V
Sonata de melancolías
La mañana sigue su curso incandescente tras las puertas de cristal que esperan la pronta hora de su reapertura. No ha tenido el tiempo suficiente para enfrentarse a lo que en su cabeza retoza como niños en un parque. Su ávida atención permanece enfocada en su reflejo: el cabello suelto, los labios recién pintados, la provocativa falda y el efusivo escote. Ya es hora de empezar.
La puerta se cierra a sus espaldas. El paso que marcan sus tacones al caminar, de cierta manera, llevan el mismo ritmo que la música del salón principal. Las luces se encienden a medio tono. El resplandor del día entra como a gritos a través del reluciente cristal. Baja las escaleras deprisa pero sin perder lo galante de su compostura. El cuadro sigue ahí.
– No quiero sorpresitas hoy –musita al encender un cigarrillo frente a aquel antiquísimo perfil.
Su mirar denota un enojo enclaustrado. El atrevido contonear de sus caderas atraviesa de regreso el amplio salón, en dirección a la salida. Un botón junto a las cristalinas puertas desactiva el moderno sistema de seguridad, habilitando así el uso de las mismas.
– ¿Vendrás hoy también, mi extraño y querido amigo Joseph? –dice en voz alta al dejarse acariciar la piel por los primeros rayos de sol. Sorbe del cigarrillo con más efusividad de la acostumbrada: está estresada.
Sería lo usual si se tratase de asuntos de trabajo, pero ella sabe que no se trata de trabajo esta vez. Ella sabe que no puede solo borrar las sensaciones y el temor sentidos la noche pasada. Sus fantasías no le fueron cumplidas como esperaba.
El cigarrillo está a punto de ceder, así como lo está ella. ¿Dónde podría salir a buscar a un joven cerebrito con actitudes de anciano? ¿Dónde puede vivir alguien tan huidizo y extraño? Suspira. El cigarrillo se ha agotado.
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