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Divagaciones II
Hoy me pesan las ropas. Hoy no existe nada más abrumador que el intentar reconstruir, nuevamente, el poco pasado que me queda de mí mismo. Solo quiero encontrar la manera correcta de empezar, de avanzar en esta tan infructuosa misión que me he encomendado.
El reloj se ha convertido, desde el incidente, en un enemigo acérrimo de mis verdades más próximas. Tantos años, tanta vida, tantas cosas aprendidas y sufridas. ¿Cómo es que parezco un libro en blanco ahora? ¿Cómo es que se han diluido mis memorias cual agua entre los dedos? Nada de esto tiene sentido.
Aunque no hay forma lógica de decir o siquiera discernir sobre lógica alguna en medio de todo este asunto. Tan extraño ha sido todo, tan inusual y tan preciso a la vez. ¿Qué habría ocurrido entonces de no haber roto mis parámetros de lo cotidiano? ¿Cómo habrían resultado las cosas si no la hubiese conocido? Es difícil siquiera pensar sobre ello.
El tiempo transcurre de maneras tan extrañas estos días. No lo sé. Es como si las ficciones escapasen finalmente de entre cientos de miles de páginas escritas desde el principio de la historia. Una especie de maleficio que transita los laureles de cuanta realidad alcanza a tener próxima. ¿Acaso es mi obligación enfrentar un posible que no remite conceptos dentro de la convencionalidad de mi realidad más latente?
¿Acaso soy responsable de alguna manera? Porque ese sentir no desaparece de mis adentros y, hasta cierto punto, creo que se trata de una verdad irremediable. ¿Ella tendrá algo que ver con todo esto? Es muy posible, como también es posible que su presencia fuese no más que una mera coincidencia.
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¿Por qué tarda tanto en llegar? Si es que en realidad llega en algún momento. Solo un poco más, solo eso debo resistir mientras no está. Ya no me quedan cigarrillos aunque tiempo, por lo visto, me tengo y por montones. Es enserio, Joseph, ¿dónde te has metido? ¿No comprendes todavía que no puedo lidiar con este asuntito yo sola?
Soy muy buena actriz, pero no lo suficientemente calificada como para mantener un teatro como este por tanto tiempo. Estoy cansada de estos riquillos engreídos que invaden mi palacete solo para engrandarse más los egos mutuamente en las narices de mis preciadas obras de arte.
¿Qué dirías tú sobre eso? Seguramente algo tan cordial como cruel, sin duda alguna. Eres un maestro en las artes de la educación, Joseph, es algo que debo admitir. Pero también eres el maestro de todos los misterios que deseo conquistar. Deja de ser tú por un segundo y, por favor, ven a mí, ven y estate quieto un rato conmigo, con el cuadro. Si, con el cuadro. Ese que te causa una curiosidad tan poderosa como el mismo temor que sientes al tenerlo cerca.
¿Cómo es posible que seas tú el del cuadro? Fuiste muy esquivo con el tema. Dijiste 'no lo sé' una y otra vez, pero no puedo creerte, aunque sé que debo hacerlo. Sé que debo confiarte lo misterios de mi búsqueda, porque resultaste serla en carne y hueso, cuerpo y alma. ¿Dónde has estado oculto todo este tiempo?
Abuelo mío, si estuvieses aquí todavía, conmigo, saborearías la amargura insensata que me embriaga desde el momento mismo en que lo vi atravesar estas mismas puerta que tú, con sudor y sangre, erguiste hace tantos años. Finalmente encontraríamos las respuestas con las que tanto hemos estado soñando desde siempre, tú y yo. Pero te marchaste mucho antes de lo que jamás hubiese querido.
Debo admitir, abuelo, que tengo miedo. Un miedo voraz que emerge desde no sé dónde con el solo hecho de pensar o decir su nombre. Aquello que vi, que viví cuando lo tuve tan cerca, cuando casi pude tocar su piel. Creo que a lo que más le temo no es al misterio que ocultan él y tu preciado cuadro. No, creo que es a él a quien más le temo en estos momentos de escasa cordura.
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El mundo exterior, nuevamente. Calles abarrotadas de gente de moral acartonada y ética de plástico. Un mundo del que siempre me he sentido enajenado, del que nunca me he sentido parte sin importar la ciudad, el país, la región. Nada de eso importa. Siento que no formo parte de ningún lado. Que no encajo con ningún pueblo, con ningún grupo social.
Sigo navegando la vida que escogí por las mismas aguas solitarias de siempre. A pesar de ello y de mis esfuerzos por evitar contacto alguno con aquellos tantos otros, sigo sin comprender qué me motivó a romper esa única regla. También quiero comprender un algo que es totalmente ajeno a todo lo que soy.
Los sucesos de ese día, de esa noche. La galería, el cuadro, el niño y ella. Sobre todo el niño. Sobre todo ella. Su vestido rojo, sus labios brillantes y sus mentiras hermosamente adornadas del encanto que solo una persona tan culta y conocedora podría vertirle a un cuestionario policiaco.
Sé que no debo ni quiero salir de nuevo de mi Fortaleza de la Soledad, pero... ella... ¿Por qué siento que espera por mí? ¿Por qué siento que debo ir con ella? ¿Qué dirección debo tomar ahora? No lo recuerdo.
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