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28

Los Ángeles 

La habitación grande, limpia y bien decorada después de un mes y un par de semanas se había convertido en una sucia y aislada. Habitación en la que sólo tenía permitido entrar Amber y la sirvienta para limpiar y llevar comida que algunas veces solo era observada por el castaño.

Y es que la búsqueda por encontrar a Jungkook había sido extensa, exhausta, decepcionante y muy deprimente para Jimin. No importaba a quién le pidiese ayuda, las órdenes de su padre fueron claras, no deben ayudar a su hijo si eso involucra a Jeon. Lo tenía claro y eso lo vuelve loco, lo único que quiere es verlo y poder aclarar todo, lo único que necesita es a Jungkook para sentirse a salvo y completo.

Cada día parece más difícil que el anterior, cada mañana es más aterradora y cada noche es perturbadora y llena de mucho dolor.

Amber está desesperada, no importa lo que haga por Jimin, parece que todo es en vano y los pequeños destellos de felicidad que emana solo la ilusionan. Y luego pum, como una aguja que explota un globo aquella ilusión se desvanece junto con la felicidad del castaño.

La linda rubia no solo debía lidiar con la depresión debido a la ruptura de Jungkook y Jimin, también debía soportar las incesantes propuestas de pareja que Won le ofrecía a su hijo. No solo lo martiriza a él sino también a ella al no saber qué hacer para sacar de ese oscuro hoyo a su amigo.

—Jimin, ¿dónde estás? —habla con precaución, Amber al no verlo en la cama.

La cortina que cubre la enorme ventana se mueve y el castaño la ve con esos ojos color miel que ahora lucen apagados, siendo cargados por aquellas desagradables ojeras junto a su piel pálida.

—No voy a quitarme la vida aunque así lo parezca —murmura el castaño mientras se pone en pie y luego camina hacia la cama.

—No menciones eso, Jimin —lo reprende molesta. —Ni de broma —enfatiza, mostrando su descontento.

El chico asiente mientras toma asiento al borde de su cama ahora limpia, sus ojos se llenan de lágrimas al darse cuenta de lo mucho que Amber se preocupa por él. Seguro que si la rubia no estuviera a su lado su historia quizás ya hubiera terminado.

—Te compré un pretzel, pero si no quieres puedo…

—Sí quiero, dámelo —la interrumpe.

Con una enorme sonrisa Amber se lo entrega y luego le da play a la película de Madagascar. La rubia había descubierto que las películas infantiles ponen de muy buen humor a Jimin y lo sacan de su tristeza mientras duran.

La rubia envía y recibe mensajes, y cuando recibe lo que necesita se acerca de nuevo al castaño.

—Quiero que me acompañes a un lugar —susurra la chica, mientras de manera inmediata él niega. —Sí, sí lo harás. Me prometiste una salida, ¿acaso ya no cumples tus promesas? —conversa, tratando de convencerlo.

—Si las cumplo, pero…

—Sin peros, Jimin. Vamos, por favor, por mí —suplica Amber, haciendo un puchero.

—Bien, está bien —accede, poniéndose de pie de mal humor.

La rubia y el castaño recorren el extenso pasillo, luego giran hacia la izquierda, caminan un poco más y cuando pasan la sala, Cecilia se emociona al verlo, pero lo disimula para no incomodar. Siguen caminando hasta que salen de la casa y suben al auto en el cual los espera John.

Jimin le da una breve mirada a John, sonríe ladinamente al ver que está bien e impecable como siempre. Después de cuarenta minutos el vehículo se estaciona. Cuando bajan se dan cuenta que están a metros del mar.

—Amber, no quiero estar aquí —protesta el castaño. —John, llévame a casa —ordena al moreno.

—No, estamos cerca. La casa está cerca. Jimin, por favor.

—Es que yo no quiero, yo… John, por favor.

—Los escoltare a la casa señorita, Amber —habla John, ignorando el berrinche y drama de Jimin.

Amber entrelaza su mano izquierda con la derecha de Jimin, da un par de pasos al frente y lo obliga a que lo siga. Minutos más tarde están frente a una casa frente a la playa, la puerta se abre sin necesidad que toquen y luego de despedirse y agradecer a John entran.

La rubia deja a Jimin en la terraza, el castaño se queda sentado en una banqueta que se mece. Ve el mar y escucha el sonido y eso lo relaja un poco.

—Hola, gracias por aceptar. Estoy muy agradecida contigo —dice la rubia.

—Es un placer tenerlos a ambos aquí, Amber. ¿Qué es lo qué ocurre? —indaga el azabache.

—Jimin, no ha estado bien estos días. Yo..., estoy un poco desesperada y necesito que le ayudes. Por favor ayúdalo 

—Para ayudar necesito saber qué es lo que le sucede —articula preocupado, Dimarco.

—Supongo que es mejor si él te lo dice —murmura la rubia, mientras caminan hacia la terraza.

Dimarco ve a Jimin, se mece con la ayuda de sus pies mientras mira fijamente el mar, da un par de pasos y entonces puede verlo mejor, nota las profundas ojeras que asfixian sus ojos color miel y su tez pálida y entonces sabe que no está bien, ahora entiende la preocupación de Amber.

