Epílogo
2 semanas después
La decisión que habían tomado era fundamental. No habría cambios. Estaban decididos a dejar la ciudad, buscar otra y vivir en ella felizmente. Lejos de todo, lejos de la familia de él y del burdel. Aquel burdel que tantos hombres buscan para satisfacer sus necesidades.
Desde la noche que la doña les pilló, no ha parado de entrometerse en su relación prostituta-cliente. La madame dejó de coger su dinero y se negaba rotundamente a que él disfrutara de su mejor chica. Además, la doña estaba muy molesta con ella al haber escuchado la conversación que semanas atrás tenía con el banquero de sus planes futuros, y con la sangre hirviendo y sin ningún tipo de compasión, enviaba a sus guardias del burdel a castigar a Elizabeth, dejándoles libre de condiciones. Todas las noches, después de cerrar el burdel, los hombres la cogían como si fueran animales en celo, teniendo duras relaciones sexuales, maltratándola y haciéndola la mujer más infeliz del mundo.
La doña no perdona fácilmente y no hay mejor enseñanza que un gran castigo, por eso nadie se metía con la madame, ni intentaban ocultarle nada porque siempre las pillaba. Sin embargo, esto no le importó a Elizabeth, ella tenía muy claro su cometido, ella debía salir de allí lo más pronto posible. Como casi todas las noches, después de lavarse y llorar durante varias horas, se asomó a la ventana sin esperar la visita de su amado. Pero se sorprendió, ya que allí se encontraba el chico que la había llenado de esperanza e ilusión. Aquel que se fugaría con ella y emprenderían juntos una nueva aventura, una nueva vida.
La sonrisa brotó de sus labios y un bombardeo rápido y constante se instaló en su corazón. Elizabeth abrió la ventana haciendo el menor ruido posible, sabiendo que podía ser pillada por aquella despiadada mujer que la castigaba noche tras noche. Sin embargo, la suerte ésta vez estaba de su parte.
—Elizabeth, mañana por la noche debes ir a la plaza.
—No sé si conseguiré salir de aquí... —decía lo más bajo que podía para que nadie, nada más que ellos pudieran escuchar, si es que los escuchaban.
—Inténtalo, te estaré esperando en la plaza. Es nuestra oportunidad. Los guardias saldrán al terminar el espectáculo, es su día "libre" —la cara de William expresaba preocupación y ansiedad. Sabía perfectamente que el plan podía fallar, sin embargo, nunca perdía la esperanza de intentarlo. Su corazón dictaba muchas cosas, pero sobre todo dictaba que estaba locamente enamorado de Elizabeth y no iba a consentir que ella viviera en ese burdel sin conseguir lo que siempre ha estado deseando, sus sueños.
Despidiéndose con un ligero beso al aire, Elizabeth cerró la ventana y se encaminó rápidamente a su habitación, dejando caer todo su cuerpo en la vieja cama que habitaba en ese espacio que tanto odiaba.
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Como todos los días, las mañanas se pasaban limpiando y escogiendo el vestuario para los espectáculos de la noche. Elizabeth, sin mostrar ninguna expresión en su cara y siguiendo la típica rutina que hacía, empezó a cantar por los pasillos del burdel. La doña no le quitaba la vista de encima hasta que se cansó de observarla al ver que no parecía tener intención de escaparse. Elizabeth, siguió su práctica hasta medio día, donde prefirió ir a comer tranquilamente, dejando toda la tarde para maquillarse, vestirse y peinarse. Las chicas siempre estaban antes de la hora cambiadas, ensayando en sus habitaciones o todas en común, según fuera el espectáculo. Y como un día más, la noche cayó, dejando que las farolas fueran las únicas que regalaran luz en aquellas calles de Londres.
Como cada noche en The pleasure Palace, las chicas exponían mediante bailes sensuales sus cuerpos semi-desnudos, dejando deseosos a los hombres que asistían al local. La lujuria saltaba por los aires como cada noche, sin embargo, Elizabeth tenía los nervios a flor de piel aunque los intentara controlar. Cada una, se cambiaba rápidamente para no hacer esperar a los hombres que ya tenían en las habitaciones, pero como en los últimos días, Elizabeth era castigada por los abusos de los guardias de la entrada. Al final ya no ponía resistencia, se dejaba quebrantar por los hombres que mandaba la doña y luego solo dejaba caer agua por encima para no sentirse tan sucia. No obstante, como tenían planeado ella y su amado, esa misma noche salió del local mirando hasta en los mismísimos rincones más oscuros. La doña estaba con su amante, las chicas estaban gozando de los varios hombres que tenían en sus habitaciones y, como le había dicho su amado, los guardias hoy no estarían. Salió rápidamente de allí, dejando atrás toda su vida. No quería recordar nada de aquello, eso solo había sido una valla que había podido saltar con la ayuda de William.
La tormenta que asomaba empezó a iluminar el cielo oscuro, las gotas de lluvia empezaron a caer sobre su rostro, mojándola lentamente. Corría con todas sus fuerzas para poder llegar lo antes posible al lugar acordado con William, estaba segura de que llegaba tarde y no quería hacerlo esperar. Sin embargo, con tan mala suerte tropezó y cayó al sucio, frío y mojado suelo, rasgándose gran parte del vestido que llevaba, ensuciándolo y pareciendo una prostituta de calle. No le dio importancia al traje, ni siquiera a las heridas que se había hecho en las manos tras caerse. Ella siguió corriendo, entrando por los callejones para adelantar camino. Pero parecía que la suerte no estaba de su parte, ya que cuando menos se quiso dar cuenta notó una presión en el pecho que la rasgaba de arriba abajo, haciendo que cayera al suelo sintiendo como su sangre salía, dejando su boca entre abierta y los ojos llenos de lágrimas.
Pasaron varias horas y el cuerpo de Elizabeth estaba tirado en el suelo del callejón, nadie solía pasar por allí, ni siquiera los hombres para ir a buscar a las prostitutas. Sin embargo, William que iba en busca de Elizabeth, pasó y vio un gran río de sangre. Se quedó mirando al oscuro callejón, pero no veía mucho, así que decidió acercarse hasta que se tropezó con el cuerpo que se hallaba en el suelo. Cogió el cuerpo que había en tierra y lo arrastró hacia la luz de la calle. No obstante, cuando vio de quien se trataba cayó de rodillas al suelo, sus lágrimas caían por el acantilado de su barbilla, sus manos temblorosas tocaban la helada cara de Elizabeth, pudiendo observar la tristeza que tenían sus ojos antes de que alguien despiadado la matara. En ese mismo momento, recordó una noticia que leyó varios días antes: "Se han encontrado dos prostitutas muertas en las Calles de Whitechapel, Jack el Destripador ataca de nuevo".
FIN
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