VIII
Sonata del infierno
Un sol inauditamente cálido se posa en lo más alto de un cielo sin horas, sin minutos ni segundos. Toda una civilización se encuentra vibrantemente quieta al ras del tiempo y el espacio. Las razones son todavía desconocidas para nosotros, pero sabemos una cosa: no somos los únicos cuyos relojes parecen mantener intactos sus compases armónicos.
Hay más de un alguien titilando todavía en medio de aquella confusión que yace latente en los bordes más delicados de la existencia. Han sido muchos los rumores que se han devenido desde el surgir de la primera sombra. Este es, a decir verdad, un asunto muy sospechoso.
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–Hablemos claramente sobre todo este asunto –dice Joseph con el tono más serio que su voz de niño le permite articular.
Sus desgarbados cabellos se menean con el dulce acariciar del viento que bambolea en sus alrededores. Sus labios tiemblan un poco culpa del fuerte enojo.
–Hablar, hablar, hablar – responde no-Joseph en tono burlón; − Inútiles soluciones humanas. Solo ven conmigo. Vuelve conmigo. ¡Quédate conmigo!
La expresión de Joseph al escuchar aquella inusual respuesta le cundió el pánico en su interior como incendio forestal. No-Joseph, por otro lado, le sonreía aun tendiéndole ambas manos como invitándole un abrazo. Joseph retrocedió.
–Padre está enojado por tu tan tonta y prolongada ausencia –musita no-Joseph jugueteando con sus desnudos pies en el lodo.
Su rostro risueño lo mira de vez en cuando mientras una sonrisa complacida le adornaba el semblante cuando Joseph lo perdía de vista. Los gemelos se resguardan cada uno en su propio silencio.
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Es un laberinto sin salidas. Una historia llena de posibilidades inconclusas, de respuestas al azar entremezcladas con mentiras que no son mentira y verdades tan inciertas como preguntar la hora en medio de una oscuridad total. ¿A dónde debo dirigirme entonces?
¿En qué dirección correr cuando se han ya difuminado todos los senderos posibles? Cuando el caer de las hojas se ha desvanecido ya como se ha desvanecido el devenir de las horas y la esperanza yace oculta tras un rompecabezas de piedra imposible de descifrar.
¿Qué hacer cuando ya nada queda para jugar en el tablero? Cuando ya las ganas que te impulsan se han desgastado en su totalidad y la comprensión de todo lo circundante queda reducida a menos que nada. Porque solo eso se me viene a la cabeza, solo eso me mantiene de pie todavía: preguntas y más preguntas.
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–Tu mente es tan humana –dice al ponerse de pie junto a la fuente; − Tus pensamientos tan diminutos, tan míseros, tan banales. Estas por encima de todo aquello y te niegas a abandonar esa fétida mortalidad con la que te has atrevido a ensuciar lo más hermoso que ha sido creado en el universo.
Aquella otra realidad se distorsiona a su alrededor. Se cristaliza el escaso horizonte a sus espaldas y más allá de su mirar. Joseph no comprende de buenas a primeras lo que puede ver mientras la voz de no-Joseph resuena como eco tras el cristal.
–¿Por qué inundar tus pensamientos de tantas superfluas cuestiones cuando tienes toda una eternidad esperándote a mi lado? –pregunta –Más allá del tiempo y el espacio, de la carne y la sangre, más allá del polvo y la materia... nuestro hogar nos espera cálido, eterno.
El cristal en el entorno parece moverse. Se rota en intervalos diminutos de espacio sin dirección clara, sin lógica aparente. Yace lo suficientemente lejos de sí como para preocuparse por ello, pero el sentido de peligro no deja de resonarle como alarma en la cabeza.
–¡¿Has de venir entonces o seguirás lloriqueando por cosas inútiles el resto de tu existencia?!
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Sin duda alguna se trata de un poder conocido, de un ser familiar. El resto investiga lo que puede mientras yo me remito a las pocas pruebas que hemos logrado obtener de esta aberrante manifestación.
Mis saberes, a pesar de todo, parecen no ser suficientes. Eso descarta por completo que se trate de seres mortales. Entonces el culpable es un inmortal pero ¿quién? ¿Quién podría atreverse a tomar posesión de las partículas de Kronos y desbalancear de maneras tan graves el curso del destino?
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De momento, el sorpresivo develar de no-Joseph lo ha dejado un poco aturdido. Las paredes de cristal que lo flanquean continúan su lento danzar por los aires. A su vez, no-Joseph, desde el otro lado del cristal, devela nuevamente aquella apariencia de pesadilla.
La piel roída y arenosa, los ojos ennegrecidos y sin pupilas, largas y punzantes uñas en las manos. Una sonrisa que le abarca casi por completo el rostro desnuda una afilada y prominente mandíbula. Una bestia nacida en el mero abismo.
Joseph, intimidado, pretende retroceder pero recuerda en aquel instante que, de una u otra manera, el camino siempre lo llevará de vuelta hacia la senda de aquella morbosa y grotesca bestia. Bestia que, sin duda alguna, le arrebatará el sueño noche tras noche hasta obtener de él lo que quiere.
Un ligero resonar de aquella voz, igualmente transmutada, vibra en lo profundo de su oído interno. «Eres muy especial» musita en un tono que le resulta tan apático como nauseabundo. Los cristales se han vuelto espejos estáticos.
–¡¿Qué carajos quieres?! –pregunta Joseph con brutal enojo; –¡Dilo de una maldita vez!
–¡A ti, hermano!
Hermano. Aquella palabra, como botón sobre un tablero, activa una reacción en cadena que solo se manifiesta en aquellos extraños espejos.
Joseph ya no parecía estar solo dentro de aquella burbuja inmóvil: cada uno de sus propios 'yo' yacían junto a él del otro lado del espejo. Por un momento único, ínfimo, memorable, su propia voz le habló desde muy cerca, imitando a aquel otro, al falso Joseph.
–Podemos derrotarlo –dicen al unísono cada uno de ellos. Una sonrisa disimulada puede vérseles dibujada en el rostro.
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