[25] Sentencia de muerte
Años atrás.
Período Kamakura, 1185.
Japón - Tokyo
Podría llamarse la época de la realeza, la época en dónde empezó al periodo Nakamura, así como todos tenían un nombre diferente para una misma época, Hirai Momo también lo tenía.
La peor época de su vida, se podía considerar, así ella la llamaba y no dejaría de hacerlo por muchos años que pasaran.
En Japón esa época no fue tan buena, muertes de seres elementales ya sea por cazadores o mala heridas que su poder no podía sanar, la debilidad en sus cuerpos por falta de sustento también lo llevaba a su lecho de muerte.
No estaba fácil la situación y las probabilidades de salir del país eran pocas, siendo el rey un hombre que no permitiría que nadie de su país escapase estando muy bien la situación.
Claro, estaba bien para él, para él que tenía manjares de manjares en su mesa, las tres comidas diarias, aquel que tenía un lugar cómodo en dónde dormir, claro, él estaba bien.
-¡Acéptalo, es un regalo! -insistió una mujer de porte elegante, brillo en su ojos de bondad, algo que no había visto en mucho tiempo.
Solo había hambre, dolor, desesperación en los ojos de los aldeanos.
-N-no puedo, ¿qué vas a cenar tú? -preguntó, su cabello largo recogido en una coleta, Momo estaba apenada y preocupada por aquel presente.
-Oh, tranquila, puedo aguantar hoy sin cenar, mañana mi padre robará algo del castillo y lo traerá, te daré un poco también -dijo, el cabello naranja suelto y siendo movido por el viento de Saori llamaba la atención de cualquiera. Era una mujer muy bella, no había que ponerlo en duda, y no solo refiriéndose a lo físico pues sus sentimientos y pensamientos eran igual de bellos y puros como ella.
El padre de Saori gracias a sus buena habilidades de cocina trabajaba para el rey, siendo él quien satisfacía el paladar de la familia real todos los días, obteniendo como pago un lote de comida cada dos semanas que apenas y alcanzaba para cuatro días, no era lo suficiente, por eso, el hombre se dedicaba a robar las sobras o aquello que aún no se había cocinado, quitando las partes precisas para que el supervisor no se diera cuenta.
Y Saori como buena amiga de Momo le daba comida para que la joven pudiera alimentarse, eran amigas desde pequeñas, se querían demasiado y no podían imaginar estar sin la otra.
Habían hecho un pacto, Momo siendo un ser de fuego y Saori uno de tierra, se complementaban, la tierra controlaba el fuego, Momo había aprendido a controlar su elemento a raíz que plantaron un árbol de cerezo que con ayuda de las dos creció y era símbolo de un pacto en el que prometían nunca separarse, apoyarse en todo y quererse hasta el fin de sus días.
Una amistad muy sincera y linda, que siquiera se separó cuando Saori fue vendida al heredero al trono.
Minatozaki Takeo era el próximo rey, con solo dos meses para buscar una reina había aceptado como esposa a Saori, su propio padre la había vendido por comida ilimitada y una buena vida que sacara a la familia de aquella crisis, el rey aceptó después de todo Saori era la única jovencita, ser de tierra, de sangre pura que quedaba en Japón y las condiciones de casamiento no eran muchas, lo único que haría la mujer era dar descendencia y atender al rey en cualquier requerimiento nupcial, más nada, no opinar, no hablar, no reclamar y sobre todo, no molestar.
Momo había llorado de la ira que sentía, ¿vender a su hija por una vida cómoda? No era justo, y mucho menos que el padre de su amiga saliera de su puesto de cocinero para vivir una buena vida mientras su hija era sometida a un matrimonio con un hombre del que solo conocía su nombre.
Por eso había implorado a su amiga por exigir llevarla, ella era una Hirai, su apellido resonando como una de las familias con mejores guerreros, fieles y obedientes.
Y si, Momo tenía todo ese entrenamiento listo, no se había ofrecido al castillo por mero rechazo hacia la realeza, pero ahora que su amiga iba, ella no la dejaría sola en ese gran castillo.
Pasó por pruebas ordenadas por el rey que quería conocer si era merecedora del puesto, poniendo a prueba su lucha, su puntería, su obediencia y silencio.
