8
Había pasado una hora. Ya no había anciana, ahora era solo la mujer de pie en medio del ático. Llevaba los brazos cruzados y miraba a los niños, que estaban arrinconados en la misma colchoneta. Evan atado y James estático como de costumbre.
— Todo estará bien, sólo quiero que vengas conmigo. Vamos — ella alzó el brazo hacía ellos.
Evan abrazo a James. Miraba con una mezcla de odio y cautela a la mujer. Por instantes el odio se convertía en miedo.
— Oh, Dustin, Luke. Yo nunca les haría daño. Los quiero.
De pronto aquella frase de James cobró sentido para Evan. La mujer se acercó a la colchoneta. James empezó a gritar como si le estuvieran golpeando.
— Dustin, no me hagas esto.
Para este punto, Evan tenía (o creía tener) aprendido un pequeño patrón de comportamiento de ella: ella se convencía de su pequeño teatro estúpido de madres e hijos y procuraba mantenerlo todo en orden, pero si había algo o alguien que rompía su burbuja, ella simplemente se volvía otra. Y Evan ahora mismo temía el momento en que la burbuja reventara.
— Ven por favor.
Evan estaba tan pálido que sus pecas resaltaban más que nunca. Se sentía idiota, se sentía incapaz.
— Tienes que ir — le susurró a James.
James miró a Evan de forma suplicante, de la misma forma que lo había visto durante la fiesta de cumpleaños, pero esta vez no recibió la ayuda que esperaba. James se separó lentamente y tomó la mano helada de la mujer.
— Ya volveremos. No hagas un alboroto Luke.
Evan escuchó el crujir de las escaleras y se quedó sólo en el ático.
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