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You and me

La vida de Elizabeth ha dado muchos giros desde que era una simple bebé. Era una niña adorable, bella y carismática. Regalaba sonrisas a todo aquel que se le acercaba y los chicos más jóvenes la miraban con auténtico deseo. Elizabeth con solo doce años, era capaz de poner calientes a chicos mayores que ella. Anne, la mujer que la acogió ante la muerte repentina de su madre, decidió llevarla a escondidas a uno de los burdeles más famosos de la ciudad, The Pleasure Palace. Anne trabajó para la dueña del Burdel durante muchos años, sin embargo, la echaron por la edad. Una gran cantidad de chicas jóvenes habían entrado y no tenía nada que hacer contra ellas.

Caminaron durante más de tres cuartos de hora para llegar al burdel. Como era de esperar, uno de los guardias estaba en la puerta, controlando que ninguna de las chicas saliera sin el permiso de la doña. La doña es la mujer que dirige todo lo que deben hacer las chicas, la que recibe la mitad del dinero que reciben éstas al ofrecer su cuerpo a los hombres que las desean.

Anne se plantó delante del musculoso guardián. Estaba nerviosa, no sabía si la doña se acordaría de ella, pero esperaba que sí para poder meter a Elizabeth. Aunque no quería dejarla en ese lugar, debía hacerlo ya que a ella no le quedaba mucho tiempo en éste mundo, pues tenía una avanzada edad y necesitaba dejar a Elizabeth en buenas manos, dentro de lo que cabe.

—Avisa a la doña, dile que Anne está esperándola —el guardián sin mucha confianza hizo lo que le pidió la anciana y fue en busca de la doña. Al momento apareció con ella y ésta se le quedó mirando con cara de superioridad.

—¿Qué quiere? —preguntó con suficiencia.

—Trabajé aquí hace algunos años, la que consiguió todo el dinero que quiso de uno de los monarcas más ricos de la zona, ¿recuerda? —a la doña se le iluminó la cara al recordar ese momento. Fue uno de los fundamentales para restaurar todo el local y subir algo más de categoría. Sin embargo, se quedó como estaba ya que tampoco tenía el suficiente dinero para convertirlo en un cabaret, aunque lo intentaba imitar.

—Por supuesto que me acuerdo, ¿qué quería Anne? —preguntó con un tono más amable.

—He venido a traer a Elizabeth, será de gran utilidad para usted —la doña la observaba con seriedad, observaba sus gestos, sus rasgos, su encantadora sonrisa —Sabe cantar y bailar, la he estado enseñando durante este tiempo.

— ¿Te gustaría trabajar para mí? —Elizabeth miró a su abuela Anne con temor, no quería ir con esa mujer, no la conocía y no estaba segura con ella. Su abuela afirmó con la cabeza y ésta no tuvo más remedio que asentir, echando la mirada al suelo —Muy bien. Despídete de tu abuela, a partir de hoy te quedarás conmigo —la joven se echó en sus brazos y la abrazó con fuerza. Anne no pudo aguantar que las lágrimas cayesen de sus ojos.

—Lo hago por tu bien Elizabeth, aquí estarás bien cuidada. Haz todo lo que te diga la doña, ella te enseñará y desarrollarás tu potencial. Saca esa belleza que llevas dentro y disfruta lo que puedas, sé que la vida te sorprenderá —besó su sien y se alejó de ella, dejando a una triste joven en las manos de la doña.

—Ven conmigo, te enseñaré el local y a las demás chicas —Elizabeth la siguió a todas partes, contemplando lo bonito que estaba el local y el ambiente tranquilo que se respiraba en aquel momento. No había nadie, solo un hombre limpiando su inmenso piano —Frank, te presento a Elizabeth —el hombre se giró para observarla. Sus ojos no dejaron ningún trozo de su cuerpo por mirar, la contempló por unos segundos más, sonrío malicioso al ver sus abultados pechos. Para ser una niña de doce años, estaba empezando a desarrollarse muy bien.

