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SATORU GOJO

Satoru Gojo odiaba a su compañera Azumi.

Odiaba cómo esta se pavoneaba por la escuela de hechicería con su andar sosegado, también odiaba su rebelde cabellera negra enmarcando su rostro redondo de rasgos suaves y su sonrisa deslumbrante. Pero sobre todo odiaba el modo en que sus ojos lanzaban corazones en cuanto Suguru Geto entraba en su rango de visión o al oír la débil mención del nombre del muchacho en cuestión.

Satoru Gojo odiaba los sentimientos ardientes que Azumi le provocaba con tan solo percibir aquel aroma a caramelo que desprendían sus cabellos. Odiaba que su ser entero la deseara.

Quizás se trataba meramente de un capricho lo que sentía por Azumi, pensó Satoru más de una vez durante las eternas noches de insomnio que sufría por culpa de la chica de ojos grandes con destellos verdozos, pues Azumi era una chica a quien no podía engatusar con todas sus hábiles tácticas de seducción. Azumi no se mostraba ni un poco impresionada con él y Satoru lo odiaba.

Debía conformarse con admirarla desde la distancia como un vil perdedor, ansiando encarecidamente que ella notara cómo aceleraba su corazón solo con mirarlo.

No fue hasta que les asignaron una misión en conjunto que su deseo se cumplió finalmente.

—Te ves desanimada.

Azumi ni siquiera volteó a verlo ante el sonido burlesco de su voz. Continuó caminando a su lado con una lentitud fastidiosa para Satoru y estuvo a punto de hacérselo saber, más esta chica se dignó a dirigirle la palabra con tono monótono.

—No me siento cómoda contigo —confesó sin compasión —. Hubiera preferido venir con otro hechicero.

—Con Suguru, ¿cierto? —su lengua mordaz no se refrenó y soltó aquel comentario casi como un reproche. Cómo odiaba no tener control alguno sobre sí mismo tratándose de Azumi. Mientras tanto la susodicha demostraba tal indiferencia hacia su persona que le resultaba sumamente molesto. No importaba si era solo un capricho férvido que arrasaba su ser y amenazaba con consumirlo sin compasión, deseaba poseerla.

—Pues, sí —ni siquiera tuvo la desfachatez de verse avergonzada admitiéndolo —. Geto me gusta, sé que lo sabes. Además, creo que sería mucho más responsable que tú. Por eso me sentiría segura con él. Pero, siendo sincera, cualquier otro hechicero hubiese sido mejor opción para mí.

—¿Hum? ¿Por qué? —transformó su mueca de desagrado en una sonrisa jovial, empleando un timbre de voz jocoso para hablarle —. No me digas que te pongo nerviosa, Azumi-chan...

Azumi se giró a observarlo y Satoru apreció el gesto de molestia que cruzaba su lindo rostro.

—No me pones nerviosa. Me haces sentir rara.

—¿Ah, sí?

—Porque sé que te gusto.

Todo sentimiento de mofa abandonó el cuerpo de Satoru, reemplazándose por desorientación. Clavó sus ojos, cubiertos por sus lentes negros, en la figura de Azumi quien se hallaba plantada ante él con una mirada bastante desafiante que le daba un aire más atractivo en opinión de Gojo.

La atmósfera tensa y silenciosa que los mantenía inmersos uno en el otro se vio afectada al sentir la energía maligna de una maldición. Al volverse al unísono notaron que habían llegado a la ubicación que les enviaron. Se trataba de un pequeño hospital abandonado hacía años. De entre las ruinas una maldición emergió escupiendo grotestos gorgoteos desde el fondo de su garganta, dirigiéndose hacia ellos para confrontarlos.

—Corrígeme si estoy mal, pero esta maldición es un nivel más alto del que nos informaron —lanzó Azumi, manteniendo la calma mientras miraba a la horrible criatura.

—Será mejor que te quedes atrás —indicó Satoru con suficiencia —. Yo puedo hacerme cargo. No me estorbes.

—¿Estorbar?

La actitud ofendida de Azumi tuvo que esperar a después para reaparecer ya que la maldición los atacó sin más. Satoru esquivaba con facilidad al ser repugnante, vigilando de soslayo a Azumi en plena batalla con la segunda maldición que hizo acto de presencia saliendo de su escondite tras un muro resquebrajado del viejo hospital infantil.

