Capitulo V: Cadenas invisibles
Once años después
Regulus, Capital de Leo.
El vestido rojo le pesaba demasiado, su larga cabellera dorada y ondulada caía como una cascada por su espalda. Las joyas y el maquillaje ya no eran un lujo que ella disfrutará, sino más bien una jaula en la que estaba encerrada. Todo lo que alguna vez fue suyo en ese castillo, ahora le pertenecía a su enemigo.
Se detuvo por un segundo, un escalofrío recorrió su espalda. Estaban siguiéndola. Era Hughard, el hijo de Zephyrus, rey de Corvus y el que actualmente se encontraba reinando con crueldad lo que un día fue el brillante reino de Leo.
—¿Tu padre no te enseño que no es de buena educación espiar? —Se giró lentamente, intentando no mostrar su inquietud.
Hughard sonrió con superioridad, apoyándose contra la pared
—¿ Tus padres no te enseñaron a no desafiar a tus superiores? Oh, perdón... Ellos ya no están.
Esas palabras le dolían en el corazón, pero no le daría el placer de verla romperse.
—No eres mi superior, Hughard, solo eres el hijo de un invasor.
La sonrisa de Hughard se amplio, en un segundo cortó la distancia entre ellos, y atrapó a Lexandra contra la pared.
—Cuando cumplas dieciocho serás mía —susurro en su oído— Darás a luz a un niño y te quedarás el resto de tu vida encerrada en este castillo complaciendome.
Ella solo sonrió de lado y le respondió:—Primero muerta antes que dejar que un hombre como tú me haga su esposa.
Una media sonrisa se formó en los labios del de ojos negros.
—No te preocupes, te haré olvidar todas esas palabras cuándo seas mía. Además—hizo una pausa mientras la tomaba del cuello—, recuerda que soy el príncipe y tienes que hablarme con respeto.
Hughard se inclinó un poco más y lamió el cuello de Lexandra, disfrutando del poder que tenía sobre ella.
—No te preocupes, te haré olvidar todas esas palabras y cuando llegue el momento lo vas a disfrutar.
Hughard apretó su agarre con fuerza para que ella no se moviera.
—¿Entendido? —cuestionó esperando una respuesta.
—Sí, príncipe —contestó, el odió era lo único que la mantenía viva y en pie. Él heredero de Corvus la soltó para luego irse del lugar.
La de ojos ambar se quedó recostada en la pared unos segundos. Luego caminó apresurada hacia su habitación y se dejó caer sobre su cama.
Tenía la respiración entrecorta, llevo sus manos a su rostro y cuello en un intento desesperado por borrar la saliva que él había dejado ahí. Lo odiaba, la existencia de Hughard le provocaba asco.
Suspiró hondo calmandose, se levantó de la cama y fue hasta su escondite. Con un murmullo, deslizó los dedos sobre el suelo.
—Reveth —Una luz amarilla salió de la palma de su mano. La piedra se movió, revelando una caja oculta, y dentro de ella, los libros prohibidos que había robado de la biblioteca.
Lexandra se sentó a un lado y se dispuso a empezar a leer. Sabía que a esta hora ningún sirviente entraría a su habitación puesto que todos están ocupados preparando el almuerzo. Aún así, para asegurarse de no ser sorprendida leyendo cosas que se le habían prohibido, decidió cerrar la puerta con llave antes de comenzar su lectura.
Extrañaba profundamente a sus padres.
Desde la invasión no había sido más que una prisionera. Cada año era obligada a asistir a la celebración de Drakon, forzada a reír con cada uno de los chistes sobre sus padres, a bailar con ellos mientras sonreía, a ver cómo sus amigos peleaban entre ellos para entretenimiento de ellos. Sentía ira de tan solo recordar las muchas veces que salían muy golpeados de esas luchas.
Recordó cuando ella junto a los demás príncipes se reunían y jugaban en los jardines, todo era felicidad en ese entonces. Lágrimas bajaron por sus mejillas al recordar que los de Virgo ya no estaban con ellos, pero se alegraba de que no estuvieran pasando por el infierno que ella y los demás. Seguramente ambos estaban en los campos Eliseos, en paz junto a sus padres.