—Jimin —pronuncia el azabache, acercándose a la banqueta. —Jimin —repite, cuando aquellos ojos color miel apagados lo miran.

—Di-Dimarco —trastabilla el castaño al ver a su amigo frente a él—. Y-yo… yo…

El italiano no deja que Jimin articule una palabra más, extiende sus brazos, lo atrae hacia él y lo infunda en un fuerte, pero acogedor abrazo. Al inicio el castaño no corresponde, pero luego de unos segundos sus delgados brazos rodean la cintura de Dimarco, lo abraza y luego una oleada de sollozos, llanto e hipidos se mezcla con el sonido del mar.

Amber ve y escucha la desgarradora imagen, sus ojos se llenan de lágrimas las cuales desbordan de sus cuencas al instante, limpia su rostro y decide dejarlos solos para que Jimin pueda desahogarse con él 

El italiano limpia el rostro de Jimin, lo mira fijamente tratando de entender qué es lo que lo tiene en esta condición horrible. 

—¿Te sientes mejor? —susurra mientras se acomoda en la banqueta al lado del castaño.

—Sí.

—¿Qué ocurre, Jimin?

—Nada.

—Por favor, dime qué es lo que te sucede.

—No, nada.

—Jimin, quiero que sepas que verte así me destroza el corazón. Te aprecio demasiado y lo único que quiero es ayudarte al igual que Amber, pero no lo podré hacer si no me dices lo que sientes.

 —Lo que siento —balbucea el castaño.

Dimarco asiente y agrega—. Confía en mí, Jimin.

—Lo que siento es un remolino de emociones, y luego todo se resume en soledad, dolor y llanto.

—¿Por qué? ¿Cuál es la causa de todo esto?

—Me creerías si te digo que es mi padre —acota con voz quebrada.

—¿Tu padre? —duda el azabache—. Pero cómo podría él…

—Arruinó la carrera de Jungkook.

—No, Jimin. Jeon arruinó su carrera él solo, entró al cuadrilátero dopado y…

—No, no fue así. Eso fue lo que papá le hizo creer a todo el mundo —objeta con rapidez. —Mi padre lo planeó todo, él me utilizó a mí, fui yo quien drogó a Jungkook. Él y James lo planearon todo, y ahora yo… —el castaño guarda silencio mientras una oleada de lágrimas recorre su rostro.

—Calmate, por favor —le pide con voz preocupada el italiano. —¿Por qué tú padre y James planearía algo encontrá de Jeon? —inquiere.

—Por-porque Jungkook y yo, él y yo…

—Son pareja —termina la oración, Dimarco.

El castaño niega y farfulla—. Éramos pareja, él descubrió que fui el responsable de drogarlo por mi propia boca. Y bueno…

—¿Tú lo drogaste?

—¡NO! —exclama Jimin—. Papá me engañó. Fui tan ingenuo al creer en él y perdí a Jungkook. Lo perdí.

—Es tu padre, Jimin. Es normal que confiaras en él.

—Lo sé —solloza el castaño—. Pero ya no confío en él, Di. No puedo, no cuando me usó para lastimar y arruinar la carrera de la persona que quiero.

Dimarco rodea con uno de sus brazos a Jimin y lo consuela y conforta de esa manera.

—Puedo ayudarte a buscarlo si así lo quieres —se ofrece el azabache.

—Es inútil, Di. He pedido ayuda con mucha gente y papá se ha encargado de cerrar todas las salidas que me lleven a él —comenta Jimin—. Ha pasado más de un mes y yo…, yo tengo claro que lo perdí y que no existe una manera en la que pueda decirle que no quiero verlo con nadie que no sea yo. Que no puedo dejarlo ir de mi corazón porque solo me siento bien conmigo mismo cuando estoy con él. Porque nadie, absolutamente nadie me entiende, solo él.

Dimarco suspira luego de escuchar aquellas palabras que han salido de lo más profundo del corazón de su amigo.

—Sabes que me está buscando pareja. Según papá solo debo estar con alguien que me beneficie económicamente y esté aprobado por él —menciona de manera sarcástica el castaño.

—¿Lo dices enserio?

—Sí —asevera Jimin—. Me envía sus fotografías, patrimonios y cuentas de banco. Esto es una mierda, Di. 

—Jimin, todo estará bien.

—No, Di. Nada está, ni estará bien —replica el castaño. —Mi padre maneja mi vida, eso significa que nunca seré feliz porque él nunca me dejará serlo —añade entre el llanto.

—Nunca serás feliz si te rindes, Jimin. Seguro y hay una solución, Amber y yo vamos a ayudarte a encontrarla, pero no te des por vencido.

—Di, estoy atrapado con él, siempre lo estaré.

—No —susurra el azabache. —No voy a permitirlo, no lo permitiré, Jimin —asegura con voz ronca mientras sostiene entre sus manos el rostro pálido de Jimin.

—Di…

—Estoy contigo ahora, Jimin. No voy a dejarte solo, no lo haré —murmura el italiano mientras el castaño le recuesta la cabeza sobre su pecho. —Lo prometo —añade en el mismo tono de voz, para por último depositar un beso sobre la sien de Park y ver el mar.

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