—Un gusto conocerla señorita Elizabeth —Como un caballero, cogió su mano y le besó la parte superior de ésta. El deseo que sentía Frank por ella aumentó al poner en contacto sus labios con su piel, quería devorarla, la quería para él, quería ser el primero. La doña lo miró atentamente, sabía exactamente lo que quería y lo único que hizo fue darle unas palmadas en el hombro, diciéndole al oído y muy bajo para que Elizabeth no escuchara "Todo a su tiempo Frank, todo a su tiempo" y con una sonrisa se encaminaron a la habitación donde se encontraban todas las demás chicas. Cada una estaba preparándose para el número de esa misma noche, algunas calentaban, otras empezaban a maquillarse. Elizabeth no tenía bastantes ojos para mirar a cada una de las chicas, estaban exponiendo todo su cuerpo y no entendía nada. La doña llamó a Isabel, la mujer que ayudaba a las chicas a vestirse, maquillarse y hacerse los abultados peinados que utilizaban para las actuaciones.

—Quiero que consigas algo para ella, nos será de gran ayuda haciendo de camarera mientras la preparamos para los espectáculos.

—Como usted mande madame.

Y así lo hizo. Isabel encontró un vestido provocador, ajustado al cuerpo. Se lo enseñó a Elizabeth pero ésta se negó rotundamente. Ella no quería salir así vestida, no quería mostrar su cuerpo, sin embargo, la doña perdiendo los papeles por su poca paciencia, le cogió fuertemente el brazo y la arrastró por los pasillos, llenándolos de gritos y lloriqueos por parte de Elizabeth.

—Debes hacerme caso a mí. Yo mando ahora de ti y te dicto todo lo que vas hacer.

—No, yo no quiero ponerme eso, suélteme. Usted no es mi madre —grito con dolor en su voz.

La doña con toda la rabia instalada en el cuerpo, le dio un guantazo que le dejó los cinco dedos marcados en la blanca mejilla de Elizabeth. Sus lágrimas eran derramadas como baldes de agua fría. No entendía porque su abuela Anne la había traído a ese lugar tan espantoso. Ahora no veía un ambiente bonito y cálido, ahora veía todo lo contrario. Era un lugar asqueroso y del que quería irse cuanto antes, no obstante, las cosas no sucedieron así. Elizabeth debía cumplir su castigo. Ésta debía empezar a entender que su vida ya no la manejaba ella, sino la doña.

La joven intentaba liberarse del agarre de la madame pero sus esfuerzos eran en vano, ya que la tenía cogida con demasiada fuerza. Fuerza que ella no tenía. La metió en una habitación oscura y cerró la puerta. Elizabeth arrastró sus manos por una de las paredes de la habitación intentando encontrar algo que diera la luz ya fuera un simple encendedor, sin embargo, escuchó una fría y espeluznante voz que le recorrió toda su columna vertebral. Giro despacio su cuerpo para verse cara a cara con aquel hombre y el miedo se apoderó de ella. Sin darse cuenta empezó a caminar hacia atrás, intentando lograr una mayor distancia entre ella y el hombre que había cerrado la puerta tras suyo, dejando esa luz de gas apoyada en la mesa, haciendo que la habitación quedara totalmente alumbrada. El hombre seguro de sí mismo se acerco con paso firme, llegando hasta su presa, Elizabeth. Ésta derramando sin cesar lágrimas se apoyo contra la pared, mirando a su alrededor para ver una vía de escape, pero no había ninguna. Pero cuando se dio cuenta, estaba atrapada entre dos brazos musculosos y una dura pared. El guardia de la entrada había entrado a cumplir su cometido, dar un escarmiento a la joven y nueva chica. Nueva en todos los sentidos. Elizabeth sin escapatoria y entre las manos de ese ser, gritaba, lloraba, bramaba de dolor al sentir la fuerza utilizada por éste. Su ropa quedó rota y esparcida por el suelo en cuestión de segundos. Sus pechos adoloridos y enrojados estaban deseando que todo lo que estaba sucediendo terminara. Las manos del guardia la recorrían toda, sin dejar trozo por descubrir. Sus dedos exploraban zonas que nunca antes habían sido visitadas y eso solo le provocaba a Elizabeth más ganas de terminar con su vida. Tenía asco de sí misma y del hombre que la estaba manoseando. Sin ningún tipo de miramiento y colocándose encima la joven, la embistió con dureza. Elizabeth gritaba de dolor en cada embestida, si no tenía fuerza para librarse de una mujer con un hombre como éste todavía menos. Sus ojos ya no eran capaces de producir más lágrimas, estaban cansados de tanto llorar, su corazón acelerado y su cuerpo maltratado y adolorido no aguantaban más. Su cabeza daba mil vueltas. Quería terminar con todo, sin embargo, la rabia e ira se instalaron en ella. Si la doña quería una prostituta de lujo en su burdel la tendría, si tenía que obedecer sus órdenes obedecería pero algo tenía muy claro, lo que le había pasado no se lo perdonaría nunca.

