Capítulo I: Los Doce Reyes
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El reino Virgo, famoso entre todos los reinos por ser el lugar donde se encontraba la ciudad blanca, cada uno de sus habitantes se enorgullecían de pertenecer a dicho reino, eran grandes amantes de la naturaleza, la veneraban y respetaban, por lo tanto, amaban profundamente sus frondosos bosques, los verdes campos y los animales tan pequeños como una hormiga hasta los más inmensos como los dragones.
Sus reyes siempre los escuchaban cuando tenían quejas, y hacían lo posible por atender sus pedidos, siempre velaban porque las cosas tuvieran su justo precio, porque no hubiera disputas entre los pobladores, para que la paz reinará. Todo eso hacía que tanto el rey Erasmus, como la reina Ariadne, fueran bien queridos y respetados por todos en el reino, además sus poderes como hechiceros habían solucionado varios problemas, y es que no todos los pobladores nacían con el don de la magia. Pero aquellos que nacían siendo magos, o brujas, asistían a una escuela donde les enseñaban cómo usar sus poderes para hacer el bien, tal era el caso del príncipe Vasilis y su pequeña hermana, Vasiliki.
Aun así algo salió mal este verano, por alguna razón los campos se secaron más de lo normal, tanto los pueblerinos como los gobernantes no entendían el porqué, pero para sorpresa de todos no habían sido los únicos con ese problema, los otros once reinos habían reportado que sufrieron lo mismo.
Sentían que la diosa Gea les trataba de advertir de que una gran calamidad se acercaba.
En el interior del palacio se podía escuchar el eco de los pasos apresurados de los dos jóvenes herederos del reino blanco, el príncipe Vasilis de nueve años, junto a su hermana Vasiliki de siete años, corrían hacia la habitación de sus padres, habían escuchado sobre la seca y deseaban saber qué era lo que había sucedido.
El niño de ojos verdes tomó la perilla de la puerta y la giró , lo que hizo que la puerta se abriera y ambos entraran a la habitación.
—Mamá, papá, ¿qué pasó con los campos?— preguntó una curiosa niña de cabellos blancos observando a sus padres quienes se estaban preparando para asistir a una reunión entre los doce reinos.
—Cariño, ese no es tema del que debamos hablar con ustedes, dentro de unas horas llegarán los otros reyes con sus hijos, prepárense para recibirlos— respondió la reina Ariadne.
—No se preocupen, encontraremos una forma de arreglar la seca de los cultivos— indicó el rey Erasmus con una sonrisa mostrando sus blancos dientes al tiempo que acariciaba la cabeza de sus hijos.
Ambos niños salieron de aquella habitación, ellos suspiraron pues sus padres siempre evitaban hablarles de ese tipo de cosas. —Vasilis, hoy vendrá tu amada Alyssa— El mencionado se sonrojó levemente al escuchar las palabras de su hermana e inmediatamente le respondió.
—Vasiliki, ella y yo solo somos amigos— La niña soltó una leve risa al escuchar esas palabras.
—Sí, lo que tú digas hermanito— respondió la de largos cabellos blancos.
—¿Y qué me dices tú de Egan y Cosme? — Ella dejó de caminar y miró a su hermano. —Ellos solamente son mis amigos, al igual que los demás— Lo siguió mirando a los ojos ocultando un leve y poco visible sonrojo.
—Claro, lo que tú digas, hermanita— comentó el de cabellos blancos y ojos verdes observando a la mencionada para después empezar a caminar.
—¡Val, no me copies! — La infante comenzó a correr hacía su hermano con la intención de darle un pequeño golpe, pero este rápidamente corrió en dirección a su habitación, cuando llegó abrió la puerta y la cerró para que su hermana no entrara.
Las horas pasaron y la puerta de la habitación de la pequeña princesa fue tocada, la sirvienta fue quien la abrió para saber de quién se trataba, al ver que era el príncipe junto a sus padres los hizo entrar inmediatamente. Una gran sonrisa se formó en los labios de Vasiliki, sus ojos tomaron un pequeño brillo al ver entrar a su familia.
—Te ves hermosa, pequeña— enunció Erasmus al tiempo que abría sus brazos para recibir a la niña que corría hacía él, ambos se abrazaron.
—Gracias, papá— El hombre de ojos verdes y cabello negro sonrió.
—Ven Vasiliki, vamos a peinarte— habló la mujer de cabellera blanca y ojos grises quien era la madre de la niña, inmediatamente se dirigió hacia ella y se sentó en una silla para que le peinara el cabello.
