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11

Evan se reía.

Tenía varios moretones y golpes en el cuerpo. Estaba cómodamente acostado sobre la cama. James estaba en una silla, a un lado suyo.

— ¿Y qué cara tenía? — preguntó Evan en cuánto la enfermera se fue.

— Ella tenía cara de..., como la misma cara que puse yo al exponer en clase. Cuando vomité.

— Me hubiera encantado verlo, de verdad.

— Oh, y ojalá hubieras visto el jardín en llamas. Parecía una escena de película.

— No entiendo cómo se te ocurrió en tan poco tiempo.

— Ni yo. Supongo que, ya sabes, la gente desesperada hace cosas desesperadas.

Evan se volvió a reír y James también. El cuello de Evan estaba completamente marcado de morado y negro.

— Eres un maldito genio— dijo Evan.

James tomó la mano de Evan y se quedó contento con ello. Se estrecharon la mano mutuamente. Evan veía a James más vivo que nunca: con ropa que le calzaba perfectamente, fuerza en el cuerpo, y algo más en sus ojos imposible de describir.

— ¿Qué te pasó ahí? — Evan miraba el brazo de James.

— La tela me alcanzó a quemar. Fue estúpido si me lo preguntas— dijo sin darle importancia—. El juicio comenzará en unas semanas. ¿Cuánto años crees que...?

— Pues secuestrar a dos niños durante mes y medio no es cualquier cosa.

— Pero nos dio pizza. No fue tan grave.

James recibió un golpe amistoso.

— No lo decía en serio.

— Ya sé que no.

Evan sonrió y cerró los ojos como con sueño. Soltó una risilla.

— ¿Qué? — preguntó James curioso.

— ¿Les dijiste como te hiciste la quemadura?

— No. No muy bien. Era difícil conversar con toda esa gente.

Hubo silencio.

— Hay que decirles que ella te lo hizo. Con agua hirviendo o una cosa parecida.

— ¿Para qué?

— Para asegurarnos de que se vaya al jodido infierno. 

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