6 años después

Pasados varios años, la joven de doce años era toda una profesional del burdel. Era la más querida del local y la más solicitada. Sus largas y finas piernas, blancas como la seda, eran extremadamente provocadoras. Su fino cuerpo, con sus curvas que la hacían todavía más sexy y sus abultados pechos alocaban a los visitantes del local. Además, la belleza que la componía era incomparable con las otras chicas del burdel. La doña estaba muy agradecida con Anne, ya que había traído a una de las mejores e iba ganando más dinero del que un día pensó ganar. A pesar de que su primer día no fue de lo más agradable.

Elizabeth, al igual que el resto de chicas, se arreglaron para el próximo show. La doña había pensado en cambiar un poco la dinámica del local e intentar imitar todavía más a los Cabarets. Sin duda, nadie debía decir nada, ni siquiera los hombres que fueron al local lo sabían, era todo una increíble sorpresa. Y lo más sorprendente es que por primera vez, Elizabeth enseñaría su vena artística, el canto. Su abuela Anne la enseñó desde pequeña y todos los días practicaba unas horas para no perder la entonación. Una vez vestidas y antes de salir al escenario del local, la doña recalcó un par de normas para que todo saliera a pedir de boca.

—Escuchadme bien chicas —todas le prestaron atención —Ninguna puede ser tocada por ningún hombre mientras el show esté en marcha, ¿lo habéis entendido? —todas asintieron —Si alguien intenta tocaros, haced algo para que no lo haga. Quiero que se queden con las ganas, que sufran por tocar, que os deseen como nunca para poder tener más compensación —una sonrisa de superioridad brotó de sus labios y miro a Elizabeth —Saca tus mejores armas, hoy es tu noche —les dio el visto bueno a todas y salió al salón para ver la cantidad de gente que les esperaba.

Estando arriba del escenario vio a su acompañante de noche, con ese traje elegante, digno de un banquero. Con ese sombrero que sostenía en las manos y esa sonrisa pícara que lo caracterizaba. Se sentó en una de las mesas del centro, sus miradas eran intensas, apasionadas, como todas y cada una de sus noches. La sangré de la dueña empezó a hervir de deseo y los ojos lujuriosos del banquero no se quedaban atrás. Quitando su vista de la suya, recorrió el local entero. Al ver que estaba lleno de hombres deseosos por pegar un buen revolcón, cogió el micrófono y llamó la atención de todos. En ese momento, entraron un par de hombres más jóvenes. Se quedaron en la puerta mirando el local, mirando lo arrebatado de gente que estaba. Decidieron quedarse, si estaba así de lleno sería que las chicas serían lo suficientemente buenas para satisfacer los placeres que sus prometidas no complacían.

Las luces se apagaron y un redondel blanco iluminó a la doña —Bienvenidos al Burdel The Pleasure Place. Esta noche les tenemos una gran sorpresa, esperamos que les guste y disfruten del espectáculo. Con todos ustedes, Elizabeth y sus chicas.

Las luces volvieron apagarse y cuando se encendieron, vieron a cinco chicas encima del escenario, de espaldas. Vestían diferente, dos llevaban un corsé azul con su parte intima de color negro que alcanzaba a taparles solamente medio glúteo, uno de cada nalga. Conjuntado con unas medias negras que les llegaba hasta las rodillas. Los zapatos no eran para nada cómodos, ya que el tacón no les permitía moverse con facilidad. Las otras dos llevaban un mini-vestido de color dorado que resaltaban los abultados pechos que tenían ambas. El ligero les llegaba hasta medio muslo, junto a unas calzas de color dorado que sobresaltaba por ser de piel morena. Y Elizabeth vestía con un corsé rojo y negro, con su parte intima de encaje, marcando todo lo deseado pero con la imposibilidad de ver nada. Sus pechos sobresalían del corsé, los tenía grandes y en su lugar, eran redondos y bailones, a los hombres lo volvía locos con ellos.

