[01] Día de lluvia
El cielo azul de una bella mañana en San Fransokyo comenzaba a verse opaco tras cada minuto que pasaba. Lentamente las nubes grisáceas comenzaban a formarse y esparcirse a través de aquel precioso paisaje, mientras los rayos suaves y débiles del sol iban desapareciendo tras ellas.
En cuestión de una hora como máximo, el ambiente en la ciudad se había vuelto algo triste por la luz que del cielo ahora emanaba. Era, por así decirlo, sombrío. Muy poca gente caminaba por las calles al ser tan temprano, y si lo hacían, era de manera apresurada para evitar la inminente lluvia, que solía ser torrencial en ese lugar, aunque ocasionalmente solo se trataba de una llovizna suave que a nadie afectaba.
Sin embargo, las nubes cada vez más oscuras dejaban muy en claro que no sería una simple lluvia ligera la que habría ese día.
Un azabache de ojos almendrados se encontraba durmiendo plácidamente en una cama de tamaño matrimonial, de pecho a la misma, con su cabeza volteando hacia al lado izquierdo, hacia donde acababa la cama, siendo únicamente sostenida por una pequeña almohada acomodada entre la mesita de noche de su lado y el borde de la cama, del cual también colgaba el brazo izquierdo de aquel cuerpo inerte, y parecía ser que la pierna del mismo lado estaba a punto de quedar en la misma situación.
La otra parte de la cama estaba vacía, con las cobijas desordenadas como si alguien se hubiera levantado ya de ahí. Y en efecto, así era.
Miguel estaba en la cocina de ese hogareño aunque muy moderno bungaló, preparando el desayuno para él y su novio, que aún seguía en cama, probablemente vivo, probablemente no. El mexicano tenía esperanzas de que su novio se despertara un día más, pero si el japonés seguía sobrecargándose de trabajo innecesario, arruinando sus horarios para dormir y comer, eventualmente algún día acabaría de esa forma.
La madrugada de ese mismo día había tenido que sacar a Hiro de la cochera que él mismo había transformado en laboratorio. Lo había encontrado totalmente dormido, con su cabeza apoyada en su escritorio, babeando un tanto algunos planos, o papeles importantes, la verdad no tenía idea. Eso le preocupaba al mexicano, porque la última vez que Hiro había arruinado sus papeles de la misma forma, se había encerrado en el garaje sin comer ni dormir por más de un día, ya que había "retrasado su trabajo", puesto que esos escritos o planos eran ya eran inservibles. Ni siquiera Baymax había logrado ayudar esa vez. A veces su novio era tan... terco.
— Pinche chino — susurró el moreno algo molesto, recargado en la encimera de la cocina, mientras veía por la ventana que ahí había cómo la lluvia se hacía más fuerte a cada minuto que pasaba. Le dio un sorbo a su chocolate caliente, porque el del café era su novio, y se alejó de la encimera cuando vio que en la sartén ya se veía bien el panqueque. Tomó el mango del utensilio, lo apartó de la estufa, y fue girando con suavidad el mismo hasta que dejó caer el nuevo hotcake en un plato en el que como mínimo había 10 más.
Apagó la estufa y guardó la mezcla que aún restaba en el refrigerador que tenían. Echó sin mucho cuidado los utensilios que usó al fregadero y después tomó en una mano el plato con panqueques, mientras que con la otra tomaba la taza de su chocolate caliente.
Caminó hacia la mesa que había en la cocina, ya que el bungaló era pequeño y no había comedor (aunque ambos creían que no era necesario tener uno), y se dedicó a comer con calma el desayuno que había preparado, poniendo ocasionalmente mermelada a sus hotcakes.
