33︱ Capítulo Treinta y tres⚔️
Su estridente y maniática risa contorsionó con las paredes del despacho. Provocando un eco repetitivo y tortuoso que se reproducía con lentitud en la mente de Vegita. Aún estaba procesando la muerte de su padre, y para colmo un maldito loco se le presentaba de la nada mofándose de ello.
Buscaba chantajearla.
Conocía a Koshiro y nada podía sorprenderle viniendo de el. Sus actos del pasado dejaban en clarividencia que carecía de piedad alguna o amor.
Con sumo descaro, avanzó a paso decidido y la levantó en sus brazos. En el respectivo rincón donde la princesa se encontraba derrotada, rompiendo en llanto.
Depositó su cuerpo en la silla del despacho y apartó los mechones de su rostro, para regocijarse mejor con su apariencia devastada.
No parecía ser la misma y todo el autocontrol, junto con esa actitud pedante y ególatra se derrumbó cual pila de naipes.
Ella lo observó con el mayor de los desprecios.
Le daría una paliza, de no ser por aquel liquido que entumeció su cuerpo. Rompería cada músculo, hueso, articulación posible. Quedaba en evidencia por la ira: sus dientes se escuchaban crujir y varias lágrimas de impotencia eran derramadas en el suelo. Producto de la pérdida, el rencor que sentía por el individuo frente a ella.
Quería liberarse de su agarre.
Quería arrancarle los ojos con sus dedos, para después arrojarlos a los saibaiman.
Pero no podía.
No podía, porque era evidente que estaba a su merced.
Aquél loco le estaba tendiendo una trampa que no olvidaría jamás. Por eso se encargó por si mismo de vanagloriarse aun más, entrelazando sus labios en un desagradable y frívolo beso que acabó con la cara de Koshiro salpicada en saliva.
La princesa le escupió luego de que el culmine con aquel momento. Lejos de disgustarle aquello, lo alentó más a continuar su propósito.
Él era conciente de su rabia, del enojo que sentía (un sentimiento mutuo) que por fin llegaría a su fin.
Fue una despedida. Aprovechó dicho acercamiento para depositar estratégicamente una jeringa con los restos del veneno en un bolsillo de la soberana.
La derrota, la ejecución de aquella princesa después de tan grave acusación que su mayor enemigo estaba por adjudicar en su contra. Eran cada vez sucesos mas posibles.
—Miserable, maldito, demente, psicópata —su majestad alcanzó a reprochar en un hilito de voz— ¡Vete de aquí escoria! ¡Largate! ¡Tu lo mataste! ¡Me quitaste mi única familia!. De nuevo... me arrebataste a alguien que amaba ¡Pudrete en el infierno!.
Permitió que siguiera liberando lo reprimido por el reciente duelo. En agrado por el sufrimiento que Vegita estaba padeciendo. Su sonrisa se ensanchaba cada vez más, al ver que la primogénita se encontraba en un estado de shock y agonía nunca antes experimentado.
Podría jurarse que ese fue el mejor día en la vida del maquiavélico Koshiro; o al menos el segundo mejor, ya estaba imaginando su coronación y la ejecución de la princesa Vegita. Interrogándose cual de estos momentos ocuparía el primer lugar.
Quería acabar las cosas rápido.
Ejecutar su plan minuciosamente y ver los frutos de aquella treta que ideó de la mano de Nappa por tanto tiempo.
Antes de explicarle a Vegita que pasaría luego, se tomó la molestia de arrastrar una pequeña banca del lugar. Tomó asiento frente al rostro adolorido y cansado de la capitana.
Su situación:
Inconsciente de los riesgos que corría.
Inversa en su dolor.
Quizás incluso aun demasiado anestesiada por aquella sustancia toxica, que afectaba en gran manera su sistema neuronal.
Koshiro levantó con su dedo índice el rostro de la hija del —ahora difunto— Rey Vegeta. Elevó su comisura lo mas que pudo en una sonrisa, cuando vio el pánico y las ojeras que marcaban su rostro.
Como las de un adicto que no pudo dormir por días.
Su desesperación le causaba placer, quería disfrutar ese momento al maximo, quizás hasta jugaría un poco con ella pero no disponía de mucho tiempo.
Probablemente el escándalo y los gritos se oyeron en todos los rincones del planeta Vegeta.
Probablemente alguien entraría en cualquier segundo.
Es por eso: que se bufó lo mas que pudo. Aun preservando su escasa cantidad de segundos, para maniobrar todo perfectamente.
