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Coros disonantes

Aquellas voces resuenan nuevamente en su cabeza. Una sonrisa irónica se dibuja en su rostro cuando, entre el eco de aquellas indescifrables palabras, empieza a resonar una sinfonía lenta. Las voces, entonces, entonaban un canto que, de alguna forma, le guiaban a través de la multitud.

Calle abajo, la melodía se hacía más fuerte. Las voces se volvían inaudibles cuando tomaba una dirección, señal de que el camino no era el correcto. Joseph caminaba entonces sobre sus pasos para reconstruir el sendero previo y tomar la ruta contraria.

Lo haces bien –dice aquel otro, oculto entre la nada.

Joseph ignora por completo la voz. Solo aquel coro le apacigua los instintos y le da las respuestas por las que ha estado mendigando desde que se aventuró al mundo exterior. ¿A dónde iría luego? El pasar de los relojes ya no le sirve de guía.

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A pesar de su rabia, de su enojo. A pesar de que no entiende nada de lo que sucede en su mundo material, me sigue el paso, me escucha. Recuerda su melodía, su canción. Esa que cantamos tantas veces y que tanto le costó crear. Todavía la escucha en su cabeza porque sabe que le dará lo que quiere en su corazón.

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Una luz al final del abismo. Un ligero as de humo revolotea en el aire a menos de tres cuadras calle arriba. «Debe ser ella» piensa al disponerse a correr a pesar del cansancio. Una señal de movimiento, una muestra de vida, era todo lo que necesitaba hallar en medio de aquella pausa. Solo corrió como si pudiera halar la esperanza con las manos.

Mientras tanto, ella dibujaba nubes esporádicas sobre su cabeza. La humareda del cigarrillo no cesaba. Uno tras otro iban siendo consumidos por sus frustraciones, por su enojo y, sobre todo, por su enarbolado terror. Joseph era la única idea presente en su mente, en su pensamiento. ¿Qué podría hacer sin él? «Nada» piensa.

Joseph, a pocos pasos de ella, tras un pestañeo se ve perdido una vez más en aquella oscuridad previamente vivida. Hojas con formas extrañas bailoteaban por el aire. Una corriente leve le acaricia el cabello, la frente, el cuello. Su mirada permanece atenta a lo que sucede.

Sé que estás aquí –musita con enojo; − Sal donde puede verte. Pero el silencio fue la única respuesta conseguida. Poco a poco la oscuridad fue retrocediendo frente a sus ojos. Él ya sabía a dónde lo llevarían los sueños de aquella ilusión.

Decide avanzar, seguirle el paso a aquella densa oscuridad y adentrarse nuevamente al bosque. Lentas caían las hojas a su alrededor con el dulce soplido de una brisa tan cálida y fría a la vez. Nuevamente las voces coreaban aquella canción que lo habían guiado hasta aquel lugar.

Las voces... podía entenderlas claramente esta vez.

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