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Capítulo 3


Apenas habían abandonado el pueblo y Spiro ya estaba cansado de las constantes sacudidas. El camino estaba lleno de baches que hacían temblar el carruaje. A pesar de moverse en una lujosa berlina, esto no aliviaba las oscilaciones. Lïfa, sentada a su lado, le amenizaba el viaje con sus charlas.

-¿Me escribiréis a casa de la tía Himbrid?- preguntó la pequeña mirando a su hermano, pero también refiriéndose a su madre y hermana acomodadas enfrente.

-Claro. Buscaré libros sobre Los Jardines de Alusia y te mandaré dibujos y copias de los textos e historias que encuentre.- respondió Neela.

Spiro quiso confesar que pretendía robar algún papiro o libro de la biblioteca de La Academia para enviárselo. Aunque cuidaban mucho cada tomo, quizás podría arrancar varias hojas de alguna compilación y enviárselas camufladas por mensajería. No verbalizó sus intenciones ya que seguramente le hubiera caído una bronca de su madre.

-Sólo es otro año más.- dijo el joven.- Y cuando volvamos, podemos hacer un viaje a la región de Alusia para verlos.

Los ojos de Lïfa se abrieron de par en par. No pudo evitar asentir exaltadamente. Su hermana se entusiasmó tanto con la idea que no perdió la sonrisa ni un segundo mientras relataba lo que había leído sobre aquel lugar.

Alusia era una península al sur de Luxia, con una curiosa forma arremolinada. La propia tierra parecía recogerse sobre sí misma. Eso hacía que el mar estuviera presente dentro de toda la región y que los ríos desembocasen creando numerosos deltas.

En el centro de la espiral se encontraban Los Jardines de Alusia, los más grandes y espectaculares de todo el continente de Luxia y mundo conocido. Se erguían sobre un islote rocoso unido a la tierra por cuatro puentes, uno en cada punto cardinal. Las estructuras principales eran altas torres de mármol pálido, talladas con figuras mitológicas que contaban historias y leyendas. Eran desiguales en altura y entre ellas estaban unidas por largas pasarelas desde diferentes pisos. Las elegantes balaustradas hacían hueco a macetas del mismo mármol donde las plantas crecían lozanas dejando caer los tallos. Esto hacía que las flores adornasen los todos los caminos como si fueran cortinas de corolas.

Todas las torres creaban círculos que se estrechaban. En medio de todas ellas, se levantaba una aún más imponente, sin ninguna unión con las demás. Como si se tratase de un obelisco intentando rozar el cielo. Todo el edificio tenía ramas cinceladas y cada pétalo era una piedra preciosa dando vida al gris de la roca. Se decía que la entrada al punto más alto de la torre estaba prohibida. Corrían rumores de que la última sala guardaba un objeto de gran poder.

Aunque no dejaban de ser leyendas, Lïfa las contaba de forma efusiva. Entre mitos e historias, no se dieron cuenta de que ya estaban trotando por calzada de ciudad.

-...y en una de las torres dicen que tienen guardadas flores que sólo las dríadas podían... - calló la pequeña al notar que el carruaje deceleraba.

A los segundos se detuvo. Miraron por la ventana para comprobar que, efectivamente, habían llegado a casa de su tía. La madre fue la primera en abrir la puerta y en salir.

-¡Lubvia! ¡Lubvia, hermana!- gritó una mujer abriendo la verja.

-Himbrid.- le devolvió el saludo menos animada, pero con una cálida mirada. Se abrazaron brevemente.

-¡Siempre es bueno verte, hermana! Aunque podrías dignarte a envejecer de una vez. ¡Que la pequeña soy yo!

A pesar de que Lubvia era la mayor, lograba aparentar menos edad que su hermana. Aún así, excepto por el peinado y la forma de vestir, ambas eran idénticas. Aunque Himbrid no usaba gafas y tampoco se maquillaba. Vestía mucho más informal con prendas caídas y sólo por el tono de voz, ya se podía dar a conocer una mujer mucho más extrovertida y exagerada.

Fue Lïfa la primera que salió del carruaje corriendo a enroscarse en la cintura de su tía. Mientras tanto Lubvia se volvió para coger el zurrón con el equipaje de la pequeña.

-¡Pequeña flor!- le acarició el cabello y se agachó a darle besos en la mejilla.- ¡Qué guapa estás! ¡Y cómo has crecido en tan poco tiempo!

-No exageres, tía. ¡Estoy como siempre!

-Perdona.- rio mientras le recolocaba los mechones que se habían despeinado al abrazarle.- Siempre te voy a imaginar como un brote de petunia.

Se acercaron los dos hermanos mayores y la saludaron de igual manera.

-Vosotros sí que habéis cambiado. Ya eres más alto que yo, ¡hombrecito!- le dio dos palmadas en el pecho a Spiro.- Tendrás a todas loquitas en La Academia, ¿a que sí?. ¡Eso son los genes! Tu madre y yo sí que robábamos corazones ¿eh, Lubvia?

Este comentario hizo suspirar a la madre que negaba con la cabeza, pero también ladeaba los labios sonriendo sin confirmar si era cierto o no.

La Academia era muy rigurosa, aunque no tan inflexible como para prohibir las relaciones sentimentales; siempre y cuando no afectase a la disciplina de los alumnos, claro. Lubvia, al ser maestra ahí, no quiso imaginar ver a sus hijos tonteando debajo de un árbol en lugar de estudiar o entrenar.

