Tres
♪Lo-Fang — You're the one that i want♪
Entrar en la adolescencia fue un caos personal. Mis tiempos de estudio se intensificaron, porque mamá había logrado que entrara en una escuela donde permitían la asistencia a mujeres inteligentes, junto a los hombres. Seguía repitiendo que debía aprender, que debía adueñarme de los números si quería adueñarme de mi vida sin tener que depender de nadie. Le hice caso, porque no quería depender de nadie.
Ella también estaba ocupada. Tenía deberes que aprender. Éramos diferentes incluso en nuestro aprendizaje. Ella debía aprender a ser una mujer educada, de casa, alguien que fuera digna de un hombre de alta casta, como la suya. Sus padres eran realmente estrictos en ese tema. Era lo único contra lo que ella no podía pelear.
Pero, como siempre, ella tenía ese poder, esa magia de ver lo más precioso en lo más horrible. Aprendió música y la hizo suya. Aprendió del arte y lo convirtió en su religión. Aprendió sobre cocina y había magia en sus platos. Ella se adueñó de todo lo que le impusieron como mujer digna. Lo tomó y lo hizo suyo, a su manera. Incluso a pesar de que se oponía con todas sus fuerzas a todo lo que se le imponía, aprendió muchísimo más. Se nutrió de tanto en su tiempo, que sus ideologías tomaron un temple que nadie pudo desequilibrar.
Durante mi camino de aprendizaje, me crucé con un muchacho muchísimas veces. Realizábamos las actividades juntos y siempre estábamos en la misma biblioteca. Se convirtió en un conocido recurrente. No era una sorpresa cruzármelo. Era amable y respetuoso, y lo trataba de la misma forma, pero debo admitir que nunca me gustó las miradas que me dedicaba. En secreto, deseaba que el tiempo de estudio acabara. Solo quería irme y escaparme de su presencia. No me gustaba.
Nunca hablé sobre esto. Ni siquiera con ella. Era algo que mantuve para mí, siempre. Obtenía las respuestas a mis preguntas en libros que releía una y otra vez. Supe entonces que era más diferente de lo que creía del resto. Aunque... no lo noté inmediatamente.
Pasaron largos años antes de que me diera cuenta. La curiosidad era palpable, especialmente cuando ella comenzó a hablar de las fiestas que hacían sus padres y cómo chicos jóvenes se acercaban a invitarla a bailar. Yo la miraba contar cada una de sus experiencias sentada en su habitación mientras ella parecía flotar a mí alrededor con un peine alisando sus largos rizos dorados.
La miraba con auténtica curiosidad, permitiéndome preguntar cada una de las cosas que pasaban por mi mente. Ella las respondía con amabilidad. Nunca se atrevió a minusvalorarme por nuestra posición social. Ella, con paciencia, me explicaba cada protocolo que debía cumplir, cada cosa que debía hacer para mantener una relación estable con sus padres y, como todo lo que ella hacía, lo transformaba en algo que podía disfrutar.
Adoraba bailar, así que lo aprovechaba bailando con esos chicos, por el ínfimo placer de satisfacer su necesidad de danzar. Tocaba cuando se lo pedían, porque adoraba tocar. No lo hacía para el disfrute de otros, sino para el suyo propio. Ella se adueñaba de todo en su vida. Incluso de mí sin darme cuenta y sin ella notarlo.
Enredó cada uno de sus hilos dorados a mí alrededor, lenta y paulatinamente, como una caricia que ni siquiera se notaba. Era asombrosa. Pero, incluso en esos momentos, no sabía lo que pasaba conmigo. No entendía por qué mirarla se hacía tan necesario. No comprendía por qué el deseo silencioso de sentir su calidez crecía cuanto más pasaban los días. Era como si nunca tuviera suficiente.
Pero ella era tan entregada e intuitiva que, silenciosamente, me lo daba. Me tomaba de las manos cuando hablaba conmigo. Me abrazaba durante más tiempo cuando nos veíamos después de días sin hacerlo. Su aroma parecía envolverme con mucha más intensidad que antes. Me llevaba con ella a su cama y nos hacía descansar sobre ella, con nuestras cabezas juntas. Yo le contaba algo sobre números y ella asentía, con sus ojos puestos en mí con suma atención.
Era tan extraña la forma en la que me hacía sentir. Cómo me miraba, cómo me sonreía, cómo me abrazaba... Eso desarrolló todo lo que, aún ahora, guardo en mi corazón. Eran unos sentimientos tan grades que hablar de ellos sería imposible, porque son cosas que deben sentirse. Nunca podría decirles realmente todo lo que guardaba bajo llave en mi interior.
Cada uno de estos con un nombre en ellos. El de ella...
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