2
El muchacho empezó a ver figuras verdes y moradas que danzaban de un lado a otro en un fondo negro. Después el fondo negro se cambió por uno blanco y finalmente fue abriendo los ojos. Las cosas tardaron un poco en hacerse visibles para él, hasta que pasados quince segundos pudo distinguir las cosas con claridad.
— ¿Dónde estás?
— Aquí— le respondió una voz a unos metros, en una esquina oscura del cuarto.
El muchacho intentó sentarse, pero mover la cabeza le dolía como el infierno. Se preguntó qué le ocurría. Llevó una de sus manos a su cabeza y sintió una venda. Se estremeció.
— ¿Estamos en el..?
— Sí. Ella no está.
— Diablos. Dime qué ocurrió, por favor.
Hizo un nuevo esfuerzo por levantarse, pero no pudo y en su lugar se quedó apoyado en un codo. James salió de su esquina y se acercó a gatas al muchacho, sentándose a un lado suyo.
— Me llamaste James enfrente suyo.
— ¿De verdad? Qué idiota. ¡Pero que idiota!
El muchacho dio un golpe contra el suelo, con la mano hecha puño. Volteó a ver a sus propios pies. Uno de sus tobillos estaba rodeado de soga.
— Te dije que no deberíamos de usar nuestros nombres verdaderos nunca— dijo James con sencillez—. Dejaré de llamarte Evan.
— ¡No! Espera. Tienes que seguir llamándome por mi nombre.
— ¿Eres estúpido? Te dejaron inconsciente, ¡Por tres horas!
Evan lo pensó.
—Olvida que me llamo James.
—No. Escucha — por fin pudo sentarse erguido— olvidar nuestros nombres sería darle la victoria a ella. Sería decir que le pertenecemos.
James frunció el ceño y volvió a su esquina oscura.
— Luke es mejor que Evan. Y, además creo que ya es claro que le pertenecemos.
—No lo entiendes— buscó las palabras correctas para expresarse— debemos aferrarnos a nuestros nombres porque...
— ¿Por qué?
—No tenemos nada más.
—De verdad que eres horriblemente terco.
Evan era muy distinto a James. Era de mayor edad (quizás 16) y por ende era notablemente más alto. Era de cabello castaño rojizo, recortado y su rostro estaba lleno de pecas. Sin embargo, ambos coincidían en que llevaban la piel muy pálida, se veían enfermizos.
— ¿Qué es eso? — advirtió Evan, señalando algo redondo enfrente de la puerta principal, en el suelo.
— El pastel— respondió James como lamentándose— dijo que teníamos que comerlo, que era mi regalo.
—Quizás pueda acabarlo entero antes de que vuelva.
—O sino hay que arrojarlo por el inodoro.
— Buena idea.
El ático en el que estaban estaba de alguna forma acondicionado para funcionar como cuarto de huéspedes. Por ello tenía un modesto baño y luces funcionando. Pero no tenía muebles. Sólo un par de colchonetas arrinconadas contra la pared. Y Evan estaba sobre una de esas colchonetas, con una cuerda que lo unía a una tubería de la pared.
James siguió jugando con sus nuevos Hot Wheels, aunque podía apreciarse en la cara que estaba aburrido. Estaba sentado de tal forma que sus rodillas quedaban pegadas a su pecho.
— ¿Qué pasó después? ¿Qué..., qué me hizo?
— Ella tomó el palo de hockey de la estantería, ya sabes. Te siguió con eso y no escuché mucho.
— ¿Y a ti?
—No me hizo nada. Me oriné en los pantalones y le hizo gracia. Dijo que eso era muy típico de Dustin.
James se levantó y dio vueltas de pared a pared.
—¡Dustin, Dustin! No conocí a ese idiota pero te juro que lo odio. Te juro que le arrancaría la cabeza si lo veo. ¡Qué se joda!
James dio una patada a la pared. La pared era gruesa y él no tenía zapatos. Soltó un chillido y dio saltitos en un solo pie por un rato. Evan tragó saliva.
— Pásame el pastel.
— Qué fiesta tan deprimente tuvimos allá abajo.
— No recuerdo casi nada.
James dejó el pastel en el suelo, a un lado de Evan. Evan tomó una rebanada con las manos y le dio un mordisco.
— Evan..., Luke. Evan, la venda se está cayendo.
Evan se quedó quieto y James intentó acomodarle la venda. La venda estaba puesta de tal forma que solo le rodeaba la frente, las sienes y la nuca, dejándole el resto del cabello expuesto. James asumió que el palo de hockey le dio en alguna sien.
— Me pregunto cómo es que subiste las escaleras con el tobillo torcido.
Evan cerró los ojos e intentó recordar. No recordó mucho más allá de que ella les había colocado un cono para fiestas en la cabeza.
— ¿Cuándo es tu cumpleaños? —preguntó Evan— El de verdad, quiero decir.
— En Julio. El 22 de Julio. ¿Y el tuyo?
— 5 de marzo.
— Falta mucho. Pero te regalaré algo cuando cumplas.
— Ah, ¿sí? — Evan se río — ¿Qué me darás?
— Un trozo de cuerda, o una de las arañas de la esquina.
— Quiero uno de tus Hot Wheels.
— Pides demasiado.
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