Siendo sinceros, era muy temprano, tomando en cuenta que era fin de semana, y, ¿quién en su sano juicio estaría despierto a las 8:40 AM? Pues, Miguel. Estaba muy acostumbrado a despertar temprano todos los días, cosa que el japonés realmente no entendía en referencia a los fines de semana, y eso que era él quien tenía el trabajo pesado. Siempre había sido así en Santa Cecilia con su familia, allá en su pueblito toda la gente era muy madrugadora, y le sacaban provecho al día desde temprano. Incluso había intentado entender la cochera, aka laboratorio de su novio, para restringirle el paso a Hiro por un día. Solo había logrado encender las luces con mucha suerte, así que había ideado mejor un plan de distracción. En realidad, solo había rentado un par de películas en YouTube desde su teléfono (también con mucho esfuerzo, porque la tecnología "uff, pa qué te cuento"), rezando a la virgencita porque Hiro le tomara la palabra, y también porque ambas pantallas, la de la sala y su habitación, estuvieran vinculadas a la cuenta en su teléfono, que era la que compartía con su chinito hermoso.
Después de unos 5 o 6 hotcakes, sintió que era suficiente por el momento y guardó los que sobraron en la nevera, para cuando Hiro tuviera hambre.
Se levantó de la mesa con algo de flojera y dejó el plato y la taza que había usado también en el fregadero. En algún momento lavaría los platos, o aprendería a usar el lavavajillas.
Fue a la sala y acomodó el lugar, moviendo la mesita que había a un lado, para hacer uso de la segunda función del sofá cama que tenían. Una vez logró que se quedara quieto, sin que se regresara como le había ocurrido antes (dolorosa anécdota), fue a la habitación, donde se encontró a Hiro en la posición que Miguel sabía iba a acabar: con medio cuerpo fuera del colchón. Qué bueno que había colocado esa almohada entre la cama y la mesita de noche, sino su novio se hubiera golpeado con el filo de esta, y ese habría sido otro problema.
Se acercó a su novio y removió su cabello azabache de su frente para depositar un suave beso en esta. Su mano se quedó acariciando la mejilla del azabache mientras sus ojos se posaban en ese rostro que reflejaba tranquilidad. Últimamente, por el nuevo proyecto y trabajo de Hiro, el chico había estado muy estresado, y eso a Miguel le preocupaba bastante. Le alegraba que su novio pudiera descansar un poco, prefería que durmiera todo el día para recuperarse, que hacerlo ver películas con él.
Después de varios minutos admirando la belleza de su novio, que en realidad estaba babeando su almohada, decidió alejarse para acomodar las cobijas que tenía alrededor Hiro, solo para que no fuera a despertarse por el frío, porque también, después de 3 años viviendo juntos, Miguel había aprendido que una vez su novio despertaba, no volvía a dormir en todo el día, hasta muy entrada la noche. Ya se sabía casi todos los trucos de su novio, y hasta cierto punto tenía un manual mental para cada situación. Lo conocía muy bien, casi perfectamente. Era grandioso haberse enamorado de su mejor amigo.
De una cómoda sacó un par de cobijas y las llevó a la sala, acomodando todo en el sofá cama mientras comenzaba a sentir algo de frío. Sintió su cuerpo temblar un poco y respiró hondo mientras se metía en el sillón y en las cobijas para hacer el frío más soportable. Sin darse cuenta, se quedó totalmente dormido en cuestión de minutos, mientras en su celular sonaba música de Natalia Lafourcade, artista que le gustaba bastante al chico, aparte de que le calmaba la voz de esa mujer.
— ¡Debe ser una maldita broma! — fue el grito que despertó a Miguel, algo alterado y asustado, puesto que había sonado muy potente en la casa. Casi cae del sofá cama en el que se había quedado dormido, pero logró mantener el equilibrio antes de irse de boca al suelo. Talló sus ojos mientras la tersa voz de Natalia aún sonaba por las bocinas de su teléfono, el cual revisó después de desperezarse. Eran pasadas las 11 de la mañana ya.
Detuvo la música para prestar atención a los ruidos que provenían de la cochera. Volteó su mirada a la cocina, donde se encontraba la puerta por la que se podía pasar al garaje desde dentro de la casa. Suspiró resignado al saber que Hiro ya se había levantado, aunque le tranquilizaba saber que había desayunado, puesto que el plato de hotcakes que él había dejado en el refrigerador estaba ahora en la encimera, con un último hotcake reposando en él. También vio la cafetera prendida.