Porque todo aquel que estuviese en el castillo no podía replicar nada, siquiera un "si" podría salir de los guerreros a menos que se le pidiera una respuesta.
Fue duro, pero lo logró, logró ser aceptada en el castillo y ser la guardia personal de Saori, había hecho su juramento luego del casamiento de su amiga.
-Yo, Hirai Momo juro completa lealtad y obediencia a mi rey y reina, juro completo silencio ante decisiones y órdenes, y sobretodo juro proteger a la reina con mi vida -dijo arrodillada frente a los dos reyes, su amiga tenía una pequeña sonrisa, la ropa cómoda había dejado de ser protagonista y ahora tenía un kimono de color rojo con bordados dorados, fajada con telas tras telas, que le impedían respirar.
El nuevo rey la vio con seriedad, no había otra expresión en el rey desde que lo conoció.
-Hirai Momo, a partir de hoy se convertirá en la guerrera personal de la reina, cualquier falta a su juramento será condenada a muerte por órdenes del rey -habló quien la había entrenado todo ese tiempo, la mano derecha del rey.
-Que así sea -y con esas palabras se le fue entregado su uniforme, completamente negro, con bolsillos especiales en dónde su armas irían con ella, una espalda en su cinturón y unas botas que escondían dagas, todo lo necesitaba para cualquier situación.
A partir de ahí, todo dió un giro de 360° en ellas. Momo duraba todo el día callada, apenas y respondiendo cuando no había nadie de la realeza o servidumbre al rededor, no tenía permitido hablar con la reina y Saori tenía que estar constantemente pidiendo que le contestara.
Habían permanecido juntas siempre, teniendo momentos de risas al quedar completamente solas en una parte del castillo.
Pasaron un mes así, a pesar de que no estaban cómodas ahí se tenían la una a la otra, lo suficiente como para aguantar día tras día.
Momo siempre debía permanecer fuera de la habitación real, pero un día estaba dentro por petición de su amiga que pedía ayuda con las telas que se utilizaban para fajarse, enrollar la tela en su abdomen y apretarla bien era difícil para una sola persona.
Ese día, había quedado grabado a fuego en su mente.
-No es necesario -las dos voltearon a ver, el rey, a quien muy poco veian entró a la habitación, con un porte intimidante y de elegancia en cada paso- Mi esposa no necesitará fajarse esta vez -dijo, ahí las manos de Hirai temblaron, sujetando las telas en sus manos.
Saori sintió su espalda sudar, ¿A qué se refería?
-Puede retirarse, guerrera, quédese afuera -ordenó quitando sus prendas y todo aquello que le dificultara llevar su plan a cabo.
-No... N-no... No me dejes aquí, sácame, sácame -pidió Saori en susurros asustados, retrocediendo. El rey tomó a su esposa del brazo con brusquedad y la jaló a su cuerpo, apretando con más fuerza cuando esta forcejeó para salir.
-Puedes irte -ordenó el rey ignorando el forcejeo de la mujer. Momo estaba estática, tenía miedo, no sabía que hacer, quería alejar las asquerosas manos del hombre de su amiga que había empezado a llorar- ¡Estate quieta! -gritó dando un golpe de mano abierta en la mejilla de la mujer que sollozó, asustada, nerviosa- ¡Y usted! ¡Fuera de aquí! -ordenó empujando a quien era la reina a la cama real.
Momo sintió su estómago un nudo, su garganta seca, sus ojos ardiendo por las ganas de llorar, sus puños cerrados y sus uñas enterradas en sus palmas, se aguantó un sollozo y se inclinó al rey antes de salir de la habitación, quedándose a un lado de la puerta, con los labios apretados, la impotencia y la ira en todo su ser.
El dolor en su corazón, sus oídos captando los golpes, lo gritos, los sollozos de su amiga. No podía hacer nada, no podía hablar, no podía atacar, ella había jurado no objetar, y sabía que les iría peor si atacaba al rey.
Esa tarde, lloró, estaba en su puesto, fuera de la habitación real, sus manos tenían rasguños de tanto mover y apretar con fuerza, el rey había salido hace una hora, se reverenció ante él a pesar de no querer y se quedó allí, llorando, incapaz de entrar a la habitación, no quería ni imaginar lo que podía encontrar allí.
