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Lo exasperante

Las calles lucen muy diferentes y eso lo aturde demasiado. El bullicio y las multitudes se le hacen más insoportables de lo acostumbrado en medio de aquella tan inesperada ola de calor. Algo o alguien no lo quiere merodeando por las calles, o eso piensa.

Un tanto paranoico, Joseph se siente amenazado por un alguien que lo atosiga. Un alguien que le enmarca los pasos entre calles desconocidas, llevándolo más y más a lo profundo de aquella desconocida selva urbana. En su mente se enarbolan ideas, unas tras otras, entorpeciendo a cada minuto su forma de procesar los pasos que lo empujan calle arriba.

No podrás olvidarme tan fácilmente esta vez –le musita una voz muy cerca de sus oídos.

Joseph se vuelve con abrupta violencia, buscando el origen de aquella voz que reconoce tan perfectamente como reconoce su propio rostro ante un espejo. Un gesto híbrido, difuminando rabia y temor, se enmarcó en sus falsamente juveniles facciones.

Da la cara, cobarde –responde entre dientes al mirar de un lado a otro, exaltado, buscando a aquel que se escabulle entre la multitud que le circunda.

El vaivén de la gente progresa con el paso de los minutos mientras él olvida por completo la razón original de su incursión. Aquel otro es su nuevo objetivo, su nueva meta a alcanzar.

Voces y voces se distorsionan en el espacio. Joseph deambula sin rumbo persiguiendo una voz que le atosiga los nervios y fragiliza, cada vez más, la poca cordura que lo mantiene todavía razonable. Se desvía entonces y escapa momentáneamente hacia los más próximos callejones. La voz ha desaparecido.

Sé que eres tú –dice recostándose contra una roída pared de concreto oscuro.

Le falta ya el aliento y no puede estarse de pie por más tiempo. Había olvidado traer consigo una botella de agua mineral al menos, pero no esperaba encontrarse envuelto en semejante dilema, en tan exasperante búsqueda. Ha recobrado el sentido momentáneamente.

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El reloj, en su propio tedio, parece detenerse de a poco. Ahogándose aún más en una frustración punzante, ella regresa al interior de la galería y sube las escaleras con pisadas agresivas. Su reloj de pulsera ha dejado de sonar desde hace rato, aunque parece no haberlo notado todavía.

Atraviesa la puerta de la desordenada oficina y, abriendo uno de los archiveros más próximos, empieza la exhaustiva búsqueda de un algo que espera encontrar en aquel campo de batalla. Pocos fueron los intentos cuando, armada de un cajetín de cigarrillos apenas destapado, azota la puerta tras sus espaldas.

Sus firmes pisadas entonan una sinfonía con cada escalón que baja. Ignorando el silencio que súbitamente había ahogado el recinto, ella pasa de largo por el vestíbulo en dirección a la salida. Se lleva un cigarrillo a los labios, lo enciende y, velozmente, se desliza fuera de la galería. Un suspiro humeante se bambolea por el aire. La calle yace en completo silencio.

Ͼ

Tras tomar un segundo aire, Joseph se dispone a navegar de nuevo contra la corriente. El mar de gente a su alrededor no parece mermar a pesar del clima, a pesar de la pesadez que pareciera estarse estática únicamente en aquellas calles. Predispuesto a continuar y justo antes de dar el primer paso, lo ve. Del otro lado de la calle, equidistante a su posición, lo ve.

No-Joseph yace quieto en medio de la multitud, con la mirada fija sobre él mientras muestra una sonrisa ligeramente maliciosa. Reconoce esa sonrisa, es la misma que la suya. No lo duda entonces. Se lanza de lleno hacia aquella muchedumbre en movimiento buscando a ese alguien que le atormenta el pensamiento.

No es el momento todavía –susurra no-Joseph antes de escurrirse entre la multitud y desaparecer como una sombra. Su voz la escuchó tan próxima a sus oídos. No lo había notado todavía en ese momento, pero las gentes a su alrededor y su propio reloj de pulsera habían entrado en una especie de estasis. La vida había pausado su curso natural.

¿Qué diablos estás planeando?

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