—Escúchame Veggie —entonó posicionando ambos codos en las rodillas de Vegeta. Antes de sujetarla de manera brusca por el cuello— yo maté a tu patético padre —confesó con orgullo.
Vegita lo dedujo en el instante en que atravesó la puerta. Todo esto provenía de ese sinvergüenza; sin embargo, su estado no le permitía aportar o decir mucho en defensa propia.
Cualquiera en su lugar hubiera de caer desmayado dejándose insuficiente. O por los analgésicos, o por el fuerte impacto y tormento en la forma que sucedieron las cosas.
Su padre iba a ejecutarla.
Ese cretino le dio fin a su vida antes de que esto pasara... y no con intenciones de salvarla precisamente.
—Mal nacido —Vegita manifestó con toda la rabia que pudo.
Continuaba reprimiendo el dolor y las ganas de perecer en el suelo.
Tenía que ser fuerte y arreglar las cosas.
Explicar lo que ese pusilánime intentaba hacer fue un error.
No estaría conciente por mucho.
Su sistema comenzaba a fallar y las emociones parecían desbordarla.
—Escucha Veggie, me has menospreciado todo este tiempo. Me trataste como un simple peón, cuando soy el jodido rey del tablero —Koshiro argumentó con un cinismo brutal— pudimos acabar de otra manera, este podría ser otro final. Ahora ya es tarde.
—Mataste a mi... padre —reprochó nuevamente al borde de una crisis nerviosa.
El contrario abrió los ojos al maximo, indicando una falsa sorpresa que lo divirtió como nunca.
—No, TU mataste a tu padre —dejó en clara evidencia su plan por acatar— yo solo soy quien te encontró con las manos en la masa después de hacerlo.
Todas las respuestas encajaron juntándose de forma correcta tras decir eso. El rey Vegeta era el pez gordo, si se libraba de él podía librarse de Vegita.
Sin su aprobación, no había corona. La imagen del rey sobre su hija se desplomó una vez que supo que actuaba a sus espaldas. No hay rey; pero hay princesa. Hay princesa, hasta que el planeta entero crea que ella fue la responsable de la muerte de su soberano mas amado.
No hay princesa, hay remplazo:
Un esposo legal y despechado que armó la jugada perfectamente.
Eh ahí, el plan.
Un silencio eterno se extendió, con Vegeta imaginando los peores escenarios.
—Maldito... Maldito... Mil, veces... Maldito.
—Si, si. Puedes odiarme todo lo que quieras, cariño —comentó sin importancia— tu tiempo se acabo.
—Koshiro...
Pero antes de que la princesa recuperara las fuerzas suficientes para poder hablar.
El saiyajin sin escrúpulos se puso de pie y comenzó a gritar debajo del humbral de la puerta.
—¡Guardias! ¡Acaba de suceder una tragedia! —enunció Koshiro en voz alta.
Y bastó menos de medio minuto para que las fuerzas reales del planeta observaran el escenario mas horrible alguna vez visto en sus vidas.
Su rey fallecido.
La princesa inmóvil y paralizada en la silla de escritorio del rey.
La sangre escurriendo chorreante en el blanco cerámico.
Y ahora un soldado.
Que aguardaba su oportunidad para acusar a la futura reina.
—¿Qué sucedió? —cuestiona uno de los guardias, cuando logra reprimir su sorpresa.
Koshiro se preparo para largar el veneno propicio de su lengua.
—Ella fue...
Alguien frustró su plan.
Las paredes tenían oídos.
Los oídos podían ocultarse en penumbras, aguardando desesperados actuar con coherencia.
Dichos oídos podían ser los mas considerados del mundo.
Alguien, quien venía con una propuesta en mente y debía ser cancelada. El mismo, irrumpió en la habitación.
Son Goku.
Se vio contra la espada y la pared. La condición de la persona que mas amaba lo orilló a hacer lo siguiente.
Se acercó al lugar del crimen, con suma seriedad y el corazón latiendo a máxima velocidad por lo fatídico del momento.
Vegita lo odiaría por esto.
Porque nuevamente se estaba sacrificando.
Porque sus palabras no tendrían vuelta atrás.
Y si aquello estaba bien o estaba mal:
Solo el tiempo lo diría.
Con la mirada expectante de los guardias y el odio de Koshiro carcomiendolo con los ojos.
El peli-palmera se condenó a sí mismo.
Un fuerte jadeo de sorpresa se oyó de la boca de cada presente.
—Yo maté al rey Vegeta —declaró el Son. Con las penumbras de la noche dándole un aspecto tétrico.
La luna era testigo del sacrificio tan grande que cometió esa noche.
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