oh, mi Dustin, no llores. Te traje aquí porque quería hablar contigo, no porque hayas hecho algo malo.

James se tragó el nudo de la garganta y esperó.

— Me encanta consentirte. Puedo comprar juguetes, y pizza, y ver películas contigo. Podemos estar juntos. Podemos ser una familia.

Hubo un silencio.

— Pero Evan no funciona. No quiere ayudar a que seamos felices. Él tiene ideas todo el tiempo — la mujer se fue inclinando poco a poco, hasta ponerse a la altura de James— piensa demasiado, y esos pensamientos lo llevan a actuar erróneamente.

James abrió mucho los ojos.

— Tú eres diferente a él, sólo quieres conseguir lo mejor. Y cómo Evan te hace creer que huir es "lo mejor" para ti, tú le crees y también cometes errores— su mirada se tornó helada—. Pero dime, cuando pediste ayuda a mi madre, o hacías cosas contra mí, ¿realmente lo hacías por tu propia voluntad, o lo hacías por Evan?

James dudó, y al no responder, la mujer siguió:

— Yo sé cuál es tu respuesta. Y por eso Evan no puede ser el Luke que buscamos.

James palideció y retrocedió sin darse cuenta. La mujer lo sujetó con mucha más fuerza, tanta que lastimaba.

— Te lo diré una última vez.

Él se estremeció.

— Cuando un animal exótico es enjaulado por un hombre, ¿qué le conviene más? ¿Sufrir y chillar mientras da vueltas en su propia jaula o ser feliz con lo que el hombre le ofrece?

— Ser feliz.

— Así es, que listo eres. Y te prometo que de verdad serás muy feliz — la mujer calló y se acercó. Hizo una larga pausa—. Me gusta oír cuando respiras.

La mujer le dio un beso en la frente. Sentó a James sobre la cama y puso el canal infantil en la televisión. Subió el volumen al tope y después le dio a James una gran bolsa de papas de queso (que sacó de uno de los cajones del tocador).

— Come todo lo que quieras, es para ti cariño.

— ¿Qué harás?

— Iré a buscar algo. No tardaré.

James observó incrédulo los movimientos de la mujer. Observó como ella salió de la habitación, cerró la puerta y la trabó. Estaba pasando. Enserió estaba pasando. James dejó caer la cabeza hasta que la barbilla tocaba su pecho. Aplastó la bolsa de papas entre sus manos.

Todo lo que la mujer le había dicho rebotaba en su cabeza, y le creía. James pensaba que quizás sí podría formar una vida en torno a ella y ser feliz. Después de todo, lo único que tenía que hacer para acceder a eso, era ser Dustin.

Y dejar morir a Evan.

James se estremeció.

Se dirigió lentamente a la ventana, y sacó la cabeza a través de ella. El aire fresco de la noche le distrajo por unos segundos., ¿cuántos días llevaba sin respirar de verdad? ¿Cuántos días llevaba sin observar el cielo detenidamente como ahora mismo? Era hermoso. Se perdió en el océano de estrellas.

Evan también merecía ver lo mismo. James sintió un golpe doloroso en el pecho.

Él no era Dustin. No lo era ni lo sería. Si una persona del exterior entrara por la puerta y le preguntara por su nombre, James no duraría en decir: Soy James Blake. Porque esa era la sencilla e inmodificable verdad. Ni siquiera el miedo que sentía lo cegaba de eso.

Y, ¿cómo iba a dejar morir a la única persona que se ha preocupado por él? Por realmente él, no por Dustin, sino por James Blake. Evan había hecho todo lo posible por él. Y ella ahora mismo iba a...

James cerró los ojos. Se llenó de odio e impotencia. Se sintió estúpido.

Evan no podía morir. Ella tenía que morir.

Corrió hacia la puerta, pero no pudo abrirla. James retrocedió y se abalanzó sobre la misma varias veces hasta que casi sintió que se rompía el brazo. La respiración era escandalosa e irregular. Tenía que hacer algo.

James examinó la habitación mientras se sujetaba el brazo: claramente no había ningún teléfono. Volvió a la ventana y calculó que tan riesgoso era saltar. La hierba alta y descuidada del jardín hacía parecer la caída más alta. Dos pisos eran todo un reto.

Volvió a arañarse la cara. Quiso pedir ayuda a gritos, pero nadie iba a escuchar. Tenía que darse prisa. Volvió la vista a la habitación. Ahora sacó la sábana y se le ocurrió hacer una cuerda. Para ello, buscó con desesperación en el armario. Ahí todo estaba desordenado y todo lo que pudo encontrar fueron algunas mantas viejas y botellas de licor.

Se puso a unir las telas. Sus dedos temblaban tanto que no podía. Esto iba a ser tardado y seguramente ineficaz. James se estresó tanto que creyó que iba a desmayarse.

— Resiste. Ya se me ocurrirá algo. Resiste.

Formar una cuerda no era la respuesta, ¿cuál era entonces?

Levantó la vista. En la mesita de noche vio el cenicero, con una cajetilla de cigarros y un encendedor a un lado.

— ¡Señal de humo! — chilló James.

James imaginaba el cadáver de Evan en el ático. Imaginaba la sangre escurriendo por todo el suelo y eso hacía que él llorase. Dejó la sábana en el suelo echa bola. Abrió una botella de alcohol y derramó el líquido sobre la tela.

— ¡Tiene que funcionar!

Activó el encendedor. Sus ojos oscuros reflejaban la llamita dorada. No fue capaz de prenderle fuego a la tela.

— ¡Dios! — se clavó las uñas en la frente hasta que sangró. Caminó en círculos y se echó el cabello para atrás— Si Evan se muere, será toda mi culpa.

Volvió a asomarse por la ventana, listo para gritar por ayuda sin importarle que ella pudiera escucharlo. Pero entonces una brisa sacudió la hierba crecida y James en respuesta corrió por la otra botella de alcohol. Mojó del líquido una pequeña zona en la hierba y luego soltó la botella entera.

— Sí esto no funciona, mínimo ella arderá también — se murmuró a sí mismo mientras ponía la tela (que apestaba) en el marco de la ventana. Encendió el mechero y lo acercó lentamente y con cuidado.

Entonces la tela se volvió una bola de fuego que alcanzó a quemar la manga de la camisa de James. El niño se apresuró a dejar caer la sábana y luego gritó con histeria. Se quitó la camisa y la lanzó por la ventana también.

James chilló mientras veía su propio brazo enrojecido como la carne de un animal. Le dolía tanto que creyó que iba a morir. No supo cuánto tiempo estuvo retorciéndose en su dolor. Cuando volvió a sí, escuchó al fuego tragarse la hierba del patio.

Se dio la vuelta y observó su propia creación: el jardín convertido en el infierno mismo. Incluso se comenzaba a tragar parte de la casa.

James sintió el calor dándole en la cara. Su brazo ya no importaba. Nada importaba. Todo estaba hecho y las cosas iban a terminar en breve. De una forma buena o mala.

El niño cerró los ojos. Agudizó el oído. En cinco minutos escuchó a las sirenas, todavía lejanas, pero en camino. Perdió sus fuerzas y cayó de rodillas. 

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