Y así fue, la primera, la segunda, la tercera, la cuarta vez, hasta que pudo reprimir el llanto un mes después.
Tenían dos meses en el castillo y la tortura era inmensa para las dos.
No sabía quién sufría más, si ella o su amiga.
-Momo -volteó al llamado, encontró el rostro golpeado de su amiga, ya su brillo no era el mismo, no sonreía a menudo, su cabello recogido en una coleta muy pocas veces estaba peinado- Ya tengo la descendencia -dijo con un sonrisa rota, sus ojos se cristalizaron y sin poder evitarlo rompió en llanto- E-eso es bueno, ¿no? Ya no tengo que-...-se trabó con sus propias palabras y siguió sollozando, Momo apretó los labios sin hacer nada, otro guerrero estaba frente a ella, viendo la escena con seriedad, no podía moverse ni hablar, solo ver con dolor a su amiga.
Nadie era imbécil en el castillo, sabían de la amistad de la reina y la guerrera, y le habían advertido muy bien a Momo que no podía mezclar amistad con su papel en el castillo.
Su amiga estaba desmoronándose frente a ella y solo podía callar y ver. Es completamente doloroso ver a un amigo perder su esencia, perder el brillo poco a poco, perder seguridad, y ver que poco a poco va desmoronándose, sin tú poder hacer nada, y no solo un amigo, porque Saori era una hermana para ella.
Una hermana a la que no supo cuidar bien.
Las palabras de la reina habían sido verdad, apenas informó de su embarazo las agresiones del rey se detuvieron, solo hubo algunas palabras, preguntando sobre su bienestar y teniendo pequeños gestos de cuidado y no, no por interés a su esposa, por interés a cuidar a quien sería el heredero al trono.
Momo había visto con alivio lo golpes sanar, dejando la piel limpia, había visto a Saori peinada, con una pequeña sonrisa recorriendo más lugares del castillo, ya las heridas físicas habían sanado, solo eso.
La había acompañado, como habían jurado, la acompañó el día de su parto, la heredera al trono, Minatozaki Sana había llegado al mundo nueve meses después, el brillo en la cara de Saori había aumentado, para Momo todo estaba bien.
-Es muy linda...-murmuró apenas el segundo mes de vida, ya un año tenían en ese oscuro y solitario castillo.
-Mi sobrina -bromeó en los jardines, caminando tras la mujer que soltó una carcajada, once meses que no escuchaba esa carcajada tan divertida, tan viva.
Estaba recuperando a su amiga.
O eso pensaba, porque por muy bien que se viera por fuera por dentro Saori sentía una bruma que la consumía día a día, ningún motivo para estar ahí, con vida.
-Necesito un favor tuyo, más bien, te tengo una orden -dijo en esos días en dónde Momo no paraba de verla, pensando en que había encontrado una luz entre tanta oscuridad, pensando firmemente que la pequeña Sana había sido aquella luz que había llegado a devolverle aunquesea un poco de ánimo a Saori.
Estaba completamente equivocada.
-Lo que sea -dijo, era de noche, estaban a solas en la habitación de los reyes, el rey estaba en otro lugar del castillo haciendo cosas que no eran de su incumbencia.
-Te ordeno que acabes con mi vida -pidió con una voz neutra, dejando a un lado a la bebé dormida, se levantó y miró fijamente a la pelinegra que frunció el ceño, retrocediendo sin poder creer lo que había escuchado- Ya tienen una heredera mía, y no pienso seguir aquí aguantando a ese cretino, no tengo nada que me ate aquí.
-T-tu familia, Y-yo... Saori piensa mejor las cosas, no puedes-...
-Es una orden -la cortó mirándola fijamente. Momo negó con su cabeza repetidas veces, sus ojos cristalizados y la confusión en su cara.
-N-no... No puedo, no lo voy a hacer -negó dando pasos hacia atrás.
Saori soltó un sollozo tomándola por los hombros.
-T-tu lo juraste... ¡Es una orden! -gritó llevando su mano a la empuñadura de la espada ajena, Momo evitó que la sacara dejando sus manos sobre las ajenas, estaba en un estado de shock.