— ¡Hiro! — exclamó el mexicano mientras comenzaba a caminar a la cocina con una manta en sus hombros, dejando su teléfono en el sofá cama, restándole importancia a aquel aparatito —. ¿Estás bien?
No obtuvo respuesta, solo seguía escuchando susurros en japonés y pequeños golpes, o ruidos de cosas metálicas chocando con alguna otra superficie. Apresuró su paso, y agradeció a Dios que la puerta a la cochera estuviera abierta, no como la última vez. No quería que su chinito se pusiera en otra situación tan poco saludable, Cass lo mataría, él mismo se mataría si le pasaba algo al de piel nívea.
Al abrirla se encontró con Hiro, aventando cosas por el laboratorio, claramente molesto. Miguel instintivamente se encogió cuando un cautín estrelló contra la puerta junto a él. Se refugió en la cobija, con la respiración algo agitada por el intenso miedo que había sentido en el momento.
— ¿Miguel? — preguntó un anglojaponés algo preocupado mientras se acercaba a la bolita en el suelo que era su novio, cubierto por la suave manta —. ¿Me... Me perdonas? ¿Estás bien? Dime que estás bien, por favor.
Miguel asomó la cabeza algo miedoso por la cobija y vio a su novio, con una mueca algo consternada. El mayor suspiró y se agachó a la altura de su novio, para sentarse sobre sus pies usando de apoyo sus rodillas.
— ¿Tú estás bien? — preguntó Miguel, otro observando con detenimiento a su novio. La mirada baja de Hiro le indicaba que el chico estaba frustrado, la manera en que los dedos blancos del chico jugaban entre sí nerviosamente, le hacían saber a Miguel que Hiro estaba totalmente estancado al haber arruinado aquellos documentos. Si no se equivocaba, significaba también que tenía algo de miedo y nervios en una mezcla poco agradable.
El Hamada negó con la cabeza, dejando caer esta inmediatamente al regazo de Miguel, quien ya se había acomodado en el suelo con la cobija. Estando hecho casi un ovillo con el menor cerca, Hiro no podía sentirse más vulnerable. Solo podía pensar en lo mucho que había jodido las cosas, en cómo Wasabi le iba a regañar por segunda vez en el mes al haber arruinado otra vez el ensayo del proyecto en el que trabajaba ya corregido, puesto que Hiro siempre pedía ayuda al más responsable para pulirlo. Y como Wasabi era tan... Wasabi, siempre le pedía a Hiro una copia física para trabajar sobre la misma con lapicero, o lápiz. Según él "es más ordenado" que hacerlo de manera digital, puesto que no puede hacer las anotaciones como a él le gusta.
— Wasabi me va a matar — explicó el chico al tiempo que Miguel solo acariciaba su enredado cabello y le cubría con la manta también —. Ya van dos en el mismo mes.
— Hiro, no pienses en eso, por favor, todavía tienes mucho tiempo de sobra para la entrega — comenzó a decir Miguel, mientras buscaba con la mirada el calendario que su novio siempre pegaba en la cochera con la fecha de entrega de sus proyectos —. Por lo que me has contado, solo te falta hacer esa cosa rara que no entiendo.
Hiro rió sin ganas al escuchar a su novio y se alejó de sus piernas para verlo a los ojos oscuros que tenía, esos que le encantaban y podían relajarle aún en su más estresante momento. Respiró hondo y se acercó de nuevo a su novio para refugiarse en su pecho y en esa manta, necesitaba demasiado al mexicano en ese día. La verdad es que Miguel tenía razón, se sobrecargaba de cosas innecesarias, pero de algún modo prefería acabar antes para que los demás le halagaran puesto que su trabajo no era solo perfecto, sino también veloz. Tenía un ego enorme, pero esas eran las consecuencias de estar alimentándolo con constantes elogios.
Sí, era un prodigio, pero no podía abusar de sus capacidades físicas de esa manera. Aparte, preocupaba mucho a su novio y Baymax le daba pláticas muy largas.
— ¿Me cantas? — preguntó el asiático, cerrando los ojos y abrazando al moreno con una sonrisa. Miguel asintió algo enternecido por la manera en que su novio trataba de liberar estrés, y se sentía importante al saber que él podía lograrlo.
