Dos
♪Harry Styles - Golden♪
Crecimos juntas. Nuestra relación, a partir de ese momento, se estrechó. Al igual que la relación de mis padres con los suyos. Parece que ella había hecho un buen trabajo al convencer a sus padres de continuar en contacto. Tenía mi edad, pero era brillante. Era carismática y tenía en ella un poder increíble para lograr todo lo que se propusiera.
Yo fui su primer objetivo, y me complace decir que lo logró. Me obtuvo. Es imposible que me escuches decir que no quería lo mismo, que no añoraba verla; que no lloré a escondidas cuando se fue de nuestra casona. Claro, era imposible escucharme decir eso. No se lo diría a nadie excepto a ella. Ella era la única que merecía saberlo.
La tierna sonrisa de sus labios cuando me llevó de la mano hacia su gran habitación es algo que nunca olvidaré. Ella siempre fue y será la persona más pura que haya conocido en mi vida. Su felicidad sin fin me arropaba y me calentaba el corazón. Era difícil para mí fingir con ella. No era necesario.
Estuvimos en su habitación durante horas ese día. Ella parloteaba sin parar sobre cada una de las cosas que tenía, lo que había hecho cuando no estuve a su lado y lo que haríamos ahora que estábamos juntas. Sin importarle lo que tuviese que hacer, ella iba a mantenerme a su lado; y lo aceptaba. Lo quería.
Las visitas a su casa se transformaron en una rutina. Iba al menos tres veces durante la semana. Mamá siempre era la encargada de llevarme. Ella me abrazaba siempre que me veía, me apretaba contra su pecho y me permitía sentir su calor. Me adoraba, y lo sentía. Es bonito lo que se siente cuando alguien te quiere de verdad, porque es difícil que lo transmitan; pero ella lo hacía con tanta facilidad que la envidiaba. Me pregunto si alguna vez pude hacerla sentir de la misma forma.
Quizá se lo pregunté en alguna ocasión, pero me parece que no recibí una respuesta concreta. Solo una sonrisa. Ella hablaba tan bien a través de sus sonrisas que me dejaba muda. Aunque no parecía molestarle, ella hablaba por las dos. Solía decir, con su voz campante y dulce como la miel, que éramos diferentes.
—Si fuéramos iguales, sería aburrido. Nos odiaríamos. No soportaríamos estar juntas porque siempre veríamos lo mismo en nosotras. ¿Crees que sería divertido? —No me quedaba otra opción que aceptar que tenía razón. Era verdad. Y era tan sabia a tan poca edad. Lo sabía y la veía como tal.
Jugamos tanto en nuestra niñez que podría hablar durante horas de esos momentos, de nuestras risas, de esas travesuras nuestras, las que se resumían en nosotras trepando árboles en su jardín o corriendo contra las olas cuando me pedía, a sus padres y mis padres incluidos, acompañarla al mar.
Vivir con ella esa etapa fue un regalo que jamás podré agradecer lo suficiente. La niña solitaria, taciturna y callada seguía en mí, pero, cuando estaba con ella, parecía transformarme. Es como si supiera lo que debía tocar para activar en mí todas las ganas que tenía de disfrutar la vida, sin números, sin responsabilidades, sin pensar en el futuro.
Ella era magia, el tipo de magia que te hacía sentir que flotabas, aunque solo estuvieras caminando; el tipo de magia que transformaba tus pensamientos en agua que fluía sin detenerse por tu mente hasta el punto de olvidarte completamente de su existencia.
Siete años que atesoro en mi corazón con recelo. Fue algo que difícilmente compartiría con nadie que no fuera ella. Ella y su preciosa sonrisa, sus ojos conocedores y su voz de miel. Ella, que me conocía mejor que nadie. Ella, con la que consideré que tuve la relación más íntima de mi vida.
Ella, que tomó mi corazón en sus manos con ternura aun sin saberlo. Sí, nadie más que ella.
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