La música empezó a sonar, los chasquidos de los dedos resonaban por toda la sala y justo cuando empezaba a cantar, las dos chicas con el vestido dorado se giraron y empezaron a hacer posturas sensuales, moviendo su trasero y tocándose por encima de la tela, de una forma lenta y sexy. Los hombres de las mesas de delante alzaban los brazos para tocar sus piernas, pero éstas se echaban bailando hacia atrás. Las chicas del corsé azul voltearon, haciendo piruetas y tocamientos entre ellas hasta que Elizabeth giró y se adueñó del centro del escenario, con su increíble voz, que apasionaba cada vez más, llenaron el local de diversión y sensualidad. Los roces que ellas mismas hacían, las caricias impropias, los movimientos sensuales... hicieron que los hombres estallaran en sí, muchos se levantaron para hablar con la doña, pero ésta no hablaría con nadie hasta que no terminara el espectáculo.

Los últimos jóvenes que entraron, se quedaron con la boca abierta al ver el gran espectáculo que habían montado en el Burdel. Pensaban que estos tipos de shows los hacían en los cabarets pero se equivocaban, el burdel tenía un gran nivel y una gran potencia al tener a Elizabeth en sus manos. El más joven de todos, decidió volver a ir a hablar con la doña.

—Quiero a Elizabeth esta noche para mí, exclusivamente para mí.

—Lo siento joven, pero...

—Le ofreceré el doble de lo que normalmente pagan por ella —la doña se quedó pensándolo durante un par de segundos.

—No.

—El triple —el muchacho no se daba por vencido. Iba vestido con un elegante traje y se veía la necesidad de pasar una noche con su mejor estrella. No estaba del todo convencida pero pagar el triple de lo que normalmente pagaban era un buen trato.

—Está bien. Esta noche será toda suya. Lo esperará en su propia habitación, después del espectáculo.

El joven con el ego por los aires al haber conseguido lo que muchos querían, volvió a su lugar a observar los espectáculos siguientes. Una a una volvieron a salir, haciéndoles los bailes típicos que hacían, provocadores y sin apenas ropa, dejándose manosear por las manos del ansiado público.

El banquero, ansioso por pasar la noche con Elizabeth y lucir delante de sus amigos, empezó a beber vasos de Whiskey con hielo para matar el tiempo mientras veía a las demás chicas del local. No fue solamente un vaso o dos, sino ocho, nueve e incluso diez. La ambición podía con él. Cuando Elizabeth salía al escenario no quería ver como la tocaban, él quería ser el único que poseyera su cuerpo perfecto, con esos dos pechos que sobresalían del vestido, con esas curvas incomparables y esos labios tan apetitosos. La espera lo enloquecía hasta que los shows terminaron y fue en busca de la habitación de Elizabeth, antes de que la doña le diera permiso alguno. Sin embargo, para suerte de él, ésta estaba pasando por el largo pasillo para llegar a su habitación, donde media hora después tendría que haber aparecido el banquero. Pero nada de eso pasó, ya que el banquero tapó la boca de Elizabeth con su mano para que no dijese nada, al igual que la estampó con fuerza contra la pared. Elizabeth sin esperarlo se asustó ante la brutalidad del hombre que estaba ávido de ella. No podía hacer mucho, solo esperar a que alguien la viera y sus compañeras la vieron y ninguna la ayudó a deshacerse de ese repugnante banquero. Ésta decepcionada y sin ningún tipo de ayuda, aguantó las caricias sucias de éste, los besos que le daba, los mordiscos que marcaban su blanca piel... No obstante, la suerte volvió aparecer en su camino y un honesto hombre apartó al borracho que intentaba abusar de Elizabeth, la joya de la doña, que apareció sin previo aviso y con la compañía de su amante.

— ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué hacen ustedes en esta zona? ¿No saben que la tienen prohibida? —soltó con enojo.

—Debería controlar quien entra y quién deja de entrar —le contestó el hombre que había salvado a Elizabeth de una posible y asegurada violación. Que se dedicara a eso no significaba que no padezca violaciones, porque desde que entró al local, lo primero que le pasó fue eso.

—¿Por qué dice usted esas falsedades? Usted no...

—Yo sé muy bien lo que he visto y sino llego a ver lo que este hombre —lo mira con asco —le estaba haciendo, quien sabe si seguiría aquí.

— ¿Qué quiere decir Elizabeth? —le pregunta desconcertada ante las palabras del hombre que parece más que enfadado.

—Iba de camino a mi habitación y este señor ha empezado a forzarme sin usted darle el permiso madame. Me ha golpeado y a intentado mantener las relaciones en el pasillo... —Elizabeth mira a la doña y éste se acerca y le da unos golpecitos en el hombro.