— ¿Lo que sea?
— Lo que sea, solo quiero escuchar tu voz — Hiro apretó el abrazo, sin lastimar al otro y pronto sintió cómo la mano del Rivera comenzaba a acariciar su espalda con lentitud y suavidad. El mexicano respiró hondo y cerró los ojos.
De pronto el frío del ambiente desapareció en ambos cuerpos, ya que estaban muy concentrados en la presencia del otro, en esa cálida sensación que nunca abandonaría sus cuerpos mientras estuviera juntos. El ruido de la lluvia se hizo tenue, imperceptible, mientras que la voz tersa de Miguel se hacía presente en el lugar, tomando de a poco potencia, sin alzar la voz tanto, puesto que quería calmar a su novio, y eso significaba seguir un ritmo suave que hiciera a Hiro querer descansar.
» Tengo que confesar que a veces — comenzó a cantar el mexicano, aunque pronto soltó una pequeña y dulce risa que desconcertó al japonés. Hiro alzó la cabeza y Miguel tocó su nariz continuando con lo demás —. No me gusta tu forma de ser...
Hiro frunció el ceño haciendo un pequeño puchero y Miguel se acercó a sus labios para dejar un suave beso. Sabía que su novio entendía a la perfección el español, después de todo era algo usual en la vida del mexicano y el Hamada se había visto en la necesidad de aprender el idioma, a fin de cuentas, el mexicano había hecho su esfuerzo por aprender un poco de japonés y perfeccionar su inglés para él.
» Luego te me desapareces — siguió el menor, señalando con su mano libre el taller en el que estaban — y no entiendo muy bien por qué — expresó alzando los hombros, haciendo a Hiro sonreír algo bobo. Le gustaba mucho que su novio siempre terminara interpretando la canción con esos gestos usuales de su hablar. Era muy expresivo.
El japonés sabía que aunque fuera una canción, había una buena cantidad de verdad y coincidencias en la misma, y no podía evitar sonrojarse por la vergüenza de saber que así era, y su piel nívea no ayudaba en nada. Miguel, al darse cuenta de aquello, acarició las mejillas de su novio con una sonrisa mientras continuaba cantando lo demás.
» No dices nada romántico — siguió, observando cada una de las reacciones de su novio, ya que para él eran tan tiernas como hilarantes — cuando llega el atardecer.
— ¿Qué clase de canción es esta? — preguntó el asiático con un puchero, creyendo que de parte del otro era un reclamo a su actitud. Se apresuró a darle la espalda a Miguel, quien soltó una pequeña risa, y en vez de contestar, siguió cantando.
» Te pones de un humor extraño, con cada luna llena al mes — el moreno se acomodó detrás de Hiro, abrazándolo por la espalda mientras recargaba su mentón en el hombro derecho de su novio, quien volteó al lado contrario con una mezcla de vergüenza y molestia. Miguel aprovechó para besar su cuello y sonrió ante el respingo del otro — pero todo lo demás, le gana lo bueno que me das... Solo tenerte cerca...
Dejó el verso al aire, y Hiro, por curioso se volteó para ver a su novio. Quizá se había molestado un tanto por los primeros versos, pero eso comenzaba a sonar lindo y quería saber qué seguía. No quería que Miguel dejara de cantar tan de pronto.
Sin embargo, lo primero que sucedió cuando se volteó, fue que unos labios suaves chocaron dulcemente con los suyos. En seguida se dejó llevar por los movimientos lentos de aquellos belfos sabor a panqueques con mermelada de fresa, y chocolate. No se percató de cuánto tiempo estuvo inmerso en ese beso que no buscaba más que hacerle olvidar su estrés, hasta que el moreno se separó con una sonrisa muy amplia, viéndolo de una manera muy amorosa. Sabía que Miguel estaba muy enamorado de él, y Hiro no podía evitar estar de la misma forma si veía ese rostro y más allá de eso.
El japonés desvió rápido la mirada y tapó su boca con una de sus manos, a lo que Miguel rió un poco.
