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Irremediable pereza

Cuando a Liseth le contaron por encima la leyenda de Elisé, prácticamente no la pudo creer. Podía parecer una fábula más, de la que no crees más que el título, pero en su mundo, oscuro y tenebroso, bien podía ser cierta aquella historia.

Era pleno invierno y hacía frío, aunque ella no lo sintiera y tuviese aquello encendido solamente para disfrutar, tendida sobre la alfombra, del crepitar del fuego en la chimenea y las sombras danzando por toda la estancia. Se quedó allí, inmóvil, esperando la hora de salir a pasear bajo la luz de la luna mientras los animalillos se escondían al percibir su presencia. Aún quedaba tiempo, por lo que cerró los ojos y se permitió recordar la historia que le habían contado, asegurándose a sí misma que aquello jamás podría sucederle a ella, como le habían anunciado que iba a pasar.

Elisé fue una bella vampiresa, alta, esbelta y cuyos rizados cabellos rubios caían como cascadas sobre sus hombros, cubriendo la piel descubierta de su voluptuoso pecho, dejando a más de uno sin aliento. La leyenda contaba que fue mordida por dos vampiros al mismo tiempo, mientras se disputaban la presa —tal y como le había sucedido a Liseth unos cinco meses atrás— y que, debido a ello, había resultado ser un tanto especial. Elisé no era como el resto de vampiros, sino que parecía seguir siendo una humana, aunque paliducha y con instintos sangrientos.

Liseth pensó en ella y se infundió ánimos, diciéndose que no eran iguales a pesar de las similitudes. Sacudió la cabeza y permaneció allí tirada, sin hacer nada que no fuese rememorar aquella leyenda con el sonido y las luces de las llamas de fondo.

La vampiresa, poco a poco se volvió apática, aburrida y gandula. Nunca quería hacer nada, ni tan siquiera salir a cazar en las noches gélidas de aquel cruento invierno, años ha. La pereza había hecho presa de ella y la había convertido en un saco de huesos, carne y piel, con sangre dormida y músculos cansados. A pesar de cuánto trataron sus compañeros de la noche, avisándole de los riesgos de no salir a alimentarse, se negaba a hacerlo. Tenía sed, pero no le apetecía mover un dedo para saciarla.

Liseth se acomodó de costado sobre el felpudo, mirando por la ventana en busca de la negra noche rota por el fulgor lunar. Le recordaba mucho a sí misma, en efecto. Bien podría haber sido la leyenda de Liseth, pero no, era Elisé, la vampiresa olvidada. Quizá con el tiempo también la olvidasen a ella, o por ventura se convirtiese en leyenda como aquella vampiresa de tres siglos atrás. Se permitió regresar a la historia; aún tenía unos minutos para vaguear.

El mito contaba que Elisé fue obligada a alimentarse para evitar desaparecer, aunque, tal vez, eso fuese justamente lo que quería: desvanecerse y no seguir en aquel desconcierto de sensaciones que la debían asediar, igual que a la joven muchacha que observaba por el ventanuco. En un momento dado, Elisé gritó enfurecida, sacando fuerzas de donde no las tenía y maldiciendo a quienes la obligaban a tomar aquella sangre, perteneciente a un joven sereno que andaba encendiendo farolas y a quien arrebataron su chuzo. De haberlo llevado, ella misma se lo habría hincado en el pecho en aquel arranque de rabia a cualquiera de los vampiros allí presentes.

El muchacho, aterrado, quiso tirar de silbato, mas no se lo permitieron y, mientras batallaban con él y su sobretodo azul quedaba manchado de sangre, la vampiresa escapó por uno de los ventanales abiertos, alejándose en la oscuridad de la noche. Dicen que, pocos pasos después de salir, se tornó quiróptero y voló hasta una de las cuevas de la zona del risco, donde le perdieron el rastro durante largo tiempo.

Cuentan que, una vez allí sola, logró sobrevivir alimentándose de aquellos que acudían al lugar para lanzarse desde lo alto con afán de abandonar la vida de sufrimientos que les había tocado. Elisé mordía sus cuellos, chupaba su sangre y los abandonaba al borde del risco, desde donde se tiraban al recobrar el sentido. Observaba desde la entrada de la cueva, conectando sus miradas en la caída, y después se lanzaba a buscarlos y los llevaba allí con ella. No se sabe cuáles fueron los nuevos rumbos de aquellos otrora humanos, aunque se corrió la voz de que ella les había dado una nueva oportunidad de vivir sin sufrimientos, pues en aquella terrible mordida les había arrebatado el alma y, con ella, cualquier pena pasada.

Liseth caviló sobre aquella primera parte de la leyenda, creyendo que debía ser imposible que ella, al igual que aquella legendaria vampiresa, hubiese sido víctima de la pereza y la desmotivación por vivir en aquella muerte eterna.

Se alzó y anduvo hasta la ventana, observó la oscuridad de allá afuera —la cual parecía tragarse el mundo— y suspiró derrotada. No tenía ganas, pero debía salir y tomar de aquel líquido carmesí que era su único alimento desde hacía demasiadas semanas ya. Lo haría; mordería el cuello del primer desprevenido que encontrase, lo dejaría seco y regresaría de inmediato a aquella casita que se había tornado su hogar desde que se vio obligada a convertirse en un ser de las tinieblas.

—Ya que salgo —murmuró—, daré un breve paseo bajo la luz de la luna creciente que adorna este negro cielo hoy.

Y tras aquellas palabras, abandonó una calidez que no sentía y se adentró en un frío helador que no lograba calar en ella.

***

Primera parte del desafío: 923 palabras.

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