—Ahora mismo mandaré a los guardias para que te echen y no vuelvas a entrar más, en cambio a ti, como recompensa por "salvarla" puedes pasar la noche con ella —al salvador le brillaron los ojos y su sonrisa apareció de ipso facto. Elizabeth, con una mirada perdida empezó a caminar hacia la habitación para prepararse para la noche que le esperaba.

La doña dejando pasar lo sucedido, se marchó con su amante a disfrutar lo que quedaba de noche. Ella, al igual que sus chicas, disfrutaba como una loba en celo, eso sí, siempre con el mismo banquero adinerado, con el mejor de todos económicamente hablando.

El salvador de Elizabeth esperó detrás de la puerta, en aquel pasillo solitario, apoyado en la dura pared mirando por la gran ventana que había, viendo como escasa gente pasaba por allí. El chirrido de la puerta de ésta se abrió y éste se giró para verla. Vestía con una fina tela que trasparentaba toda aquella lencería negra.

El hombre observó a Elizabeth, la recorrió entera. Sin embargo, cuando vio esas dos perlas que tenía como ojos se quedó anonado. No sabía que decir, era la primera vez que alguien le dejaba sin habla. Elizabeth, al ver que el hombre no daba respuesta se acercó, pero lo único que provocó fue una conexión todavía más grande. Una conexión que solo ellos sentían. Pasaron varios minutos hasta que Elizabeth separó esa conexión volviendo al mundo real.

—Puedes pasar, esta noche soy toda tuya... —dijo con una sonrisa que no le llegaba a los ojos. El hombre entró y se sentó en la cama, pero lo más sorprendente de todo fue que la sentó a su lado, solo con sus manos unidas. Elizabeth no salía de su asombro, este hombre era diferente a los demás y solo con la mirada lo sabía.

—Me llamo William —dijo rompiendo el hielo.

—Elizabeth —ésta levantó los ojos para volverlo enfrentar, pero se quedó hipnotizada con esa sonrisa y esos ojos azules claros como el cielo.

—Lo sé, te veo todas las noches —sonrió y ésta no duda en contestarle la sonrisa, aunque tampoco sabía muy bien que decir, así que se lanzó a sus labios. Sin embargo, William se apartó. Elizabeth descolocada lo miró con extrañez, pero éste no tardó en explicarse.

—No quiero que lo hagas por obligación, por eso nunca pido a ninguna de vosotras. Aunque solo venía a verte a ti, tu voz es muy especial, eres la única que me quitaba y me quita todos los pensamientos de la cabeza, la única capaz de adentrarme en un mundo donde no hay nadie. Escucharte es asombroso, pero sé que detrás de toda esa dulzura y esas sonrisas fingidas hay una historia —Elizabeth lo miraba incrédula por sus palabras, no hubiera pensado nunca que un hombre se hubiera fijado en ella de esa manera, su corazón latía descolocado, no entendía nada. Sin embargo, le gustaba la actitud de William.

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Son muchas las visitas nocturnas  que hizo William, a un alto coste por estar al lado de Elizabeth. Aunque no mantuvieran relaciones, su relación era totalmente diferente, era especial. Día tras día William se enamoraba más y Elizabeth no se quedaba atrás, ya que cada vez su corazón latía más fuerte por él. La conexión que mantenían era mutua, los dos sabían lo que necesitaban en esos momentos. Los dos sentían esas caricias que se regalaban, sentían esos besos en los labios cargados de amor. El ambiente cálido les reforzaba esa ternura que transmitían y el deseo de estar juntos y que nadie los separase.

—Fuguémonos —dijo William recostado en la cama teniendo a Elizabeth entre sus brazos, después de entregarse en cuerpo y alma mutuamente.

— ¿Dónde? No podemos... —dijo Elizabeth abrazándose al pecho de William.

—Sí podemos, vayámonos lejos, donde nadie pueda encontrarnos —se quedó en silencio por unos instantes —después de tu espectáculo, mientras tus compañeras y la doña están ocupadas teniendo sexo con sus clientes —Con un brillo en los ojos y una esperanza, Elizabeth levantó su rostro para encara a su amado y le brindó una enorme sonrisa.

—Tú y yo, juntos, siempre —dijo Elizabeth antes de besar sus labios.

—Tú y yo, para siempre —le contestó su amado devolviéndole el beso. Sin embargo, el chirrido de la puerta les hizo separarse viendo a una doña muy furiosa. 

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