» Siento que vuelvo a empezar — rápido el mexicano volvió a acomodar su cabeza en el hombro del mayor. Sus brazos pasaban desde la espalda del chico hasta su abdomen, el cual apretó un poquito y Hiro jadeó, tratando de zafarse del agarre, o hacerlo más suave. Sí, Miguel podía ser tan inmaduro como Hiro a veces. Y ese día quería sacar el lado más tranquilo e infantil de su novio, para distraerlo de su trabajo —. Yo te quiero con limón y sal, yo te quiero tal y como estás...
Su boca detuvo de nuevo su canto para dejar un beso, ciertamente travieso, en la suave y blanca piel del cuello de su novio, quien arqueó disimuladamente la espalda, sentándose más derecho que antes, pero lo que Hiro no se esperó, fue que Miguel susurrara el siguiente verso cerca de su oído, cosa que le hizo temblar en una sensación placentera, sin llegar a lo sexual. Simplemente, le había encantado ese cosquilleo producido por la voz de su novio en ese tono suave, calmado y perfecto.
» No hace falta cambiarte nada — fueron aquellas palabras que provocaron en Hiro miles de cosquillas a lo largo de toda su espalda y cuerpo, acabando con la sensación de un vacío en su estómago. No entendía cómo es que el mexicano lo lograba, y hasta cierto punto le daba miedo que Miguel pudiera controlar su cuerpo con solo esa voz, pero... prefería siempre centrarse en todo lo bueno que el menor le transmitía.
— ¿Eso crees? — preguntó Hiro, cambiando la posición para ver de frente al mayor, quizá para alejarlo instintivamente de su cuello, o quizá para perderse nuevamente en esos ojos marrones, bellos en verdad. Esos ojos que sabía que siempre le iban a ver con amor, con comprensión y paciencia. Todo lo que él realmente necesitaba. Y así estaba feliz. Miguel se limitó a asentir, mientras sus manos se escabullían a la espalda baja de Hiro para atraerlo a sí mismo, de manera que Hiro quedó con las piernas abiertas, dejando que Miguel se sentara entre estas, con la manta aún cubriendo a ambos por los hombros.
» Yo te quiero si vienes o si vas — continuó canturreando el chico del lunar al tiempo en que Hiro pasaba sus brazos por su cuello para acercarlo más, haciendo de su canto algo más suave que antes, casi en un susurro, haciendo parecer que esas palabras jamás habían estado en una canción, sino que sencillamente salían del interior de Miguel —. Si subes y bajas, y no estás... seguro de lo que sientes.
Antes de que cualquiera de los dos tomara la palabra, un instinto quizá carnal se apoderó de ambos. Ese deseo de juntar sus labios en un beso al que ambos se sometieron, Hiro acercando el rostro de su novio aprovechando que sus brazos estaban cruzados detrás de la nuca del otro, Miguel acercando todo el cuerpo de su pareja sosteniéndole de la cintura. Dejaron que sus labios danzaran sin necesidad de melodía, simplemente disfrutando del otro, olvidándose de la lluvia y los trabajos. Los dedos de Hiro se escondían entre los mechones oscuros del cabello de su pareja y las manos curiosas de Miguel se paseaban por su espalda baja, tratando con disimulo de encontrar el borde de la tela que le separaba de tocar la lechosa piel ajena.
Sin saber cómo, ambas lenguas habían acabado implicadas en aquel beso, que de a poco se hacía fogoso. Miguel comenzaba a olvidar que en un principio, su objetivo había sido sacar la parte infantil y despreocupada de Hiro, no lo que estaba haciendo. Aunque claro, a ninguno de los dos les molestaba.
No por falta de aire, sino por fuerza de voluntad, el Rivera logró apartarse del beso, dejando a Hiro con un sonrojo intenso en sus mejillas y una respiración agitada. Su "chinito" se veía precioso de esa manera, y no quería soltarlo ni dejarlo ir en ese preciso instante, pero sabía que el otro mayormente se cerraba después de un momento así, por la vergüenza que le generaba.
Sin embargo, en ese momento, el Hamada solo escondió su rostro en el cuello de Miguel y sonrió bobo, culpa del menor.