Los minutos pasaron y Ariadne terminó de peinar a su hija, le recogió el cabello en un pequeño moño y lo decoró con algunos accesorios de plata que combinaban con su vestido de color verde pálido, el traje de Vasilis era del mismo color del vestido de su hermana.
Alguien más tocó la puerta de la habitación por lo que la sirvienta de cabellos negros, ojos grises y piel clara fue a ver de quién se trataba, era un guardia que venía a notificar de la llegada de los otros reyes.
—Mi señor, los reyes ya han llegado— habló el soldado de cabello castaño claro, ojos marrones y piel morena clara.
—Muy bien, pequeños, es hora de ir a recibirlos, ustedes y los demás niños se irán a cenar a los jardines, mientras su madre y yo vamos a hablar con los otros reyes— comentó el rey para después salir de la habitación junto a su reina y sus hijos.
Los cuatro recorrieron los blancos pasillos con decoraciones plateadas y doradas, esculturas de los dioses del olímpo y cuadros de los antiguos miembros de la familia real, las inmensas puertas blancas de la entrada del castillo se abrieron de par en par para dar paso a los gobernantes de lo otros once reinos.
—Por favor, acompáñenme hasta el comedor. Gredel, por favor, lleva a los niños hasta los jardines— sugirió la reina de largos cabellos plateados.
—Ariadne, siempre tan amable— respondió una mujer de cabellos largos y rojos, ojos grises y piel blanca, era sin duda la reina Hesper de Aries.
Ambas sonrieron, sin más la mencionada empezó a guiarlos hasta el comedor, mientras que la sirvienta Gredel llevaba a los jóvenes príncipes hasta los jardines. Vasilis divisó a la pequeña Alyssa de nueve años junto a sus padres, el rey Eudor y la reina Eileen, intentó acercarse, pero su hermana se lo impidió tomándolo del brazo.
—Ni se te ocurra dejarme sola ahora, al menos espera hasta que lleguemos a los jardines, Val— expreso haciendo un pequeño puchero, lo que provocó que su hermano sintiera ternura.
—Está bien, vámonos que ya nos están dejando atrás— Acarició la cabeza de la de ojos verdes e inmediatamente empezó a caminar siendo seguido por su hermana.
Se podía observar como los trece infantes eran guiados por una mujer de mediana edad, cabellos rubios, ojos avellana y piel morena. —Me pregunto qué delicias habrán preparado— comentó Timoleon poniendo sus manos en su estómago que empezaba a hacer sigilosos ruidos por el hambre que tenía.
—Tú siempre tan glotón, Timoleon— declaró con una sonrisa en los labios, la pequeña de cabello rojo dorado y ojos verde oscuro.
—No es que sea glotón, solamente sé apreciar una buena comida como debe ser— indicó el de Tauro.
La de ojos verdes soltó una pequeña risa ante los comentarios de los otros herederos. —Yo también comparto la opinión de Tim, creo que nadie se resiste ante una buena comida, además mi hermano y yo cocinamos de vez en cuando, con supervisión de alguien más, claro— Ella los miró con una sonrisa.
—Ves, hasta Vasiliki piensa lo mismo, Serilda— Todos tomaron asiento en la mesa que les habían preparado en los verdes jardines con hermosas flores de todos los colores, habían antorchas en las paredes para iluminarán los pasillos, mientras la luna llena iluminaba el resto del lugar.
—Si comen demasiado terminarán engordando, además al cocinar corren el riesgo de quemarse, aún teniendo alguien que los cuidé, y una quemadura arruinaría su piel— expreso la rubia para después tomar un poco de agua.
—No te preocupes, Lexandra, dudo que ellos lleguen a arruinar su piel, además en dado caso eso pasara, recuerda que la magia los volvería a la normalidad— sugirió la princesa Ligia comiendo un poco de la comida.
—Cambiando de tema, escuché a mis padres hablar sobre una profecía que les dieron hace algunos años sobre el siguiente Elemental— dijo Egan mirando a los demás. —¿Qué dijeron?— preguntó Gideon con curiosidad.
—Que la oráculo había mencionado que nacería aquí en Virgo, y que es posible que ya haya nacido, pero. — Dejo de hablar para tomar un poco de jugo de uva.
—Egan, no crees que podías tomar jugo de uva después de habernos contado toda la historia— sugirió Cosme con un poco de impaciencia por lo que Egan estaba diciendo.
—Chismoso— habló el del reino Cáncer.