Sus sentidos se agudizaron en su máximo estado al detectar un quejido proveniente de Azumi. Fue testigo de cómo exorcisaba a esa maldición, acabando con esta pero recibiendo una fea y dolorosa herida en su pierna derecha. Satoru puso fin a la existencia de la maldición que se enfrentaba a él, yendo hacia Azumi en cuanto estuvo libre. Se puso de cuclillas ante esta y revisó su herida sin hacerle caso a sus protestas. Sacó un pañuelo de su bolsillo y lo presionó contra la herida hasta que la sangre dejó de fluir violentamente; ató el pañuelo en aquella herida y alzó la mirada para conectarla con la de Azumi. Ella se encontraba sentada sobre el suelo y su rostro reflejaba sufrimiento.

—¿Duele mucho? —interrogó con interés, apreciando desde cerca las facciones tan gráciles de Azumi. Ella parpadeó hacia él tímidamente y Gojo la deseó una vez más.

—Gracias por ayudarme.

Satoru esbozó una dócil sonrisa. Sus cabellos níveos se mecieron por la brisa fresca que se levantó repentinamente. Lo mismo le sucedió graciosamente a la cabellera negra de Azumi, fastidiando su vista. Satoru siguió el impulso ferviente que lo motivó a inclinarse hacia ella, estirando su mano dominante para barrer sus cabellos fuera de su rostro con un toque muy dulce e íntimo dedicado únicamente a Azumi.

—Esas son las palabras más amables que me has dicho, sabes —remarcó Satoru, satisfecho con el rostro de la chica adquiriendo tonalidades rojizas —. En lugar de agradecerme acepta salir conmigo.

—¿Salir? Pero tú no me... ¡Hey, ten cuidado!

El peliblanco ignoró sus quejas y la sostuvo en brazos como a una princesa, caminando hacia la ruta que los llevaría a casa.

Azumi miró sus facciones, lo observó y apreció detalladamente con una fijeza muy intimidante. Reparó por primera vez en lo guapo que era ese chico de pestañas largas níveas y ojos azulados cristalinos cual océano. Su nariz captó el aroma agradable del perfume varonil de Gojo y casi sin quererlo se arrimó más hacia él para enterrar su nariz en su ropa. Sintió las manos de Satoru que se tensaban contra su cuerpo a raíz de su inesperada acción, apretando con ahínco.

—Lo siento —balbuceó apartándose con prisa, oyendo la sutil risilla entre dientes de un jovial Gojo.

Satoru Gojo sintió que ya no odiaba tanto a Azumi y lo que ella le provocaba.

[...]

Desde su mínimo acercamiento después de que Azumi fue herida en batalla, Gojo celebró que se comportara con más confianza a su alrededor e incluso lo saludaba siempre que se cruzaban en la escuela de hechicería. Se sentía patético por emocionarse con gestos tan escasos y simples, no obstante, adoraba cada insignificante acción de Azumi. Era un pequeño ser bello y reluciente a sus ojos que merecía ser venerado por todos los mortales, aunque Satoru Gojo anhelaba ser solo él quien le rindiera culto a su tan sagrada existencia.

—Ten, pareces agotada.

Satoru miró con ojos perspicaces al pelinegro, quien le entregó amablemente una botella de agua a la chica que había estado entrenando arduamente.

—Oh, muchas gracias, Suguru —Azumi le sonrió al muchacho, este le regresó una sonrisa gentil.

El de cabello blanquecino soltó un bostezo más ruidoso del necesario a propósito con tal de así romper la conexión de miradas que esos dos estaban teniendo. Se levantó con desgana del suelo, donde se sentó despreocupadamente, y caminó con las manos en los bolsillos hasta la chica que seguía sus movimientos con mucha cautela.

—Me debes una salida, señorita —la acusó con falsa molestia, señalándola con el dedo índice.

—¿Tendrás una cita con este idiota?

Azumi formó una expresión abochornada por el comentario de Suguru, le envió una mirada llena de reproche a Gojo, quien se limitó a hacer unas señas de victoria con los dedos, provocando aún más su irritación. Ella se veía endiabladamente preciosa enojada ante el peliblanco con lentes.

—Cita de amigos —aclaró Azumi con pesar en su voz —. Bien, nos vemos en una hora —accedió al reclamo de Satoru, obsequiándole una sonrisa a este mismo, quien no se sintió digno de recibir tal gesto pero ese mínimo detalle aumentó sus vehementes anhelos. Reconocía estar demente por Azumi, sin embargo, le importaba un carajo qué pudiesen opinar los demás sobre su estado. Él la deseaba, era adicto a ella y quería perderse en su exquisito ser hasta que no quedase rastro suyo, y estaba muy orgulloso de hacerlo. Nunca cambiaría ese sentimiento similar al fuego que consumía su alma y la doblegaba a su voluntad.