-¡N-no lo voy a hacer! -gritó apretando más el agarre de su amiga.
-Es una orden, juraste obedecer sin objetar, y por encima de eso, prometiste que me ayudarías en todo -dijo causando un gran impacto en la de cabello largo que en un descuido por su mismo impacto por la situación soltó el agarre de la espada dejando así que Saori la tomara en manos, agitandola en el aire.
-E-es diferente, Saori... T-tu vida es...
-Es un asco -cortó dejando el filo de la espada en su cuello, justo en su yugular, las manos de Momo temblaron, el sudor corría por todo su cuerpo, su amiga estaba a un movimiento de acabar con su vida y ella lo estaba presenciando- No sabes cuántas veces él abusó de mí, no sabes cuántas veces me dejó en claro que soy solo un objeto, no sabes cuántas veces me trató como basura.
-C-claro que lo sé -asintió acercándose con las manos arriba con suma lentitud, no soportaba la imagen de la mujer sosteniendo el filo en una zona tan riesgosa.
-Aún así, no pudiste evitarlo, no pudiste evitar nada, ni tú ni yo podremos evitarlo -dijo soltando un sollozo, la bebé en la cama había empezado a llorar causando más tensión en el ambiente- Ya cumplí con dar a luz a la heredera y no estoy dispuesta a seguir aguantando abusos, esta es la única salida, Momo.
-¡No lo es! -dijo, tomando las muñecas de su amiga, empezaron a forcejear, tratando de tener el mando de la espada.
El llanto de la bebé, ellas forcejeando y gritandose de por medio, un ambiente muy tenso.
En uno de sus forcejeos, Saori dobló su muñeca y con fuerza encajó la espada en su abdomen, quedando con su frente en el hombro de la otra que soltó un sollozo sintiendo un líquido correr por sus manos, líquido carmesí que pertenecía a su amiga.
-Corta mi cuello... E-es una orden -balbuceó la mujer dejando correr lágrimas silenciosas de dolor o tal vez alivio.
Momo soltó un sollozo y se separó, trayendo la espada con ella, de inmediato Saori cayó al suelo, el kimono blanco que llevaba manchandose de rojo lentamente, una imagen que nunca abandonaría su mente.
Ella miró la espada en sus manos y sollozó con fuerza, soltandola como si quemara, sujetando su cabeza entre sus manos, soltó gritos de dolor, de tristeza, de ira.
-Ter-termina esto, Momo -pidió la mujer en un murmullo. La pelinegra negó rápidamente con su cabeza a pesar de que estaba sujetando la espada de nuevo.
¿Estaba haciendo bien?
¿Matar a un amigo si te lo pide es bueno?
¿Matarías a tu amigo en esa situación?
-Escapa, Momo, s-se feliz y vive por mi... T-te lo ordeno, sé que puedes escapar de aquí -dijo apenas sus miradas se encontraron, aún herida y adolorida, una pequeña sonrisa surcaba en sus labios, aquella sonrisa que le había hecho creer a Momo que había una esperanza en Saori.
-Te amo -sollozó la palabra dejando la hojilla en la yugular de la mujer que le sonrió completo.
-Te amo -respondió antes de cerrar sus ojos, con esa señal diciendo que estaba preparada, iría a un lugar mejor, eso había anhelado desde que su cuerpo y alma habían sido tratados como una basura.
La mano de la pelinegra tembló, apartó la mirada y deslizó con fuerza y profundidad la espada, soltandola de inmediato.
Había acabado con la vida de Saori, la reina de Japón, su mejor amiga, su hermana.
Soltó un grito de puro dolor y se abrazó al cuerpo inerte de su amiga, llorando y gritando con un dolor inexplicable, sus gritos atrajeron a los demás guerreros que sin ningún permiso entraron encontrando a su reina muerta, en brazos de la guerrera que en ese momento se convertía en una guerrera desertora.
Había matado a la reina, y su sentencia, era la muerte.
¿Y bien? Le hemos dado un vistazo al pasado de Momo, ¿qué piensan de ello?
¿Ustedes están de acuerdo con la decisión de Saori? ¿Ustedes harían lo mismo que Momo? Los leo u.u
Espero les haya gustado ok?
The_Dark_Diamond
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