Por años había tenido la esperanza de que el elemental algún día regresaría y los liberaría de todo ese infierno. Seguía creyendo que eso pasaría y que cuándo eso sucediera tendría que estar con él para tomar venganza, por esa razón había estado aprendiendo magia a escondidas del rey. En más de una ocasión se escabulló por la noche a la biblioteca que Zephyrus había prohibido, había leído y puesto el nuevo conocimiento en práctica.
Le había aconsejado a los demás hacer lo mismo. La vez anterior que se reencontraron, le habían dicho que lo estaban haciendo a escondidas también, no tenían ni idea de cuando aparecería el elemental y querían estar preparados para ese momento.
Aunque si este no aparecía, ellos tendrían que pensar en como hacer una rebelión.
Lexandra ya había aprendido un hechizo básico de duplicación. El hechizo le ayuda a duplicar los libros de la biblioteca y poder llevarlos a su habitación, donde se aseguraba de ocultarlos bien para evitar que lo encontrarán las criadas que enviaba el rey para limpiar y revisar la habitación.
Suspiró y abrazo sus rodillas, odiaba vivir de esa forma. No podía hablar con sus amigos y no podía ir a cualquier lugar sin consentimiento del rey. Hoy apenas y la dejo salir un momento a los jardines.
Dentro de poco tendría que regresar a Virgo, la fiesta que Drakon ofrece a sus aliados ya estaba cerca. Tendría que controlarse para no atacarlo por qué de lo contrario, Zephyrus la castigaría enviándola a las mazmorras por una semana.
Tenía planeado decirle a los demás que dejarán la magia básica y practicarán con algún tipo de magia en específico y que si habían descubierto alguna habilidad que tenían, que lo mejor sería que la perfeccionaran.
⋆ ˚。⋆୨🌿୧⋆ ˚。⋆
Hamal, Capital de Aries.
No soportaba seguir viviendo encerrada en su habitación, cada día tenía menos paciencia con todo lo que pasaba, la sola presencia de Ireneus, hijo de Eukleides, rey de Ípsilon y que ahora reina Aries, la ponía de muy mal humor.
Tenía ganas de ir a su habitación y practicar un poco de magia o practicar con la espada, pero justo ahora estaba en una clase de baile que el rey la había obligado a tomar, ya que el año anterior a los ojos de Eukleides, ella había hecho el ridículo bailando con su hijo ante los reyes.
Alexia apretó los dientes cuando Ireneus le hizo girar de forma brusca, la estaba sosteniendo con demasiada fuerza y eso la lastimaba.
—Finge una sonrisa al menos — Ella sintió como el aliento de Ireneus llegaba hasta su oído— Tener el ceño fruncido te hace ver aún más desagradable de lo que ya eres.
Deseo poder pisarlo con todas sus fuerzas, pero no podía hacer porque de lo contrario la castigarían severamente.
Los sirvientes los observaban, ella sabía lo que pensaban “Ahí está el príncipe y su juguete favorito”
—Mejor cállate, si tu padre no me estuviera obligando a tener estás estúpidas clases de baile, y aún peor, tener que ver tu horrenda cara, creeme, mi ceño no estaría así.
—Menos mal y el rey Drakon se salvó ya que la chica con quién le tocaría casarse murió el mismo día que el débil de su hermano —Se carcajeo con burla.
—Príncipe Ireneus, ella y yo pudimos tener una que otra diferencia, pero aún así no te atrevas a hablar mal de ella y su hermano en mi presencia —Anhelaba poder darle su merecido, pero si lo hacia el rey la castigará poniéndola nuevamente en los calabozos. Un lugar al que no deseaba volver.
—¿Por qué debería hacer caso a tu petición? Eres solo una prisionera. Al menos intenta bailar bien este año —dijo con una sonrisa burlona —. No queremos que vuelvas a hacer el ridículo frente a Drakon.