[...]

Satoru llevó a Azumi al cine y eligieron ver una película de terror que los aburrió a la mitad por lo que se dedicaron a comer palomitas y entre susurros criticaron la trama y los actores que sobreactuaban las escenas. Al finalizar dicha película fueron a comer su platillo favorito ya que curiosamente poseían los mismos gustos.

—Tengo que admitir que esta tarde ha sido muy agradable —reconoció Azumi con sosiego en cuanto emprendieron camino por un parque tradicional japonés iluminado con hermosas lámparas —. Y resultaste ser alguien dulce y atento a tu manera. Me hace sentir culpable porque me comporté cortante contigo este tiempo.

Satoru sonrió ladino.

—No hay porqué sentirte culpable.

Azumi detuvo su andar y se plantó adelante del alto y peliblanco que vestía ropas casuales con lentes de sol protegiendo sus ojos azules claros que asemejaban con contemplar el cielo mismo.

—¿Qué sientes por mí, Satoru?

Aquella interrogante causó conflicto en la mente del aludido. Gojo sentía infinidad de cosas por la fémina que lo enfrentaba, pero su lengua no parecía dispuesta a articular ninguna palabra coherente que satisfaciera la enorme curiosidad que teñían los ojos verdozos de Azumi.

—Quiero tenerte, Azumi —su voz se volvió ronca tras obligarse a confesar su desesperado sentir luego de un minuto entero ordenando sus ideas —. Te deseo como no tienes idea. Y no es algo reciente.

Satoru avanzó hacia Azumi, colocó una mano en su rostro tentativamente, vigilando su reacción a ello. No detectó señales negativas, ante esto se atrevió a guiar su boca a la contraria, rozando y amagando con unir sus labios sin concretar el acto a propósito. Adoraba tenerla a su merced, con cada músculo de su cuerpo tenso por las caricias que le otorgaba dócilmente. Arrastró suavemente sus nudillos contra la piel sublime de su mejilla, fascinado con su textura. Presionó la cadera pequeña de la fémina de un modo seductor, como incitándola a buscar más atención de parte suya. Le encantó ver sus ojos grandes entrecerrados, parpadeando a duras penas con su rostro hermoso alzado hacia él, dando permiso a que hiciese lo que deseaba con tanta locura.

Los finos dedos de Azumi agarraron en un puño su chaqueta, manteniéndolo firme en su lugar y haciéndolo sonreír. Satoru no quiso seguir esperando, así que con sumo cuidado juntó sus labios con los de esta chica que nublaba su juicio. El peliblanco sintió deshacerse ante el primer movimiento que sus labios se animaron a crear, fundió con ardor sus labios en los contrarios, hundiéndose en aquella sensación que lo llevaba al éxtasis puro. Veneró con esmero los belfos aterciopelados de Azumi con cada uno de sus delicados movimientos, guardándose cada maravillosa sensación en el fondo de su alma.

Descargó todo su deseo en esos fervientes besos, tratando de saciarse. Pero nunca obtendría suficiente como para hartarse.

Gojo estaba feliz con la boca traviesa de Azumi siguiendo de buena gana el ritmo que marcaba, atrapando sus labios entre los propios de modo tan natural que lo hacía sentir vivamente embriagado.

—Gojo —pronunció Azumi con la voz quebrada al apartarse unos centímetros —, espera. ¿Seguro no soy solo un capricho para ti?

—¿Y qué si es así?

Azumi rompió todo contacto entre ellos y Satoru se sintió frío. Admiró la expresión consternada en el rostro de la chica, sus ojos lo veía con notoria decepción. Peinó sus cabellos fuera de su cara, sus manos temblaban y Gojo ambicionó sostenerlas.

—Claro, era obvio que soy solo un juego. De hecho, me es muy difícil imaginarte en una relación con alguien.

—¿Por qué te quejas? A tí te gusta Geto, ¿o no?

—Así era, pero... ¡Olvídalo!

—Azumi...

—Creo que ya deberíamos regresar.

Su voz distante y afilada le hicieron vizualizar la línea hancha y creciente que nuevamente los separaba. Con amargura metió sus manos ya heladas en los bolsillos de su chaqueta y retomó su andar sin emitir sonido durante el trayecto, sintiendo sus cabellos desordenados mecerce con las ventiscas que golpeaban sus huesos entumecidos. Aunque nada era más gélido que su corazón en ese instante.