—Tú también lo eres, Calisto — Soltó con un pequeño bufido—. Bueno, volviendo al tema, mis padres mencionaron que en esa profecía la oráculo dijo que una guerra se desataría, que para poder derrotar al mal, los herederos de los reyes deberían ayudar a la elemental.
Todos soltaron un suspiro, sus padres los habían hecho estudiar toda la historia del mundo, tuvieron que leer lo que habían pasado en las anteriores guerreras y sabían que no eran cosas buenas.
—Yo solo espero que la oráculo fallará en eso de la guerra — dijo la pequeña Alyssa.
—Ya muchas personas inocentes murieron en las anteriores guerras— remarcó Phyntia para después soltar un suspiro.
—Yo opino lo mismo que ustedes dos, tampoco quiero que sucedan guerras, muchas personas murieron antes de lograr derrotar a los de las tierras oscuras. Ahora bien, dejemos eso de lado y comamos, si no Timoleon y mi hermana Vasiliki nos dejarán sin comida— informó el chico de ojos verdes y cabello blanco, todos los demás observaron a los mencionados quiénes habían estado tranquilos comiendo y los escuchaban hablar.
—¡Idiotas, dejen algo para nosotros también! — expresó casi gritando el príncipe del reino Escorpio a lo que los jóvenes herederos de los reinos Virgo y Tauro solamente se miraron y rieron.
Mientras que en el comedor los reyes permanecían hablando sobre la sequía que había sucedido en los reinos, uno de ellos tocó el tema de la profecía. —¿Aún no saben quién es el nuevo Elemental?— cuestionó Eudor dejando de lado su copa de vino.
—Desgraciadamente, aún no lo sabemos, pero espero que pronto lo sepamos— respondió Erasmus dándole un trago a su vino. —Díganme, ¿Ya han contemplado la posibilidad de que uno de sus hijos sea el Elemental?— preguntó con curiosidad la pelirroja Hesper mirando a ambos reyes virginianos.
—Sinceramente espero que ninguno lo sea, según la profecía, el Elemental tendría una vida con mucho sufrimiento, recuerden a Phoebe, ella también sufrió mucho— indicó la reina Ariadne, ella temía que los dioses eligieran a uno de sus pequeños, y de solo pensarlo su sangre se ponía fría.
—¿Insinúas que prefieres que alguien más sufra?— Las palabras fueron dichas por Athan, quién despues tomo un gran trago de su copa de vino. —Por supuesto que no, yo no deseo que nadie sufra y mucho menos alguno de mis hijos— comentó inmediatamente la de cabellos blancos.
—Si la profecía resulta ser real, eso significa que los reinos volverán a sufrir lo mismo que en la época de Phoebe, Acuario y el resto del continente Air casi fue destruido en ese entonces— informó Exryl a la vez que mantenía su rostro serio.
—Los elfos también sufrieron pérdidas, sin mencionar que casi todo su bosque fue quemado. En conclusión, todo el mundo sufrió en ese tiempo, y aún no nos recuperamos de ello— comunicó Hiedra.
Ellos continuaron hablando sin darse cuenta de que en la entrada del reino, muchas personas estaban entrando y asesinando sigilosamente a los guardias, nadie estaba prestando atención a lo que pasaba a fuera.
Las inmensas puertas del reino fueron abiertas dándole paso a muchos hombres de armaduras negras, un soldado que estaba en la torre de la campana logró ver como estos mataban a sus compañeros por lo que tocó lo más rápido que pudo, la campana que anunciaba una invasión.
El sonido de la campana hizo que los reyes interrumpieran su charla, estaban confundidos, pero sus dudas fueron aclaradas al escuchar las palabras del jefe de la guardia real quien abrió abruptamente la puerta.
—Mi señor, estamos siendo invadidos— Cada regente lo único que hizo fue pensar en sus herederos, tenían la intención de ir rápidamente a los jardines, pero antes dieron órdenes a sus soldados de no dejar que los del ejército enemigo se acercaran al palacio o morirían los civiles inocentes.
Los reyes lograron llegar hasta los jardines donde se encontraban sus hijos, cada infante corrió a los brazos de sus padres con miedo de lo que estaba pasando afuera.
En la entrada del reino más y más soldados enemigos seguían entrando, mataban a todo civil o soldado que se cruzara en su camino, sin importar cuánto lucharán los soldados de Virgo y los pocos que habían traído los otros reyes, no pudieron evitar que los invasores llegaran hasta el castillo y mataran a los guardias, abriéndose paso entre los cadáveres de aquellos que habían intentado impedirles a toda costa llegar hasta los jardines reales.
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