Axelia se trago su rabia, hablar con él no la llevaría a ningún lado, Ireneus era un ser despreciable al igual que el resto.
Varios minutos más tarde la clase de baile finalmente termino y Axelia sin más se dirigió hacia su habitación.
Una vez llegó a dicho lugar cerró la puerta con llave y se encamino hasta la ventana, la cual estaba cerrada para evitar que ella saliera. Suspiró hondo y permaneció allí parada observando como en las calles muchas personas eran azotadas por detenerse en los trabajos de construcción de la estatua que harían de Eukleides en el centro del pueblo.
Un pequeño niño que se veía apenas de unos diez años, yacía arrodillado en el suelo, sus pequeñas manos cubiertas de sangre mientras un soldado lo azotaba con fuerza.
—¡No se detiene el trabajo! —gruñó el guardia—. ¡Trabaja o muere!
El niño estaba tan mal que apenas podía moverse. Axelia sintió náuseas, le dolía no poder hacer nada por su pueblo.
Durante estos once años, todos los reyes habían esclavizado a los habitantes de los doce reyes, los niños eran separados de sus padres y enviados a trabajar en las minas para conseguir piedras preciosas. Algunos hombres y mujeres eran obligados a sembrar en la tierra y si la cosecha era mala, entonces eran brutalmente castigados.
Mientras que unos desdichados eran obligados a crear grandes estatuas, muchos más que no resistían, eran usados para experimentos.
Dejó de mirar y camino hacia su cama. Se recostó y comenzó a pensar sobre qué estarían haciendo si nada de eso hubiera pasado.
Phyntia seguro visitaría a Ligia cada vez que pudiera, Gideon y Serilda se la pasarían entrenando con la espada junto a Cosme y Timoleon, aunque este último al final siempre tuviera algo para darles de comer, ella y Egan se la pasarían haciendo una que otra competencia para ver quién terminaba ganando, Calisto y Alyssa se la pasarían en la biblioteca leyendo libros de magia, Lexandra se la pasaría junto a Vasiliki y Vasilis.
Sintió una lágrima bajar al caer en cuenta de que eso no pasaría, los dos hermanos virgo habían muerto. Recordó todas las veces que ella se enojaba con los albinos por negarse a hacer algunas cosas que a ojos de ella eran divertidas pero para ellos eran demasiado arriesgadas.
—Desearía que nos volviéramos a reunir como lo hacíamos antes, desearía que nada de la invasión hubiera pasado —Axelia llevó sus manos hacia su cabellera roja con frustración, necesitaba olvidar eso y hacer algo para canalizar toda la furia que sentía.
Se levantó de la cama. La movió un poco y caminó hacia ese espacio. Se sentó en el suelo, puso su dedo índice sobre el piso e hizo la forma de un cuadro y murmuró: —Aperis.
Una de las piedras del piso fue removida, dejando a la vista una caja de madera. Ella la sacó del piso, la colocó a un lado de ella, la abrió y de esta sacó una de las copias que Lexandra le había entregado a escondidas el año anterior.
—Veamos que hechizo aprenderemos.
Comenzó a leer los escritos, era una lástima que en dicha copia no hubieran más que hechizos básicos para revelar objetos, abrir lugares, crear luz y apagarla, hacer dormir a las personas, volverse invisible entre otras cosas. Ella quería hechizos relacionados con su elemento fuego y en la biblioteca del palacio si habían, pero hace dos meses había dejado de ir por las noches para no levantar sospechas de que era ella quien se escurría hacia ese lugar.
Meses atrás por poco y la descubren, de no ser porque ya se había aprendido el hechizo de invisibilidad, ella seguramente estaría en el calabozo y habrían quemado todas esas copias. Seguramente también la hubieran interrogado con el fin de hacerle decir quién de los otros príncipes estaba practicando la magia.
Algo que en dado caso llegara a suceder haría lo posible por resistir, pero Eukleides correría a enviar mensajeros a los otros reyes para que les advirtiera de una posible rebelión por parte de los legítimos herederos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro