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5

El silencio era abrumador. Ninguno de los dos dijo nada por dos días enteros. Estaban hambrientos, hartos y quietos. Evan estaba desatado, pero echado sobre su colchoneta. Y James estaba tirado en medio de la habitación, con el cabello enredado y mugriento.

Me vendría bien un baño, pensó, en la tina de mi casa, con el jabón oloroso a lavanda. Me vendría bien..

— ¿Quieres jugar? — sugirió Evan. La voz le sonaba más grave y rasposa que de costumbre.

— No.

— ¿No quieres jugar a verdad o reto, o al ahorcado, o al deletreo, o a formar historias?

— No. Ya lo jugamos muchísimas veces.

— Podemos jugar con los carritos. Ya sabes, carreras o algo así.

— Ya te dije que no. Déjame. — se arrancó las costras de la cara y le dio la espalda.

— ¿Preguntas y respuestas?

Dudo un segundo.

— ¿Y puedo preguntar lo que quiera?

— Sí. Ya me dará igual, te responderé todo lo que preguntes.

En las otras veces que jugaron a eso, Evan se había reusado a contarle cosas demasiado personales o demasiado estúpidas, puesto que pensaba (realmente pensaba) que aquello no duraría mucho.

James se levantó y se sentó en la colchoneta, a un lado de Evan quién también estaba sentado.

— Quiero saber lo de la otra vez, ¿qué se siente besar a una chica?

— Es como tragar agua de mar— pensó un poco más — ¿Has tragado flemas cuando toces? Pues a eso.

— La chica que besaste estaba enferma.

Evan se rió entre dientes, asqueado.

— Siguiente pregunta — dijo Evan.

— ¿Cuál es tu recuerdo más vergonzoso?

— Halloween, cuando tenía siete. Mi padre..., mi padre me vistió de conjunto con mi hermana Clarisse. Ella iba de Wendy y yo de Peter Pan.

— ¡Qué vergüenza! Seguramente te veías como un idiota.

— No te conté lo peor: él subió las fotos a su Facebook familiar.

—¿Facebook familiar?

James se echó a reír a carcajadas, y a dar golpes amistosos. Evan regreso los golpes.

— ¿Y cuál es tu humillación pública más memorable? — preguntó Evan.

— Me vomité a mitad de una exposición a la clase. En sexto año. Los nervios y la indigestión no son una buena combinación.

— ¿De qué era la exposición?

— Cultura oriental.

— Bueno, no es tan malo. La gente olvida caras y sucesos, así que no creo que nadie lo recuerde.

— Pero la sensación de cómo me sentí sigue ahí. Y seguirá hasta que me muera.

Sonrieron (una sonrisa diferente a la que habitualmente veían en el otro) y hubo un silencio.

— Evan, ¿cómo llegaste aquí?

James nunca había preguntado por ello. No quería saber, pero hoy tenía la repentina necesidad de saberlo.

— Fue muy estúpido, pero de verdad...

— Cuéntame.

Evan dudó, pero James se veía más despierto y vivo que en las últimas dos semanas.

— ¿Conoces a los Linces, de Willow Creek?

— ¿El equipo juvenil de hockey?

— Ajá.

— Son un asco. Todos en la escuela dicen que nunca aciertan ni un tiro.

— Es verdad— admitió Evan—. Por eso yo tengo que cargar con todo el equipo.

— No digas idioteces.

— Bueno, lo que sucedió es que un día, creo que 4 de octubre, tenía un partido informal. Mi madre me dejó en la puerta de la cancha y quince minutos antes del partido me dí cuenta de que mi palo había desaparecido.

— ¿Y qué más?

Ella estaba en las gradas, junto con algunas otras personas.

— ¿Cómo logró entrar?

— No tengo ni idea. Pero me hizo señas para que fuera hacia atrás de las gradas. Y fuí. Adivinó lo que ocurría o pensé que lo había intuido.

James esperó a que continuará.

— Me dijo que era la madre de Michael White (un miembro del equipo) y que tenía un palo de repuesto en el asiento trasero del carro.

— Espera. Es demasiado raro. ¿Cómo conocía ese nombre? ¿Cómo es que coincidió contigo? No puede ser.

— Me llamó por mi nombre.

— También sabía el mío.

Hubo un silencio sepulcral, como el de un funeral. James preguntó qué pasó después y Evan siguió:

— Me dio las llaves del carro y lo describió. Estaba aparcado fuera del estacionamiento. No sospeché nada. Se veía como cualquier madre de familia.

— ¿Y después?

— ¿Has oído hablar del estrés postraumático?

— No.

— Las personas olvidan partes fundamentales de eventos traumáticos. Y ese fue mi caso.

— Mierda— James se cubrió la boca— ¿Cómo carajos te subió al auto, a ti, que seguramente eras más pesado en ese momento. ¿No recuerdas absolutamente nada más?

— Sólo sé qué el palo de hockey de la estantería es el mío.

James abrió mucho los ojos. Pensó entonces que ella los había escogido detenidamente, analizado e investigado. ¿Pero por qué?, pensó James. James pensó en que él mismo era muy similar al niño de las fotografías, al tal Dustin. Pero Evan no tanto. Intentó encontrar una conexión. Una pista. ¿Qué había llamado la atención de ella?

— ¿Te das cuenta de que nos investigó? ¿De qué posiblemente nos conocía desde mucho antes? — dijo James.

— Definitivamente. Pero no entiendo cómo..., de dónde sacó todas esas cosas.

— ¿Y si trabajaba en nuestras escuelas?

— Puede ser. ¿Pero cómo sabe lo del hockey, y lo de Michael White?

— No vamos a llegar a ninguna parte.

— No.

— Si jugabas al hockey, significa que sabes golpear bien, ¿cierto? — James sonrió ligeramente— Hay que volarle la cabeza.

— No podría hacer eso. Es decir, por supuesto que haría algo de ser necesario, como romperle una pierna o yo qué sé, pero matarla no. Creo que al final sólo es una loca que perdió a sus hijos o algo.

— No sabía que eras tan santo.

— Sólo pienso que las personas suelen hacer cosas desesperadas cuando están desesperadas.

— Entonces, permítete hacer algo desesperado.

Evan se rió y cerró los ojos como si tuviera sueño. Se dio por vencido en la discusión y se puso a considerar la posibilidad.

— Cuando salgamos de aquí— comenzó a decir James— nos haremos famosos. Tendremos nuestro propio documental, y saldremos en entrevistas.

Cuando salgamos de aquí, pensó Evan, sí. Saldremos de aquí. Saldremos de aquí. La semana que viene o en siete años, pero saldremos de aquí. Vivos. 

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