— Te amo, Miguel — susurró Hiro, dejando que su aliento chocara contra la piel morena del otro, y sus labios suaves, aunque levemente húmedos, le rozaran también. Eso al Rivera le ponía los pelos de punta. Le gustaba, y le gustaba bastante en realidad, pero respiró hondo. Ese día era para disfrutar sin hacer nada que requiriera verdadera fuerza física.
— Yo también te amo, Hiro — balbuceó, llevando su concentración al límite, para apartar cualquier pensamiento fuera de lugar. Y entonces, tuvo una muy "brillante" idea. ¡Magnífica! Y es que había olvidado que estaba lloviendo a cántaros afuera —. ¿Qué te parece si salimos a tomar un poco de aire, y después entramos a ver películas en la sala?
El mayor le vio a los ojos y asintió sonriente, sin ser consciente de la lluvia afuera. Aún el ruido interior, el de su respiración más relajada y la ajena, el de su corazón latir, y un poco alejado el de una cafetera prendida, parecía ganar al exterior, o quizá simplemente las mentes de ambos se enfocaban únicamente en aquello que les importaba.
Después de unos largos minutos admirando la mirada oscura del otro, ambos se levantaron con algo de esfuerzo y se estiraron un poco antes de hacer cualquier otra cosa, dejando la manta caer de sus hombros al suelo, cosa que pasó desapercibida, porque realmente no tenía importancia. Miguel se acercó mientras tanto a la puerta de entrada y salida al garaje por fuera de la casa y abrió la misma, notando de pronto la manera tan fuerte y rápida en que las gotas caían del cielo. Una corriente de aire frío entró e hizo al moreno temblar al estar más cerca de la salida.
— Oh, olvidé que estaba llov-- — el Hamada se acercó lentamente y sin hacer ruido, y justo cuando su novio habló, él le empujó fuera con una risita maliciosa que pudo escuchar el mexicano una vez sintió cómo bastante agua helada le calaba los huesos mientras se quedaba parado en la lluvia viendo a su novio reír desde dentro —. ¡Pinche chino! — gritó en seguida, acercándose a la puerta para entrar, viendo cómo su novio aún riendo le hacía paso para que ya no se mojara —. Ah, no, no, no. Esta me la pagas.
Y justo después de decir eso, el único ruido que se escuchó aparte del de la lluvia, fue el de unos pasos torpes de Hiro al ser jalado. Casi tropezó y resbaló, pero acabó igual de mojado que su novio. Hizo un puchero y con una mano pasó su ahora chorreante cabello hacía atrás para poder ver a su novio, aún parado sobre la lluvia.
— ¡Estás loco! — exclamó Hiro, sintiendo cómo su ropa se ceñía a su cuerpo, y maldecía tanto que su camisa fuera blanca, puesto que se podía ver bastante al estar húmeda. Vio a su novio morder su labio inferior y se sonrojó, para después pegarle en el pecho, cosa que captó su atención del mismo modo en que Miguel se había perdido en su pecho. Desvió la mirada pronto, pero sintió cómo casi después de haber apartado su mano de esa zona por el golpe, el otro tomó su muñeca y le jaló hasta que ambos quedaron muy juntos bajo esa fuerte lluvia.
— Primero que nada, chinito, tú empezaste — susurró Miguel, pegando su frente a la de Hiro mientras sentía cómo el agua le escurría por todas partes, también disfrutando de ese contacto con su novio. Era extraño hasta cierto punto, pero le gusta esa sensación que la ropa húmeda proporcionaba cuando ambos cuerpos se juntaban más en busca de calor —. Y segunda, eres tú el que me trae así de loco.
Hiro mordió su labio inferior y su mirada bajó a la boca ajena. Quería besarlo tanto en ese momento, pero trataba de contenerse para no rendirse ante el otro, quien, únicamente al notar lo que pensaba el mayor, rió complacido. Miguel sabía mucho de su novio, y sabía que ese gesto significaba que el otro quería besarle, pero casi siempre se aguantaba esas ganas y Miguel le complacía dándole besos castos. Esa no iba a ser la excepción.