[...]

Pasaron años desde que Satoru tuvo el grato placer de saborear la delicia adictiva de esos labios dulces como la miel pertenecientes a Azumi. Desde entonces Gojo permaneció al pendiente de ella, resignándose a la amistad cordial que la fémina le ofreció mantener al haberle confesado que deseaba seguir a su lado. El peliblanco no se apartó en ninguna ocasión, se propuso ser parte importante e íntimo en la vida de Azumi. Se mantuvo con aquella chica pese a las adversidades de su mundo. Le ofreció consuelo cuando Suguru desapareció de sus vidas, recibiendo igual el consuelo que Azumi le brindaba con su compañía reconfortante. En la intimidad él permitía mostrarse más humano, despojándose momentáneamente de su actitud arrogante en cuanto compartía palabras amenas con Azumi.

En el presente Gojo era un profesor que odiaba a los viejos de los altos mandos, siendo muy cruel y despiadado cuando quería con ciertas personas. Su personalidad en su mayoría era juguetona e infantil mientras les enseñaba a sus alumnos dotados de diferentes habilidades y potenciales. Y por supuesto, ser ahora profesor no significaba que hubiese dejado atrás su deseo ferviente por Azumi. Aún ambicionaba con ser bendecido de pertenecer enteramente a quien continuaba siendo una divinidad de mujer con una sonrisa que robaba el aliento de quien se hallara presente.

Sus vidas adultas sufrieron una separación muy disgustante cuando Azumi decidió retirarse tan lejos que no pudo alcanzarla. Ella enseñaba en otra escuela, según los rumores le iba más que bien. Durante esos años Satoru la extrañó como un loco, cada día moría por sentir la calidez que desprendía. Por las noches se imaginaba siendo rodeado por los brazos de Azumi en un hermoso abrazo. Sus vellos se erizaban cuando llamaba y le contaba sobre sus vivencias, oír su melodiosa voz recargaba su energía y llenaba su alma de un modo asombroso. El poder que ejercía sobre él le fascinaba en demasía, feliz de que sea ella.

Sus ruegos fueron escuchados el día que Azumi optó por regresar al enterarse del curioso recipiente del Rey de Las Maldiciones llamado Sukuna.

Satoru se ofreció a esperarla en la estación y ni bien vislumbró su agraciada figura avanzando en su dirección se quedó sin aire. Azumi lucía más preciosa de lo que recordaba, tal vez sus ansias por verla nublaban su mente pero no le importó; ella se mostraba aún más radiante y su belleza se reflejaba en todo su perfecto y deseoso ser. Azumi vestía ropas casuales que se ajustaban delicadamente a su pequeño cuerpo, su oscuro cabello rebelde y largo ondeaba alrededor de su bonito rostro, a diferencia de cuando se marchó que lo había recortado hasta los hombros, y un fleco recto cubría su frente. Sus ojos verdes se encontraron con los de Gojo y este sonrió casi inconsientemente a la vez que alzaba su mano dominante para saludarla, arrancándole una risita divertida. Satoru amó aquel sonido tan adorable.

—¡Cuánto tiempo sin vernos! —sin previo aviso Azumi se lanzó a abrazarlo, dejando de lado su maleta, demostrando cuánto había extrañado al peliblanco que ahora mantenía sus ojos tras una tela.

Gojo se inclinó para abrazarla con comodidad, aspirando el exquisito aroma que ella poseía y sintiéndose a gusto estando así de cerca de la mujer que amaba. De joven no supo entender sus propios sentimientos, durante un tiempo creyó que se trataba de un capricho y por esa razón perdió su oportunidad con Azumi en el parque cuando la besó. Comprendió tarde el significado de aquella decepción en los ojos verdozos de la chica, ella anhelaba ser más que un tonto capricho. Azumi esperaba oírlo expresar que la quería o que al menos lo intentaría y él no pudo decirlo.

Ahora sabía que la amaba desmesuradamente con cada fibra de su ser y si tenía oportunidad estaba dispuesto a demostrárselo con hechos fidedignos.

—Te extrañé, Azumi. Hay mucho que contarte.

—Yo igual, no es lo mismo sin ti, Gojo. Oye, tienes que presentarme a tus estudiantes.

—Lo haré. Pero, por ahora, solo abrázame.

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