-¡Pasad dentro! Acabo de asar unas patatas y costillas de jabalí. Tendréis hambre después del viaje. ¡Pasad!

-¿Podemos?- preguntó Spiro a su madre con ojitos hambrientos.

-Está bien. Pero no nos quedaremos mucho tiempo. Tenemos que llegar puntuales a la ceremonia de presentación.

-¡Sí!

Spiro recordó lo aburrida que era esa ceremonia. La directora presentando a los profesores, dictando las normas de la escuela, algunas lecturas breves de los más virtuosos Elementales... La mayoría estaba dirigido a los nuevos alumnos, salvo algún cambio en la organización de las aulas y zonas de ejercicio.

-Aflojaré un poco las cuerdas para que descansen los caballos. ¡Entrad, entrad a comer! ¡Vamos, o se enfriará! - insistió Himbrid.- Neela, tú ayúdame a ponerles algo de agua también.

-Claro. -Neela cogió un cuenco que vio en el jardín y lo llenó en la fuente. Los demás entraron en la casa.

La vivienda de Himbrid era mucho más modesta. Vivía sola, así que no necesitaba mucho más que una habitación, una estrecha despensa, un baño y una pequeña sala de estar. Aunque el hogar estaba limpio, se veía desordenado. Los utensilios de cocina repartidos sin orden concreto, la mesita al lado del butacón llena de libros y papiros a medio escribir y (a pesar de que ninguno entró) su habitación tenía la ropa desdoblada rebosando los cajones de la cómoda.

El jardín sólo tenía un manzano y un ciruelo. Las frutas maduras estaban sin recoger por el césped, así que Himbrid tomó algunas para dárselas a los animales.

-Ahora que estamos solas... ¿Está todo bien?

Su tono de voz cambió de repente en cuanto los demás pasaron adentro. Neela se sorprendió con la pregunta. Tampoco pudo esperar que todo hubiera sido una excusa para hablar en privado.

-S-Sí, claro. Todo va bien.

-Cariño, puedes engañar a todos con un gesto indiferente. Pero no puedes esconder el cansancio de tus ojos.

La voz de Himbrid sonaba menos agitada y más dulce.

-Es... complicado.- atinó a contestarle mientras dejaba el agua delante de los caballos.

Neela miró el golem de granito negro burdamente tallado que aún estaba montado con las riendas en las manos. Le quitó unas hojas que se le quedaron enganchadas durante el viaje. Era muy común en La Academia usarlos. Los Maestros de Tierra los encantaban para que cumplieran diferentes tareas, generalmente transportar cargas pesadas. En este caso, hacía de cochero.

-Me lo puedo imaginar.- sonrió tristemente.- Yo no me atreví en su momento a preguntarle a tu madre. Ahora tampoco es buen momento para hacerlo y con el tiempo me da que va a ser cada vez más difícil. Y bueno... ¿Tenéis alguna noticia de vuestro padre?

-No.- compartió la misma mirada melancólica que su tía.- No tenemos ni idea de qué le ha podido pasar. Ni siquiera una pista de qué fue lo último que le ordenaron.

-Ya veo... ¿Tu madre está bien?

-No lo sé. No comparte nada con nosotros. A veces parece que le dé igual. Imagino que lo está escondiendo todo.

-Sí, os parecéis bastante en ese sentido.- rio tímidamente.- Ella siempre se ha protegidocerrándose cuando algo la afligía por dentro. En mis cuarenta y dos años nunca la he visto llorar. Te lo digo en serio, ¡Parece de hielo!

-Se ha vuelto más fría con nosotros también. Por más que intente actuar como antes, se le nota mucho más distante. Se está volcando mucho más con mi...-se detuvo para corregirse.- con nuestra educación. Creo que lo hace para no pensar en ello.

-Y te está pasando factura.- dedujo al verle las pupilas.

Himbrid entrecerró los ojos como si estuviese fantaseando con otro pensamiento.

-¿Sabes? Recuerdo perfectamente cuando nacisteis. Cuando llegaste tú, su primera hija, se volvió sobreprotectora. Bueno, en verdad ya se le notaba durante el embarazo. Os quería adoctrinar con rigor, para que os volvierais fuertes.- miró a su sobrina con los labios ladeados.- Quizás ahora esté haciendo lo mismo mostrándose así. No quiere que sus cachorros se puedan hacer el mismo daño.

-Ya pero...

-Sois jóvenes.- recuperó su tono casquivano.- ¡Tenéis las emociones a flor de piel! No puede pretender que os volváis piedra y menos a tan temprana edad. Acabará dándose cuenta. No os preocupéis.

-Tienes razón...

Himbrid le acarició las mejillas.

-Después del aguacero vuelve la calma, pequeña.

Neela soltó todo el aire de sus pulmones. Quiso creérselo con facilidad, pero lo cierto es que pasar todo el verano estudiando y entrenando la había dejado exhausta.

-Tía... ¿Por qué dejaste La Academia?

-Me echaron por quemarle el pelo al portero Gheor.- bromeó.- Ahora ya sabes por qué el conserje está medio calvo.

Neela no pudo evitar soltar una carcajada. Himbrid la tomó del hombro y entraron juntas con los demás.

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