Separó su frente y colocó el mentón del otro entre su pulgar y su dedo índice, para después acercar su rostro al de Hiro, rozando sus labios con los del chico que solo ansiaba demasiado el momento en que se besaran mientras cerraba sus ojos y sentía cómo esas gotas golpeaban su cuerpo. No le tomaba importancia en ese momento al clima, ni al frío, ni al agua. En su mente solo estaba ese contacto húmedo con Miguel, y ese roce en busca de resistencia y fuerza de voluntad para no lanzarse al otro como un desesperado.
El asiático pasó sus brazos nuevamente por el cuello de Miguel mientras este se aferraba a las caderas de Hiro. Y sin más ni menos, ambos cedieron a la tentación de besarse en ese espacio tan poco convencional, en ese momento helado, en el que lo único que los calentaba era el cuerpo del otro.
En ese momento, ni siquiera les importaba estar ya empapados. No les importaba absolutamente nada que no fuera la presencia ajena.
Mientras que el Hamada sentía derretirse en los brazos del otro por la dulzura y la lentitud de esa inocente danza entre aquellos labios carnosos, y ocasionalmente los dientes traviesos del menor, el mexicano se aferraba en ese abrazo al mayor para brindarle toda la calidez que pudiera, y no precisamente física, sino también emocional. Quería hacerle saber al otro que siempre iba a poder contar con su cariño siempre que lo necesitara, y aunque no, también estaría. Quería que el Hamada supiera lo mucho que lo amaba y lo mucho que se preocupaba por él. No quería verlo tan estresado como antes, y sin darse cuenta, sus besos habían sido la mejor distracción y el mejor remedio.
Y aunque ambos sintieran un frío terrible, no se movían, porque no querían interrumpir ese beso, que contrastante con el ambiente, era increíblemente cálido. Ambos estaban conmovidos por la manera en que el otro respondía sus movimientos suaves y afectuosos.
Miguel cerró la puerta tras de sí y volteó a ver el suelo mojado, y después a su pareja, que estaba apretujando entre sus manos el borde de su camisa para escurrirla. El Rivera soltó una risa tranquila, pero bastante feliz y pudo observar la confusión en el rostro de su pareja.
— Qué locura — mencionó mientras pasaba una mano por su cabello, escuchando cómo un pequeño chorro de agua caía al suelo. Imitó la acción de Hiro con su ropa y después negó con la cabeza —. Obviamente nos tendremos que cambiar... Aunque así mojadito, chinito... — no pudo terminar de pronunciar aquello porque pronto sintió un golpe suave en la cabeza —. Yo solo decía.
Hiro rodó los ojos con diversión, aunque ese sonrojo no iba a desaparecer fácil de su rostro. En definitiva su novio era un tonto, pero después de todo era el tonto al que había entregado todo su amor, y era el tonto con el que se había casado hacía casi un año.
— Vamos a cambiarnos — sugirió el azabache mayor, mientras extendía su mano hacia Miguel para que este la tomara y así fueran al cuarto para poder ponerse ropa más cómoda y calientita —. Olvidemos por un rato mi trabajo, veamos las películas que dices — y tras decir eso, sintió un vuelco en su corazón por ver cómo Miguel le veía con bastante emoción y le tomaba en brazos para cargarlo a la habitación.
No importaba qué hiciera, no importaba qué pasara. Podía ver que Miguel iba a estar para él, y no podía hacer más que devolverle el favor. No podía ser más feliz si no era con Miguel Rivera, y sabía que la cosa era igual con el otro. Sus vidas estaban completas, y quizá ya lo sabían muy en el fondo, pero en ese día de lluvia, lograron entenderlo del todo.
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¡He aquí el primer one-shot de esta recopilación! Muchas gracias a todos los que votaron en la encuesta del grupo "Hiroguel / Hiro x Miguel [Latinoamérica]". La temática "Día de lluvia" fue la ganadora, y con ustedes, aquí la siguiente encuesta (podrán votar comentando una vez en la opción que deseen):
1. Coffee shop [AU]
2. Soulmate [AU]
3. Song fic [One more night — Maroon 5]
4. Primer hijo [Jorge]
There you go! Love y'all!
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